La próxima vez que sufras un bajón, es posible que estés a punto de descubrir lo cerca de ti que está el Señor y cuánto se preocupa de tu bienestar. Suele ser en los períodos más duros de la vida cuando comprendemos que Jesús está siempre a nuestro lado. Él nos ama, desea lo mejor para nosotros y es capaz de lograr resultados positivos a partir de cualquier cosa que nos suceda, aun de las adversidades. Cada dificultad o decepción puede llegar a ser un peldaño que nos conduzca a mayores satisfacciones.
El amoroso plan de Dios
El Señor ha prometido en Su Palabra que todas las cosas redundan en bien de los que aman a Dios1. Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu provecho. Aunque es posible que hayas tenido muchas experiencias que en su momento no te parecieron gratas ni alentadoras, tarde o temprano descubrirás que de alguna manera fueron positivas.
Las respuestas del Señor a nuestras oraciones son infinitamente perfectas. A veces, sin embargo, Él no nos responde tal como quisiéramos, porque conoce el futuro y sabe que nuestros deseos, si nos los concediera, podrían perjudicar a otras personas o dañarnos a nosotros mismos. Con frecuencia, más tarde caemos en la cuenta de que lo que pedíamos era en realidad una piedra con apariencia de pan, mientras que Él pretendía darnos un pan que a nosotros, por nuestra miopía, nos parecía una piedra2 .
La hora más oscura
Los designios divinos no siempre se ven claros en un primer momento; pero en toda situación podemos tener la seguridad de que estamos a Su cuidado y de que al final, sea como sea, todo redundará en nuestro bien. Cuando pases por una temporada dura, a pesar de las dificultades, de la confusión que sientas, de la decepción o el desengaño que te hayas llevado, de la pérdida que hayas sufrido, debes aferrarte a la certeza de que Dios te ama. Su amor es inmutable, infalible, interminable. Por muy negro que se presente el panorama, por difícil que se torne la lucha, por muy largo y tétrico que se vea el túnel y por muy intenso que sea tu dolor, Él te ama. Y Él no es mezquino con Su amor. No nos lo entrega con cuentagotas a medida que nos lo vamos mereciendo. Lo reparte siempre con gran liberalidad.
Aun en los momentos más críticos y difíciles, el Señor es un «amigo más unido que un hermano»3. «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento»4. Él nos acompaña en la hora más sombría, en los momentos de prueba, en medio de la confusión. Está con nosotros en nuestra más honda desesperación. Permanece a nuestro lado porque nos ama y quiere sacarnos adelante.
A Jesús no le gusta vernos sufrir y pasar desdichas. Pero sabe que esas experiencias nos hacen bien, nos convierten en la clase de personas que Él sabe que podemos llegar a ser.
El sendero hacia la gloria
Cuando llegues al final del sendero de la vida y veas en retrospectiva todo lo que te ha acontecido, comprenderás cuánto te ha amado el Señor y lo fielmente que te ha cuidado a lo largo del recorrido, particularmente cuando éste se te hacía cuesta arriba. Entonces entenderás claramente que las rocas con las que te encontraste en el camino no estaban ahí para hacerte tropezar, sino que eran peldaños para permitirte acceder a cosas mejores.
Por muchos recodos que dé el camino, recuerda que Jesús está contigo. Él cuida de ti y a la postre hará que incluso las peores situaciones redunden en tu bien. Lo ha prometido.
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sábado, 18 de junio de 2011
viernes, 10 de junio de 2011
Para progresar hay que cambiar
El progreso puede ser un arma de dos filos. Por una parte es maravilloso, porque nos acerca a nuestras metas. Por otra parte, los cambios que el progreso exige pueden producirnos cierta incomodidad e inseguridad, o tener un efecto desestabilizador. Los beneficios son atractivos, pero muchas veces preferiríamos saltarnos la difícil fase de transición. Eso sería fantástico, no lo niego; pero la realidad es otra.
Aunque resistirse a cambiar es propio de la naturaleza humana, es posible superar esa propensión. Todos podemos optar por ser impulsores de los cambios.
Un consejo básico es no afrontar una ola de cambios con miedo, como esperando lo peor. El surfista no se parapeta detrás de su tabla para intentar frenar la ola. Más bien, antes que ésta lo alcance se pone a remar en el mismo sentido, de modo que la ola lo arrastre cuando llegue donde él está. El tablista confía en que la ola lo alce y lo impulse. Precisamente esa confianza hace que la experiencia sea electrizante.
En toda época de avatares es vital aferrarse al amor infalible y omnisciente de Dios. Recuerda que Él es dueño de la situación y tiene en cuenta lo que más te conviene. Independientemente de lo que haya sucedido antes o lo que vaya a acontecer más adelante, Dios es tu constante (Malaquías 3:6), tu pastor celestial (Salmo 23:1), y no te llevará por mal rumbo ni te conducirá a situaciones perjudiciales (Jeremías 29:11). El amor que abriga por ti nunca mengua (Jeremías 31:1). Su poder y fortaleza nunca merman (Judas 25).
La seguridad de que cuentas con ese poder y ese respaldo te permite encarar positivamente los altibajos de la vida. La promesa de que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28) te permite concentrarte en las posibilidades y no en los problemas. «¿Qué nuevas oportunidades puede traer aparejadas este cambio? ¿De qué manera puede ayudarme Dios a revertir esta situación potencialmente negativa?» Es lo que se conoce como fe expectante.
Tal grado de fe se adquiere pasando ratos con Dios, leyendo Su Palabra, abriéndole nuestro corazón, escuchando lo que nos quiere decir y alabándolo por Su bondad. En cambio, si nos empeñamos en resolver las cosas por nuestra cuenta o desatendemos nuestras necesidades espirituales, difícilmente tendremos la fe necesaria para hacer frente a las vicisitudes. Dedícale un espacio de tiempo a Dios todos los días. Considera ese rato sagrado. En esos momentos de comunión íntima Él fortalecerá y renovará tu espíritu (Isaías 40:31). Así estarás listo para cualquier cosa, pues tendrás la certeza de que Dios te va a sacar adelante.
