jueves, 19 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes



Las cosas han —cambiado tanto desde que yo era joven que no sé por dónde empezar para relacionarme con mi hija adolescente y ayudarla. ¿Cómo puedo solventar el conflicto generacional? Es cierto que el mundo ha cambiado mucho en la última generación, y diríase que la brecha generacional se está ensanchando. Pero las apariencias engañan. Las diferencias intergeneracionales se manifiestan de forma distinta de una generación a otra. No obstante, la cuestión de fondo es la misma: los adolescentes tienen una necesidad innata de hallar su lugar en la vida, necesidad que el propio Dios puso en ellos. Para relacionarte mejor con tu hija, procura recordar cómo te sentías tú a su edad. Si eras la típica adolescente, los cambios constantes que se producían en tu organismo probablemente te hacían sentirte incómoda y poco atractiva. Cada vez que te salía un granito o que el peinado no te quedaba como esperabas se desataba una crisis de envergadura. Te preocupaba la forma en que te veían tus amigos. Te comparabas negativamente con aquellas compañeras de clase que eran más bonitas, más inteligentes, más simpáticas o que proyectaban una mayor confianza en sí mismas. Te enfrentabas a decisiones más importantes de las que habías tenido que tomar hasta entonces y sabías que más adelante estas serían todavía más trascendentales: ¿Hasta qué nivel estudiarías? ¿A qué te dedicarías cuando fueras mayor? ¿Con quién te casarías? ¿Por qué querría algún hombre casarse contigo? Aunque es posible que no entendieras lo que te sucedía en aquel momento —como tampoco lo entiende tu hija ahora—, todo ello representa el proceso de descubrirse a uno mismo y establecer su identidad. En esa etapa de la vida los jovencitos buscan señales en sus coetáneos y en sus padres. Se comparan constantemente con los de su misma edad para determinar dónde encajan. También analizan las actitudes, forma de vida y valores de sus padres para determinar si quieren ser como ellos cuando sean mayores. La mayoría de los jóvenes manifiesta como mínimo algo de rebeldía durante sus años mozos. Al fin y al cabo, ¿cómo van a establecer su propia identidad si no se emancipan hasta cierto punto de sus padres? Al reaccionar exageradamente a las muestras de rebeldía de sus hijos adolescentes, muchos padres empeoran una situación de por sí difícil. Eso casi siempre conduce a una mayor rebeldía y un ensanchamiento de la brecha generacional. Los padres inteligentes aceptan que es natural cierta medida de rebeldía y entienden que muchos de los cambios más evidentes que experimentan sus hijos adolescentes —las vestimentas o cortes de pelo estrafalarios, la música espantosa, etc.— son sintomáticos del proceso de separación. También entienden que la experimentación es parte ineludible del proceso de crecimiento y que no todos los experimentos van a ser exitosos. Para inventar la lámpara incandescente, Thomas Edison probó cientos de combinaciones de materiales que no dieron resultado, hasta que finalmente dio con la que funcionó. Al igual que Edison, la mayoría de los jóvenes terminan por darse cuenta cuando algo no da resultado y prueban otra cosa. Dale a tu hija un poco de margen para experimentar, dentro de ciertos límites. «Nada que sea dañino para ti ni para los demás y nada ilegal» son buenos puntos de partida. Algo que va íntimamente relacionado con la experimentación es el tema del dominio de sí mismo. Muchos quinceañeros no tienen ningún control de sí mismos, principalmente porque no ven motivos para ello. Les gusta pasarlo bien y disfrutar de la mayor independencia que han adquirido, y aprenden por ensayo y error. En muchos casos no aprenden a contenerse hasta que experimentan las consecuencias de las decisiones erradas que han tomado. Cabe preguntarse, sin embargo: ¿no te pasó lo mismo a ti? Si bien por un lado los jóvenes desean establecer su propia identidad, generalmente se sienten muy inseguros desempeñando ese nuevo papel. Se asemeja a la experiencia de subirse por primera vez a un trampolín de altura y colocarse en el borde: Se disponen a zambullirse en la adultez, y no saben si serán capaces de sobrevivir a la caída. No hay como el amor incondicional para contrarrestar esa inseguridad. Los jóvenes suelen comportarse como si no quisieran ni necesitaran el amor y el apoyo de sus padres, y a veces refuerzan esa actitud con despliegues de mal genio y desconsideración. Sin embargo, en la mayoría de los casos —ya sea que se den cuenta de ello o no— la realidad es que simplemente están poniendo a prueba el amor de sus padres. Lo que pretenden es que éstos les reafirmen su amor, pues el amor es indicativo de valía. Y los jóvenes necesitan que se los valore. Los padres que demuestran a sus hijos de edad juvenil un amor inquebrantable, por difíciles que sean las circunstancias, les dispensan la valía que tanto quieren y necesitan. Se requiere una gran medida de amor, paciencia y dominio propio por parte de los padres para ir soltando las riendas a sus hijos y dejar que éstos pasen por el proceso de maduración. Además requiere fe, fe en sus hijos; fe en que los valores que les inculcaron cuando niños serán el norte que los llevará a tomar decisiones acertadas; y fe en Dios, que instituyó el proceso. Este último punto es precisamente el que otorga gran ventaja a aquellos padres que creen en la fuerza de la oración y tienen una conexión personal con el Creador por medio de Jesús: saben a dónde acudir cuando ellos y sus hijos necesitan ayuda. Otro asunto que favorece a los padres creyentes es que estadísticamente son más las personas que aceptan a Jesús durante los primeros años de la juventud que en ninguna otra etapa de la vida. En general, los jóvenes son buscadores, peregrinos que procuran dar con la verdad y el sentido de la vida. Si tú u otra persona guían a tu hija a Jesús —«el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6)—, Él le aclarará las cosas mejor que nadie. Le manifestará amor incondicional, la hará sentirse aceptada y le comunicará paz interior. Cuando ella le presente sus problemas en oración, Él le dará las soluciones. Y una vez que tú y tu hija compartan una fe viva y firme, tendrán más en común que antes. Jesús es el mejor medio de acortar la distancia entre las generaciones.

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