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domingo, 24 de abril de 2011

¿Son compatibles la ciencia y la fe?

«La ciencia moderna tiene cada vez más claro que el universo fue puesto a punto con infinita precisión para posibilitar la vida humana. De algún modo desempeñamos un papel crucial en los designios de Dios. Nos corresponde a nosotros captar esos designios lo mejor que podamos, amarnos unos a otros y asistir a Dios en la ejecución de esa tarea». Richard Smalley (1943-2005), premio Nobel de Química en 1996 por su descubrimiento de los fullerenos, tercera forma más estable del carbono. Se le considera el padre de la nanotecnología.







«Si no conociera más que los primeros capítulos del Génesis, algunos Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma conclusión en cuanto al origen del universo que con la ayuda de los datos científicos». Arno Penzias (n. 1933), premio Nobel de Física en 1978 por su descubrimiento de la radiación cósmica de fondo, que según algunos físicos es prueba de que el universo fue creado a partir de la nada.






«No hacemos otra cosa que emplear las herramientas que Dios nos ha dado. No hay motivo para que la ciencia y la religión se enfrenten. Ambas tienen el mismo origen, la única fuente de verdad: el Creador». Joseph Murray (n. 1919), premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1990 por su labor pionera en la transplantología.






«Un descubrimiento científico es también un descubrimiento religioso. No hay conflicto entre la ciencia y la religión. Con cada descubrimiento que hacemos acerca del mundo se incrementa nuestro conocimiento de Dios». Joseph Taylor (n. 1941), premio Nobel de Física en 1993 por su descubrimiento del primer púlsar binario conocido.






«Al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del universo, inevitablemente se pregunta por qué las únicas respuestas posibles son de orden religioso. [...] Tanto en el universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios». Arthur Schawlow (1921-1999), premio Nobel de Física en 1981 junto con otros dos científicos por el desarrollo del láser espectroscópico.






«Hay tantos colegas míos que son cristianos que no podría cruzar el salón parroquial de mi iglesia sin toparme con una docena de físicos». William Phillips (n. 1948), premio Nobel de Física en 1997 por su empleo de rayos láser para producir temperaturas sólo una fracción por encima del cero absoluto. ?










En la Biblia se habla centenares de veces de los ángeles, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, en situaciones muy diversas y desempeñando múltiples funciones. A continuación respondemos a algunas de las preguntas más frecuentes acerca de ellos.






«Apenas calco las líneas que fluyen de Dios». Albert Einstein (1879-1955), premio Nobel de Física en 1921 por sus contribuciones en el campo de la física teórica y en particular por su explicación del efecto fotoeléctrico.<


jueves, 2 de diciembre de 2010

El efecto benéfico de la alabanza


He oído decir que algo que ayuda mucho cuando uno se encuentra en una situación difícil es pensar positivamente. Pero a veces no se me ocurre nada que se pueda ver con optimismo. ¿Qué puedo hacer para ponerme en vena positiva cuando todo me está saliendo mal?

Cuando tengas el corazón cargado de preocupaciones, temores, tristeza y dolor, en vez de pensar tanto en tus dificultades, piensa en Jesús y Su amor. Haz memoria de las cosas buenas con que has sido favorecido. Si no se te ocurre nada que sea motivo de alegría, al menos ten en cuenta todas las contrariedades que podrías estar padeciendo y que, sin embargo, no te han sobrevenido porque Dios te ha guardado de ellas.Mira el lado radiante de la vida. Piensa en lo bueno. Agradécele a Dios todo lo que ha hecho. Ahuyenta los nubarrones con la luz de las Escrituras, la oración, la alabanza y las canciones. Haz todo lo que esté a tu alcance por llenarte la cabeza de pensamientos positivos.Si meditas sobre la bondad del Señor y centras tu atención en ella, el Diablo —con todas sus dudas, mentiras y temores— queda desplazado hacia la periferia. No se puede ser optimista y pesimista al mismo tiempo. Llena tus pensamientos de la luz de la alabanza a Dios, y se disiparán las tinieblas.

viernes, 16 de abril de 2010

¿Por qué sufrimos?



¿Por qué permite Dios que haya sufrimiento? ¿Será que no se conduele de nosotros? No te quepa duda: Dios se compadece infinitamente de nosotros. A Él le duele vernos padecer a consecuencia de nuestras malas decisiones, o de los yerros y desaciertos ajenos. La Biblia dice: «El Señor es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos; pues Él sabe bien de qué estamos hechos: sabe que somos polvo» (Salmo 103:13,14 (DHH)). Jesús también nos comprende y se compadece de nuestras debilidades, porque fue «tentado en todo según nuestra semejanza» (Hebreos 4:15). Él conoce bien lo que es sufrir. Padeció más que ninguno de nosotros cuando lo azotaron y lo crucificaron por los pecados del mundo. Además, en la Biblia Dios promete que un día acabará el sufrimiento para quienes lo amen. En el Cielo, «enjugará toda lágrima de [nuestros] ojos [...]; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas [pasarán]» (Apocalipsis 21:4). Entre tanto, no debemos olvidar que los disgustos y pesares pueden tener un efecto benéfico. Por ejemplo, en muchas ocasiones hacen que las personas se vuelvan más dulces y bondadosas. Los padecimientos, los sacrificios y las desdichas hacen aflorar las mejores cualidades —amor, ternura e interés por los demás— en quienes no permiten que esos trances los encallezcan o amarguen. La Biblia dice que consolamos a los demás «con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Corintios 1:4 (RVA)). Quienes hemos descubierto el amor de Dios expresado en la figura de Jesús abrigamos un profundo deseo de dar a los demás las soluciones que hemos hallado, las cuales pueden aliviar su sufrimiento y ayudarles a resolver sus problemas. Si bien la lectura de la Palabra de Dios nos desvela muchas de las razones del sufrimiento, es probable que no lleguemos a descubrir todas las respuestas a ese eterno interrogante hasta que lleguemos al Cielo. Los caminos de Dios difieren de los nuestros. Hay cosas que sencillamente no entenderemos hasta que las veamos tal como las aprecia Él (Isaías 55:8,9). Cierta vez el Dr. Handley Moule (1841-1920) ilustró de modo muy gráfico ese principio al visitar una mina de carbón luego de una terrible explosión subterránea. En la entrada de la mina se había congregado una multitud de personas, entre ellas los familiares y seres queridos de los mineros atrapados. —Es muy difícil para nosotros —comentó— entender por qué permitió Dios que se produjera una tragedia tan terrible. Tengo en mi casa un viejo señalador de libros que me regaló mi madre. Es de seda bordada. Si observo el revés no veo más que hebras entrecruzadas que le dan aspecto de algo mal hecho. A primera vista se diría que fue confeccionado por un inexperto. Pero si le doy la vuelta aparece en hermosas letras bordadas la frase: «DIOS ES AMOR». Hoy abordamos esta tragedia por el revés. Algún día la veremos desde otro punto de vista. Entonces entenderemos. La Biblia también dice: «El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría» (Salmo 30:5). Transcurrido un tiempo, nuestro sufrimiento se ve desde otra perspectiva. Mediante él adquirimos sabiduría y nos volvemos más compasivos con los que sufren. Aunque no siempre nos percatemos de ello enseguida, Dios siempre tiene un propósito y un designio para todo lo que permite que nos suceda. No tenemos más que confiar en Él, convencidos de que si hoy no comprendemos Sus motivos, ya los entenderemos más adelante. En cualquier caso, a pesar de nuestros escasos conocimientos y comprensión de algunas cosas, podemos tener la certeza de que Su amor no nos fallará. Pasaremos por momentos dolorosos —no hay duda—, pero gracias a Dios, no terminaremos desesperados ni desamparados. «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, [...] ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús» (Romanos 8:38,39