Aunque resistirse a cambiar es propio de la naturaleza humana, es posible superar esa propensión. Todos podemos optar por ser impulsores de los cambios.
Un consejo básico es no afrontar una ola de cambios con miedo, como esperando lo peor. El surfista no se parapeta detrás de su tabla para intentar frenar la ola. Más bien, antes que ésta lo alcance se pone a remar en el mismo sentido, de modo que la ola lo arrastre cuando llegue donde él está. El tablista confía en que la ola lo alce y lo impulse. Precisamente esa confianza hace que la experiencia sea electrizante.
En toda época de avatares es vital aferrarse al amor infalible y omnisciente de Dios. Recuerda que Él es dueño de la situación y tiene en cuenta lo que más te conviene. Independientemente de lo que haya sucedido antes o lo que vaya a acontecer más adelante, Dios es tu constante (Malaquías 3:6), tu pastor celestial (Salmo 23:1), y no te llevará por mal rumbo ni te conducirá a situaciones perjudiciales (Jeremías 29:11). El amor que abriga por ti nunca mengua (Jeremías 31:1). Su poder y fortaleza nunca merman (Judas 25).
La seguridad de que cuentas con ese poder y ese respaldo te permite encarar positivamente los altibajos de la vida. La promesa de que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28) te permite concentrarte en las posibilidades y no en los problemas. «¿Qué nuevas oportunidades puede traer aparejadas este cambio? ¿De qué manera puede ayudarme Dios a revertir esta situación potencialmente negativa?» Es lo que se conoce como fe expectante.
Tal grado de fe se adquiere pasando ratos con Dios, leyendo Su Palabra, abriéndole nuestro corazón, escuchando lo que nos quiere decir y alabándolo por Su bondad. En cambio, si nos empeñamos en resolver las cosas por nuestra cuenta o desatendemos nuestras necesidades espirituales, difícilmente tendremos la fe necesaria para hacer frente a las vicisitudes. Dedícale un espacio de tiempo a Dios todos los días. Considera ese rato sagrado. En esos momentos de comunión íntima Él fortalecerá y renovará tu espíritu (Isaías 40:31). Así estarás listo para cualquier cosa, pues tendrás la certeza de que Dios te va a sacar adelante.
miércoles, 25 de mayo de 2011
La solución del martín pescador
Cuando entró en servicio en Japón el tren bala Sanyo Shinkansen, las personas que residían cerca de la línea férrea se quejaron del ruido. Aproximadamente la mitad de la línea está en túneles. Al salir el tren de esos túneles se producía un ruido explosivo por un cambio repentino en la presión del aire.
Los ingenieros estudiaron el problema hasta que uno de ellos recordó haber leído algo sobre un ave, el martín pescador, que posee una singular característica de diseño. Para atrapar a sus presas, el martín pescador se lanza desde el aire -que ofrece baja resistencia- y se mete en el agua -un medio de alta resistencia-, produciendo apenas una pequeña salpicadura al zambullirse. El ingeniero sospechó que ello se debía a la forma del pico, que era la ideal para esos cambios de resistencia.
Él y sus colegas realizaron pruebas disparando objetos de diversas formas por un tubo y midiendo las ondas que se generaban a la salida. Los datos demostraron que la forma ideal para la nariz del tren bala era casi idéntica a la del pico del martín pescador. ¡Problema resuelto! Es probable que a aquellos profesionales les hubiera costado mucho más hallar la solución de haberse apoyado exclusivamente en su formación y experiencia en ingeniería mecánica. Solo dieron en el clavo cuando uno de ellos buscó en otra parte.
Al resolver problemas sucede que tendemos a apoyarnos demasiado en nuestra propia capacidad y experiencia cuando Dios en muchos casos tiene una solución mejor. Nos hace falta fe para dejar de esforzarnos tanto por nuestra cuenta y pedirle ayuda a Dios; pero por lo general, sin eso es difícil que oigamos Su voz. La fe es a los problemas lo que el pico del martín pescador es al agua. Al toparnos con obstáculos, la resistencia mayor que encuentran de repente nuestros planes y procedimientos usuales puede resultar desconcertante. Sin embargo, la fe nos ayuda a encontrar soluciones más rápidamente y con menos desgaste nervioso. La fe no elimina todas las complicaciones y contratiempos, pero sí reduce su impacto.
David Bolick está afiliado a La Familia Internacional y vive en México.
CÓMO HACER FRENTE A CUALQUIER REVÉS
Hay personas bien intencionadas que consideran que la vida es demasiado dura. Si por ellas fuera, acomodarían y organizarían el mundo de tal forma que nadie tuviera que sufrir. No obstante, si no tuviéramos contratiempos, ¿cómo se fortalecería nuestra personalidad? ¿Cómo podría uno alcanzar equilibrio y madurez y adquirir entereza?
Por ásperas y desagradables que sean las dificultades, son ellas las que impulsan nuestro desarrollo. Abordemos cada dificultad con oración, fe y lucidez. Luego, dejemos que el entusiasmo genere energía. Con ese mecanismo podemos hacer frente a cualquier situación que se presente. Norman Vincent Peale
Los ingenieros estudiaron el problema hasta que uno de ellos recordó haber leído algo sobre un ave, el martín pescador, que posee una singular característica de diseño. Para atrapar a sus presas, el martín pescador se lanza desde el aire -que ofrece baja resistencia- y se mete en el agua -un medio de alta resistencia-, produciendo apenas una pequeña salpicadura al zambullirse. El ingeniero sospechó que ello se debía a la forma del pico, que era la ideal para esos cambios de resistencia.
Él y sus colegas realizaron pruebas disparando objetos de diversas formas por un tubo y midiendo las ondas que se generaban a la salida. Los datos demostraron que la forma ideal para la nariz del tren bala era casi idéntica a la del pico del martín pescador. ¡Problema resuelto! Es probable que a aquellos profesionales les hubiera costado mucho más hallar la solución de haberse apoyado exclusivamente en su formación y experiencia en ingeniería mecánica. Solo dieron en el clavo cuando uno de ellos buscó en otra parte.
