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viernes, 30 de octubre de 2009

¡En defensa de los pobres! (Nehemías, capítulo 5)

Fue en el año 444 a.C., durante el reinado de Artajerjes en Persia, que Nehemías, el judío que había sido copero del rey, se entregó a la valiente misión de reconstruir Jerusalén. Aquella ciudad había sido cuna de sus padres, y en otros tiempos la gran capital de Israel. Debido a sus pecados y a su rebeldía contra Dios, los judíos habían sido vencidos y esclavizados por Babilonia hacía ya muchos años. Luego vinieron los medo persas, al mando del rey Ciro, y conquistaron Babilonia, estableciendo así un vasto imperio que duró más de 200 años. Ciro, que además de amo era amigo de los judíos, decretó en el primer año de su reinado que estos podían iniciar el regreso a Israel, su tierra. El hecho es que casi cien años después era muy poco lo que se había hecho por restaurar Jerusalén. Los muros, que una vez se habían alzado imponentes, aún se hallaban reducidos a ruinas calcinadas, y las puertas de la ciudad seguían derribadas y medio quemadas. Apesadumbrado por la triste situación en que se hallaba su pueblo, Nehemías convenció al rey Artajerjes para que le permitiera regresar a Jerusalén, ¡lo cual fue una respuesta milagrosa a sus fervientes oraciones! Debido a la lealtad con que había servido al rey y a su amistad con él, Nehemías fue nombrado gobernador de la provincia de Judá. Artajerjes le dio cartas oficiales de recomendación, así como también abundantes materiales y ayuda económica para la construcción de los muros de Jerusalén. Poco después de llegar a Jerusalén, Nehemías logró convencer a la nobleza y al pueblo de que se unieran bajo sus órdenes a fin de reconstruir la ciudad. Al principio todo marchaba muy bien y la obra progresaba rápidamente. Los muros de la ciudad se erigían a pesar de la oposición del enemigo. Pero surgieron otros problemas serios a los que hubo que hacer frente. Al mismo tiempo se produjo una gran sequía en la región. La producción de alimentos decayó a niveles desastrosos y muchos de los judíos más pobres que vivían de la tierra comenzaron a padecer sus efectos. Sin embargo, la escasez no era la única causa de sus pesares. Acaudalados miembros de la nobleza y prestamistas judíos de Jerusalén comenzaron a aprovecharse de la pobreza del pueblo. ¡No veían aquella tragedia como un motivo para ayudar a sus hermanos, sino como medio de ganar aún más dinero! En primer lugar, debido a que la producción de alimentos se hallaba casi paralizada, muchas familias que en condiciones normales cultivaban sus propias huertas, se vieron obligadas a comprar provisiones hasta que mejoraran las condiciones climáticas. Ciertos usureros codiciosos les ofrecían préstamos, por los que les cobraban intereses, logrando elevadas ganancias. Muchas familias acosadas por el hambre, en su desesperación se vieron obligadas a hipotecar sus campos, viñas y casas para poder obtener dichos préstamos. Existían otras que ya habían empeñado sus propiedades para poder pagar los impuestos que eran recaudados cada año en todas las provincias por el gobierno persa. ¡Algunos se encontraban en tan mala situación que, luego de haber empeñado sus propiedades, se vieron obligados a vender sus propios niños como esclavos a cambio del dinero que necesitaban para sobrevivir! ¡Para colmo, debido a los altos intereses de sus préstamos, a muchos se les hacía imposible cancelar sus deudas, y en poco tiempo los prestamistas se adueñaban de sus bienes, con lo cual perdían toda esperanza de comprar la libertad de sus hijos! La situación se hizo insostenible. Algunos de los dirigentes ya se habían quejado de que el trabajo en el muro se hacía muy difícil. > -¡Los obreros se han debilitado -decían-, y hay tanto escombro y desechos que jamás terminaremos! ¡Nuestros enemigos amenazan con atacarnos en cualquier momento! > La situación no podía ser más desesperante. Hasta entonces Nehemías siempre había logrado infundir fe a los hombres para que continuaran trabajando en el muro a pesar de la difícil situación. Su valor inquebrantable y su perseverancia habían contagiado a los demás. Pero se daba cuenta de que había aparecido un adversario aún más poderoso que amenazaba con destruir todo lo que él y su pueblo habían soñado. El perverso enemigo que se cernía sobre ellos y sobre el éxito de su misión era la codicia. ¡La actitud de algunos miembros de la nobleza y otras personas influyentes prácticamente aseguraba el fracaso de la obra! ¡Todo a causa de su egoísmo! Una tarde Nehemías salió a inspeccionar el trabajo en el muro. ¡De pronto se le acercó una multitud de pobres obreros andrajosos, protestando airadamente contra los prestamistas que prácticamente los habían llevado a la esclavitud económica! > -Somos hermanos de estos hombres ricos y nuestros hijos son iguales a los suyos. Sin embargo, tuvimos que vender a nuestros hijos como esclavos a cambio de dinero para sobrevivir. Nos hemos visto obligados a vender a nuestros hijos e hijas, y no podremos recobrarlos, ya que nuestras tierras y propiedades han sido confiscadas por estos hombres. Al comprobar la situación con sus propios ojos, Nehemías se enfureció. Convocó una gran asamblea para un juicio público y adoptó una actitud muy firme con los usureros: > -¿Qué es esto que hacen? -les preguntó-. ¿Cómo se atreven a exigir una hipoteca a cambio de ayudar a un hermano? ¿Acaso han olvidado que las leyes que Dios entregó a Moisés prohiben a un judío prestar dinero a un hermano con el objeto de obtener de ello una ganancia? (éxodo 22:25-27 y Deuteronomio 23:19,20) A medida que avanzaba el juicio, la indignación de Nehemías iba en aumento. > -Los demás hacemos lo que podemos por ayudar. ¡Incluso hemos comprado la libertad de muchos de nuestros hermanos con nuestro propio dinero! ¡Y ustedes los obligan a volver a la esclavitud! ¿Cuántas veces hemos de redimirlos? > Ante esto se hizo un silencio en la multitud, mientras Nehemías aguardaba la respuesta de los acusados, pero estos no atinaban a pronunciar palabra en su defensa. En primer lugar sabían que era ilícito exigir intereses sobre los préstamos, lo cual recibía el nombre de "usura". Cualquier préstamo a un hermano judío debía hacerse sin intereses. Además de eso, el que prestaba estaba obligado a considerar la situación económica del que pedía prestado y las posibilidades que tenía de devolver el dinero. ¡Ese era el plan de Dios, consistente en ayudar a los pobres, y no en arrebatarles lo poco que tenían! (Deuteronomio 15:1- 11) Nehemías recalcó aún más la gravedad del hecho ante toda la asamblea al decir: -¡Lo que hacen es perverso a los ojos de Dios! ¿Cómo podemos esperar que Dios bendiga nuestra nación si nos convertimos en nuestros peores enemigos? ¿No debemos acaso andar en el temor del Señor? ¿Es que no tenemos suficientes enemigos en las naciones vecinas que tratan de destruirnos, que ahora debemos sufrirlos entre nosotros mismos? He prestado al pueblo dinero y maíz sin intereses, y lo mismo han hecho mis compañeros y los hombres que trabajan para mí. ¡Por lo tanto, ruego a cada uno de los que han prestado con intereses, renuncie hoy mismo a todo reclamo de pago y a toda deuda, ya sea de dinero, maíz, vino o aceite de oliva, y que devuelva de inmediato los campos, las viñas, los olivares y las casas a sus legítimos dueños! Al verse ante Nehemías y toda la asamblea, uno a uno los acusados accedieron avergonzados a sus demandas. Su egoísmo había sido desenmascarado ante todos y no había más que decir. La gente del pueblo observaba perpleja, mientras aquellos hombres que se habían aprovechado de ellos tan despiadadamente prometían ayudar a sus hermanos económica y materialmente, sin interés y sin requerir una hipoteca de sus tierras, ni exigir que vendieran sus hijos como esclavos. Aquello era digno de celebración. Pero Nehemías no estaba dispuesto a correr riesgos. De inmediato llamó a los sacerdotes y exigió que los culpables hicieran un juramento formal de cumplir con lo prometido. (¡En aquellos días, un juramento público implicaba un compromiso equivalente al de un contrato escrito! Deuteronomio 23:21-23) Nehemías se quitó entonces la faja que llevaba atada a la cintura y la sacudió delante de ellos. > -¡Así sacudirá Dios a cualquiera de ustedes que no guarde su promesa! -les advirtió-. ¡Invoco una maldición de Dios sobre cualquiera de ustedes que quebrante su promesa! ¡Pido a Dios que destruya el hogar y los bienes de quien se atreva a hacerlo! > Al oír esto, todo el pueblo respondió: > -¡Amén! > ¡Y alabaron al Señor con gran alegría! Demás está decir que todos aquellos ricos cumplieron su promesa. Gracias a aquella victoria sobre el enemigo más peligroso, el enemigo interno, el trabajo en el muro fue reanudado aún con más celeridad y empeño. Una vez terminado el muro, debido a la unidad que se había alcanzado y a que el pueblo había obedecido al Señor y a Su liderazgo escogido, surgió un gran reavivamiento espiritual entre la gente. Para Nehemías habría sido muy difícil persuadir a aquellos hombres y alcanzar una victoria tan grande, de no haber dado ejemplo él mismo del amor que sentía por Dios y por su pueblo, así como también de su generosidad y espíritu de sacrificio. Durante los 12 años que reinó como gobernador de Judá tuvo una comprensión muy clara de la situación de sus compatriotas y sus difíciles condiciones de vida. Debido a ello, se negó a percibir salario alguno por su labor. En su diario, Nehemías escribió: > -No acepto salario ni asistencia alguna por parte del pueblo de Israel. Aquella actitud contrastaba bastante con la de los anteriores gobernadores de Israel, que exigían vino y alimentos y más de 500 gramos de plata por día, y habían puesto a la población a merced de sus funcionarios, que la oprimían sin misericordia. Nehemías continuaba diciendo en su diario: -Pero yo obedecí a Dios y me negué a seguir el ejemplo de los anteriores gobernadores, que imponían pagos al pueblo. Permanecí en mi puesto de trabajo en el muro, y ni yo ni los que trabajaban conmigo nos aprovechamos de nuestros cargos para obtener ventajas personales, ni adquirimos bienes propios. Asimismo, exigí que todos los funcionarios de mi gobierno dedicaran parte de su tiempo a trabajar en el muro. También di de comer diariamente a 150 judíos y jefes, sin contar a los visitantes de otras naciones, lo cual me representó enormes gastos personales. Sin embargo, me negué a exigir al pueblo un impuesto especial, pues su situación era ya bastante difícil. Este es un relato histórico tomado directamente de la Biblia. Nehemías dio un maravilloso ejemplo de lo que debe ser un dirigente creyente, abnegado y generoso. Daba ejemplo con su propia vida y no vacilaba en poner en su lugar a los que se enriquecían a costa de los pobres. Tal vez valdría la pena detenerse a pensar en lo que pudo haber sucedido en Jerusalén si los pobres hubiesen seguido sufriendo explotación y malos tratos. Al fin y al cabo, ellos constituían el grueso de la fuerza laboral. ¡Era la gente común la que, en su mayor parte, componía las fuerzas que empuñaban armas día y noche para defender su tierra de los ataques del enemigo! ¡Sin su apoyo, ayuda y cooperación, el esfuerzo por restaurar Jerusalén habría sido vano! ¡REFLEXIÓN! (1) Al parecer, los gobernantes de este mundo suelen estar ciegos a causa de su pecado: ¡la opresión de los pobres! Puede que los ricos sean muy listos cuando se trata de ganar dinero, pero al adoptar la infame política de manejar al gobierno, y todo lo que haga falta, para enriquecerse a costa de los pobres, aseguran su consiguiente caída, porque Dios casi siempre está del lado de los pobres, ¡y El hace que a la larga ellos salgan ganando! (2) En este caso, Dios envió a alguien para librar a los pobres: a Nehemías. Debido a que los codiciosos manipuladores hicieron lo que Nehemías les ordenó, el Señor bendijo al pueblo y protegió la tierra. De no haber obedecido, sin duda habrían caído. La Palabra de Dios advierte que "¡el que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará y no será oído!" (Proverbios 21:13) Pero también dice: "¡Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará el Señor! ¡El Señor lo guardará y le dará vida, y será bienaventurado en la tierra!" (Salmo 41:1,2) (3) Dios no se opone a que se tenga riquezas, contrariamente a lo que sostiene alguna gente, equivocadamente. El no ve con desagrado las riquezas. ¡Sólo se opone a que estén en manos de unos pocos cuando hay muchos que no tienen suficiente! ¡De hecho, a Dios le gusta que haya riqueza, y puede darnos más de lo que necesitamos, siempre y cuando lo compartamos para que todos tengan suficiente! No tiene nada de pecaminoso que los ricos vivan cómodamente, pues así pueden trabajar mejor y ayudar a los pobres. ¡De esa manera, con frecuencia pueden hacer mejor las cosas! Su pecado suele ser que no comparten sus bienes con los que padecen necesidad. (4) ¡Como en el caso de Nehemías, por lo general los hombres de fe que actúan movidos por Dios y tienen el valor de actuar con sinceridad, deben hacerlo solos! No siempre pueden complacer a la gente, y debido a que tienen que defender la verdad y la justicia, muchas veces no son de su agrado. Pero, ¿qué es mejor: complacer a Dios o al hombre? El apóstol Pablo dijo: "¿Busco ahora el favor de los hombres , o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? ¡Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo!" (Gálatas 1:10) ¿A quién sirves tú?