domingo, 6 de diciembre de 2009

Cuidar la fe



Mi familia y la mayoría de las personas con las que me relaciono diariamente no tienen inquietudes de tipo espiritual. ¿Cómo puedo conservar la fe en un mundo que se muestra cada vez más escéptico?La fe es la médula de nuestra vida espiritual; de ahí que valga la pena luchar por ella. A continuación te damos unos consejos para que tu fe no solo resista, sino que cobre más fuerza:Nútrete de la Palabra de Dios. La fe se edifica estudiando fielmente la Palabra de Dios. Léela todos los días, procura asimilarla, reflexiona sobre las verdades que contiene y sobre cómo se aplican a tu realidad, y tu fe crecerá. «La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). Jesús promete: «Si vosotros permaneciereis en Mi Palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31,32).Ora y medita. Dios desea establecer contigo una relación personal por intermedio de Su Hijo Jesús. «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Comulgar espiritualmente con Jesús —es decir, abrirle el corazón y recibir Su amor, ánimo y soluciones— refuerza y estrecha tu vínculo y tu relación con Él. Vive tu fe. «La fe sin obras está muerta» (Santiago 2:26); en cambio, al ponerla en acción cobra vida. En la medida en que apliques la Palabra de Dios a tu vida cotidiana, te convencerás una y otra vez de la autenticidad de sus principios y promesas, y crecerá tu fe en ella y en su Autor.Busca el aspecto positivo. Nada apaga la fe como las circunstancias adversas, pero la Biblia promete: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados» (Romanos 8:28). Si aprendes a encontrarle el lado positivo a todo y mantenerte en esa tesitura, tu fe saldrá a flote hasta en las aguas más tempestuosas.Aprovecha las experiencias ajenas. Leer lo que Dios ha hecho por otras personas incrementará tu fe. Eso mismo también lo puede hacer por ti.Agradécele a Dios todo lo bueno. Alabar a Dios por Su bondad nos lleva ante Su presencia. «Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid Su nombre» (Salmo 100:4). Cuanto más le agradezcas a Dios Su bondad, más motivos encontrarás para dar gracias y más te bendecirá Él a cambio. Entrarás en una especie de espiral ascendente que te acercará a Dios y a la dimensión espiritual. Eso fortalecerá tu fe.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Resoluciones



A principios de cada año me propongo ciertas cosas para sacarle más provecho a la vida. Pero por muy bien que empiece, no logro mantener el impulso inicial. ¿Qué puedo hacer para seguir firme en mis propósitos y conseguir los resultados que anhelo? Eso nos ha pasado a todos. Resulta doloroso darnos cuenta de que no estamos haciendo los progresos deseados en aquellos aspectos en que sabemos que debemos mejorar. Por mucho que lo intentemos y por muchas determinaciones que tomemos, a veces simplemente no logramos superar nuestros malos hábitos ni cultivar otros buenos. Eso puede resultar tan descorazonador y decepcionante que a la larga perdemos fe en nuestra capacidad de cambio. Puesto que ya lo intentamos y fracasamos, concluimos que lo mejor es darnos por vencidos. Aunque a veces te sientas así, convéncete de que sí puedes efectuar los cambios que deseas. Eres creación de Dios, y siendo Él tu amoroso Padre, está sumamente interesado en todas las facetas de tu vida. Quiere y puede concederte lo que necesitas para alcanzar la felicidad, hacer progresos y desarrollar al máximo tu potencial. De modo que si estás abierto a la ayuda de Dios, obtendrás los resultados que anhelas. Lo único que Él requiere es tu colaboración y que te esfuerces un poco en el sentido que Él te indique. Si pones de tu parte, Él hará lo demás.A continuación, algunos consejos de probada eficacia para que consolides tus progresos:
1. Convéncete de que el cambio es necesario. Enumeralos motivos por los que te conviene cambiar. Comienza por tus propios motivos; luego estudia lo que dice la Palabra de Dios al respecto y añade las razones que expone Él. Puede que las tuyas sean buenas, pero las que saques de la Palabra reforzarán tus convicciones y te darán algo firme a qué aferrarte cuando flaquees en tu resolución de cumplir los propósitos que te hayas hecho
1.
2. Invoca la ayuda divina. Si estás convencido de que Dios quiere que efectúes cierto cambio —y ese debería ser uno de los motivos principales para desearlo—, puedes pedirle ayuda y contar con que te la concederá. Es perfectamente viable cambiar cualquier aspecto de tu vida que Dios y tú consideren que debe cambiar. Ten en cuenta que lo que a ti te resulta imposible, para Dios no lo es
2. Él siempre está a tu lado para ayudarte, las 24 horas del día, 7 días a la semana. Recuérdale periódicamente que en la Palabra ha prometido responder tus oraciones. Eso es señal de que tienes fe en Él, lo cual le complace 3.
3. Fíjate objetivos realistas. Las metas poco realistas lo desmoralizan a uno y por ende son contraproducentes. No esperes superar el récord mundial de salto alto a la primera tentativa. Lo único que conseguirás es desanimarte, y tirarás la toalla mucho antes de haber desarrollado tus capacidades. Ponte la vara a una altura tal que puedas superarla con un poco de esfuerzo. A partir de ahí, ve alzándola de a poco.
4. No trates de progresar en muchos aspectos a la vez. Fíjate una escala de prioridades y respétala. Una vez que hayas hecho progresos sostenidos en las facetas más importantes, añade otras, de una en una o de dos en dos.
5. Asigna al cambio que quieres realizar un espacio en tu horario cotidiano o semanal. A menos que destines determinados períodos de tiempo al cambio deseado —digamos, por ejemplo, hacer más ejercicio—, es muy posible que la iniciativa quede postergada ante todo lo demás que tienes que hacer. Es aconsejable comenzar y terminar esos ratos con una breve oración.
6. Confíale a alguien tus intenciones. Pocas cosas nos motivan más y espolean más nuestra fuerza de voluntad que revelarle nuestra intención de cambiar a una persona que nos respeta, que entiende los motivos por los que queremos hacerlo y que nos animará a perseverar. De ahí que grupos de apoyo del estilo de Alcohólicos Anónimos obtengan tan buenos resultados.
7. Muéstrate abierto a recibir ayuda de los demás. Se requiere humildad para pedir al cónyuge, a un amigo cercano o a un compañero de trabajo su opinión sincera acerca de los progresos que estamos haciendo en la consecución de nuestro objetivo; pero puede darnos una nueva perspectiva de las cosas, además de proporcionarnos aliento. Casi todas las personas cuyos nombres aparecen en los libros de récords o en textos de Historia contaron con un mentor, un director técnico, un entrenador o al menos con el apoyo de su cónyuge.
8. Haz un trato. Únete a alguien que se proponga lo mismo que tú. Plantéense retos el uno al otro. Espoléense el uno al otro. Ayúdense mutuamente cuando uno de los dos tropiece. Los triunfos que más saboreamos son los que compartimos.
9. Ten paciencia. El progreso normalmente se logra paso a paso. A veces se dan dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Siempre que haya algún avance, vas camino de alcanzar la meta que te propusiste. La clave está en la perseverancia. Cultivar un hábito nuevo suele tomar entre seis y ocho semanas.
10. No te des por vencido. Si recaes en alguno de tus viejos hábitos, no te atormentes ni te rindas. Repasa tu lista de motivos por los que quieres cambiar. Revisa los medios que empleas para efectuar dicho cambio. Haz los ajustes necesarios. Ora e invoca promesas pertinentes de la Palabra de Dios. Luego levántate y vuelve a intentarlo. En realidad saldrás fortalecido con cada contrariedad que logres superar.
1 Mateo 24:352 Lucas 18:273 Hebreos 11:6