Al resolver problemas sucede que tendemos a apoyarnos demasiado en nuestra propia capacidad y experiencia cuando Dios en muchos casos tiene una solución mejor. Nos hace falta fe para dejar de esforzarnos tanto por nuestra cuenta y pedirle ayuda a Dios; pero por lo general, sin eso es difícil que oigamos Su voz. La fe es a los problemas lo que el pico del martín pescador es al agua. Al toparnos con obstáculos, la resistencia mayor que encuentran de repente nuestros planes y procedimientos usuales puede resultar desconcertante. Sin embargo, la fe nos ayuda a encontrar soluciones más rápidamente y con menos desgaste nervioso. La fe no elimina todas las complicaciones y contratiempos, pero sí reduce su impacto.
David Bolick está afiliado a La Familia Internacional y vive en México.
CÓMO HACER FRENTE A CUALQUIER REVÉS
Hay personas bien intencionadas que consideran que la vida es demasiado dura. Si por ellas fuera, acomodarían y organizarían el mundo de tal forma que nadie tuviera que sufrir. No obstante, si no tuviéramos contratiempos, ¿cómo se fortalecería nuestra personalidad? ¿Cómo podría uno alcanzar equilibrio y madurez y adquirir entereza?
Por ásperas y desagradables que sean las dificultades, son ellas las que impulsan nuestro desarrollo. Abordemos cada dificultad con oración, fe y lucidez. Luego, dejemos que el entusiasmo genere energía. Con ese mecanismo podemos hacer frente a cualquier situación que se presente. Norman Vincent Peale
sábado, 21 de mayo de 2011
En las malas, alas
En la Capilla Wesley, monumento histórico de Londres, hay un hermoso vitral que lleva la siguiente inscripción: «Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará Tu mano y me asirá Tu diestra»1.
El hombre siempre ha soñado con tener alas, una forma de elevarse por encima de la tierra y sus pesares. Parece ser algo innato en los seres humanos eso de sentirnos confinados y descontentos en nuestro entorno. Nos convencemos de que más allá -detrás de ese cerro o cruzando tal charco- todo será más fácil, más auspicioso, y seremos más libres.
Hay otro versículo en el que el salmista se hace eco del deseo de alejarse de todo. Dice: «¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría»2. Pero él conocía el secreto para hallar ese sitio magnífico, apartado del ajetreo cotidiano, y nos lo reveló: «El Señor me sustentaba»3.
Dios sostuvo a David en todas sus dificultades y pruebas y cambió sus cargas por alas. «Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán»4. Cuando acudimos a la Palabra de Dios y aguardamos en oración hasta que Él toca nuestra alma, nos remontamos a esferas de paz y sosiego donde el Señor en verdad «nos sustenta».
Este mundo a diario tira de nosotros hacia abajo; pero también existe una fuerza que nos impulsa hacia arriba, hacia el propio corazón de Dios. Si lees Su Palabra, le abres tu corazón y aguardas a que Él te hable, hallarás todas las fuerzas que necesitas. El problema es que muchas personas intentan arreglárselas por su cuenta, con la esperanza de que de algún modo lograrán superar sus dificultades. Echan a andar antes de tener alas. Pero fíjate en lo que dice ese versículo. Primero uno se renueva; luego puede correr y caminar. ¿Qué posibilidades tiene tu alma si nunca haces una pausa para conectarte con Dios y extraer fuerzas de Él? «Aguarda al Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón»5.
En un instante Dios puede despejar todo lo que nos aflige. Basta una sola aspiración profunda para que nuestro espíritu se renueve. Basta con escuchar unos segundos Sus suaves melodías para que se nos aclaren las ideas. Jesús puede hacer que se esfumen nuestros temores y pesares si tan solo nos tomamos unos instantes de reposo y nos recreamos en esa completa paz que Él nos da cuando nuestro pensamiento persevera en Él y en nadie más6 .
El hombre siempre ha soñado con tener alas, una forma de elevarse por encima de la tierra y sus pesares. Parece ser algo innato en los seres humanos eso de sentirnos confinados y descontentos en nuestro entorno. Nos convencemos de que más allá -detrás de ese cerro o cruzando tal charco- todo será más fácil, más auspicioso, y seremos más libres.
Hay otro versículo en el que el salmista se hace eco del deseo de alejarse de todo. Dice: «¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría»2. Pero él conocía el secreto para hallar ese sitio magnífico, apartado del ajetreo cotidiano, y nos lo reveló: «El Señor me sustentaba»3.
Dios sostuvo a David en todas sus dificultades y pruebas y cambió sus cargas por alas. «Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán»4. Cuando acudimos a la Palabra de Dios y aguardamos en oración hasta que Él toca nuestra alma, nos remontamos a esferas de paz y sosiego donde el Señor en verdad «nos sustenta».
Este mundo a diario tira de nosotros hacia abajo; pero también existe una fuerza que nos impulsa hacia arriba, hacia el propio corazón de Dios. Si lees Su Palabra, le abres tu corazón y aguardas a que Él te hable, hallarás todas las fuerzas que necesitas. El problema es que muchas personas intentan arreglárselas por su cuenta, con la esperanza de que de algún modo lograrán superar sus dificultades. Echan a andar antes de tener alas. Pero fíjate en lo que dice ese versículo. Primero uno se renueva; luego puede correr y caminar. ¿Qué posibilidades tiene tu alma si nunca haces una pausa para conectarte con Dios y extraer fuerzas de Él? «Aguarda al Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón»5.
En un instante Dios puede despejar todo lo que nos aflige. Basta una sola aspiración profunda para que nuestro espíritu se renueve. Basta con escuchar unos segundos Sus suaves melodías para que se nos aclaren las ideas. Jesús puede hacer que se esfumen nuestros temores y pesares si tan solo nos tomamos unos instantes de reposo y nos recreamos en esa completa paz que Él nos da cuando nuestro pensamiento persevera en Él y en nadie más6 .
jueves, 28 de abril de 2011
Como se produce un milagro
No se requieren más que dos elementos para que se produzca un milagro: el poder de Dios y la fe de un ser humano. Cuando la fe de un humilde creyente se combina con el poder de Dios, es de esperar que acontezca un milagro. La fe auténtica produce auténticos milagros.