¡El poder de la musica! (1º de Samuel 16:14-23)

Corrían por Jerusalén rumores de que el rey estaba en muy mal estado de salud mental. Sentado en su trono, Saúl se pasaba la mayor parte del tiempo silencioso y meditabundo. Para todos los que le veían, estaba claro que una profunda depresión se había adueñado de su mente ofuscándola. Poco antes, Saúl había dirigido victoriosamente en batalla los ejércitos de Israel contra sus enemigos, los amalecitas. Pero ahora se sentía derrotado, porque había desobedecido el mandato divino de "matar a todo el pueblo" y lo que pertenecía a los amalecitas, tomándose la libertad de salvar la vida de Agag su rey y lo mejor de sus ovejas, el ganado vacuno y otros animales. (1º de Samuel 15:1-9) Cuando Samuel, el profeta de Dios, descubrió la descarada desobediencia de Saúl, le transmitió un mensaje del Señor que presagiaba su caída: "¡Como desechaste la Palabra del Señor, el Señor te ha desechado a ti para que no seas rey de Israel! ¡El Señor te ha quitado hoy el reino y se lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú!" (1º de Samuel 15:11-29) Después de que Saúl oyó tan espantoso mensaje, la Biblia dice: "El Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo." (1º de Samuel 16:14) Su depresión y melancolía eran tan profundas que los siervos que atendían al rey estaban cada vez más alarmados por su estado de salud mental. Después de reunirse a ver qué hacían, escogieron a Jabez, copero de Saúl, para que le propusiera al rey una solución con la que esperaban librar a su señor de su depresión y desesperación. Jabez entró lentamente en la sala del trono, que estaba profusamente decorada. "Mi señor", dijo dirigiéndose respetuosamente al rey. -¿Qué quieres?, -le preguntó amenazadora y bruscamente Saúl. -¿Por qué me molestas? ¿No ves que quiero que me dejen tranquilo? -Señor, -explicó Jabez, -puedes estar seguro de que tu humilde siervo, y todos tus demás siervos, somos leales y entregados a tu servicio. ¡Lejos esté de nosotros desagradarte! Pero hemos visto que el rey está atribulado por un espíritu malo y queríamos ofrecerle nuestra ayuda..." -¿Cómo te atreves a hablarle a tu rey de esas cosas?, -exclamó Saúl furioso mientras se levantaba para echar mano de su lanza. -¡Ten piedad, mi señor!, -exclamó Jabez, postrándose de rodillas tembloroso. -¡Tus siervos sólo deseaban pedirte que nos dieras la orden de buscar a un hombre que sepa tocar el arpa con maestría! ¡Porque cuando suene el arpa, el espíritu malo se apartará de ti y sentirás alivio!" Comprendiendo que la intención de su copero no había sido insultarle, sino simplemente ayudar, Saúl se dejó caer cansadamente en su trono, meditando en lo que le acababa de decir Jabez. "Hum", se dijo, "¿quién sabe? He oído decir que los malos espíritus se van cuando se toca música al Señor. Quizá valga la pena intentar." -¡De acuerdo, Jabez, ve a buscar a un músico que toque bien y tráemelo! Otro de los criados de Saúl, se aventuró a decir: "Señor, el año pasado, cuando visité a mi madre en Belén, conocí a un muchacho llamado David, hijo de Isaí, y le oí tocar el arpa cantando al Señor mientras cuidaba los rebaños de su padre. Tocaba y cantaba de maravilla, y estoy seguro de que el Señor está con él." Con la esperanza de que tal vez la música de aquel humilde pastor le fuera de alguna ayuda, Saúl se apresuró a enviar mensajeros a Belén para que le pidieran a Isaí: "¡Envíame a tu hijo David, que está con las ovejas!" Isaí obedeció sin vacilar, porque para él era un gran honor que uno de sus hijos sirviera en la corte del rey. Desde el primer momento, David le cayó en gracia a Saúl, que ordenó a su copero: "¡Trae al muchacho a la cámara real para que toque para mí!" Jabez le explicó brevemente a David antes de llevarlo con Saúl la razón por la que lo habían mandado llamar a la corte del rey. Cuando se enteró de lo que le pasaba a Saúl, David se dijo: "¿Quién soy yo para tocar ante el rey de Israel?" "Vamos", le dijo Jabez, "el rey te espera. Te acompañaré a su presencia y te indicaré dónde te debes sentar." Cuando entraron en la tenuemente iluminada sala del trono, David oró fervientemente en silencio pidiéndole al Señor que le ayudara e hiciera su voluntad. Saúl no saludó a David, sino que se quedó mirándolo fijamente en silencio. Incómodo y sin saber a ciencia cierta qué hacer, David miró a Jabez, que le hizo señas para que empezara a tocar. Tomando el arpa, David cerró los ojos y se puso a tañer sus cuerdas, imaginando que estaba en una tranquila ladera guardando los rebaños de su padre. La sala no tardó en resonar con las notas tranquilizadoras y melódicas de la música de David, que hacía de acompañamiento mientras cantaba: "El Señor es mi Pastor, nada me falta. En lugares de delicados pastos me hace descansar." (Salmo 23) Mientras el rey escuchaba atentamente a aquel humilde músico de Belén, comenzó a emocionarse y marcar el ritmo de la música con los pies. De pronto, el rey Saúl se dio cuenta de que sentía algo que no había sentido en lo que le parecía una eternidad: ¡paz! ¡Paz interior y en su corazón! ¡Y comprendió que el espíritu malo se había ido de él! Dice la Biblia: "Y cuando el espíritu malo venía sobre Saúl, David tomaba su arpa y tocaba. ¡Y Saúl tenía alivio y se sentía mejor, y el espíritu malo se apartaba de él!" (1º de Samuel 16:23)
* * * ¡Qué relato tan asombroso! ¡Qué demostración del poder espiritual de la música inspirada! La música inspirada por el Espíritu de Dios comunica el Espíritu de Dios. Y el Diablo la detesta y no la soporta, como demuestra el caso de Saúl. El espíritu malo huía de Saúl en cuanto prestaba atención y escuchaba a David, el músico inspirado por Dios, tocando y cantando la música del Señor! Pero desgraciadamente, del mismo modo que la música buena inspirada por el Señor comunica el Espíritu de Dios, la música mala, la del Diablo, comunica el espíritu de Satanás! Por eso tanta de la "música" moderna actual, una buena parte de la cual es poco más que ruido, como por ejemplo el rock duro, el "heavy metal", el "punk rock", etc., que produce un efecto totalmente horrendo e infernal en los oyentes. ¡Escuchar semejante contaminación auditiva es como invitar a los propios demonios del infierno, y a menos que se la combata y resista, no se puede evitar su influencia espiritual negativa! Los mismos médicos y psicólogos han observado con preocupación lo que llaman el "efecto psicológico adverso" que una buena parte de la música moderna actual está ejerciendo en los jóvenes, sobre todo los que van con frecuencia a discotecas y actuaciones de rock y se machacan los tímpanos con audífonos a todo volumen! Little Richard, que en otros tiempos llegó a ganar entre 10 y 40.000 dólares por hora como figura del rock, confesó después de convertirse a Jesús y abandonar su música diabólica: "¡El rock and roll embota los sentidos hipnotizando el cerebro!" Reconocidos psicólogos y médicos han observado y notado que el rock duro produce ataques epilépticos en personas susceptibles, hace que las plantas se marchiten y se mueran en las casas cuando están constantemente dentro de su radio de acción, asusta y ahuyenta a los pájaros y ha producido una grave disminución de la capacidad auditiva en una alarmante cantidad de jóvenes! Cada vez hay más casos de asesinatos y suicidios perpetrados por "fans" y seguidores rabiosos de diversos conjuntos de rock, cuyas infernales canciones promueven abiertamente la brujería, el satanismo, el ocultismo, el culto al Diablo y una gran cantidad de otras prácticas demoniacas contrarias a Dios! En su libro "El hombre y todo su mundo", Gary Nole cuenta que en la Universidad de Pittsburgh se realizó un experimento para estudiar el efecto de la música rock en el sistema nervioso de los conejillos de Indias: "Durante dos semanas, veinte conejillos de Indias fueron sometidos a una música rock que sonaba continuamente a 80 decibelios, que es el volumen al que la suelen escuchar muchos jóvenes adolescentes. Los resultados fueron sobrecogedores: los animales experimentaron cambios señalados en su comportamiento; hubo casos de canibalismo y homosexualidad. ¡Algunos se volvieron estériles, y otros sufrieron ataques al corazón!" ¡Con razón que tantos pobres jóvenes que se han dejado arrastrar por el ruido satánico, bestial, salvaje y violento de la actualidad que llaman "rock" se han vuelto locos! La Biblia dice: "¡Dios no es autor de confusión, sino de paz!" (1a a los Corintios 14:33) ¡Pero eso tan confuso y violento que llaman música y que está descarriando a la juventud es de todo menos pacífico! ¡Es pura confusión, obra del autor de la confusión en persona, Satanás! ¡Por eso es tan importante que escuches música buena! ¡Si has recibido a Jesús y eres hijo de Dios, abandona los horrores infernales y gritos de demonios que se encuentran en gran cantidad de los ruidos horrendos tan populares en la actualidad! ¡El ritmo selvático africano palpitante de una buena parte de la música actual es suficiente para sacarte todo de la cabeza, hasta a ti mismo, abriéndole la puerta de par en par a los malos espíritus y los demonios! ¡Así como la música buena de Dios que tocaba David ahuyentaba el espíritu malo de Saúl, la música del Diablo invoca espíritus malos para que atormenten y hasta lleguen a poseer a los que la escuchan! ¡Ojo! La Biblia nos advierte que no seamos como el perro que vuelve a su vómito o la puerca lavada que vuelve a revolcarse en el cieno" (2a de Pedro 2:22). Así sucede con el hijo de Dios que ha encontrado a Jesús y la vida tan maravillosa que ofrece pero que vuelve a la basura de este mundo y la vida impía que vivía antes de conocer al Señor. Si verdaderamente has "nacido de nuevo" y eres una "nueva criatura en Cristo", no querrás traer contigo a tu nueva vida en Jesús ninguna de las algarrobas sucias y vanas de la pocilga, ¿verdad? ¡Y si estás acostumbrado a sumergirte en los ruidos satánicos del condenado dominio del Diablo, por el amor de Dios y por el bien de tu alma, deshazte de la basura y déjala atrás! ¡Si todavía te atrae y te gusta escuchar esa clase de contaminación espiritual, tienes que orar pidiéndole al Señor que transforme tu apetito, y empezar a escuchar algo más sano y saludable! ¡Prueba nuestras hermosas, alegres e inspiradas cintas de música de la Familia! ¡Es música que te inspirará a hacer la voluntad de Dios y a amar a Dios y a sus hijos! ¡Pero la música del Diablo te da ganas de hacer la voluntad de Satanás y de amar a Satanás y los hijos del Diablo! No es eso lo que quieres, ¿verdad? "¡Escoged hoy a quién serviréis!" (Josué 24:15) "¡Cantad al Señor cántico nuevo, porque ha hecho maravillas! ¡Me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso, y puso mis pies sobre peña (¡la Roca, Jesús!)! ¡Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios!" ¿Amén? (Salmo 98:1; 40:2,3) ¡Escucha música agradable que glorifique a Dios! ¡No la del Diablo! ¿Lo harás?

«¡Hazme una torta!» ¡La generosidad de una viuda hizo que salvara su propia vida! (1Reyes 17)