viernes, 4 de diciembre de 2009

Para trabajar bien con otras personas



Hace poco me ascendieron a un puesto directivo que anhelaba desde hace mucho tiempo. Pero ahora tengo mis dudas sobre si este tipo de trabajo es para mí. Por lo visto, todo lo que digo y hago termina ocasionando malentendidos entre mis colegas y yo. ¿Algún consejo?Los malentendidos, sean cuales sean las circunstancias, irritan y fastidian, y más aún en el ámbito laboral, que ya de por sí suele generar bastante estrés. Si a eso le añades la presión de adaptarte a una nueva función directiva, no es de sorprenderse que te hayas desinflado. Pero no te rindas. Lleva tiempo aprender a asumir nuevas obligaciones y cultivar buenas relaciones de trabajo, así que ten paciencia. Mientras tanto, aquí tienes algunos consejos que pueden resultarte útiles:1. Ocúpate de una sola cosa a la vez. Presta total atención al asunto que tienes entre manos y a las personas con quienes hablas.2. Escucha. Presta oídos a tus colegas antes de expresar tus propias ideas y opiniones. Nunca los interrumpas. Así no sólo te beneficiarás de su experiencia, sino que les manifestarás respeto, y a la vez te ganarás el suyo.3. Si es necesario, pide más información o aclaraciones. Muchas trabas en la comunicación se producen porque alguien, por orgullo, se inhibe de pedir más antecedentes o de admitir que no entiende lo que plantea su interlocutor.4. Considera detenidamente el asunto. Define bien lo que quieres transmitir antes de empezar a hablar. Eso te ayudará a presentar tus ideas de forma más clara, más explícita y más directa. Por ende, se reducirán las posibilidades de que te entiendan mal.5. Tampoco hay que exagerar. John Kotter, profesor del Harvard Business School y autor del bestseller internacional Al frente del cambio, manifestó: «La buena comunicación no implica que haya que hablar en oraciones y párrafos perfectamente construidos. No se trata de ser muy pulido. La sencillez y la claridad dan excelentes resultados».6. Reconoce tus limitaciones. No tengas miedo de admitir que no entiendes o que no sabes algo. 7. Ten conciencia de los mensajes no verbales. Casi todo lo que haces comunica algo a los demás. Tu puntualidad dice algo, al igual que la atención que prestas. Lo mismo sucede con tu lenguaje corporal, la expresión de tu rostro y el tono de tu voz. Hasta el silencio habla. Las señales positivas abren vías de comunicación; las negativas las obstaculizan.8. Esfuérzate por comprender. Para entender a los demás, procura ponerte en su pellejo. ¿Por qué piensan o actúan de tal o cual manera? Ten cuidado de no leer erróneamente el lenguaje corporal de una persona. En la duda, pregunta.9. Brega por la unidad. Es más fácil trabajar codo a codo con los demás que en disputa con ellos. Evita los conflictos y choques buscando terreno común y cualidades dignas de admiración en tus compañeros de trabajo. 10. Mantén un enfoque positivo. Cultiva el espíritu de equipo haciendo hincapié en las tareas bien hechas y en los avances que se han logrado hacia la consecución de los objetivos trazados. Aborda los problemas desde la perspectiva de cómo pueden resolverse en lugar de ponerte a buscar culpables.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿Cómo puedo iniciar un programa de ejercicio?



Quisiera adquirir un mejor estado físico, pero no sé por dónde empezar. ¿Cuánto ejercicio es necesario? ¿Qué tipo de deporte o gimnasia es más conveniente y cuánto tiempo tengo que dedicarle? Las respuestas a esas preguntas dependen de una diversidad de factores, entre ellos tu edad, tu estado general de salud, tu actual grado de acondicionamiento físico y tu metabolismo. Sin embargo, existen pautas generales para que un programa de ejercicio sea eficaz. Escoge uno o varios tipos de ejercicio que te gusten. Así aumentarán tus probabilidades de perseverar en ello. Conviene comenzar despacio, con metas modestas, e ir incrementando gradualmente la intensidad. No se puede alcanzar un buen estado físico de la noche a la mañana. Exigirse demasiado y esperar resultados rápidos puede producir lesiones y desencanto. El programa debe combinar ejercicio cardiovascular*, que fortalece el aparato respiratorio, con entrenamiento de fuerza**, que da vigor a los músculos y los huesos. Es preciso hacer ejercicio con frecuencia (al menos cuatro veces por semana). Las sesiones deben ser extensas. Ve aumentando su duración hasta que tengan entre 40 y 60 minutos. Se recomienda que el ejercicio sea enérgico, de tal manera que aumente el ritmo cardíaco y provoque transpiración. Se debe hacer un precalentamiento al inicio de la sesión y un enfriamiento paulatino al final. Es prudente estar bien informado y comprender a cabalidad los beneficios y posibles riesgos del ejercicio que se quiere practicar. La información debe obtenerse de fuentes calificadas. Evítense las que promueven programas demasiado extremos y, cuando sea posible, confróntese una opinión con otra. Es preciso trazarse un plan realista y perseverar en él. De tanto en tanto hay que alterar la rutina. Con el tiempo el organismo se adapta a cualquier tipo de ejercicio, con lo cual éste deja de ser tan beneficioso. Las personas mayores de 40 años, que tengan sobrepeso, que estén en mal estado físico o que padezcan alguna dolencia crónica deben consultar a su médico antes de embarcarse en un programa de ejercicio. * Ejercicio cardiovascular: También llamado ejercicio aeróbico, o abreviadamente, cardio. Se trata de cualquier ejercicio que haga latir el corazón al 60-80% de su capacidad, por lo general durante un mínimo de 20 minutos. Puedes hacer un cálculo por la bajo de tu ritmo cardíaco máximo restando de 220 la edad que tengas.** Entrenamiento de fuerza es cualquier actividad que someta a una carga los músculos, huesos y articulaciones, por lo general mediante aparatos (barras, mancuernas, máquinas de ejercicio, etc.), o bien usando el propio peso del cuerpo (flexiones de brazos, abdominales, etc.). El entrenamiento de fuerza es aún más importante para la gente mayor, pues naturalmente se produce una pérdida de tejido muscular y óseo a menos que se tomen medidas para contrarrestar esa tendencia. Opta por ejercicios orientados hacia cada uno de los grupos importantes de músculos una o dos veces por semana. Salvo que tengas necesidades muy particulares o seas un culturista aficionado o profesional, bastan tres tandas a la semana de entre 20 y 30 minutos para fortalecer los huesos y tonificar la musculatura.