Si quieres tener fe en que te puede suceder un milagro es preciso que empieces por creer lo que dice la Biblia. La Biblia es un libro sobrenatural. Tiene un efecto transformador. Si lo lees, lo estudias y lo asimilas, tu fe se verá acrecentada. La fe en la Biblia conduce a la fe en los milagros.
¿Por qué se nos hace extraño hoy en día confiar en que Dios es capaz de obrar milagros en respuesta a nuestras oraciones? La verdad es que Dios no sólo es capaz de obrarlos, sino que son necesarios para que se haga realidad todo lo que nos ha prometido y lo que tiene previsto para nosotros. Jesús prometió: «El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre» (Juan 14:12). También dijo que todo es posible si tenemos fe. (Marcos 9:23).
En la actualidad los cristianos son los depositarios de ese poder divino con que los primeros seguidores de Jesús «trastornaron el mundo entero» (Hechos 17:6). Aquellos humildes hombres y mujeres —hasta entonces unos desconocidos— tenían tal confianza en que el poder sobrenatural de Dios estaba a su disposición que se atrevieron a enfrentarse al imperio Romano y lo sacudieron hasta sus mismos cimientos. Si los milagros son menos comunes hoy en día no es porque el poder o las promesas de Dios se hayan desvirtuado, sino porque hay menos personas que creen en ellos.
Si aceptamos la Palabra de Dios, si confiamos en que Él cumplirá lo que promete en ella y le damos ocasión de obrar, veremos hacerse realidad cosas materialmente imposibles. Veremos a Dios obrar en la dimensión sobrenatural. Veremos milagros.
La Biblia dice: «El Señor recorre con Su mirada toda la Tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles» (2 Crónicas 16:9 (NVI)). Esas palabras tienen tanta vigencia hoy en día como cuando se escribieron.
Pon tu fe en Dios. Aférrate a Sus promesas con toda confianza, promesas como ésta: «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32). El amor, el poder y las promesas del Señor permanecen inalterables. Dios todavía está en Su trono, y la oración cambia las situaciones.
Si quieres tener fe en que te puede suceder un milagro es preciso que empieces por creer lo que dice la Biblia. La Biblia es un libro sobrenatural. Tiene un efecto transformador. Si lo lees, lo estudias y lo asimilas, tu fe se verá acrecentada. La fe en la Biblia conduce a la fe en los milagros.
¿Por qué se nos hace extraño hoy en día confiar en que Dios es capaz de obrar milagros en respuesta a nuestras oraciones? La verdad es que Dios no sólo es capaz de obrarlos, sino que son necesarios para que se haga realidad todo lo que nos ha prometido y lo que tiene previsto para nosotros. Jesús prometió: «El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre» (Juan 14:12). También dijo que todo es posible si tenemos fe. (Marcos 9:23).
En la actualidad los cristianos son los depositarios de ese poder divino con que los primeros seguidores de Jesús «trastornaron el mundo entero» (Hechos 17:6). Aquellos humildes hombres y mujeres —hasta entonces unos desconocidos— tenían tal confianza en que el poder sobrenatural de Dios estaba a su disposición que se atrevieron a enfrentarse al imperio Romano y lo sacudieron hasta sus mismos cimientos. Si los milagros son menos comunes hoy en día no es porque el poder o las promesas de Dios se hayan desvirtuado, sino porque hay menos personas que creen en ellos.
Si aceptamos la Palabra de Dios, si confiamos en que Él cumplirá lo que promete en ella y le damos ocasión de obrar, veremos hacerse realidad cosas materialmente imposibles. Veremos a Dios obrar en la dimensión sobrenatural. Veremos milagros.
La Biblia dice: «El Señor recorre con Su mirada toda la Tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles» (2 Crónicas 16:9 (NVI)). Esas palabras tienen tanta vigencia hoy en día como cuando se escribieron.
Pon tu fe en Dios. Aférrate a Sus promesas con toda confianza, promesas como ésta: «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32). El amor, el poder y las promesas del Señor permanecen inalterables. Dios todavía está en Su trono, y la oración cambia las situaciones.
miércoles, 20 de abril de 2011
Ángeles
Fueron creados por Dios.
En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los Cielos y las que hay en la Tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él
(Colosenses 1:16).
Los ángeles ya existían desde antes de la creación del mundo.
El Señor le respondió a Job [...]: «¿Dónde estabas cuando puse las bases de la Tierra, mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y todos los ángeles gritaban de alegría?» (Job 38:1-7, NVI).
¿Qué características presentan?
Son sabios.
Sea ahora de consuelo la respuesta de mi señor el rey, pues que mi señor el rey es como un ángel de Dios para discernir entre lo bueno y lo malo (2 Samuel 14:17).
El [arcángel] Gabriel […] habló conmigo, diciendo: «Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento» (Daniel 9:21,22).
Son innumerables.
Millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de Él (Daniel 7:10).
Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles (Hebreos 12:22).
Miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones (Apocalipsis 5:11).
Son inmortales.
No pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles
(Lucas 20:36).
Algunos tienen alas.
Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban (Isaías 6:2).
Algunos se aparecen con aspecto humano.
No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles (Hebreos 13:2)1.
¿A qué se dedican?
Nos amparan y nos liberan.
A Sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos (Salmo 91:11).
Mi Dios envió Su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño (Daniel 6:22).
Estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presentó un ángel del Señor; y le despertó, diciendo: «Levántate pronto». Y las cadenas se le cayeron de las manos. Le dijo el ángel: «Envuélvete en tu manto, y sígueme». Y saliendo, le seguía. Habiendo pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió por sí misma; y salidos, pasaron una calle, y luego el ángel se apartó de él (Hechos 12:6-10).
Proveen para nuestras necesidades.