Este relato se refiere a un hecho acontecido en Israel, alrededor del año 900 a.C. ¡Era una época triste y difícil para la nación, pues se hallaba bajo el reinado del peor rey que había tenido hasta entonces: Acab! Acab se hallaba bajo la gran influencia de Jezabel, su esposa extranjera, a punto tal que adoptó su vil religión, el baalismo, que era el culto a Baal, el dios pagano. Bajo el malvado reinado de Acab y Jezabel, los profetas del Dios verdadero fueron metódicamente masacrados, y el baalismo se convirtió en la religión oficial del Estado. Con el objeto de hacer conocer Su desagrado, Dios envió a Su profeta Elías directamente a Acab con un mensaje de advertencia: > -¡Vive el Señor, Dios de Israel, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra! > Luego de dar aquella advertencia, Elías huyó al desierto, donde se ocultó de los soldados de Acab. El Señor lo condujo a un cañón solitario donde, además de correr un pequeño arroyo del que podía beber, fue alimentado milagrosamente por unos cuervos a quienes Dios ordenó que le llevaran todos los días pequeños trozos de pan y de carne. Tal como había profetizado el profeta Elías, no cayó una gota de lluvia y se produjo una severa sequía en el país. A medida que transcurrían los meses de calor sofocante, el sol abrasador quemaba la tierra en Israel. Los cultivos y las fuentes de agua se secaron y se produjo una gran escasez. Al cabo de poco tiempo, el arroyo Querib, de donde sacaba agua Elías, también se secó por completo. Pero Dios es fiel, y el mismo día que se secó el arroyo, "vino a Elías Palabra del Señor diciendo: > -Levántate y vete a la ciudad de Sarepta y mora allí. ¡He aquí, Yo he dado orden allí a una mujer viuda para que te sustente!" Sarepta se encontraba a 150 km al norte del arroyo Querib y Elías hubo de emprender aquel peligroso viaje a pie, por aquella región calcinada y desolada por la sequía. Luego de un viaje de varios días de penurias, en los que tuvo que cruzar desiertos desolados, peñascos rocosos y escarpados desfiladeros de montaña, finalmente llegó a Sarepta, una ciudad costera en lo que es hoy Líbano. Agotado, agobiado por el calor y cubierto de polvo, llegó al pórtico de la ciudad donde avistó a una mujer que recogía ramas. > -¡Agua! -le gritó desesperado-. ¡Por favor, tráeme un jarro de agua para beber! La mujer se compadeció de aquel desconocido exhausto; cuando se levantó para ir a buscar agua, él le dijo: > -¿Podrías traerme algo de comer también, por favor? > Volviéndose, la mujer dijo: > -Vive el Señor tu Dios, no tengo siquiera un trozo de pan, sino solamente un puñado de harina y un poco de aceite en una vasija. Mira, he venido a recoger algunas ramitas con qué cocinar, para llevar a casa y preparar una última comida para mi hijo y para mí, para que comamos y luego nos dejemos morir. ¡Seguramente, en aquel momento Elías comprendió que aquella era la pobre viuda que el Señor había prometido que le daría alimento y cuidado! Entonces le dijo con convicción: > -No temas, ve y haz como has dicho. ¡Pero hazme a mí primero una pequeña torta, y luego haz algo para ti y para tu hijo! -Luego profetizó-: Porque el Señor Dios de Israel ha dicho así: "¡La harina de la tinaja no escaseará y el aceite no disminuirá, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la faz de la tierra!" ¡Aquella pobre viuda debe de haber quedado completamente absorta ante aquella extraordinaria afirmación! Tal vez pensó: "Le he dicho que soy muy pobre, y que estoy juntando ramitas para preparar una última comida para mi hijo y para mí, y que luego nos moriremos de hambre. ¡Sin embargo me pide que prepare primero un pan para él!" Pero como Elías le había hablado con tanta autoridad en el nombre del Señor, ella sabía que debía de tratarse de un hombre de fe, de un profeta, y creyó que lo que él le decía era Palabra del Señor. Aquella pobre viuda decidió confiar en el Señor y hacer lo que Elías le pediá. Volvió rápidamente a su casa y sacó el último puñado de harina de la tinaja en que la guardaba. Tomó la vasija de aceite y vertió las últimas gotas hasta dejarla completamente vacía. Después que hubo mezclado la harina y el aceite, y hubo amasado y horneado el trozo de pan para Elías, quedó absolutamente perpleja ante lo que sucedió. Es de imaginarse la escena. La pobre viuda ordenaba las cosas mientras se horneaba el pan para Elías. Al colocar en su lugar la vasija de aceite vacía, de pronto se dio cuenta de que estaba mucho más pesada que un rato antes. Al inclinarla, advirtió estupefacta que salía de ella aceite fresco. ¡Estaba llena! Rápidamente la apoyó en la mesa, y se dirigió a la tinaja donde guardaba la harina, y al destaparla, ¡lanzó una exclamación de asombro! En vez de la tinaja polvorienta y vacía de unos momentos antes, ¡encontró que estaba llena de harina fresca hasta el borde! ¡Había ocurrido un milagro! ¡Su corazón rebosaba de gratitud al Señor por aquella manifestación tan maravillosa de Sus bendiciones! Y tal como había profetizado Elías, "¡la harina de la tinaja no escaseó ni el aceite de la vasija disminuyó durante toda la sequía!" Aquella pobre viuda había estado tratando de salvarse a sí misma, juntando unas pocas ramitas para cocer la última comida de ella y de su hijo antes de morir. Pero cuando apareció el profeta de Dios y le dijo: "Hazme primero una torta a mí, y luego una para ti y para tu hijo", Dios la ponía a prueba para ver si estaría dispuesta a dar prioridad a Dios y a Su mensajero. ¡Y lo hizo! En consecuencia, Dios la bendijo grandemente, ya que en el transcurso de tres largos años de escasez, ¡nunca se le acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la vasija! ¡Ella dio lo poco que podía, y Dios le devolvió mucho más de lo que jamás se hubiera imaginado! Así es como obra Dios: ¡A El le encanta darnos mucho más de lo que nosotros mismos podemos dar! ¡Jamás podremos dar más que El! ¡Siempre nos devolverá mucho más de lo que nosotros podríamos darle a El! ¡Cuanto más demos nosotros, más nos devolverá Dios! David Livingston, el acaudalado misionero inglés que se aventuró a internarse en la selva del Africa y murió allí en servicio al Señor, dijo: "Jamás he hecho un sacrificio por Dios, ya que siempre me devolvió mucho más de lo que yo le daba a El!" ¡No hubo manera en que pudiera dar más que Dios! Y aunque acabó por entregar su vida, sin duda ha recibido recompensas eternas por todas las almas que llevó al Señor, ¡que fueron miles de personas salvadas para toda la eternidad! Lo que mucha gente no parece entender, es que la economía del Señor funciona al revés de la del mundo. La mayoría de la gente mundana piensa: "¡Cuando tenga millones, cuando sea rico, tal vez entonces comience a dar algo a los demás y a ayudar a los pobres y a la Obra de Dios!" Sin embargo, el Señor dice: "¡Comienza a dar lo que tienes ahora, y entonces Yo te lo devolveré y te daré más!" ¡Dios nos dice que la forma de obtener en abundancia es darlo todo! "¡El que retiene más de lo que es justo viene a pobreza, pero al que reparte generosamente le es añadido más!" (Proverbios 11:24) De modo que aunque no tengas mucho, Dios te bendecirá si se lo das a El. Y una de las maneras de dar al Señor es ayudando a los pobres y a Sus misioneros, hacer lo que puedas por ayudar a los que están desempeñando la tarea que Jesús encomendó a Sus discípulos: "Apacienta Mis ovejas" (Juan 21:15-17). El apóstol Pablo escribió lo siguiente a un grupo de creyentes a quienes había convertido al Señor: "Si nosotros sembramos entre ustedes lo espiritual, ¿es gran cosa si segáramos de ustedes lo material? Si otros reciben ayuda de ustedes, ¿no deberíamos nosotros participar aún más de ese derecho? El Señor determinó que los que anuncian el evangelio vivan del evangelio" (1Corintios 9:11-14). Así es como espera Dios que se mantengan Sus misioneros, aquellos que han renunciado a todo lo que poseen para "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15). Si los que reciben la Palabra de Dios a través de esos misioneros -tal como recibió la viuda de Sarepta la Palabra del Señor a través de Elías- ayudan a los mensajeros de Dios en la medida en que pueden, el Señor mismo proveerá para ellos, e incluso "¡derramará bendición sobre ellos hasta que sobreabunde!" (Malaquías 3:10) Como sabrás, nuestra meta no es construir templos religiosos ni adquirir propiedades costosas. ¡No poseemos absolutamente nada! Todo lo que tenemos se emplea en la tarea misionera de llegar a quienesquiera que podamos, donde sea que los encontremos, ¡y compartir con ellos el amor de Dios, llevándoles las Buenas Nuevas de la Salvación eterna manifestada en Jesús! Jesús prometió: "Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto les digo que no perderá su recompensa!" Y: "¡En cuanto lo hicieron por uno de estos mis hermanos más pequeños, por Mí lo hicieron!" (Mateo 10:42; 25:40) De modo que aunque no puedas unirte a nosotros en nuestra tarea de llevar el amor de Dios a los demás, ¡la Obra del Señor aún te necesita y puedes ayudarnos a alcanzar y convertir a todos lo que podamos, dando lo que puedas! ¡Que Dios te bendiga! ¡Te amamos y apreciaremos cualquier ayuda que puedas ofrecernos para continuar difundiendo Su mensaje de amor! "¡Da y se te dará! ¡Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; entonces serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto!" (Lucas 6:38; Proverbios 3:9,10)

El valle de las zanjas rojas (2 Reyes 3)

Josafat, el buen rey de Judá, y el joven y malvado Joram, rey de Israel, se encontraban en serios aprietos. Sus ejércitos habían partido a luchar contra los moabitas, que se habían rebelado contra Israel, y habían planeado atacarlos por sorpresa desde el oriente, por lo cual habían tomado un largo desvío a través del desierto. Pero ya no tenían agua para los hombres ni para los animales. Estaban a merced de los moabitas y no sabían qué hacer. Josafat decidió consultar al profeta Eliseo, ya que, según él, "tenía Palabra del Señor". Los dos reyes le explicaron a Eliseo que habían venido a hablarle de un asunto de suma urgencia. De pronto, dirigiéndose a Joram, Eliseo le preguntó por qué razón acudía a un profeta del Señor. —Consulta a tus propios profetas —le dijo—, ve a los profetas de tu padre y de tu madre. Joram era hijo de Acab, uno de los reyes más malvados que haya tenido Israel. Este, además de casarse con la perversa Jezabel, que había perseguido y dado muerte a muchos profetas de Dios, había construido también un altar a Baal, dando alojamiento y sustento a cientos de profetas de aquel dios pagano, que se sentaban a la mesa de la reina Jezabel (1Reyes 16:30-33; 18:18,19). Aquella no era una manera muy diplomática de hablarle a un rey, pero Eliseo era un hombre muy valiente y quería que Joram supiera que estaba totalmente en contra de su conducta impía e idólatra. Así que agregó: —¡Si no fuese por la presencia de Josafat, rey de Judá, ni siquiera te miraría ni hablaría contigo! Pero debido a que se hallaba presente el rey Josafat, Eliseo accedió a escuchar su petición. Luego de enterarse de la situación, Eliseo dejó en claro que prestaría su ayuda únicamente por consideración al rey Josafat. Pidió que le trajeran un juglar y mientras éste tocaba una agradable melodía, "la mano del Señor vino sobre Eliseo, quien dijo: —Así ha dicho el Señor: Haced en este valle muchos estanques. Porque el Señor ha dicho así: no veréis viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y esto es cosa ligera a los ojos del Señor; entregará también a los moabitas en vuestras manos. Es fácil imaginar a Joram mofándose: —¡Cavar estanques en un valle desierto! ¡Qué absurdo! Pero Josafat creía en el profeta de Dios y mandó cavar los pozos. ¡Aquellos estanques fueron demostración de la fe de Josafat, pues hacía falta fe para poner a sus hombres cansados y sedientos a cavar zanjas en un valle reseco! Pero su recompensa llegaría pronto... A la mañana siguiente, salió el sol y el cielo se veía completamente despejado. No corría brisa ni había señal de lluvia. De pronto bajó de la montaña, "por el camino de Edom", un rugiente torrente de agua que se esparció por el valle, llenando los estanques hasta rebosar. Los soldados, los caballos y el ganado bebieron hasta saciar su sed y recobrar las fuerzas. Para entonces, los moabitas se habían despertado y estaban listos para presentar batalla. Al mirar hacia el oriente, observaron que los soldados de Israel se comportaban de manera muy extraña. Unos estaban de pie; otros se hallaban de rodillas, y algunos se encontraban tendidos en el suelo boca abajo. El lugar estaba cubierto de sangre, o por lo menos, así les pareció al ver el sol matinal reflejarse sobre el agua que colmaba las zanjas. —¡Miren! —gritaron— ¡Los reyes se han vuelto uno contra otro y cada uno ha dado muerte a su compañero! Y descendieron de la montaña corriendo para acabar con los invasores. Claro está, cometieron un grave error. Al llegar a los estanques se dieron cuenta de que estaban llenos de agua y no de sangre. Los israelitas, que los habían visto acercarse, los estaban esperando, y se levantaron y atacaron a los moabitas, quienes huyeron de delante de ellos siendo perseguidos por el ejército de Israel en su propia tierra. Israel logró una gran victoria sobre sus enemigos gracias a las instrucciones aparentemente absurdas que el Señor había dado a su profeta, y a que su rey las obedeció. ¡Si seguimos al Señor, nunca nos equivocaremos, porque lo que Dios nos aconseja siempre sale bien!

La iniciativa de paz (1 Samuel 26)

Habiéndose refugiado David con sus hombres en el desierto de Zif, descubrió con gran asombro que su enemigo, el rey Saúl, venía tras él. Poco antes, David le había perdonado misericordiosamente la vida a Saúl (véase 1Samuel 24), ¡por lo que casi no podía creer que Saúl otra vez quisiera matarlo! Al perdonarle la vida al rey Saúl, David le había demostrado que no tenía intenciones de hacerle daño alguno. Pensó que a partir de aquel momento ya no volvería a haber enemistad entre ellos; sin embargo, una vez más, Saúl lo perseguía como lo había hecho ya en muchas ocasiones. En esta oportunidad, con el objeto de verificar la veracidad de la información, "David... envió espías y se cercioró de que Saúl había venido". Apesadumbrado por las noticias, David escribió la hermosa oración del Salmo 54: "Oh Dios, sálvame por Tu nombre, y con Tu poder defiéndeme. Oh Dios, oye mi oración; escucha las razones de mi boca... He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor está con los que sostienen mi vida." Esta vez, David y sus hombres no huyeron. En cambio, en medio de la noche, se acercaron sigilosamente al lugar donde estaban acampados Saúl y sus soldados. Por fin llegaron tan cerca que podían ver claramente el lugar mismo donde Saúl dormía junto a Abner, su capitán. Vieron que Saúl estaba en el centro mismo del campamento, rodeado por el equipaje. Abner dormía muy cerca de él y el resto de los soldados los rodeaban. Todos dormían, "porque un profundo sueño enviado por el Señor había caído sobre ellos". No se oía el menor ruido, salvo los ronquidos de los soldados y el ocasional rebuzno de algún burro. David entonces susurró a dos de sus hombres más valientes: —¿Quién irá conmigo a Saúl en el campamento? —Yo iré —dijo Abisai. Sin detenerse a pensar en el grave riesgo que corrían, los dos valerosos hombres empezaron a avanzar a gatas. ¿Qué pasaría si ladraba un perro? ¿O si los avistaba un centinela y despertaba a los demás? ¡No sobrevivirían! Entraron silenciosamente en el campamento enemigo hasta llegar, por fin, adonde estaba Saúl, profundamente dormido. A su cabecera estaba su lanza clavada en tierra y junto a ella una vasija de agua. Al ver al hombre que había causado a David y a sus hombres tantos problemas, Abisai quiso matarlo en aquel mismo instante. —Déjame que le hiera con la lanza y lo enclavaré en la tierra de un solo golpe —le susurró a David—, y no le daré segundo golpe. Pero David no se lo permitió. —No lo mates —le dijo—, porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido del Señor, y será inocente?... Vive el Señor, que el Señor lo herirá, o llegará el día en que muera, o perecerá en batalla. Una vez más, David manifestaba su confianza en que el Señor sabría mejor qué hacer con Saúl. David no había ido a matar a Saúl; sólo quería hacer algo para demostrarle a Saúl que habría podido matarlo. Le susurró a Abisai: —Toma ahora la lanza que está a su cabecera y la vasija de agua y vámonos. Los dos salieron del campamento tan subrepticiamente como habían entrado. "Luego David pasó al otro lado y subió a una colina lejana, poniéndose a gran distancia." Sería muy temprano en la mañana, porque cuando lanzó un grito, nadie le escuchó. En el campamento todos dormían aún. Luego volvió a gritar con toda la voz: —¿No respondes, Abner? Abner se levantó de muy mal humor. —Quién eres tú que gritas al rey? —rugió. —¿No eres tú un hombre valiente? —se burló David—. ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey tu señor?... Mira, pues, ahora, dónde está la lanza del rey, y la vasija de agua que estaba a su cabecera. Vive el Señor, que sois dignos de muerte porque no habéis guardado a vuestro señor, el ungido de Dios. —¿Quién es? —balbuceaba Abner todavía medio dormido—. ¿De qué habla? Pero Saúl reconoció la voz de David, y respondió: —¿No es esa tu voz, hijo mío David? —Mi voz es, rey señor mío. David, entonces, hizo la pregunta que había hecho tantas veces antes: —¿Qué he hecho? ¿Qué mal hay en mi mano? Al ver Saúl su lanza y la vasija de agua en manos de David, se dio cuenta de que David había llegado hasta su lecho aquella noche. Entonces dijo: —He pecado. Vuelve, hijo mío David, que ningún mal te haré, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He aquí, me he portado neciamente, y he errado en gran manera. Aquella fue la afirmación más sincera que Saúl hiciera jamás. Lamentablemente, era ya demasiado tarde. David, siempre dispuesto a perdonar, le respondió: —¡He aquí la lanza del rey! Que venga uno de los criados a buscarla. El rey se sintió muy conmovido y dijo: —Bendito eres tú, hijo mío David, sin duda emprenderás grandes cosas y prevalecerás. Únicamente el amor de Dios puede dar a alguien la grandeza para actuar de ese modo. Aquella actitud de David puso de manifiesto su sincero deseo de estar en paz con su rey, y gracias a aquella gran muestra de amor, llegó a su fin una larga disputa. David y sus hombres se fueron a Gat, y "Saúl no lo buscó más". El rey David no fue, bajo ningún concepto, un hombre perfecto. Es más, en ciertas ocasiones actuó como uno de los peores pecadores del mundo. Pero fue también uno de los más grandes santos. El hecho de que se le había perdonado mucho hacía que le resultara más fácil perdonar a los demás y apiadarse de ellos. Por eso fue que David, refiriéndose al Señor, dijo: "Tu benignidad me ha engrandecido" (Salmo 18:35).