martes, 1 de diciembre de 2009

Fenómeno de la resurrección




Preguntará alguno: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?» Lo que siembras no vuelve a la vida si antes no muere. No plantas el cuerpo que luego ha de nacer, sino el grano desnudo, sea de trigo o de algún otro grano. Pero Dios le da el cuerpo que quiso darle, y a cada semilla le da un cuerpo propio. Así también sucede con la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Existe un cuerpo animal y existe un cuerpo espiritual. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la última trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados, pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad. Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Sorbida es la muerte en victoria». ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. El apóstol Pablo (1 Corintios 15:35-38, 42-44, 50-55, 57)

lunes, 30 de noviembre de 2009

Sobreponerse a un divorcio



Aunque comenzamos bien, nuestro matrimonio se malogró y hace apenas unos meses nos divorciamos. No soporto la soledad de regresar todos los días a un departamento vacío y sin nadie que me reciba. Pienso constantemente en el pasado y sufro mucho. ¿Qué puedo hacer? El divorcio puede ser una experiencia devastadora. Lo que empezó como un sueño, un proyecto de vida por el que uno se esforzó y se sacrificó tanto, termina abruptamente dejando un reguero de dolor y desilusión. Sin embargo, siempre hay esperanza en un futuro mejor. Hay un dicho muy cierto que reza así: «Dios puede recomponer un corazón quebrantado siempre y cuando le entreguemos todos los pedazos». Él comprende tu dolor, tu predisposición al resentimiento y esa sensación que tienes de que te malinterpretaron y te trataron injustamente. Por medio de la oración, encomiéndale tu corazón herido. Él es capaz de borrar los malos recuerdos y disipar el rencor, la rabia y la angustia. Aunque tal vez lleve algún tiempo, el amor de Dios es un bálsamo capaz de sanar todas esas emociones negativas. Él puede darte paz interior y un renovado interés en la vida. No todo está perdido. Mientras hay vida, hay esperanza. Puedes volver a amar y a ver correspondido tu amor. Acude a Él y permítele que te ayude a dejar atrás las desilusiones del pasado para que puedas encaminarte hacia un dichoso porvenir. Aunque tengas el corazón destrozado, considera todo lo que has aprendido en los asuntos del amor. Si dejas que este quebranto te ayude a superarte en lugar de amargarte, habrás madurado en tu capacidad de amar y comprender a otros. Dice la Palabra de Dios: «Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmo 51:17), y: «Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: “Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados”» (Isaías?57:15). Cobra ánimo. Jesús te recompondrá de la mejor manera si te entregas a Él. Hará de ti una persona más amorosa, más dulce, más comprensiva, e incluso hará que esa desilusión redunde en tu bien.En el aspecto práctico, tal vez te interese probar lo siguiente:
Pide a Dios que te ayude a aceptar lo sucedido. No te aferres al pasado.
Cuando te invada el remordimiento, apártalo enseguida de tus pensamientos.
Ocúpate del presente; no te inquietes por el futuro.
Una excelente táctica para olvidar tus desdichas es hacer algo por otra persona.
Anota lo que aprendiste de esa relación sentimental. Describe tus errores y lo que quieres evitar en una relación futura. Guarda la lista para más adelante, pero no la releas si lo único que consigues con ello es rememorar errores pasados.
Pasa tiempo con tu familia y amigos.
Haz nuevas amistades.
Aprende algo nuevo. Trázate un plan para lograr algo que nunca has hecho.
Anota diariamente, sin falta, algo que agradeces, más allá de tu estado de ánimo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Consejos Para ayudar a los niños a superar sus temores


Mi hija tiene casi tres años y entró en una etapa nueva: la de «Mamá, tengo miedo». Por ejemplo, les ha tomado miedo a los perros. Desconfía hasta de la vieja mascota de la familia, un animal de lo más dócil, y nos pregunta: «¿Tiene dientes afilados?», o: «¿Los perros se comen a las niñitas?» El solo ladrido de un perro a lo lejos basta para que la chiquilla salga despavorida y entre corriendo a la casa. Todos nuestros comentarios tranquilizadores no parecen servir de nada. ¿Cómo puedo ayudarla a superar sus miedos? Personas de cualquier edad pueden verse gravemente afectadas por el miedo; pero los niños suelen ser los que más sufren a raíz de ello, pues su marco de referencia es bastante limitado y aún no han desarrollado la capacidad de razonamiento necesaria para determinar qué temores son reales y cuáles son infundados. Se requiere una importante cuota de oración, paciencia, comprensión y buen tino de parte de los padres para ayudar al niño a lidiar con el temor. Asimismo conviene tener en cuenta que ciertos temores son normales, racionales y hasta saludables. Algunos son innatos, tales como el miedo a los estruendos o a las alturas. Otras fobias racionales se adquieren por medio de ciertas experiencias. Por ejemplo, si a un niño le pica una abeja, es probable que adquiera temor a las mismas. Otros temores racionales se inculcan por medio de las advertencias de los padres, entre ellos el temor a las estufas calientes, los cuchillos afilados y los autos en movimiento. Por otra parte, los temores irracionales, tales como el miedo a monstruos imaginarios, no tienen ningún fundamento en el mundo material. Muchos miedos que se padecen en la infancia son en parte racionales y en parte irracionales, y por lo general se relacionan con una etapa particular del desarrollo mental y emocional del niño a medida que se ve expuesto a experiencias nuevas y aprende a razonar y ejercitar su imaginación. Es muy importante no minimizar los temores de un niño. Eso no alivia el miedo; antes agrava la dificultad que ya enfrenta el pequeño, pues le hace sentirse avergonzado y disminuye su autoestima. Crearle un sentimiento de culpa por sentir miedo o darle la impresión de que está mal —como si fuera algo intencional— no hace más que complicar el problema. El primer paso para ayudar a un niño a superar su aprensión es encomendar el asunto a Jesús por medio de la oración. Pídele que llene a tu hija de la luz de la fe de modo que pueda vencer la oscuridad del miedo. Reza también una plegaria bien optimista con ella en la que hagas hincapié en los cuidados y el amor que Dios le prodiga. Conviene preguntarle a Jesús qué hacer para ayudarla a superar su temor, ya que cada caso y cada niño es diferente. Él puede indicarte el origen del trastorno, la mejor solución y la manera de presentársela a la niña. Por ejemplo, puede que te diga que le cuentes algo similar que te ocurrió a ti cuando eras pequeña, en la que al final todo resultó bien. O tal vez te indique que le leas un cuento en el que alguien superó un miedo parecido. Es posible que también te recuerde que no esperes resultados inmediatos. Ayudar a un niño a superar miedos irracionales lleva tiempo. En ese sentido, el amor y la oración nunca fallan.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