Un ángel le tocó, y le dijo: «Levántate, come». Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua (1 Reyes 19:5,6).
Son mensajeros de Dios.
A esta mujer apareció el ángel del Señor, y le dijo: «He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo» (Jueces 13:3).
Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas» (Lucas 1:19).
El ángel les dijo: «No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lucas 2:10,11).
Combaten por nosotros contra el Diablo y sus demonios.
Entonces [el ángel] me dijo: «Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme» (Daniel 10:12,13).
Después hubo una gran batalla en el Cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles (Apocalipsis 12:7).
Alaban a Dios y se alegran por lo que hace.
Repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:13,14).
Adórenle todos los ángeles de Dios (Hebreos 1:6).
Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lucas 15:10).
lunes, 28 de marzo de 2011
Calidad de vida

domingo, 13 de febrero de 2011
11 maneras de expresar Cariño

11 maneras de expresar Cariñoy hacer que tus seres queridos se sientan valorados
Si deseas demostrar a los tuyos que los valoras y los quieres, pero no sabes cómo, aquí tienes algunas ideas, por lo menos para comenzar:
1. Con palabras. Las frases te amo o te quiero siguen siendo idóneas para hacerles saber a tus seres queridos que los aprecias. Repítelas con frecuencia.
2. Diles por qué. ¿Qué hace que esa persona signifique tanto para ti? Descríbeselo. Cada vez que notes algo nuevo por lo que elogiarla, díselo.
3. Tómate tiempo para amar. Dedicar tiempo a una persona querida equivale a decirle: «Eres más importante para mí que todo lo demás que podría estar haciendo ahora».
4. No esperes a que llegue una fecha señalada. Un pequeño obsequio o recuerdo inesperado es a veces más eficaz para expresarle cariño a una persona que un gran regalo en su cumpleaños o en otra fecha especial. La oportunidad existe todos los días.
5. Sé constante. Cuando todo marcha bien, una expresión de cariño puede hacer que las cosas anden todavía mejor; y cuando alguien está pasando un mal día, el amor puede revertir la situación.
6. Muestras de afecto. Abraza. Toca a las personas. La ciencia ha demostrado que el contacto humano produce beneficios físicos y mentales.
7. Sé servicial. Esforzarte por ayudar y hacer más de lo que marca el deber es muy elocuente. Demuestra que te preocupas por las personas, que consideras importante su felicidad y que procuras facilitarles la vida.
8. Escucha de corazón. Procura entender a las personas. En lugar de suponer que las conoces, esfuérzate por descubrir sus sentimientos y lo que piensan.
9. Manifiesta respeto. Las sanas relaciones se basan en el respeto mutuo y la valoración de las cualidades de la otra persona. Busca ocasiones de demostrar a tus seres queridos que crees en ellos.
10. Obra desinteresadamente. Privilegiar las necesidades y deseos de tus seres queridos por sobre los tuyos demuestra que su felicidad y bienestar son más importantes para ti que los tuyos.
11. Baja la guardia. Actuar con transparencia y mostrarte tal como eres puede resultar un poco incómodo a veces. Sin embargo, es clave para unir mentes y espíritus.
lunes, 7 de febrero de 2011
Cómo escapar de la vorágine

Te tengo un acertijo. Dime algo que ahora mismo puede suponer un pequeño esfuerzo, pero a la larga te ahorrará mucho trabajo. Te daré unas pistas. Se menciona repetidamente en la Biblia, y nadie que haya logrado grandes cosas para Dios ha prescindido de ello. Aunque se trata de un concepto capaz de transformar nuestra vida, es difícil de entender porque se opone a nuestra forma natural de pensar.La respuesta es reposar en Jesús. En otras palabras, parar lo que estamos haciendo y tomarnos un rato tranquilo para conectarnos con Él espiritualmente, lo cual tiene un efecto renovador y regenerador; y luego aprender a llevar con nosotros esa paz cuando retomamos nuestras actividades, para que las circunstancias no nos sometan a tanta tensión ni terminen agotándonos.Parece muy sencillo, pero no es tan fácil llevarlo a la práctica, sobre todo al principio. Una de las razones es que va a contrapelo de nuestra tendencia natural. Cuando hay mucho que hacer, lo que menos queremos es aminorar la marcha, dedicar tiempo a orar y leer la Palabra de Dios, y dejar que Él nos hable. Esas cosas no nos nacen ni nos parecen lógicas cuando tenemos que cumplir un plazo muy apretado o todo se mueve muy rápido.No obstante, repasando biografías de personas que hicieron grandes cosas por Jesús, uno se encuentra con muchas que se rigieron por este principio. Es más, según varios pasajes de los Evangelios, Jesús mismo necesitaba ratos así para descansar y reabastecerse espiritualmente. En cierto lugar dice que, habiéndose levantado antes del alba, se marchó a un sitio solitario para orar (Marcos 1:35); en otro cuenta que se pasó toda la noche rezando a Dios (Lucas 6:12); y en otro, que tenía por costumbre ir a rezar al monte de los Olivos (Lucas 22:39,41).La mayoría necesitamos un cambio de mentalidad en ese aspecto. Al fijarnos en todo lo que tenemos que hacer, en vez de sacar la conclusión de que más nos vale ponernos a trabajar enseguida, debemos pensar: «¡Estupendo! Jesús, esta es una buena oportunidad para que intervengas y me prestes la ayuda que nadie más que Tú puede darme».No aprenderemos a descansar en el Señor si no ponemos de nuestra parte y nos distanciamos de la pelea. Si uno ha estado muy ocupado, cuando llega el momento de que su espíritu necesita un descanso, normalmente se siente agobiado pensando en todo lo que todavía le queda por hacer. Pero si logramos formarnos el hábito de hacer una pausa en nuestro trabajo para encomendarle a Jesús todas nuestras preocupaciones y sacar de Él nuevas fuerzas e inspiración, no nos veremos tan atrapados en el círculo vicioso de exigirnos más de la cuenta y quedarnos cada vez más rezagados. Más bien crearemos un ciclo positivo en el que el Señor nos fortalecerá para realizar las tareas que tenemos entre manos, y de resultas de