¡Un desafío gigantesco! (1 Samuel 17)

El repentino agrupamiento de tropas filisteas en Judá era prueba suficiente de la inminencia de la guerra. Ni bien llegó el informe a oídos del rey Saúl, dio órdenes de que el ejército se desplegara en el valle de Ela, donde los israelitas y los filisteos habían acampado frente a frente en colinas opuestas. Los dos ejércitos quedaban separados por el valle. Mientras los ejércitos formaban para la batalla, hizo su aparición Goliat de Gat, el paladín de los filisteos, marchando en dirección al campamento de los israelitas. ¡Era un hombre gigantesco, de más de dos metros y medio de estatura! Se protegía con un yelmo de bronce y una armadura de malla que pesaba más de 70 kilos. En su fornida mano llevaba una enorme lanza de bronce con una punta de 10 kilos. ¡Y como si fuera poco, delante suyo iba su escudero portando un enorme escudo! En voz alta lanzó su desafío a las tropas de Israel: —¿Necesitan de un ejército entero para dar fin a este pleito? Soy filisteo, ¿no son ustedes los siervos de Saúl? Pues entonces, escojan entre ustedes a un hombre que baje a medirse conmigo en combate cuerpo a cuerpo. Si vence y me da muerte, seremos sus siervos. Si yo venzo y lo mato, ustedes deberán rendirse y servirnos a nosotros. Al oír Saúl y sus hombres el desafío de aquel gran guerrero, quedaron aterrorizados.
* * *
Mientras tanto, David, apenas un muchachito que apacentaba ovejas, iba camino al campamento llevando comida y provisiones. Al llegar a las afueras del campamento, vio que los soldados acababan de marchar a sus puestos en el frente de batalla. Así que David dejó sus cosas en manos del encargado del bagaje y corrió a saludar a sus hermanos. Mientras hablaba con ellos, se produjo una conmoción en el campamento enemigo. En medio de los gritos y cánticos de batalla de los filisteos, venía Goliat para mofarse una vez más de los israelitas, que al ver al gigante, huían despavoridos. Durante cuarenta días el gran guerrero había venido cada mañana y cada noche para provocar a los israelitas, pero no había quien aceptara el desafío. —¿Lo han visto? —decían los soldados atemorizados—. Todos los días sale a desafiar a Israel. David se enojó al ver que el temor se había apoderado de los hombres, por lo que preguntó: —¿Quién es ese filisteo incircunciso para desafiar a los ejércitos del Dios viviente? Pero de lo único que hablaban los hombres era de la recompensa que ofrecía el rey Saúl a quien lograra dar muerte al filisteo. Al oír esto, David insistía en saber por qué ningún hombre había aceptado el reto. Finalmente, algunos de los que habían presenciado todo aquello, informaron al rey de todo lo que había dicho el joven David, y al enterarse, Saúl lo mandó llamar. Al hallarse David en presencia del rey, le dijo valeroso: —Oh rey, no desmaye el corazón de ningún hombre a causa de él. Tu siervo irá y peleará contra ese filisteo. Lleno de incredulidad, el rey soltó una carcajada y exclamó: —¡Qué estupidez! No puedes pelear contra él. ¡Eres apenas un muchachito, y él ha sido guerrero desde su juventud! —Cuando apacentaba las ovejas de mi padre, y venía algún león o un oso y se llevaba un cordero del rebaño, iba tras él —le dijo David—, y lo hería y libraba al cordero de su boca. Y cuando se levantaba contra mí, lo tomaba del pelo y lo mataba de un golpe. —Por tanto, oh rey —dijo David—, el Señor que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, ¡también me librará de la mano del filisteo! Al ver la fe inquebrantable del muchacho, el rey Saúl finalmente dio su consentimiento y dijo: —Ve entonces, hijo mío, y que el Señor esté contigo. Entonces Saúl vistió a David con su propia túnica real y le colocó una armadura de malla y un yelmo de bronce. David se ciñó la espada del rey e intentó caminar un poco, ya que nunca había llevado armadura. Finalmente, meneó la cabeza dando un suspiro y dijo: —No puedo llevar esto, nunca lo he usado. De modo que se quitó la armadura y la espada, tomó su cayado y se fue hasta un arroyo cercano, donde escogió cuidadosamente cinco piedras lisas y las metió en su morral. Luego tomó su honda y marchó, solo, hacia donde se hallaba Goliat. El gigante, precedido por su escudero, comenzó a caminar en dirección a David, ante la mirada silenciosa y reverente de la multitud de soldados curiosos. Al ver que David era apenas un muchacho, Goliat se burlaba de él: —¿Es que soy acaso un perro, que vienes a mí con un palo? -le gritó. Luego maldijo a David en nombre de sus dioses y le dijo: —Ven aquí, y daré tu carne a las aves del cielo y las bestias del campo. David, sin embargo, se mantuvo firme, impávido. Luego, con voz llena de fe, gritó: —Tú vienes a mí con espada, con lanza y con escudo, pero yo vengo a tí en el nombre del Todopoderoso, del Dios de los ejércitos de Israel, a quien has desafiado. El Señor te entregará hoy en mi mano... ¡y el mundo sabrá que hay un Dios en Israel! ¡Y sabrán todos los que se hallan congregados aquí que el Señor no salva con espada ni con lanza, pues del Señor es la batalla, y El te entregará en mi mano! Al oír esto, el rostro de Goliat enrojeció de cólera y comenzó a avanzar esgrimiendo su enorme lanza. David corrió hacia las líneas enemigas velozmente para enfrentarlo. Metió la mano en su saco y sacó una piedra. La colocó en la honda y la arrojó con toda su fuerza, acertando al filisteo en medio de la frente, el único lugar desprotegido de su cuerpo. De pronto el gigantesco guerrero se detuvo, trastabilló y cayó de bruces. Al ver esto, ¡los soldados del ejército israelita gritaron de júbilo! Pero David no tenía espada, de modo que corrió hasta donde estaba el filisteo caído, y desenvainando su enorme espada, le cortó la cabeza. Aquel día, un muchachito venció al gran paladín de los filisteos valiéndose nada más que de la fe, de una honda y una piedra. Al ver la valerosa victoria de David, "se levantaron los hombres de Israel y persiguieron a los filisteos, que huyeron abandonando a los heridos en el camino." Los persiguieron hasta su propia tierra y al volver despojaron totalmente el campamento abandonado de los filisteos. La batalla había concluido e Israel estaba a salvo. ¡Dios había obrado poderosamente a través de un muchachito que le amaba y confiaba plenamente en El! ¡No hay límites a lo que Dios puede hacer con una persona leal y dispuesta a hacer Su voluntad. ¡Deja que Dios se valga de ti al máximo! La única manera en que nos pueden vencer es si dejamos de atacar y perdemos el valor y la fe para tomar la iniciativa. ¡Si la causa es buena, vale la pena luchar por ella! Y recuerda que en una pelea lo que importa no es el tamaño del hombre, sino las ganas de pelear que tenga. Debemos estar dispuestos a luchar, dispuestos a morir, dispuestos a decir: "¡Por la gracia de Dios, aquí me planto firme! ¡No puedo hacer otra cosa!"
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¡El día que se detuvo el sol! (Josué 10)


Haberse dejado engañar por los gabaonitas con su pan mohoso y sus disfraces harapientos fue algo peor que un error: condujo a los israelitas a problemas sumamente serios. En primer lugar, fueron engatusados al punto de acordar un tratado de paz con los gabaonitas. Pero eso no fue todo. Cuando Adonisedec, que era uno de los reyes de los amorreos que habitaban en Canaán, se enteró de que Josué había conquistado y destruido Jericó y Hai, y que se había celebrado un pacto entre Israel y los gabaonitas, se alarmó en gran manera. Su pueblo temía además a Gabaón pues era una ciudad muy importante, semejante a las ciudades reales de los amorreos. Los hombres de Gabaón eran afamados guerreros, y cuando el rey Adonisedec supo que se habían aliado con Israel envió mensajes urgentes a los demás reyes amorreos, poniéndolos al tanto del desastroso curso de los acontecimientos. "Acudan a ayudarme, y atacaremos a Gabaón", decía su mensaje, "pues han hecho la paz con Josué y los israelitas." Como consecuencia, los cinco reyes de los amorreos unieron sus fuerzas para realizar un ataque conjunto sobre Gabaón. De inmediato Josué recibió un aviso de los gabaonitas por el que se le daba cuenta del ataque, diciendo: "Por favor, no abandones a tus siervos. ¡Ven pronto a ayudarnos, y sálvanos!" Era bastante irónico que Josué tuviera que acudir en ayuda de una gente que lo había engañado, pero sabía que Israel no podía cederle ni un palmo de terreno a los impíos reyes de Canaán, a los que debía expulsar de aquellas tierras, según mandamiento de Dios. Sin embargo, antes de lanzarse a la acción, Josué buscó la importantísima voz confirmatoria del Señor. Con los gabaonitas había aprendido una valiosa lección, y es- taba decidido a escuchar a Dios. Y el Señor le respondió, y le dijo: "No tengas temor de ellos; porque Yo los he entregado en tu mano y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti." ¡Gloria a Dios! El Señor había respondido, y estaría junto a ellos. Eso era todo lo que Josué necesitaba para llenarse de valor. ¡Una vez que tuvo el visto bueno de Dios, Josué demostró que era un verdadero hombre de acción! Convocó de inmediato a sus mejores hombres, que acompañados de sus tropas se lanzaron a una marcha que tardaría toda la noche hasta llegar a Gabeón al amanecer, tomando al enemigo completamente por sorpresa. Dice la Biblia de la batalla que siguió: "El Señor los lleno de confusión delante de Israel, y mientras iban huyendo de los israelitas, el Señor arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos, ¡y fueron más los que murieron por las piedras del granizo, que por la espada de los hijos de Israel!" Una vez que Josué y sus hombres habían . hecho todo lo que estaba a su alcance, el Señor intervino por medios sobrenaturales para ayudarles. Sin embargo, los cinco reyes, con algunos de sus hombres, lograron huir de la batalla. De todos modos, Josué recordaba que Dios le había prometido en Gilgal que tendrían una victoria total, y que ninguno prevalecería delante de ellos. Se daba cuenta también de que aquella era una batalla decisiva que doblegaría el poder de los corruptos cananeos y que les dejaría abierta una importante salida al mar. ¡El enemigo debía ser anulado de manera definitiva! Sin embargo, se presentaba un problema muy evidente: transcurrían las horas y se alargaban las sombras. Pronto el sol se ocultaría tras las montañas, dándoles a sus enemigos la oportunidad de escabullirse en las sombras y tal vez de reagruparse, e incluso de obtener refuerzos. De repente Josué alzó la voz delante de todos sus hombres y exclamó en un impresionante estallido de fe: "¡Sol, detente en Gabaón; y tú, luna, en el valle de Ajalón!" ¡Y he aquí que Josué y sus hombres siguieron luchando y persiguieron implacablemente a sus enemigos, durante mucho tiempo, y el sol mantuvo inalterable su posición en medio del cielo, sobre el campo de batalla! Y se detuvo, dice, "hasta que Israel se hubo vengado de sus enemigos." ¡Milagro de milagros! ¡El sol se detuvo en medio del cielo y retrasó su caída "casi un día entero"! Sigue la Biblia diciendo: "No hubo día como aquel, ni antes ni después, porque el Señor peleaba por Israel". ¡El Señor mismo había intervenido, de la manera más maravillosa posible, para que los ejércitos de Israel dispusieran del tiempo necesario para someter por completo a sus enemigos! Luego de aquella gran victoria siguieron otras, en las que Josué derrotó a sus enemigos. Dice: "Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué en una sola acción, porque el Señor, Dios de Israel, peleaba por Israel" (Josué 10:42). ¡Pues bien, el Dios de aquellos tiempos es el mismo Dios que tenemos hoy en día! Y cuando se presenten situaciones de apremiante necesidad o de desesperada urgencia, no dudará en luchar por Sus hijos de la manera que haga falta. "¡Al que cree todo le es posible!" (Marcos 9:23) Toda estructura, ya sea de una edificación, de un ejército o de un movimiento, descansa en dos pilares fundamentales: La voluntad de Dios y la voluntad del hombre. En tanto esos dos pilares estén alineados y coordinados uno con otro, la base será firme. ¡Con la oración se ejerce poder! ¡Si pertenecemos a Jesús y le obedecemos, cuando estemos fuertes en espíritu Dios hará cualquier cosa por nosotros! ¡Nos hacemos uno con El, y cuando eso sucede, podemos ordenarle a Dios que haga lo que sea! "Acerca de la obra de Mis manos, el Señor dice: ¡mandadme!" (Isaías 45:11)
La ciencia desconcertada por un día FALTANTE ¿Sabías que los programas de vuelos espaciales han demostrado la veracidad de muchos mitos de la Biblia? Harold Hill, presidente de la compañía de motores Curtis de Baltimore (EE.UU.) y consejero de proyectos espaciales, contó la siguiente anécdota: "Hace poco les aconteció algo impresionante a los astronautas y científicos espaciales de Green Belt, en Maryland. Estaban calculando cuál sería la posición del Sol, de la Luna y de los planetas dentro de 100 y de 1000 años. Es un dato imprescindible si se va a enviar un satélite al espacio, para evitar que más adelante se estrelle contra otros cuerpos. Se debe trazar la órbita del satélite teniendo en cuenta su vida activa. Así pues, con la ayuda de un computador hicieron cálculos que abarcaban bastantes siglos, y de súbito la máquina se detuvo. Una señal roja indicaba que había un error en los datos introducidos, o bien una disparidad entre los resultados obtenidos y ciertos parámetros. El departamento de servicios llevó a cabo una revisión y no halló error por ningún lado. Sin embargo, el computador señalaba que faltaba un día en el cómputo del tiempo transcurrido en el espacio. No hallaban la manera de resolver el enigma. "Un integrante del equipo que tiene profundas creencias religiosas recordó que la Biblia menciona una ocasión, en la época del Antiguo Testamento, en que el Sol se detuvo durante casi un día entero. Consultaron una biblia, y en el libro de Josué encontraron unas frases absurdas para cualquiera con un mínimo de sentido común. Sin embargo, allí estaban, en Josué 10:13. El caso es que le dieron la orden al computador de hacer un cálculo regresivo hasta la época de Josué y agregar el tiempo que, según las Escrituras, el Sol había permanecido inmóvil. El resultado que se obtuvo estaba bastante acertado, pero no del todo. El tiempo faltante desde la época de Josué era de 23 horas y 20 minutos, no un día completo. (La Biblia dice: "Casi un día entero".) "Cada palabrita de la Biblia tiene importancia. Los científicos seguían confusos. Si uno no logra explicar un desfase de 40 minutos, se va a topar con problemas dentro de 1.000 años. Había que hallar esos 40 minutos porque en las órbitas de los planetas se pueden multiplicar. La misma persona que había sacado a colación las Escrituras recordó entonces otro pasaje en el que se cuenta que cierta vez el Sol retrocedió. Los técnicos espaciales le dijeron que debía de estar loco, pero no tuvieron más remedio que echar mano de la Biblia y leer 2 Reyes 20. En ese pasaje Isaías, como señal de que se cumpliría una profecía que le había dado a Ezequías, le pidió al Señor que hiciera retroceder el Sol diez grados. Diez grados equivalen exactamente a 40 minutos. Las 23 horas y 20 minutos de Josué, más los 40 minutos de 2 Reyes, completan 24 horas, que los viajeros espaciales tendrían que registrar en sus cuadernos de bitácora como el día faltante en el universo." Una vez más, ¡Dios demuestra la veracidad de Su verdad divina, tal como fue revelada en la Biblia, la Palabra de Dios! (Tomado de la revista Lakeview Messenger) ¡Quien confía en el Señor no será confundido jamás! (V. Salmo 31:1.)