Estoy sometido a muchas presiones laborales y también domésticas. Me siento obligado a tener éxito, a poner el pan en la mesa para mi familia y a ser un buen padre y esposo. Recibo presiones de todos lados. ¡En muchos casos simplemente no sé cómo sobrellevarlas! ¿Qué puedo hacer? El estrés se está convirtiendo en un aspecto casi ineludible de la vida moderna. Decimos casi porque sí se puede hacer algo para evitar sufrir presiones indebidas o vivir en un estado de estrés constante. Si bien algunos de los consejos que se exponen a continuación se aplican a todo el mundo —hacer ejercicio o comer alimentos nutritivos, por ejemplo—, otros confieren cierta ventaja a los cristianos, pues de forma muy especial y personal incorporan a Jesús en la ecuación. Jesús es el consejero, entrenador, administrador, intercesor, secretario ejecutivo, preparador físico, confidente y mejor amigo del cristiano. En resumidas cuentas, es todo lo que este necesita para hacer frente al estrés, que ha llegado a ser parte integral de la vida moderna, y salir airoso de la contienda. Consejos para reducir el estrés Ora. Que los ratos tranquilos con Jesús se conviertan en un hábito cotidiano. Vete a la cama a tiempo; duerme lo necesario. Levántate a tiempo para que puedas dar comienzo al día sin prisas y arrebatos. Rechaza aquellas actividades para las que simplemente no tienes tiempo. De lo contrario se tornan gravosas para tu salud mental. Delega ciertas tareas en otras personas capaces de hacerlas. Simplifica tu vida, y no te recargues. Date tiempo extra para lo que tengas que hacer y para trasladarte de un lugar a otro. Disciplínate. Siempre que sea posible es mejor programar a largo plazo los cambios profundos y las iniciativas de envergadura. Evita tratar de encarar varios emprendimientos difíciles al mismo tiempo. Llévate algo de la Palabra de Dios para leer cuando tengas que esperar. No vivas preocupado por el mañana. Distingue lo que te preocupa de lo que requiere tu atención. Si determinada situación exige legítimamente que te ocupes de ella, averigua qué quiere Dios que hagas al respecto. Si te preocupa una situación por la que no puedes ni debes hacer nada, encomiéndala a Dios. Haz bastante ejercicio. Organízate de tal forma que todo tenga un lugar asignado. Concéntrate en las cosas en que tienes injerencia directa —tú mismo y tus hábitos—, en lugar de preocuparte por las que escapan total o parcialmente a tu control. Vive con arreglo a tu presupuesto; no compres nada a crédito a menos que no tengas más remedio. Emplea el tiempo que viajas en el auto para escuchar cintas o discos compactos basados en la Biblia, los cuales pueden ayudarte a optimizar tu calidad de vida. Sé amable con los que no lo son. (Es probable que sean ellos quienes más necesiten gestos de cortesía.) Agradécele a Dios todo lo que venga, pues no te enviará nada que tú y Él no puedan sobrellevar juntos. Toma medidas de contingencia: Lleva en la billetera una copia de la llave del auto. Esconde en el jardín una copia de la llave de la casa. Ten a mano algunas estampillas postales y pilas de repuesto para la linterna, etc. Prepárate una carpetita con lecturas inspirativas o con tus versículos preferidos. Ríete. Recuerda que en muchos casos el puente más corto entre la desesperación y la esperanza consiste en un sonoro «¡Gracias, Jesús!» Tómate en serio el trabajo, pero no te consideres excesivamente importante. Sigue una buena alimentación. ¿Tienes alguna dificultad? Habla de ella con Dios enseguida. Procura resolver los problemas pequeños en el momento en que surjan. No esperes a la hora de ir a la cama para ponerte a orar y buscar soluciones. Cultiva el hábito de perdonar. (La mayoría de la gente no hace las cosas mal a propósito, sino que procura obrar bien.) Cada noche, antes de acostarte, piensa en un suceso del día por el que te sientas agradecido. No te cargues con tareas nuevas hasta que hayas despachado asuntos pendientes que tienen prioridad. Aminora la marcha. Recuerda que no eres el gerente general del universo.

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Las cosas han —cambiado tanto desde que yo era joven que no sé por dónde empezar para relacionarme con mi hija adolescente y ayudarla. ¿Cómo puedo solventar el conflicto generacional? Es cierto que el mundo ha cambiado mucho en la última generación, y diríase que la brecha generacional se está ensanchando. Pero las apariencias engañan. Las diferencias intergeneracionales se manifiestan de forma distinta de una generación a otra. No obstante, la cuestión de fondo es la misma: los adolescentes tienen una necesidad innata de hallar su lugar en la vida, necesidad que el propio Dios puso en ellos. Para relacionarte mejor con tu hija, procura recordar cómo te sentías tú a su edad. Si eras la típica adolescente, los cambios constantes que se producían en tu organismo probablemente te hacían sentirte incómoda y poco atractiva. Cada vez que te salía un granito o que el peinado no te quedaba como esperabas se desataba una crisis de envergadura. Te preocupaba la forma en que te veían tus amigos. Te comparabas negativamente con aquellas compañeras de clase que eran más bonitas, más inteligentes, más simpáticas o que proyectaban una mayor confianza en sí mismas. Te enfrentabas a decisiones más importantes de las que habías tenido que tomar hasta entonces y sabías que más adelante estas serían todavía más trascendentales: ¿Hasta qué nivel estudiarías? ¿A qué te dedicarías cuando fueras mayor? ¿Con quién te casarías? ¿Por qué querría algún hombre casarse contigo? Aunque es posible que no entendieras lo que te sucedía en aquel momento —como tampoco lo entiende tu hija ahora—, todo ello representa el proceso de descubrirse a uno mismo y establecer su identidad. En esa etapa de la vida los jovencitos buscan señales en sus coetáneos y en sus padres. Se comparan constantemente con los de su misma edad para determinar dónde encajan. También analizan las actitudes, forma de vida y valores de sus padres para determinar si quieren ser como ellos cuando sean mayores. La mayoría de los jóvenes manifiesta como mínimo algo de rebeldía durante sus años mozos. Al fin y al cabo, ¿cómo van a establecer su propia identidad si no se emancipan hasta cierto punto de sus padres? Al reaccionar exageradamente a las muestras de rebeldía de sus hijos adolescentes, muchos padres empeoran una situación de por sí difícil. Eso casi siempre conduce a una mayor rebeldía y un ensanchamiento de la brecha generacional. Los padres inteligentes aceptan que es natural cierta medida de rebeldía y entienden que muchos de los cambios más evidentes que experimentan sus hijos adolescentes —las vestimentas o cortes de pelo estrafalarios, la música espantosa, etc.— son sintomáticos del proceso de separación. También entienden que la experimentación es parte ineludible del proceso de crecimiento y que no todos los experimentos van a ser exitosos. Para inventar la lámpara incandescente, Thomas Edison probó cientos de combinaciones de materiales que no dieron resultado, hasta que finalmente dio con la que funcionó. Al igual que Edison, la mayoría de los jóvenes terminan por darse cuenta cuando algo no da resultado y prueban otra cosa. Dale a tu hija un poco de margen para experimentar, dentro de ciertos límites. «Nada que sea dañino para ti ni para los demás y nada ilegal» son buenos puntos de partida. Algo que va íntimamente relacionado con la experimentación es el tema del dominio de sí mismo. Muchos quinceañeros no tienen ningún control de sí mismos, principalmente porque no ven motivos para ello. Les gusta pasarlo bien y disfrutar de la mayor independencia que han adquirido, y aprenden por ensayo y error. En muchos casos no aprenden a contenerse hasta que experimentan las consecuencias de las decisiones erradas que han tomado. Cabe preguntarse, sin embargo: ¿no te pasó lo mismo a ti? Si bien por un lado los jóvenes desean establecer su propia identidad, generalmente se sienten muy inseguros desempeñando ese nuevo papel. Se asemeja a la experiencia de subirse por primera vez a un trampolín de altura y colocarse en el borde: Se disponen a zambullirse en la adultez, y no saben si serán capaces de sobrevivir a la caída. No hay como el amor incondicional para contrarrestar esa inseguridad. Los jóvenes suelen comportarse como si no quisieran ni necesitaran el amor y el apoyo de sus padres, y a veces refuerzan esa actitud con despliegues de mal genio y desconsideración. Sin embargo, en la mayoría de los casos —ya sea que se den cuenta de ello o no— la realidad es que simplemente están poniendo a prueba el amor de sus padres. Lo que pretenden es que éstos les reafirmen su amor, pues el amor es indicativo de valía. Y los jóvenes necesitan que se los valore. Los padres que demuestran a sus hijos de edad juvenil un amor inquebrantable, por difíciles que sean las circunstancias, les dispensan la valía que tanto quieren y necesitan. Se requiere una gran medida de amor, paciencia y dominio propio por parte de los padres para ir soltando las riendas a sus hijos y dejar que éstos pasen por el proceso de maduración. Además requiere fe, fe en sus hijos; fe en que los valores que les inculcaron cuando niños serán el norte que los llevará a tomar decisiones acertadas; y fe en Dios, que instituyó el proceso. Este último punto es precisamente el que otorga gran ventaja a aquellos padres que creen en la fuerza de la oración y tienen una conexión personal con el Creador por medio de Jesús: saben a dónde acudir cuando ellos y sus hijos necesitan ayuda. Otro asunto que favorece a los padres creyentes es que estadísticamente son más las personas que aceptan a Jesús durante los primeros años de la juventud que en ninguna otra etapa de la vida. En general, los jóvenes son buscadores, peregrinos que procuran dar con la verdad y el sentido de la vida. Si tú u otra persona guían a tu hija a Jesús —«el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6)—, Él le aclarará las cosas mejor que nadie. Le manifestará amor incondicional, la hará sentirse aceptada y le comunicará paz interior. Cuando ella le presente sus problemas en oración, Él le dará las soluciones. Y una vez que tú y tu hija compartan una fe viva y firme, tendrán más en común que antes. Jesús es el mejor medio de acortar la distancia entre las generaciones.