eso adquiriremos más fe para echar sobre Sus hombros nuestras cargas y confiar en que Él se ocupará de ellas.Todos queremos gozar de la paz, el contentamiento y el buen tino que nos da Jesús cuando pasamos ratos con Él. La prueba viene cuando volvemos al trabajo. En muchos casos dejamos atrás la esfera de la tranquilidad, la paz y las posibilidades infinitas, y no pensamos más que en hacer todo lo posible nosotros mismos. Así, en un abrir y cerrar de ojos, nos vemos otra vez inmersos en el frenesí de la vida moderna.Reposar en Jesús consiste en no tratar de llevar las cargas nosotros mismos. Significa echarlas constantemente sobre Sus hombros. Es hacer nuestra parte en oración para que Él lleve los pesos que nosotros no podemos levantar. Es valorar tanto los ratos que pasamos con Dios que no los posterguemos, y como consecuencia contemos con una mayor medida de Sus bendiciones y de Su Espíritu en todo lo que hagamos; todo por haberle entregado a Jesús nuestras cargas por medio de la oración en lugar de llevarlas nosotros mismos.Es fácil andar día a día como subidos a una de esas cintas de correr o trotadoras estáticas de los gimnasios. Quizá pensamos que no podemos dejar de correr para no quedarnos rezagados y, sin embargo, tenemos la sensación de que no avanzamos ni un milímetro. Antes de llegar a ese punto debemos tener la sensatez de bajarnos y pedirle a Jesús que nos ayude a andar a Su ritmo.Ese cambio puede marcar el inicio de un ciclo de fortaleza, alivio de las presiones y auténticos progresos. Si reposamos en Jesús, si pasamos ratos con Él, si traspasamos nuestras cargas a Sus hombros y dejamos que Él trabaje en espíritu, tendremos fuerzas y tiempo para todo lo demás que haya que hacer.
domingo, 16 de enero de 2011
Cómo actúan las oraciones

El Señor deja que mucho dependa de nosotros, de nuestro interés y nuestras oraciones. Si oramos a medias, obtenemos media respuesta.
En cambio, si clamamos de todo corazón, Él nos da respuestas claras y contundentes. La oración se refleja o es respondida con la misma intensidad con que se originó, como cuando se proyecta un haz de luz sobre un espejo.
El billar americano también es una buena analogía. El juego tiene sus variantes, pero en todos los casos se emplea una mesa con seis troneras o agujeros y se utiliza una bola blanca para meter las otras en las troneras.
El jugador controla la fuerza y la dirección con que golpea la bola blanca; de ello depende todo lo demás. La oración funciona de manera muy parecida. Lo que pase después de orar depende de la posición de las diversas personas y situaciones; pero nuestro modo de orar por ellas también afecta el resultado. La manera de formular o expresar nuestra oración y de pedirle a Dios que la responda se puede comparar con el impulso que se le da a la bola blanca con el taco. La fuerza, el ángulo y el efecto de la tacada se conjugan para determinar el resultado de la jugada.
El primer tiro lo hizo Dios. Fue Él quien realizó el saque y esparció las bolas. Conforme avanza la partida, Él y los demás jugadores van alterando la posición de las bolas con sus jugadas. La única diferencia es que Dios no pretende vencerte. Si estás de Su parte, Él te ayuda a ganar.
Es como una partida por parejas: tu compañero es Dios; y tus rivales, el Diablo y sus secuaces. Dios hace Sus jugadas con vistas a facilitar las tuyas. Claro que por muy bien que te lo prepare todo, si no apuntas bien, no sirve de nada.
Por muy buena puntería que tengas, la bola numerada -o sea, la persona o situación por la que ores- tiene que estar en una posición que te permita golpearla bien.
Otra posible ilustración son las ondas de radio. Digamos que se quiere enviar un mensaje vía satélite al otro lado del mundo. Para empezar, el mensaje no se transmitirá si el aparato no está conectado a la corriente. En segundo lugar, el transmisor tiene que estar en buenas condiciones. Si es defectuoso, se ha desajustado o está mal sintonizado, no transmitirá bien, y el mensaje no llegará con claridad. Además, la antena debe estar bien orientada para que el mensaje llegue al satélite de comunicaciones.
En esta ilustración, tú eres el transmisor con su antena; el Espíritu Santo es la fuente de energía; y la voluntad de Dios, el satélite. Si tu transmisor es automático y está controlado por el Espíritu Santo, se sintonizará por sí solo. La computadora del Señor regulará la potencia, la emisión, la dirección, todo. Es infalible. En cambio, uno puede echarlo todo a perder si se pone a manipular los diales y a cambiar la configuración por su cuenta. Además, el satélite de la voluntad del Señor debe estar en el punto preciso para que la comunicación rebote hacia el receptor, el cual a su vez debe encontrarse en la posición justa para captar la señal.
En resumen, la oración depende de cuatro factores principales: tu posición, la de Dios, la de la persona o circunstancia por la que oras y la forma en que oras.
Volviendo a la ilustración del billar americano, diríamos que depende de la posición de la bola blanca, de la bola que vas a golpear, de la tronera y de la habilidad con que juegues. Tú no determinas totalmente el resultado; tampoco la persona por la que oras; y Dios se ha fijado límites para no determinarlo totalmente, dejando que influyan esos otros factores.
En la analogía de la transmisión por radio, la posición del satélite de Dios es fija; pero el aprovechamiento que se haga de él depende de ti y del beneficiario. Por decirlo de alguna manera, Dios ha fijado la posición general de Sus designios; pero el lugar que ocupes dentro del plan divino depende de tu posición, de la de la persona o circunstancia por la que ores, y de que apuntes bien para que la señal llegue al satélite.
El Señor deja mucho en nuestras manos y en manos del destinatario. Él siempre hace Su parte. Si lo que pides se ajusta a la voluntad de Dios -lo que Él considera mejor para todos los afectados-, si tanto tú como el destinatario de tu oración se encuentran en la posición debida y apuntas con precisión, darás en el blanco y lograrás el efecto deseado.