¡El ardid del pan mohoso! (Josué 9)

Cuando la noticia de las milagrosas victorias de Israel en Jericó y Hai se extendió por toda la región, la gente de Canaán se llenó de miedo. Por esta razón, varios gobernantes de las ciudades más grandes decidieron aliarse para luchar juntos contra Israel. Otros pensaron que de ser posible sería mejor procurar hacer un tratado de paz con los invasores; entre ellos, los dirigentes de Gabaón, que tramaron una astuta estratagema a fin de salvar el pellejo. Puesto que su ciudad no distaba mucho de Hai, calcularon que, como no actuaran pronto, serían ellos los próximos en ser destruidos. Así, pues, se disfrazaron de embajadores de un lejano país, "y tomaron sacos gastados sobre sus asnos, y cueros viejos de vino, agrietados y remendados. Los hombres se pusieron sandalias gastadas y recosidas en sus pies, y vestidos viejos; y todo el pan... era seco y mohoso. Y vinieron a Josué al campamento en Gilgal, y le dijeron a él y a los de Israel: —Nosotros venimos de tierra muy lejana; hagan, pues, ahora tratado de paz con nosotros". Algunos de los dirigentes de Israel recibieron con cierto recelo a aquellos fatigados forasteros, y los examinaron detenidamente; pero ninguno se dio cuenta del engaño. Así que Josué les preguntó quiénes eran y de dónde venían. Con voz pretendidamente cansada y desfalleciente, respondieron: —Tus siervos han venido de tierra muy lejana, por causa del nombre del Señor tu Dios; porque hemos oído Su fama, y todo lo que hizo en Egipto, y a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán: a Sehón rey de Hesbón, y a Og rey de Basán. Tuvieron mucho cuidado de no mencionar para nada a Jericó y Hai, lo cual los habría delatado. Dicho esto y observando que sus palabras habían tenido el efecto deseado en Josué y los príncipes de Israel, pasaron entonces a mencionar los alimentos que habían traído. —¿Ven este pan? —dijeron con tristeza—, lo pusimos aún caliente en nuestras alforjas el día de nuestra partida, pero he aquí, ya está reseco y mohoso; y estos pellejos que eran nuevos cuando los llenamos de vino, ahora están partidos. Nuestras vestimentas y nuestro calzado se han envejecido en tan largo viaje. ¡Qué astucia la de esos farsantes! ¡Y vaya farsa la que metieron! Josué los creyó, al igual que los demás jefes que escuchaban. ¿Qué podían arguir ante una prueba tan palpable como aquel pan viejo? "Y Josué hizo paz con ellos, y celebró con ellos tratado concediéndoles la vida; y también les hicieron juramento delante del Señor los príncipes de la congregación". Naturalmente, no tardó en descubrirse el engaño. Al cabo de tres días ya saldría a relucir la verdad. Te puedes imaginar lo tontos y enojados que se sintieron Josué y los demás, y cómo se enojaron. Sin embargo, cumplieron la palabra que habían jurado delante del Señor, para evitar que se airara contra ellos. Cuando llegaron a Gabaón, no hicieron daño a nadie. Pero como castigo por su engaño, dijeron a los gabaonitas que desde entonces siempre "servirían de leñadores y aguadores" para los hijos de Israel. ¿Cómo es que Josué y los príncipes de Israel se dejaron engañar de ese modo por aquellos hombres astutos? La Biblia explica que "los hombres de Israel examinaron las provisiones de los gabaonitas, pero no consultaron al Señor". Es decir, que se dejaron llevar por el aspecto de los visitantes y por el pan mohoso, y que a pesar de albergar ciertas dudas, no lo consultaron con el Señor. Así como los había dirigido para tomar Jericó y Hai, también en esto Dios estaba dispuesto a aconsejarlos. Pero tal vez porque se sentían un poco soberbios y seguros de sí mismos luego de sus dos grandes victorias, pensaron que no era necesario consultar al Señor acerca de un asunto de tan poca monta. ¡De manera que fueron tomados por sorpresa y engañados con un trozo de pan mohoso! Vaya lección la que tomaron Josué y sus hombres de aquella experiencia: si tan solo le hubieran pedido a Dios que los orientara, él no habría permitido que los engañaran. Si hubieran pedido sabiduría para obrar acertadamente, Dios se la habría concedido (Santiago 1:5). Respecto a los episodios históricos vividos por el pueblo de Dios de la antiguedad, la Biblia claramente explica que "esas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos (o advertirnos) a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1Corintios 10:11). Y si algo hace falta hoy en día a quienes se encuentran en posiciones de autoridad, es capacidad de juicio y discernimiento, ese agudo sentido para percibir la diferencia entre sinceridad y engaño, entre la gente que actúa honradamente y con veracidad, y aquella que es falsa y fraudulenta. ¿Cómo podemos adquirir ese buen juicio? ¡Es de lo más sencillo! No hay más que pedírselo al Señor, pues él prometió que nos lo daría (Mateo 7:7-11; Santiago 1:5). ¡Cualquiera puede hacer una oración a Jesús pidiéndole orientación y la recibirá de inmediato; mientras que si nos apoyamos en nuestro propio entendimiento, en nuestra propia fortaleza y prudencia, en nuestra confianza en nosotros mismos, cometeremos algún error lamentable y nuestros planes se verán frustrados! La Biblia nos advierte que en los postreros días, "los hombres malvados y los engañadores irán de mal en peor". En una época como la nuestra, en que la mentira y la farsa se han convertido casi en lo más normal para muchos, es preciso que sigamos buscando la guía de Dios, Sus confirmaciones y Su orientación. El Señor dice que "si Lo reconocemos en todos nuestros caminos, él enderezará nuestra veredas" (Proverbios 3:6). "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces" (Mateo 7:15). "Cuando hablen amigablemente, no les creas... pues con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos" (Proverbios 26:25; Romanos 16:18). "No mires a su apariencia, porque Yo lo he descartado; el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón" (1Samuel 16:7). "La Palabra de Dios es viva y eficaz, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12). "No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio" (Jn. 7:24).

¡Esta es tierra de gigantes!