martes, 17 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes



Pregunta: Jesús dijo que la forma de ser feliz y alcanzar el éxito en la vida es «buscar primeramente el reino de Dios»; pero ¿cómo se hace eso hoy en día? ¿Cómo hago para vivir una vida centrada en Dios, lograr algo más que simplemente sobrevivir en este mundo materialista y, a la vez, no perder mi identidad? Respuesta: En efecto, esas tres cosas se pueden conjugar. No es tan difícil como quizá te imaginas. El primer paso es determinar tus valores y objetivos en la vida. Toma nota de ellos. Sé sincero contigo mismo. «Buscar primeramente el reino de Dios» significa ajustar tus prioridades a las Suyas. De modo que el paso siguiente es saber qué es lo prioritario a los ojos de Dios. ¿Qué quiere Él que hagas? Muchas personas no pasan de este punto porque piensan que Dios les va a pedir algo imposible o muy sacrificado. Es probable que se vieran gratamente sorprendidas al saber lo clara y sencilla que es la Biblia al respecto, y lo viable que es lo que nos manda: «¿Qué pide el Señor de ti?: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8). «Este es el amor a Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos» (1 Juan 5:3). «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"» (Gálatas 5:14). Cierto es que no siempre resulta fácil vivir con la mente fija en esos objetivos. Es posible que entrañe algunos sacrificios iniciales. No obstante, estos se recompensan con creces. «Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lucas 6:38). Es importante disipar también otro concepto erróneo que tiene mucha gente: Si bien es verdad que la Biblia no define el éxito en términos de comodidades y bienes materiales, Dios no se opone al éxito económico. Lo determinante para Él es lo que hagamos con ese éxito. La Biblia no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, como a menudo se malinterpreta el versículo 1 Timoteo 6:10. La culpa de todos los males —puntualiza la Escritura— es «el amor al dinero». Dios con todo gusto te bendecirá materialmente si empleas esas bendiciones para «hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» y si «amas a tu prójimo como a ti mismo». Es más, la Biblia promete: «Deléitate [...] en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4), y: «No quitará el bien a los que andan en integridad» (Salmo 84:11). Falta, sin embargo, responder la tercera parte de la pregunta. ¿Perderás tu identidad? ¡Claro que no! Solo que te vas a sentir más feliz y satisfecho y vas a tener objetivos más claros. Dios te creó de forma que fueras una expresión singular de Su amor. No se propone invalidar eso, sino mejorarlo. Él no se limita a darte una buena vida; quiere concederte la mejor posible. Tiene la facultad de hacerlo, pero tú también tienes que desearla. Cuando tus valores coinciden con los de Dios y haces tuyas Sus prioridades, no hay pérdida. Sales ganando sí o sí.

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P.: Trabajo arduamente para triunfar en lo que hago, pero también trato de hacerlo de forma que complazca a Dios. ¿Por qué es necesario que le agradezca mis éxitos si a fin de cuentas son el fruto de mi esfuerzo? R.: Si le has entregado el corazón a Jesús, tal como afirmas, y tu deseo es complacerlo, seguramente acudes a Él para pedirle asistencia y orientación en todo lo que haces, y es lógico que quieras darle las gracias y reconocerle el mérito cuando te ayuda a alcanzar tus objetivos. Un buen ejemplo de esto, tomado de la Biblia, es esa ocasión en que la multitud se reunió en torno a Pedro y Juan después que se sanó un cojo en el pórtico del templo. Pedro dijo: «¿Por qué os maravilláis de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? Dios ha glorificado a Su Hijo Jesús. La fe que es por Él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros» (Hechos 3:1-16). La Palabra de Dios recomienda: «Los que os acordáis del Señor, no os calléis» (Isaías 62:6). El Señor desea y espera que Sus hijos, que lo conocen y lo aman, les hagan saber a los demás que Él es su Dios, su fortaleza y su amparo. No tienes por qué vacilar en decirle a la gente que es Él quien te ayuda a lograrlo todo. «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Al decir: «¡Gracias a Dios!» cuando las cosas marchan bien, le atribuyes la gloria a Él. Cada vez que le das gracias al Señor le reconoces a Él el mérito. Aunque simplemente le digas a alguien: «Que Dios te bendiga», le estás recordando al Señor. Para lograr lo que Dios quiere que logres es preciso que dependas de Su ayuda. Para hacer frente a los retos que se te presenten debes tener en cuenta que la verdadera fortaleza no proviene de ti ni de tus energías, sino de Su Espíritu (Zacarías 4:6). Si te repites a ti mismo y les recuerdas constantemente a los demás que no eres más que un instrumento en manos del Señor, Él se llevará la gloria por todo lo que bueno que realice por medio de ti. Verás también que te bendecirá y se valdrá de ti más que nunca si le reconoces el mérito en todo. La Palabra de Dios dice: «No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que Yo soy el Señor» (Jeremías 9:23,24).