En cambio, si clamamos de todo corazón, Él nos da respuestas claras y contundentes. La oración se refleja o es respondida con la misma intensidad con que se originó, como cuando se proyecta un haz de luz sobre un espejo.
El billar americano también es una buena analogía. El juego tiene sus variantes, pero en todos los casos se emplea una mesa con seis troneras o agujeros y se utiliza una bola blanca para meter las otras en las troneras.
El jugador controla la fuerza y la dirección con que golpea la bola blanca; de ello depende todo lo demás. La oración funciona de manera muy parecida. Lo que pase después de orar depende de la posición de las diversas personas y situaciones; pero nuestro modo de orar por ellas también afecta el resultado. La manera de formular o expresar nuestra oración y de pedirle a Dios que la responda se puede comparar con el impulso que se le da a la bola blanca con el taco. La fuerza, el ángulo y el efecto de la tacada se conjugan para determinar el resultado de la jugada.
El primer tiro lo hizo Dios. Fue Él quien realizó el saque y esparció las bolas. Conforme avanza la partida, Él y los demás jugadores van alterando la posición de las bolas con sus jugadas. La única diferencia es que Dios no pretende vencerte. Si estás de Su parte, Él te ayuda a ganar.
Es como una partida por parejas: tu compañero es Dios; y tus rivales, el Diablo y sus secuaces. Dios hace Sus jugadas con vistas a facilitar las tuyas. Claro que por muy bien que te lo prepare todo, si no apuntas bien, no sirve de nada.
Por muy buena puntería que tengas, la bola numerada -o sea, la persona o situación por la que ores- tiene que estar en una posición que te permita golpearla bien.
Otra posible ilustración son las ondas de radio. Digamos que se quiere enviar un mensaje vía satélite al otro lado del mundo. Para empezar, el mensaje no se transmitirá si el aparato no está conectado a la corriente. En segundo lugar, el transmisor tiene que estar en buenas condiciones. Si es defectuoso, se ha desajustado o está mal sintonizado, no transmitirá bien, y el mensaje no llegará con claridad. Además, la antena debe estar bien orientada para que el mensaje llegue al satélite de comunicaciones.
En esta ilustración, tú eres el transmisor con su antena; el Espíritu Santo es la fuente de energía; y la voluntad de Dios, el satélite. Si tu transmisor es automático y está controlado por el Espíritu Santo, se sintonizará por sí solo. La computadora del Señor regulará la potencia, la emisión, la dirección, todo. Es infalible. En cambio, uno puede echarlo todo a perder si se pone a manipular los diales y a cambiar la configuración por su cuenta. Además, el satélite de la voluntad del Señor debe estar en el punto preciso para que la comunicación rebote hacia el receptor, el cual a su vez debe encontrarse en la posición justa para captar la señal.
En resumen, la oración depende de cuatro factores principales: tu posición, la de Dios, la de la persona o circunstancia por la que oras y la forma en que oras.
Volviendo a la ilustración del billar americano, diríamos que depende de la posición de la bola blanca, de la bola que vas a golpear, de la tronera y de la habilidad con que juegues. Tú no determinas totalmente el resultado; tampoco la persona por la que oras; y Dios se ha fijado límites para no determinarlo totalmente, dejando que influyan esos otros factores.
En la analogía de la transmisión por radio, la posición del satélite de Dios es fija; pero el aprovechamiento que se haga de él depende de ti y del beneficiario. Por decirlo de alguna manera, Dios ha fijado la posición general de Sus designios; pero el lugar que ocupes dentro del plan divino depende de tu posición, de la de la persona o circunstancia por la que ores, y de que apuntes bien para que la señal llegue al satélite.
El Señor deja mucho en nuestras manos y en manos del destinatario. Él siempre hace Su parte. Si lo que pides se ajusta a la voluntad de Dios -lo que Él considera mejor para todos los afectados-, si tanto tú como el destinatario de tu oración se encuentran en la posición debida y apuntas con precisión, darás en el blanco y lograrás el efecto deseado.
domingo, 19 de diciembre de 2010
«¿Qué te daré, Maestro?»

Cuando llega la Navidad, ya estoy reflexionando sobre el año que pasó, sobre lo que hice y sobre lo que me propuse hacer o debí haber hecho y no hice.
También me pongo a pensar en cuáles serán mis metas para el siguiente año, en cómo puedo aspirar a más y hacer más. Y es entonces cuando me viene a la memoria la letra de una antigua canción:
¿Qué te daré, Maestro,
a Ti que moriste por mí?
¡Cómo no voy a ofrecerte lo mejor que tengo
después que Tú lo diste todo por mí!
Jesús es el Maestro, y la Navidad es Su cumpleaños. Al poner el mensaje de la canción en ese contexto y pensar en el año que está a punto de comenzar, la pregunta se vuelve: ¿Qué objetivo para el año nuevo podemos ofrecerle a Jesús en Su cumpleaños?
Él dijo que todo lo que hagamos por ayudar a alguien que padece necesidad, en esencia se lo estamos haciendo a Él1.
Dar a los pobres es hacerle una ofrenda a Jesús. Consolar a una persona quebrantada es también prestar un servicio a Jesús. Tratar a la gente con amor y comprensión, o perdonarla, es hacerle un regalo a Jesús. Ayudar a alguien a solucionar sus problemas y responder a sus interrogantes sobre la vida es otra ofrenda que podemos hacerle a Jesús. Comunicar la buena nueva de la salvación en Jesús es otro regalo que podemos hacerle. Hay infinitas maneras de retribuirle lo que nos ha dado.
Démosle lo mejor que tenemos. Amemos a los demás por Él.
1. Mateo 25:40
También me pongo a pensar en cuáles serán mis metas para el siguiente año, en cómo puedo aspirar a más y hacer más. Y es entonces cuando me viene a la memoria la letra de una antigua canción:
¿Qué te daré, Maestro,
a Ti que moriste por mí?