(Este relato se encuentra en Números 13 y 14; Deuteronomio 1:19-46; 9:1-3; Josué 11:21-23; 14:6-15; 15:13-17.) Hacía ya meses que los israelitas habían salido de Egipto, y habían levantado campamento en pleno desierto, en Cades- barnea. A escasos kilómetros al norte se divisaban las colinas de la Tierra Prometida. Moisés congregó a su gente y le dijo: —¡Hemos llegado a la tierra que el Señor nuestro Dios nos había prometido, por lo tanto, tomen posesión de ella como lo ordenó el Señor! ¡No tengan miedo! Los jefes de Israel no se sentían muy capaces de semejante empresa, y con cierta desconfianza, dijeron: —Enviemos primero a algunos hombres a inspeccionar el país, y luego, tras oír sus informes, decidiremos qué rutas tomar y los pueblos que habremos de conquistar. A pesar de esa muestra de poca fe, el Señor aceptó la propuesta y le dijo a Moisés: —Escoge un príncipe de cada una de las 12 tribus y envíalos a que exploren la tierra de Canaán. Moisés eligió a los espías y los envió. Convenientemente disfrazados, los 12 espías exploraron todo el territorio de un extremo al otro. Finalmente, en el viaje de regreso, se detuvieron en la ciudad montañesa de Hebrón. Observando con atención la ciudad, uno de los espías, llamado Palti, exclamó:—¡Miren el tamaño de esas enormes murallas! ¡Se levantan casi hasta al Cielo! —¡Y miren la clase de gente que vive aquí!—comentó asustado Nahbi, otro de los espías. —¡Dios mío!—musitó Palti, mirando hacia el camino—. ¡Son gigantes! Dos gigantes velludos, de aspecto colosal, se acercaban pesadamente por el camino. Uno de ellos volvió la cabeza mirando con ferocidad a los hombrecillos.—¿De dónde salieron estas cucarachas?— rugió con voz atronadora a la vez que los señalaba con su enorme lanza. El otro gigante soltó una carcajada: —¿Te refieres a esos ratoncillos? Nahbi palideció. Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Con voz temblorosa exclamó: —¡Va... vámonos de aquí! ¡Rápido! Pero Caleb se plantó con firmeza. —No. Primero tenemos que averiguar todo lo posible sobre este lugar. Y dejando al resto de los espías, se encaminó con Josué a la ciudad, desapareciendo tras las formidables fortificaciones. Regresaron tras explorar la ciudad por varias horas. Averiguaron que los montes que circundaban la ciudad de Hebrón estaban habitadas por una raza de gigantes conocidos como los anaceos, ¡todos ellos de una estatura mayor a los tres metros! —A la ciudad de Hebrón le ha sido dado un nuevo nombre, el de Quiriat-arba, en honor a Arba, el más renombrado de los gigantes—comentó Josué. Luego agregó—: La ciudad está gobernada por tres gigantes. —¡Confío en que podremos tomar la ciudad!—añadió Caleb—. Tendremos que luchar, pero... —¡¿Tomar la ciudad?! ¿Te has vuelto loco?—interrumpió Gadiel, otro de los espías—. ¡Yo no quiero volver a poner pie en esta tierra de gigantes! Los espías se alejaron de la ciudad y se dirigieron al valle del arroyo de Escol, donde las vides de los gigantes maduraban al sol. Cortaron un racimo de tal tamaño que se necesitaron dos hombres para cargarlo, y llevaron también otras frutas como muestra para Moisés. Finalmente regresaron a Cades-barnea, en el desierto, cuarenta días después de su partida. Al divisar a los espías en la distancia, Moisés, Aarón y el resto del campamento corrieron a recibirlos. Los exploradores tendieron la fruta delante de la gente, y Josué le dijo a Moisés: —¡Nos adentramos en el territorio que nos señalaste, y es cierto, la tierra es muy rica, donde abundan la leche y la miel, como el Señor nos prometió! El pueblo se entusiasmó con el relato. Comenzaron a escucharse rumores de que conquistarían la tierra, cuando Palti y los otros levantaron la voz y dijeron: —¡Pero los que la habitan son poderosos, y las fortificaciones de las ciudades son enormes! ¡Y como si fuera poco... allí viven los anaceos! ¡Una feroz raza de gigantes que sobrepasan los tres metros! El pueblo empezó entonces a murmurar, desalentado. Caleb alzó la voz y dijo: —¡Debemos ir de inmediato y apoderarnos de ese territorio sin dudar un instante, porque somos capaces de hacerlo! Pero Nahbi se negaba: —¡No podemos atacarlos! ¡Son mucho más poderosos que nosotros! Luego Nahbi, Palti y los otros espías empezaron a difundir otros rumores desalentadores. Palti dijo: —¡Esa tierra se traga a sus moradores! ¡Sus ciudades son poderosas y sus fortalezas se levantan hasta los Cielos! —¡Es cierto!—agregó Nahbi—. ¡Y toda la gente que la habita tiene una talla enorme! ¡Al compararnos con ellos, nos sentimos como cucarachas! En la tierra de Canaán suelen decir: ¿Quién puede oponerse a los anaceos? Tan pronto escuchó esto, el pueblo entero comenzó a lamentarse y a dar voces, quejándose de Moisés y Aarón. —¿Por qué nos trajo el Señor a esta tierra para morir por la espada? Apresarán a nuestras esposas e hijos. Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto. ¡Mejor hubiera sido morir en Egipto! Por otro lado se escuchaba: —¡Incluso perecer aquí en el desierto sería mejor! Enfrentándose a todos los congregados, Josué y Caleb se rasgaron las vestiduras y exclamaron: —¡La tierra que hemos explorado es en gran manera buena! Si agradamos al Señor, El nos guiará a ella y nos la entregará. Pero no se rebelen contra el Señor. No tengan miedo de los habitantes de esa tierra, porque los destruiremos completamente. ¡El Señor nos ampara, y a ellos les ha quitado Su protección! Pero el pueblo replicaba con obstinación: —¡El Señor nos aborrece! ¡Por esa razón nos ha sacado de Egipto... para entregarnos en manos de los gigantes que acabarán con nosotros! ¿Cómo habremos de luchar contra ellos? ¡Los relatos de nuestros hermanos nos han desalentado! Moisés les suplicó: —¡No teman a los gigantes! ¡El Señor nuestro Dios irá delante nuestro, El luchará por nosotros! Ya era demasiado tarde. El pueblo entero había dejado de confiar en el Señor, y se escuchaban voces que incitaban a la multitud a apedrear a Caleb y a Josué. En ese momento, la gloria del Señor apareció en la tienda del Tabernáculo, y el Señor dijo a Moisés: —¿Hasta cuándo este pueblo se negará a confiar en Mí, a pesar de todos los milagros que He hecho en medio de ellos? ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo, que duda y se queja contra Mí? ¡He oído sus lamentos y las voces que levantan contra Mí! Por lo tanto, diles: El Señor ha dicho, que tan ciertamente como Yo vivo, haré las cosas que les he escuchado decir. ¡En este desierto caerán sus cuerpos! ¡Morirán todos los mayores de 20 años que han murmurado contra Mí! ¡Ninguno entrará en la Tierra Prometida! Y añadió: —Pero Mi siervo Caleb ha dado muestra de un espíritu diferente y me ha seguido de todo corazón. A él llevaré a la tierra, y sus descendientes la heredarán. ¡Y Josué guiará al pueblo de Israel a recibir esa herencia! En cuanto a vuestros hijos, rebeldes, los cuales ustedes afirmaron que serían apresados, a ellos les daré la tierra para que la posean. ¡Gozarán de la tierra que ustedes despreciaron! Pero vuestros cuerpos caerán en el desierto. Sufrirán 40 años por no haber confiado en Mí, y vagarán por el desierto hasta que el último haya muerto! ¡Ahora, den la vuelta y regresen al desierto! ¡Luego el Señor eliminó a los diez espías que habían propagado informes desalentadores, haciendo que cayeran víctimas de una fiebre mortal! En el campamento, todos lloraron e imploraron misericordia a Dios, pero El no prestó oídos a sus súplicas. Regresaron al desierto, y reiniciaron su largo y lento peregrinaje. Finalmente, transcurrieron los 40 años hasta que hubo muerto el último de los rebeldes. Moisés, ya anciano y a punto de morir, se dirigió a la nueva generación de israelitas: —¡Pueblo de Israel, escuchen! ¡Muy pronto habrán de entrar y conquistar pueblos más poderosos que ustedes, grandes ciudades y enormes fortificaciones que se levantan hasta los cielos! ¡Conquistarán a los anaceos, grandes y poderosos! ¡El Señor su Dios irá delante de ustedes! ¡El los humillará a ellos ante sus ojos, y los destruirá tal como lo ha prometido! Moisés murió, y Josué, al mando de las huestes de Israel, conquistó extensos territorios de la Tierra Prometida. A medida que conquistaba terreno, se dividían las tierras entre las doce tribus. Caleb se acercó a Josué y le dijo: —¿Recuerdas lo que el Señor dijo a Moisés acerca de mí en Cades-Barnea? Yo tenía 40 años cuando Moisés me envió a explorar el territorio. Regresé con un informe positivo. Debido a eso, Moisés me juró: Las tierras donde pongas pie, serán herencia tuya para siempre, porque has obedecido al Señor de todo corazón.— Lanza en mano, el anciano de cabellos blancos agregó—: Desde entonces el Señor me ha mantenido vivo 45 años. ¡Ya tengo 85, y me siento tan fuerte como antes para la batalla! ¡Concédeme los montes de Hebrón que el Señor me prometió! ¡Allí habitan los gigantes, y sus ciudades son poderosas y fortificadas, pero con ayuda de Dios, las conquistaré! Josué le otorgó Hebrón como parte de su herencia. Caleb, a la cabeza de sus hombres, marchó rumbo a las montañas, lleno de un arrojo inspirado por el Señor. ¡En feroz batalla derrotó a los ejércitos de los gigantes y se apoderó de sus ciudades! De allí, se puso en campaña contra los gigantes de la cercana Debir, y su sobrino, el joven Otoniel, los atacó y derrotó. ¡Los ejércitos de Josué destruyeron al resto de los anaceos que habitaban ese país montañoso, y no quedó un solo gigante en la tierra de Israel!
REFLEXION (1) Los 10 espías temerosos se guiaron por las apariencias, no por la fe. Aún peor, ellos y el pueblo dudaron de lo que el Señor les había prometido: que los bendeciría y ayudaría a conquistar la Tierra Prometida. ¡Por eso Pablo dice que Dios estuvo "disgustado 40 años" con ellos porque no tenían fe! "Pero no les aprovechó el oír la Palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron." (Hebr.4:2) (2) Los informes desalentadores de los espías hicieron que toda la gente dudase. ¡Son muy pocas las veces que los traidores desertan solos! Casi siempre se llevan a otros consigo. ¡Es sumamente fácil elaborar excusas que suenen lógicas y razonables, explicando por qué no podemos lograr algo, y la mayoría de la gente aceptará esas excusas porque tampoco tiene fe, y al aceptarlas, se excusa a sí misma! Pero, ¿aceptará Dios tus excusas? (3) ¡Al principio la gente murmuró contra sus jefes, pero después directamente contra Dios, afirmando que Dios los detestaba! Durante todos los meses previos de peregrinaje, ¿no había hecho Dios por ellos innumerables milagros? A pesar de ello, no confiaban en que Dios los protegería en situaciones sumamente adversas. (4) ¿Qué significa desertar? Desertar es echarnos atrás luego de que Dios nos haya mostrado algo y nos haya bendecido por obedecerlo. Uno ni siquiera tiene que abandonar la Obra de Dios para desertar, basta con negarse a cumplir con Su voluntad, o incluso con mirar hacia atrás (Lucas 9:62). Eso también es desertar. ¡Aunque uno se vuelva atrás solo con el pensamiento, no tardará en hacerlo por completo! Dios detesta ver a la gente dar marcha atrás ante las cosas que El les ha pedido que hagan, o incluso las cosas que han empezado a hacer por El. "Y si retrocediere, no agradará a Mi alma. Mi alma aborrece al que retrocede." (Hebreos 10:38, Levítico 26:27,30b) (5) ¿Qué habría sucedido si hubiesen intentado invadir la Tierra Prometida con toda esa gente incrédula y sin fe? ¡Habría sido un desastre! Podría haber significado el aniquilamiento de todos. ¡Por lo tanto, el Señor sabiamente purgó al pueblo de sus rebeldes, y solo permitió que entrara la juventud llena de fe al mando de Josué y Caleb, y obtuvieron la victoria! (6) ¡Las personas que se quejan de la batalla y se rinden justo antes de la victoria, nunca llegan a gozar de los frutos de la victoria! Muchos desertores se han rendido justo cuando Dios estaba a punto de darles la corona de vencedores. ¡Por el amor de Dios, no pierdas tu recompensa rindiéndote antes de la victoria!