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P.: ¿Qué debo hacer cuando mi fe en Dios y en la Biblia son blanco de ataques por parte de la sociedad secular? R.: La Biblia establece claramente que debemos defender nuestra fe con convicción, si bien acompañando siempre la fuerza de nuestros argumentos con amor y sabiduría y empeñándonos en que nuestro ejemplo sea consecuente con lo que decimos. El hecho de creer en Dios y en la Biblia y de llevar a Jesús en el corazón debería marcar una diferencia positiva en nuestra vida. Eso es lo que deben ver y oír los demás. Es normal que cada uno hable de lo que le resulta importante. Si uno es hincha de un equipo de fútbol que gana el campeonato, rebosa de entusiasmo al contárselo a los demás. Si uno hace un buen negocio o una buena compra, se lo dice a otros. Si da con una dieta o un consejo para conservar la salud, no se lo calla. ¿Por qué no habrías de hacer lo mismo tú con tu fe? Tienes tanto derecho como cualquier otra persona a hablar de lo que es importante para ti. Si hablas de tus experiencias personales («¿Sabes qué me pasó?»), la gente se ve ante la alternativa de decir: «No te creo», o: «Si tú lo dices, debe de ser cierto». Cuanta cómo Dios se ha hecho patente en tu vida y en qué aspectos te ha ayudado tu fe. No te dejes intimidar por preguntas de corte intelectual o filosófico, ni te preocupes por responder a los complicados argumentos de los demás. El apóstol Pablo dijo: «Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder» (1 Corintios 2:4), y: «Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, también corrompa vuestros pensamientos apartándolos de la sencillez de Cristo» (2 Corintios 11:3). A fin de cuentas la mayoría de las personas darían cualquier cosa por alcanzar la felicidad. De modo que si les muestras que eres feliz y les indicas que ellas también pueden serlo, hay más probabilidades de que descarten sus doctrinas ateas, sus teorías inútiles, sus complicadas filosofías y demás creencias falsas. Estarán más que contentas de hacer un trueque, de cambiar su confusión y su ansiedad por la verdad y la paz que les ofreces. Así que, cuando te parezca que alguien está atacando tu fe, conserva la afabilidad y la sencillez y mantén la conversación en un plano personal. Dile a tu atacante: «Desde que acepté el regalo de salvación de Jesús, he descubierto que es cierto todo lo que de Él dice la Biblia. Él es el único capaz de hacerte feliz, a ti y a cualquier otra persona. ¿Qué pensarías de mí si conociera el remedio para el cáncer o para el sida y no se lo dijera a nadie, sino que me lo guardara egoístamente? Pues bien, he descubierto una cura para la desdicha, la soledad, el rechazo y el temor. Si no la compartiera con mi prójimo, ¿qué pensarías de mí?» Después, con tacto, puedes presentar la solución: «Jesús es el remedio; así de sencillo. ¿Te animas a probarlo?»

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P.: Mi novio y yo cortamos nuestra relación hace poco, y la situación se volvió desagradable y dolorosa. Mis amigas me dicen que debería tomarme la revancha con él por el dolor que me causó. Creo en Dios y deseo complacerlo obrando bien. Sin embargo, en este momento quizás esté demasiado enojada para saber qué es lo correcto. ¿Cómo debería reaccionar un cristiano en una situación como la mía? R.: Teniendo en cuenta todo lo que te acaba de pasar, es comprensible que estés confundida y no sepas muy bien cómo reaccionar. Con todo, vas por buen camino al querer complacer a Dios obrando bien. ¿Cómo debería reaccionar un cristiano? Como reaccionó Cristo en circunstancias similares. Jesús no siempre podía controlar lo que la gente le hacía, pero sí podía controlar Su propia reacción y el efecto que tenía eso en Su espíritu. Lo mismo vale para nosotros. Él optó por vencer el mal por medio del bien. Nosotros podemos hacer lo mismo (Romanos 12:21). En Su famoso Sermón del Monte, Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo". Pero Yo os digo: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?"» (Mateo 5:43-46). Más adelante en ese mismo sermón Jesús explicó que obtenemos perdón y misericordia en la misma medida en que usamos de perdón y misericordia con los demás: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:14,15). Al sufrir ultrajes algunos de los primeros cristianos, el apóstol Pedro les aconsejó que siguieran el ejemplo de Jesús. «Si haciendo lo bueno sufrís y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis Sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en Su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:20-23). Quienes se resienten, dan lugar a impulsos de venganza y procuran hacer pagar a alguien por lo que les ha hecho sufrir, en muchos casos no logran librarse de sus propios sentimientos negativos. Se toman la justicia por su mano en vez de confiar en que Dios resuelva las cosas. Y normalmente, acaban armando un lío peor. En lugar de obtener satisfacción y ver aliviado su dolor, terminan llenos de remordimientos y con gran necesidad de ser perdonados ellos mismos. En cambio, quienes dejan el asunto en manos de Dios, quienes perdonan y olvidan, encuentran «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7). Opta por perdonar en vez de buscar venganza.

lunes, 16 de noviembre de 2009

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Mi marido y yo tenemos personalidades muy diferentes. Uno de los aspectos en que eso se hace patente es en la forma de manifestarnos cariño. A mí me gusta expresarle mi amor haciéndole pequeños obsequios o regalándole una tarjeta. Por dentro desearía que él hiciera lo mismo, pero simplemente no es lo suyo. Se trata de apenas una pequeña parte de nuestra vida, pero esos pequeños gestos de afecto significan mucho para mí. ¿Qué debo hacer? ¿Tratar de cambiar a mi marido pidiéndole que tenga más en cuenta mis expectativas, o más bien pedirle al Señor que me cambie a mí para que no desee tanto esas cosas? R.: Es probable que fuera la personalidad de tu marido la que te atrajo a él cuando lo conociste. De ahí que tal vez no quieras cambiarla mucho. Lógicamente, habrá cosas de su personalidad que no notaste cuando te casaste con él y puede que esta sea una de ellas. En muchos casos, las parejas cuyos matrimonios han soportado la prueba del tiempo lo atribuyen a tres cosas: respeto, aceptación y comunicación. A los cónyuges que saben respetarse mutuamente les resulta mucho más fácil aceptar a su pareja tal como es, con sus defectos y todo. Si no albergas ese tipo de amor, pide a Dios que te lo infunda. Su amor es tan magnánimo como para pasar por alto defectos y no menguar aun cuando fallamos. Recuerda, también, que el hecho de que alguien sea de determinada manera no significa que siempre lo será. El amor es un agente muy eficaz para producir transformaciones. El enamorado suele hacer cualquier cosa con tal de complacer a la persona amada. Ahí es donde entra la comunicación. Sucede demasiado a menudo que las personas se valen de insinuaciones, o bien sufren en silencio, cuando un poco de comunicación franca y sincera acerca de lo que le gusta y lo que le disgusta, de sus necesidades y deseos evitaría conflictos. A continuación ofrecemos algunos consejos prácticos que podrías aplicar para obtener un poco más de ese afecto particular que te gustaría que tu marido te demostrara y a la vez demostrarle el cariño que él espera de ti: Que cada uno haga una lista de las cualidades que admira del otro, de las cosas que más le agradan y le inspiran respeto por su cónyuge. Piensen en la forma en que el otro les brinda afecto. (Una pista: La mujer por lo general tiende a ser más sentimental y expresa su cariño por medio de notas, tarjetas y regalos; el hombre, en cambio, suele ser más práctico y manifiesta su amor por medio de acciones que hacen saber a su mujer que desea protegerla y proveer para ella.) Al detenernos a valorar las expresiones de cariño de nuestro cónyuge, nos fijamos menos en sus faltas. Pasen juntos un rato distendido comentando qué demostraciones de cariño le resultan más gratas a cada uno. Escúchense y tomen nota. Una vez que tu pareja te haya explicado cómo le gusta que le expreses cariño, proponte manifestárselo de una o varias de esas maneras en los dos días siguientes. A partir de ahí, hazlo con regularidad hasta que te surja espontáneamente.