El destino de los murmuradores


(Esta historia se encuentra en éxodo 16:31—36; Números 11:1-10,18-24 31-35; Salmos 78:20-32, 105:40)
¡Toda la nación israelita, compuesta por más de tres millones de hombres, mujeres y niños, además de sus enormes rebaños de ovejas y cabras, y su "numeroso ganado", se puso en marcha! Luego de haber cruzado milagrosamente el Mar Rojo se encaminaron hacia el sur de la península del Sinaí. Al cabo de un mes, llegaron al oasis de Elim, en el desolado desierto de Sin, a poca distancia del monte Sinaí. Tras haber levantado sus tiendas bajo la sombra acogedora de las palmeras, diferentes grupos de personas se reunieron en todo el campamento para discutir la situación, que parecía ser grave. Se habían agotado los alimentos que llevaban consigo desde Egipto y se encontraban en medio del árido desierto de Sin. ¡Era una verdadera prueba de fe para ellos, y la mayoría demostró que tenía poca fe o ninguna! En uno de los extremos del campamento un grupo de hombres y mujeres se había reunido en torno a la tienda de Nabal Mur— Mura que se quejaba abiertamente: —¡Jamás en mi vida me había encontrado ante semejante desolación y aridez! ¡No se ve ni una brizna de hierba! —¡Pero Dios proveerá! —le replicó Caleb, uno de los príncipes de Judá—. ¡El nos prometió guiarnos hasta la Tierra Prometida, y así lo hará! Y además, miren qué oasis tan hermoso, tiene 12 fuentes de las que brota el agua y ... —¡Bah! ¿De qué nos servirá? —se burló Nabal—. ¡Se nos han agotado los alimentos y moriremos de hambre! La multitud enardecida se había puesto del lado de Nabal, pero Caleb exclamó en voz alta: —¡Nuestro Dios es un Dios de milagros! ¡Recuerden que apenas un mes atrás nos libró milagrosamente de las crueles garras de la esclavitud en Egipto! ¡Destruyó también los ejércitos del Faraón en el Mar Rojo! Estoy seguro de que... ¡Pero la gente no se hallaba dispuesta a escucharle ni a mostrar la menor fe! Muy pronto, numerosos grupos de personas provenientes de todos los rincones del campamento se habían congregado frente a la tienda de Moisés, quejándose abiertamente de Moisés y de Aarón. Abriéndose paso entre la multitud, Nabal le gritó a Moisés: —¿Para qué nos has sacado al desierto? ¿Para matarnos de hambre a todos? ¡Si habíamos de morir, mejor nos habría sido hacerlo en Egipto, frente a las ollas de carne, comiendo hasta saciarnos! Pero, ¿qué vamos a comer ahora, Moisés? ¡El Señor había escuchado las quejas y murmuraciones de la gente y estaba enojado ante su falta de fe! ¡Les había dicho que los guiaría hasta la Tierra Prometida, pero ellos no confiaban en Sus promesas! No confiaban en que él los abastecería del alimento necesario y manifestaban deseos de regresar a la "seguridad" de Egipto, ¡aun a costa de convertirse nuevamente en esclavos y morir allí! Sin embargo, el Señor comprendía que en ese desierto desolado las perspectivas no se veían muy alentadoras, y en Su misericordia, decidió esta vez pasar por alto sus dudas y murmuraciones, y le dijo a Moisés: —¡Esta misma tarde comerán carne, y por la mañana se saciarán de pan. ¡Yo les haré llover pan del Cielo! Entonces, Moisés y Aarón dijeron a los israelitas: —En la tarde sabrán que el Señor los ha sacado de la tierra de Egipto. ¡No fue idea mía ni de Aarón! ¡Porque el Señor ha oído las murmuraciones que han lanzado contra El, y les enviará pan y carne! Por cierto, es contra el Señor que se quejan, porque, ¿qué somos Aarón y yo? Y así fue. ¡Esa tarde un fuerte ventarrón arrastró tal cantidad de codornices sobre ellos, que el campamento quedó cubierto de esas aves! ¡Los millones de hijos de Israel tenían por fin carne para varios días! ¡Pero un milagro aún mayor habría de producirse esa noche! Mientras se hallaban dormidos, en la fría noche del desierto, una espesa niebla se posó sobre el campamento, y al condensarse, el rocío cubrió la tierra. ¡En la mañana, el rocío que cubría el campamento comenzó a evaporarse y las rocas y arena del desierto aparecieron misteriosamente blancas, como si estuvieran cubiertas de una escarcha fina y menuda! Cuando los israelitas vieron esto, se dijeron unos a otros: —¿Maná? ¿Maná? —que significa: "¿Qué es esto?" Moisés les respondió: —¡Es el pan que el Señor les da para comer! ¡Recójanlo antes de que el sol lo derrita! Cada familia recoja lo que pueda comer, de manera que cada persona tenga tres kilos al día. Pueden cocerlo o hervirlo, como les plazca. La gente recogió entonces en recipientes las hojuelas redondas y finas de maná, hasta tener suficiente. Luego lo llevaron a sus tiendas para cocerlo. Algunos lo molieron con grandes piedras y otros elaboraron harina en los morteros. Luego lo cocieron en ollas e hicieron panes delgados. Nabal le decía jubiloso a su esposa: —¡Es la comida más deliciosa que he comido en mi vida! ¡Se parece a una galleta de miel, pero es aún mejor! —¡Sí! —respondió ella—, parece que hubiera sido cocido con aceite vegetal nuevo y elaborado con aquella semilla aromática de gusto fuerte, la semilla de cu lantro, que solo la gente rica de Egipto podía comprar! En eso, apareció Caleb comiendo una galleta de maná y les dijo: —¿No les dije que el Señor proveería? ¡No solo nos guiará a la Tierra Prometida como lo prometió, sino que durante toda la travesía comeremos los panes y tortas más finos del mundo! ¡Pan del Cielo, manjar de ángeles! Durante el año que siguió, la gente no volvió a quejarse por la comida, ya que el maná era delicioso y sumamente nutritivo; además, sabían que contaban con ese maná debido a la milagrosa provisión del Señor. ¡Pero cuando llegaron a Kibrot—hataava, comenzaron nuevamente las quejas! Todo empezó entre los extranjeros, los egipcios que habían escapado de Egipto junto con los hebreos. ¡Ellos estaban acostumbrados a comer mucha carne, y comenzaron a quejarse de que les faltaba! ¡En poco tiempo, la ola de murmuraciones se extendió por el campamento y todo el mundo comenzó a quejarse de que no había suficiente carne! ¡Y muy pronto terminaron quejándose por todos los alimentos que no tenían! Nabal inmediatamente se adhirió a la protesta general pero Caleb le dijo: —Nabal, ¿no te das cuenta? ¡Te estás dejando llevar por la codicia! ¡De vez en cuando sí comemos carne! Poseemos rebaños y ganado, tenemos carne de vacuno y cordero.. —Sí, ¡pero tenemos que sacrificar el ganado con moderación! —objetó Nabal—. ¡No comemos suficiente carne para mi gusto! ¿Acaso no puede Dios tendernos una mesa bien provista en el desierto? Ya nos ha dado pan, ¿no puede darle carne también a Su pueblo? ¡Lo dudo! Pero aun si pudiera, ¿qué tal si nos envía algunas de esas deliciosas codornices que nos dio en Elim? La ola de quejas y protestas creció de tal modo que finalmente toda la gente del campamento se congregó frente a sus tiendas a quejarse y lamentarse: —¡Ojalá tuviéramos carne para la cena! —protestaban—. ¡Qué rico era el pescado que comíamos en Egipto, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos! Comenzaron a quejarse incluso del maná celestial que recibían. —Y ahora nuestra alma se seca; ¡pues nada sino este... este horrible maná ven nuestros ojos! ¡Ojalá estuviéramos de vuelta en Egipto! Esta vez el Señor se enfureció de verdad y ordenó a Moisés: —Al pueblo le dirás: Han llorado en los oídos del Señor diciendo, ¿puede darnos Dios carne para comer? ¡Por lo tanto, Yo les daré carne! ¡Mañana tendrán carne para comer! ¡Lo suficiente para un mes entero! ¡Comerán codornices hasta que les salga por las narices y las aborrezcan! Porque han menospreciado Mi voluntad al lamentarse, diciendo: ¿por qué salimos de Egipto? Esa noche el Señor agitó los vientos del oriente y un fuerte ventarrón sopló sobre el campamento israelita. ¡Entonces se produjo el milagro! ¡Millones y millones de codornices que sobrevolaban el golfo de Acaba fueron arrastradas por el viento directamente hacia el campamento israelita! Como dice en el Salmo 78:27-28: "¡Hizo llover sobre ellos carne como polvo, como arena del mar, aves que vuelan!" ¡Todo el terreno del campamento quedó cubierto de codornices en un área de varios kilómetros! ¡Ese día, durante la noche y todo el día siguiente, la gente se dedicó a reunirlas! ¡Había millones de ellas y hasta los que acapararon menos, reunieron por lo menos 10 montones cada uno! ¡Aquella noche, decenas de miles de hogueras, donde se cocinaba la carne, ardían en todo el campamento en medio de un ambiente de fiesta! ¡Las codornices tendrían que haberles alcanzado para un mes, pero muchas personas enloquecidas con la gula devoraron ave tras ave, atiborrándose de carne hasta empacharse mortalmente! ¡Esa noche, Nabal se divirtió de lo lindo, relamiéndose mientras embutía codornices! ¡Pero a la mañana siguiente, él y miles de otros amanecieron muertos! La Biblia dice: —¡Comieron y se saciaron hasta empacharse! ¡El Señor les dio lo que codiciaban, y luego hizo morir a los más robustos! Y llamó el nombre de aquel lugar Kibrot— hataava ("sepulcro de codiciosos") por cuanto allí sepultaron a aquellos codiciosos murmuradores.(Sal.78:29-31;Nú.11:33-34)
REFLEXIÓN (1) ¡Quejarse y murmurar son problemas muy comunes entre la raza humana y es muy fácil caer en ello, lo cual no quiere decir que sea correcto, ni lo justifica! ¡A los ojos de Dios la murmuración es absolutamente inadmisible! ¡El no tolera al murmurador y aborrece los lamentos, las quejas, las protestas y las murmuraciones casi más que cualquier otro pecado! (2) Los Hijos de Israel pasaron dificultades, pero ese no era el verdadero motivo de sus quejas. ¡Murmuraban debido a su incredulidad! ¡No confiaban en que Dios pudiera librarlos de sus dificultades! (Ver Salmos 78:19—22,32) ¡La murmuración es manifestación de duda, la alabanza, en cambio, es la expresión de la fe, y a pesar de que uno se encuentre en una situación sumamente difícil, si tiene fe y confía en que Dios lo sacará del trance, no mumurará! (3) Es muy fácil criticar a los israelitas por murmurar en el desierto de Sin debido los alimentos, pero recordemos que a menudo nosotros caemos ante pruebas mucho más sencillas y de menor importancia y acabamos por quejarnos, por eso no tenemos derecho a criticar! ¡Lo único que debemos hacer es temer a Dios y aprender de los errores que ellos hicieron! (Ro. 11:20—22) (4) Algunas de las preocupaciones de la gente eran legítimas, como preguntarse qué comerían. ¡Ni siquiera puede decirse que desear más carne estaba mal, porque el Señor era muy capaz de dársela! Pero lo importante del asunto es: ¡Aun cuando tengamos una legítima necesidad, o supongamos que la tenemos, eso no justifica ponerse a rezongar para tratar de conseguirla o murmurar porque el Señor decide no concedernos lo que le pedimos! Como dice en Filipenses 2:14, "Haced todo sin murmuraciones ni contiendas." Mucho depende de la razón de nuestros deseos, como también del espíritu con que se piden. Una cosa es pedir algo con humildad, mansedumbre y fe; ¡pero es algo totalmente distinto pedir con una actitud exigente y rezongona, o andar de un lado a otro quejándose ante los demás del "mal trato que se recibe"! (5) ¡A veces, sencillamente no es posible tener todo lo que uno quiere, y debemos aprender a contentarnos en cualquier situación! (Filipenses 4:11) ¡A estar contentos no solo cuando sabemos que todas nuestras necesidades han sido atendidas abundantemente, sino también a seguir sirviendo a Jesús alegremente a pesar de las dificultades o necesidades, alabando a Dios por todo lo que sí tenemos! En 1Tesalonicenses 5:18 dice: "Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." ¡Mientras tengamos presente al Señor y las Escrituras y una canción o alabanza en los labios, nos será imposible quejarnos y murmurar de lo mal que nos sentimos! ¡A veces es necesario que suframos pequeñas inconveniencias para estar agradecidos de que no sucedan todo el tiempo! Uno no se sale siempre con la suya ni consigue hacer todo lo que quiere, ni tiene todo lo que le gustaría, porque si no no lo apreciaría. (6) ¡El maná enviado por el Señor era delicioso y muy nutritivo, y en realidad no necesitaban carne, pero de todas maneras lo exigieron y el Señor les mandó codornices, que engulleron hasta enfermarse! "¡Les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos!" (Salmos 106:15) Si a veces insistimos en algo, si lo exigimos, diciendo: "¡Dios mío, me es imprescindible, dame lo que te pido!", El nos dará lo que pidamos para hacernos escarmentar y hacernos ver que no era conveniente para nosotros. Aunque terminemos consiguiendo lo que codiciábamos, al final nos quedará una sensación de vacío en el corazón, porque es pecado poner otras cosas delante del Señor y Su voluntad! ¡Cuando uno desea ardientemente algo, por encima del Señor y Su voluntad, pierde su relación íntima con Dios! style='font—size:12.0pt'(V. Santiago 4:3; Salmos 37:4,106:15) (7) "Pan de ángeles les dio el Señor" (Salmos 78:25), ¡y sin embargo, se mostraron desagradecidos y se quejaron! Cuando la gente se queja, murmura y rezonga por lo que no tiene, en vez de apreciar las bendiciones que recibe, Dios pierde las ganas de darle otra cosa. ¡Es más, a menudo retira nuestras bendiciones si no las apreciamos! ¡Y entonces las apreciamos, cuando ya no las tenemos! (8) ¡A pesar de lo que Dios haga por algunos, nunca estarán satisfechos o contentos! ¡Hay quienes siempre encuentran motivos para criticar y quejarse, pase lo que pase! ¡Lo único que alegra al murmurador crónico es tener una razón para quejarse! ¡Pero si le agradecemos a Dios cada una de las bendiciones que nos da, no tendremos tiempo para quejarnos y lamentarnos! (9) En Elim, la gente culpó a Moisés y a Aarón por sus problemas; pero como bien indicó Moisés, ¡en realidad a quien culpaban era a Dios! Mucha gente reconoce que no debe culpar a Dios, por eso culpa a sus supervisores o líderes. ¡Pero en la obra de Dios, los líderes son hombres y mujeres ungidos por Dios, y sería igual que los rezongones le echen la culpa a Dios porque es a El a quien en verdad están culpando! (10) Fue apenas un puñado de personas las que empezaron las quejas en Kibrot— hataava, ¡pero muy pronto millones de israelitas se quejaban con ellos! Es el resultado de expresar con palabras las dudas y temores del Enemigo y de transmitir sus mentiras a los demás. ¡El efecto que esto tiene es totalmente opuesto al de testificar la Verdad de la Palabra de Dios! Hace que los demás se desanimen, duden, se llenen de temores y descontento, y que finalmente acaben quejándose y murmurando igual que uno. Eso es lo que se consigue cuando comenzamos a comentar nuestras dudas a los demás y a darle rienda suelta a las mentiras del Diablo. ¡Así que no lo hagamos! "Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor." (1 Corintios 10:10) (11) El murmurador siempre comienza primero a murmurar en su corazón y por eso termina expresándolo con palabras. "Porque de la abundancia del corazón habla la boca." (Mateo 12:34) ¿Estás tú convirtiéndote en un conducto para las mentiras del Enemigo abrigando murmuración y resentimientos en el corazón?" ¡Cuidado! ¡Murmurar es una enfermedad contagiosa y diabólica; "un poco de levadura leuda toda la masa" (Gál.5:9), y puede envenenar toda la obra del Señor! ¡La murmuración es la voz del Enemigo, y el espíritu crítico siembra discordia y desunión entre los hermanos, una de las siete cosas que Dios abomina! (Proverbios 6:16— 19) ¡Es por eso que El la aborrece tanto! En Hebreos 12:15 se nos advierte: "Mirad bien, que brotando alguna raíz de amargura os estorbe, y por ella muchos sean contaminados." ¡Si uno no se despoja de esa pequeña raíz de amargura o murmuración cuando está empezando a crecer, muy pronto "brotará" del corazón y de la boca para estorbar y contaminar a muchos! ¡No hay que abrigar ningún resentimiento ni murmuración en el corazón! ¿Amén? (12) ¡Murmurar no depende de las circunstancias físicas; es una actitud mental y del corazón! ¡El corazón incrédulo murmura pase lo que pase, pero el corazón lleno de fe alaba al Señor contra viento y marea! ¡Que Dios nos ayude, pues, a ser discípulos alegres y no quejumbrosos! ¡No le cedas terreno al Diablo bajo ninguna circunstancia, y cúidate de andar lamentándote y difundiendo las dudas del Diablo!

¡Las plagas de Egipto! (Éxodo 5-12)

Leobín era un hombre imponente, que pesaba cerca de 100 kilos y tenía un cargo de funcionario en la corte del Faraón. Regresaba en carro a su hogar, y observó una larga columna de esclavos hebreos que marchaban penosamente hacia la tierra de Gosén. Leobín pensó con sorna: —De modo que según Moisés, su Dios los va a librar, ¿no? ¡Pues que les ayude entonces a hacer ladrillos sin paja! ¡Ja ja ja! Las extensas tierras de Leobín lindaban con la zona sur de la tierra de Gosén, en el fértil delta del Nilo. Tomó una curva del camino principal, rumbo a su mansión, en tanto los extenuados hebreos cruzaban un puente en dirección a Gosén. Al entrar su padre y sus hermanos, Jemima quitó la mirada de la olla en que cocinaba, y exclamó, al ver sus espaldas sangrantes: —¡Oh, Dios mío; esas bestias los han golpeado de nuevo! —Así es —respondió su padre, suspirando profundamente—, Moisés le ha dicho al Faraón que el Señor ordena que deje marchar a Su pueblo, ¡pero el Faraón no quiere hacerlo y ha hecho nuestro trabajo todavía más pesado al negarnos la paja! ¡Y después sus capataces nos azotan por no hacer suficientes ladrillos! Mientras les limpiaba las heridas, Jemima elevó una oración a Dios: —Señor, ¡juzga a nuestros crueles opresores! Al día siguiente, cuando el Faraón bajaba a la ribera del Nilo, Moisés y Aarón le salieron al encuentro. ¡Los juicios de Dios estaban a punto de empezar a desatarse! Leobín y un grupo de otros altos funcionarios estaban en las proximidades cuando Moisés se acercó, levantó su vara delante de ellos y la descargó sobre las aguas del Nilo. ¡De repente, y ante el gran asombro de Faraón, toda el agua se convirtió en sangre! ¡Todos los riachuelos y arroyos, lagunas y estanques de Egipto, incluyendo el agua que estaba en los jarrones de piedra, se convirtieron en sangre! El Nilo hedía a podredumbre, sus aguas no eran potables, y todos los peces que había en ellas murieron. ¡Faraón, empero, se negó a someterse a Dios! Transcurrieron siete días, y Moisés y Aarón volvieron a ir donde el Faraón con el mensaje del Señor: —Deja ir a Mi pueblo. Pero el Faraón endureció su corazón. Por lo tanto, Aarón extendió su vara sobre arroyos, canales y estanques, y vinieron ranas que cubrieron toda el territorio. ¡Ni siquiera el palacio del Faraón quedó exceptuado! Mientras iba rumbo a su casa, Leobín observó sus tierras y vio que estaban cubiertas por un movedizo mar de ruidosas ranas. Su sensación de horror se acrecentó cuando tuvo que recorrer el trecho entre su jarín y su casa esforzándose por no pisarlas. Encontró ranas en la cocina, dentro de los hornos, ¡y hasta en su dormitorio y sobre su cama! Su esposa y su hijo estaban histéricos y aterrorizados, mientras aquellas repulsivas criaturas saltaban a su alrededor y por encima de ellos. Jemima y sus hermanos, mezclados con la multitud de hebreos que se había aglomerado en la ribera del canal, observaban con ojos atónitos la tierra de Egipto, que se extendía frente a ellos. En tierras de Leobín se veía un mar de ranas; ¡pero en la tierra de Gosén, donde se encontraban ellos, no había ni una sola! Finalmente, el Faraón rogó a Moisés que alejara la plaga de ranas, y luego de que éste orara, súbita y misteriosamente, murieron todas. El croar ensordecedor de incontables millones de ranas se apagó por completo en ese preciso instante. Laobín ordenó a todos sus siervos que quitaran de su casa los millares de cuerpecillos muertos, y que acumularan en grandes montones los que estaban en sus campos. ¡Durante los días siguientes, de toda la tierra de Egipto se elevó al cielo el hedor nauseabundo de las ranas muertas! El Faraón volvió a endurecer su corazón, por lo tanto el Señor encomendó a Moisés que dijera a Aarón que golpeara el polvo de la tierra con su vara. Una vez que Aarón lo hubo hecho, el polvo se convirtió en piojos, que treparon sobre cada hombre y bestia de Egipto. ¡Pero en Gosén no se vio ni rastro de ellos! Volvió Moisés y ordenó a Faraón: —¡Deja ir a mi pueblo! Pero el Faraón se negó a escucharle, ¡por lo que el Señor envió densos enjambres de moscas que invadieron su palacio y las casas de sus funcionarios! ¡Toda la tierra de Egipto quedó totalmente infestada de moscas! Leobín estaba medio loco de desesperación, tratando de sacarse de encima las asquerosas moscas que se le pegaban al cuerpo, ¡y miraba asombrado la tierra de Gosén, donde no se percibía el vuelo de una sola mosca! Entonces el Señor envió una peste terrible sobre los caballos, los asnos, los camellos, las reses, las ovejas y las cabras de los egipcios, y Leobín vio que las grandes riquezas que poseía en ganado se esfumaban al morir los animales delante de sus ojos. A unos pocos centenares de metros de allí, en Gosén, los animales pastaban apaciblemente y a gusto, sin que uno solo de ellos hubiese muerto. Leobín estaba en el palacio del Faraón cuando se desató la plaga siguiente. Moisés, delante de Faraón, tomó puñados de ceniza de un horno y los arrojó al cielo. Este se cubrió de un fino polvillo, y en hombres y bestias aparecieron llagas purulentas a lo largo y ancho de todo el territorio egipcio. ¡Leobín lanzó un grito desgarrador cuando se vio cubierto de dolorosas llagas de la cabeza a los pies! El Faraón mismo y sus magos estaban completamente cubiertos de llagas, pero ni aun así se doblegaba, de modo que al final Moisés ingresó abruptamente ante su presencia y le dijo, lleno de ira: —Así ha dicho el Señor: ¡De haberlo querido, ya hubiese podido extender Mi mano y desatar sobre ti y sobre tu pueblo una peste que los hubiese quitado para siempre de la tierra! Por lo tanto, mañana he de enviar la peor granizada que haya caído jamás sobre Egipto, desde que se formó como nación, hasta el día de hoy! ¡Recojan todo su ganado y llévenlo a un sitio donde esté seguro, pues el granizo que habrá de caer matará a todo hombre o animal que se encuentre al descubierto! El Faraón y su gente disponían de un día entero para acatar la advertencia, y varios de sus funcionarios y oficiales, que temieron la Palabra del Señor, llevaron a sus esclavos y ganados a lugar seguro. Pero Leobín, al igual que Faraón y la mayoría de sus hombres, desoyó desafiantemente a Moisés. Al día siguiente, Moisés levantó su vara al cielo, y de repente se puso amenazadoramente oscuro, y entre los nubarrones empezaron a resonar los truenos. ¡Súbitamente, los largos brazos de los relámpagos se descargaron sobre la tierra y se desató una rugiente tormenta de granizo, que caía con ruido atronador! ¡El granizo cayó sobre toda la tierra de Egipto, acompañado de furiosos relámpagos y del fuego que se extendía por la pradera! La tormenta se prolongó y parecía no tener fin. Por fin, Faraón prometió que dejaría partir a los hebreos, por lo que Moisés oró y de inmediato cesó la plaga. Luego de que hubo amainado el temporal, Leobín regresó a su casa, chapoteando entre los montículos de granizo que empezaban a derretirse. Al extender su vista por toda la llanura circundante, pudo comprobar que toda planta viviente había sido aplastada por la tormenta. Los árboles se veían desnudos y con sus ramas desgajadas. ¡Cuando llegó a sus tierras se encontró con los cadáveres de sus esclavos y animales tendidos por doquier, masacrados por las duras piedras! Jemima observaba desde el puente que marcaba la división entre Gosén y la tierra de los egipcios. Después de cesar el ruido aterrador provocado por la tormenta, todos los hebreos habían salido de sus casas para ver si sus campos habían sido destruidos, pero para su sorpresa y alegría, comprobaron que sus tierras y árboles estaban intactos. ¡Por el contrario, apenas a unos centenares de metros, al otro lado del arroyo, toda la tierra de Egipto presentaba un espectáculo de desolación y muerte! Después de que se detuvo la tormenta, el Faraón se negó a cumplir la palabra empeñada. Una vez más, Moisés le advirtió que debía dejar marchar a su pueblo. El Faraón se negó a hacerlo. Entonces Leobín y los demás oficiales le rogaron, diciendo: —¡Deja que el pueblo se vaya! ¿No te has dado cuenta aún de que Egipto está arruinado? Cuando el Faraón insistió en su negativa, el Señor envió un viento del Oriente que sopló toda la noche. Al llegar la mañana había traído consigo una enorme cantidad de langostas, que se lanzaron vorazmente sobre todo el país. ¡Jamás habían visto una plaga de langostas semejante! Desde la ribera del arroyo, Jemima contempló horrorizada las negras e interminables nubes de langostas que se abatían sobre los campos de Leobín. Se asentaron sobre la tierra hasta formar una gruesa capa negra, y devoraron todo lo que el granizo no había destruido. ¡Cuando acabaran su labor devastadora, no habría quedado ningún vestigio de vida vegetal en todo Egipto! El aire seguía lleno de furiosos enjambres de langostas, y casi como si un muro invisible las hubiese detenido, ni una de ellas cruzó a la tierra de Gosén. ¡Jemima y sus hermanos, junto a la gran muchedumbre de hebreos que los rodeaba, se echaron de rodillas llenos de admiración y reverencia ante el grandioso poder con que el Señor había protegido a Sus hijos! Y aunque resulte difícil creerlo, Faraón volvió a endurecer su corazón luego de que se marcharon las langostas, ¡y se abatió la siguiente plaga! Cuando Jemima y su familia salieron a ver qué sucedía, exclamaron consternados: —¡Qué es eso? —No lo sé —balbuceó su padre. Delante de sus ojos se alzaba un muro de la neblina más oscura que habían visto en sus vidas, arremolinándose sobre el puente que dividía a Gosén de Egipto. Era tan oscura que parecía prácticamente impenetrable. ¡La oscuridad que cubría Egipto era tan densa, tan completa, que nadie alcanzaba a ver nada! Leobín, dentro de su palacete, tropezaba contra los muebles, hasta que logró encontrar una lámpara, ¡pero incluso estando encendida, su luz era insuficiente para traspasar las tinieblas! —¿Qué terrible oscuridad es ésta? —susurró para sí, con un escalofrío—. ¡Es tan espesa que puedo palparla! ¡Debido a aquella tremenda oscuridad, nadie salió de su casa en todo Egipto por espacio de tres días, paralizándose así toda la nación! Sin embargo, en tierra de Gosén, el sol brillaba como siempre. Entonces el Señor desató una última plaga sobre el Faraón y sobre Egipto: ¡a medianoche, envió a Su Angel Exterminador sobre toda la tierra! Siguiendo las instrucciones de Moisés, todos los hebreos habían comido la Pascua y habían pintado los umbrales de sus puertas de calle con sangre de cordero, para testimoniar su fe en la protección del Señor. ¡Pero los incrédulos egipcios se negaron a hacer otro tanto! Cuando el Angel Exterminador llegaba a una casa que tenía sangre en el umbral de la puerta, seguía de largo, ¡pero cuando no había sangre entraba y mataba al primogénito de dicha casa! A medianoche el Señor aniquiló a todos los primogénitos de Egipto, desde el hijo mayor del Faraón, en el palacio, hasta el primogénito del último prisionero de sus calabozos. El Faraón y todos los egipcios se levantaron de noche, y fue muy grande el lamento por toda la tierra de Egipto. No había quedado una sola casa a la que no hubiese entrado la muerte. Desde la tierra de Gosén los hebreos podían oír claramente las lamentaciones de los millones de egipcios de todo el territorio. Sin embargo, entre los israelitas la calma era absoluta. No se oía siquiera el ladrido de un perro. ¡Los egipcios, acongojados por las muertes y atemorizados ante el poder de Dios, vinieron a implorarles que se marcharan, pues su nación había quedado diezmada y en ruinas! ¡Aquella misma noche los israelitas dejaron Egipto y se marcharon rumbo a la Tierra Prometida, alabando a Dios por haberles protegido milagrosamente en el curso de todas aquellas terribles plagas y desastres!
REFLEXIÓN: (1) ¡Si el Señor protegió en esa época a Su pueblo de modo tan milagroso, no cabe duda de que podrá y querrá proteger a Sus hijos en las dificultades actuales y en las que se presenten en época de la Gran Tribulación! Cuando Dios descarga Sus juicios sobre los impíos, por lo general no afectan a sus hijos. (Ver el salmo 91) (2) La persecución a que los israelitas se vieron sometidos por parte de los egipcios no fue nada, comparada con los juicios que la ira de Dios hizo caer sobre Egipto. Mientras Dios bendecía y prosperaba a Sus hijos en Gosén, horribles plagas atormentaban a los malvados egipcios. (3) Cuando servimos a Dios, nuestra vida es preciosa a Sus ojos. Somos entonces Sus empleados, Sus obreros, y nuestro servicio es para El sumamente valioso, de modo que nos protege para que podamos seguir difundiendo Su mensaje. A lo largo de toda la Biblia vemos como el Señor siempre protegió a Sus hijos. De vez en cuando les tocó sufrir alguna penalidad, pero al final siempre los libró. ¡El Señor nunca prometió que no sufriríamos aflicciones; El prometió librarnos siempre de todas ellas! (Salmo 34:19) Si bien es normal que los auténticos cristianos se vean expuestos a cierta persecución, ¡por lo general el Señor no deja que sean aniquilados a manos de los impíos! ¡Si consideramos la gran cantidad de cristianos que ha existido a lo largo de la Historia, vemos que sólo una reducida minoría fue martirizada! (4) ¡No hay situación más segura en este mundo que la voluntad de Dios! ¡La protección que el Señor ejerce sobre nosotros es como un campo de fuerza que nos rodea y que el Enemigo no puede penetrarlo! ¡Dice en la Palabra de Dios que un ejército celestial "acampa alrededor de nosotros" (salmo 34:17) y que el Diablo no puede hacernos daño! ¡Por lo menos, no puede hacerlo en tanto permanezcamos dentro del "círculo encantado" de la voluntad de Dios, o nos alejemos de Su protección! ¡Entonces, merecemos el castigo, por desobedecer al Señor y descarriarnos! En esos casos, las propias leyes establecidas por Dios le impiden protegernos. (5) ¡Los hijos de Dios estamos en guerra contra un poderoso enemigo! Lo mejor es, pues, vivir de acuerdo con Dios y con Su Palabra, permaneciendo en Su voluntad, buscando permanentemente al Señor y Su protección y dándole gracias por Sus bendiciones. ¡El Diablo siempre anda "como león rugiente, buscando a quien devorar"! (1 Pedro 5:8) ¡No te conviertas tú en su próximo plato! (6) ¡Los ángeles de Dios acampan a nuestro alrededor, guardándonos noche y día! ¡Puede que a nuestro alrededor no haya más que guerra, disturbios y confusión, pero aún así podremos tener paz en nuestro corazón y en nuestro hogar, si confiamos en Jesús! ¡El Señor puede sacarnos de cualquier situación, por grave que sea! (Salmo 121:8) ¡En tanto el Señor quiera que continuemos llevando a cabo Su tarea de difundir el Evangelio, tendrá que seguir cuidándonos! El Señor lo ha prometido muchas veces en Su Palabra, de modo que no hay por qué preocuparse. ¡Tendrás un brillante futuro si confías en las promesas de Dios!
——————————————————————— ORACIÓN: ¡Señor, Tú nunca has dejado de cumplir ninguna de Tus buenas promesas! (1Reyes 8:56) Has protegido a Tus hijos en todas las épocas. ¡Nunca le has fallado a ninguna generación, y por eso no vas a fallar ahora a nuestra generación! ¡Te pedimos que estemos siempre conscientes de Tu presencia, Señor, que siempre acudamos a Ti, nuestro "pronto auxilio en nuestros momentos difíciles"! (Salmos 46:1) ¡Porque Tú no dejarás de protegernos, por muchos peligros que nos aguarden! Aunque pasemos por pruebas y tribulaciones, Señor, éstas no nos derrotarán. ¡Tú harás portentosos milagros para que sigamos adelante, a fin de que podamos propagar Tu Mensaje y mostarle Tu Amor al mundo, que tanto lo necesita, hasta el mismísimo final! (Mateo 28:20) Te lo pedimos en el nombre de Jesús