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P.: Si Dios es amor —y eso afirma la Biblia—, ¿cómo puede ser que envíe al Infierno a tanta gente inocente que no ha tenido ocasión de aceptar a Jesús, a los millones de personas que nacieron en otras culturas y recibieron otra formación religiosa, así como a las nacidas en países cristianos a quienes nunca se les transmitió el verdadero mensaje de la salvación? R.: Muchos cristianos creen y enseñan que cualquiera que no haya aceptado a Cristo en esta vida será condenado para siempre al Infierno, que no hay segunda oportunidad en el más allá. Esa creencia se basa casi siempre en un solo versículo: «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27). Por otra parte, hay muchos versículos más que indican claramente que Dios es un Dios de amor, un Dios comprensivo que conoce a cada una de Sus creaturas y se interesa profundamente por ellas. No solo envió a Jesús a morir por nosotros, sino que cada día obra en nuestro corazón para acercarnos a Él. Un Dios capaz de amarnos a tal extremo para que alcancemos el Cielo, ¿abandonaría tan fácilmente a Sus amados? La Biblia nos enseña que la misericordia divina se extiende desde la eternidad hasta la eternidad» (Salmo 103:17). El Señor no quiere «que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9). Dios dio a Su Hijo Jesús al mundo «a fin de que todos creyesen por Él» (Juan 1:7). «Tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación» (2 Pedro 3:15). Dios no tiene favoritismos en lo tocante a la salvación. No concede la oportunidad de aceptarlo únicamente a los de ciertas culturas o religiones. Su designio es que todos conozcan Su mensaje de salvación y tengan ocasión de aceptar a Jesús en esta vida. No obstante, quienes no lo lleguen a conocer por diversas circunstancias o porque los cristianos no se lo den a conocer, tendrán su oportunidad en la otra vida. Un ejemplo bíblico de salvación en el más allá se produjo después de morir Jesús en la cruz. Reza la Escritura que descendió al corazón de la Tierra y predicó durante tres días a los espíritus que estaban allí presos (Mateo 12:40; 1 Pedro 4:6). Si éstos no tenían posibilidad de creer en Él y salvarse, ¿para qué se molestó en predicarles? Dios es justo. Él dará su oportunidad a cada persona, una oportunidad justa, fruto del amor —ya sea en esta vida o después de la muerte, ahora o entonces—, de oír el Evangelio, creer y reconocer que Jesucristo es el Salvador. Additional Reading: For more Activated magazine content, as well as many extras and never-published material, please check out the Reading Area.
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domingo, 15 de noviembre de 2009

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P.: HE ORADO e incluso HE PEDIDO a otros que oren por mí para superar una debilidad que tengo Y que no logro superar. ¿Por qué no responde Jesús a mis oraciones y me transforma? R.: En el momento en que reconocemos que tenemos un defecto y oramos para cambiar, ya hemos cambiado. «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14,15). Si oraste para cambiar, ya has alcanzado la victoria. Por medio del poder milagroso del Espíritu Santo y de las promesas de la Palabra de Dios, te conviertes en la nueva persona que le has pedido al Señor que haga de ti (2 Corintios 5:17; 2 Pedro 1:4). El capullo se abre y de él brota la nueva persona, la cual está lista para crecer en espíritu. Ese es el primer paso: tener fe en que la transformación se ha operado. La Palabra dice que la victoria se obtiene por medio de la fe: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo [y todos nuestros problemas], nuestra fe» (1 Juan 5:4). El Señor te ha dado la victoria. Simplemente tienes que aceptarla por fe y esforzarte por consolidar tu nueva personalidad. La victoria la obtienes en el momento en que admites que necesitas ayuda del Señor, echas mano de las promesas que nos hace en Su Palabra y oras para cambiar. Pero si después dices: «Será que fue una falsa victoria. El Señor no debe de haber respondido, porque sigo siendo el desastre de siempre», entonces estás cediendo la victoria. En tanto que te aferres a ella por fe y no dejes de agradecérsela al Señor, es tuya. Esa es la clave del triunfo: creer que es nuestro porque el Señor nos lo prometió y luego actuar de conformidad con esa convicción. Los sentimientos nada tienen que ver con el asunto. La victoria es nuestra por fe, aun cuando no sintamos que la hemos conseguido. Sigue, pues, alabando al Señor y agradeciéndole Su ayuda para superar tu debilidad, y pronto verás resultados concretos. Para que el Señor te ayude a cambiar la forma en que reaccionas en ciertas situaciones, tiene que modificar tu manera de pensar. Cuando le pediste al Señor que te transformara, de hecho le pediste que te volviera a cablear. Eso casi siempre requiere tiempo y un esfuerzo tuyo. El Señor hace la mayor parte, claro está; pero a nosotros nos corresponde poner en práctica lo que sabemos que debemos hacer para cultivar buenos hábitos, empezando por resistirnos a caer en nuestra vieja manera de pensar. Para ello no hay nada como la Palabra. La Palabra llena el vacío y establece la conexión con el nuevo juego de parámetros que el Señor tiene para nosotros. Por eso es tan importante leer, estudiar e incluso memorizar la Palabra. Luego, una vez que estamos llenos de la Palabra, tenemos que afirmarnos en la fe invocando las promesas del Señor y negándonos a creer las dudas del Diablo. Hay que hacerlo una y otra vez, siempre que veamos que caemos en nuestra antigua manera de pensar o en nuestros viejos hábitos. Cuanto más lo hacemos, más reforzamos nuestros nuevos patrones de conducta y forma de pensar, es decir, más nos «transformamos por medio de la renovación de nuestro entendimiento» (Romanos 12:2), y se hace más evidente que el Señor en efecto nos cambió.

sábado, 14 de noviembre de 2009

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P: Mi esposa y yo llevamos 11 años casados, y aunque todavía nos queremos mucho, nuestra relación se ha vuelto estéril. ¿Qué podemos hacer para recobrar el encanto que tuvo nuestro matrimonio en un principio? R.: La mayoría de las parejas, en ese momento de ensueño en que se miran arrobados y se prometen fidelidad mutua, se imaginan que toda su vida juntos irá in crescendo. Los padres de un recién nacido observan embelesados los ojos de su bebé y prometen nunca herirlo ni decepcionarlo. Dos niños juran ser mejores amigos para siempre. Los médicos, enfermeras, docentes, trabajadores sociales, voluntarios y otras personas consagran la vida a servir a los demás. Lo que motiva a las personas a asumir tales compromisos es el amor, el pegamento mágico que une a las familias, amistades y todas las cosas buenas. ¿Por qué sucede, entonces, que las parejas discuten? ¿Por qué regañan los padres a sus hijos, los humillan y se impacientan con ellos? ¿Por qué se distancian los amigos? ¿Por qué merma la inspiración para servir desinteresadamente a los demás? A medida que pasa el tiempo, nos familiarizamos tanto con las personas con quienes tenemos una relación estrecha, que dejamos de valorarlas y tratarlas como es debido. El desgaste de la vida cotidiana erosiona nuestras relaciones más preciadas opacando paulatinamente el brillo que tenían en sus comienzos. En la intimidad a todo el mundo se le notan los defectos y las arrugas. Las actividades acostumbradas se tornan mecánicas y degeneran en algo rutinario. Las bendiciones que en otro momento valorábamos comienzan a pesarnos. Cuando eso ocurre, es hora de revertir la tendencia. Requiere un esfuerzo y es posible que no sea fácil, sobre todo si hay algún conflicto que subsiste desde hace tiempo. Pero es posible. Da gracias a Dios por lo que tienes; considérate afortunado. Repasa todas las cualidades de tu esposa que te atrajeron en un principio. Luego ponte en el lugar de ella y hazte la misma pregunta. La forma más rápida y segura de devolver el brillo a una relación deslucida es pulir tus propias cualidades. Ocúpate en estar a la altura de las expectativas que tú te creaste para ti mismo desde el comienzo. Lo más seguro es que tu cónyuge haga lo propio. Y recuerda que Dios se especializa en hacer borrón y cuenta nueva. «Si alguno está en Cristo —dice la Biblia— nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Si bien esta promesa alude a la salvación, también es aplicable a la vida cotidiana. Dios revitalizará y renovará cualquier relación si le pedimos que empiece por nosotros.