¡Cómo no voy a ofrecerte lo mejor que tengo
después que Tú lo diste todo por mí!
Jesús es el Maestro, y la Navidad es Su cumpleaños. Al poner el mensaje de la canción en ese contexto y pensar en el año que está a punto de comenzar, la pregunta se vuelve: ¿Qué objetivo para el año nuevo podemos ofrecerle a Jesús en Su cumpleaños?
Él dijo que todo lo que hagamos por ayudar a alguien que padece necesidad, en esencia se lo estamos haciendo a Él1.
Dar a los pobres es hacerle una ofrenda a Jesús. Consolar a una persona quebrantada es también prestar un servicio a Jesús. Tratar a la gente con amor y comprensión, o perdonarla, es hacerle un regalo a Jesús. Ayudar a alguien a solucionar sus problemas y responder a sus interrogantes sobre la vida es otra ofrenda que podemos hacerle a Jesús. Comunicar la buena nueva de la salvación en Jesús es otro regalo que podemos hacerle. Hay infinitas maneras de retribuirle lo que nos ha dado.
Démosle lo mejor que tenemos. Amemos a los demás por Él.
1. Mateo 25:40
viernes, 10 de diciembre de 2010
Creados para amar

¡Con qué facilidad queda el amor relegado a un segundo plano por todas las cosas que queremos hacer! Es muy fácil atarearnos con un sinfín de actividades y olvidarnos de amar.A todos nos ha pasado en algún momento. Interiormente sabemos que debemos tratar con amor a los demás (1 Juan 4:7,8), y por lo general lo hacemos. Mas cuando nos vemos frente a una necesidad que exige una medida mayor de sacrificio, es fácil optar por una salida que prescinda del amor. Ahora bien, lo mejor en todos los casos es dejarnos guiar por el amor. No se nos debe olvidar la importancia de tener pequeños gestos de cariño y consideración, o simplemente de dedicar tiempo a los demás.Amar es una inversión de tiempo. No siempre se obtienen beneficios el mismo día. Sin embargo, cuando llegan, la inversión inicial se ha multiplicado y valorizado. No todo puede juzgarse por sus efectos visibles inmediatos. A veces lo mejor y más duradero se desarrolla lentamente y tarda en demostrar su valor. Con el amor es así. Por muchas tareas pendientes que tengas, imagínate cada día que, por delante de todo lo que has apuntado en tu lista, están los dos encargos que Dios te hace, que son amar a Dios y amar al prójimo (Marcos 12:30,31). Si llevas a cabo lo más importante de tu lista pero pasas por alto esos dos encargos de Dios, significa que sólo hiciste lo tercero más importante. A veces se nos olvida que nuestros logros sin amor no valen nada (1 Corintios 13:3).
* * * * * * *
«Por muchas tareas pendientes que tengas, imagínate cada día que, por delante de todo lo que has apuntado en tu lista, están los dos encargos que Dios te hace, que son amar a Dios y amar al prójimo. Si llevas a cabo lo más importante de tu lista pero pasas por alto esos dos encargos de Dios, significa que sólo hiciste lo tercero más importante.»
* * * * * * * Si nos esforzamos por amar a Dios, se notará en nuestras relaciones con los demás. Claro que todos somos humanos y cometemos errores. Tenemos días buenos y otros no tanto, y Dios lo entiende. Pero si queremos tener un efecto positivo en el mundo, tenemos que buscar formas de traducir el amor en hechos. «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35).¿Cómo podemos manifestar amor? Una de las maravillas del amor es que se ajusta a la necesidad. No hay ninguna fórmula que lo regule. En parte, la acción de amar consiste en descubrir la necesidad y el medio de satisfacerla. Aquí tienes algunas ideas que te pueden ayudar:Mira a los demás con ojos de amor. Descubre y fomenta sus buenas cualidades.Elogia a las personas. Aplaude los trabajos bien hechos. Todo el mundo agradece que se lo valore.Cuando alguien te moleste o sientas el impulso de criticarlo, procura ponerte en su lugar. ¿Qué puede haber llevado a esa persona a actuar así? ¿Cómo querrías tú que ella reaccionara si estuviera en tu lugar y tú en el suyo?Haz contacto con las personas. Algo tan sencillo y casi desdeñable como unas palabras comprensivas o una sonrisa puede hacer cambiar de ánimo a una persona, incluso a un desconocido. Tal vez hasta marque el inicio de una amistad duradera y profunda.Haz pequeños favores para aliviar la carga de otro y expresarle cariño y consideración.Esfuérzate por conocer mejor a tus amigos y compañeros de trabajo, averiguar sus intereses, lo que más les importa, los sueños que abrigan, de qué se sienten más orgullosos.A lo mejor ya te esmeras por actuar con amor, pero a veces sientes que tus recursos afectivos están agotados. Hasta puede que pienses que es poco el amor que recibes, y que por eso es también poco el que puedes dar. Es natural tener esos sentimientos, y es cierto que nuestra propia reserva de amor es insuficiente. Si bastara con el amor humano, no tendríamos tanta necesidad de Jesús, y el mundo tampoco lo necesitaría tanto.El caso es que aun cuando a nosotros se nos agote el amor, a Jesús siempre le sobra. Su amor tiene la maravillosa virtud de ser siempre suficiente, incondicional, ilimitado, inacabable. El secreto para que nunca nos falte amor por los demás está en recurrir al amor de Jesús. Dile: «Jesús, necesito que te hagas más presente en mi vida. Me hace falta una porción mayor de Tu amor». Seguidamente comienza a hacer gestos de amor, grandes o pequeños, y Él te dará más. Cuanto más des, más te dará Él. Continúa haciéndolo, y verás que por una parte te volverás más consciente de Su amor infalible y omnipresente, y por otra siempre tendrás amor que dar. Te pasará lo mismo que a la viuda de la Biblia que mezcló con un poco de fe la pizca de aceite y de harina que le quedaba, y con eso alcanzó para ella, para su hijo y para el profeta Elías durante tres años de hambruna (1 Reyes 17:1-16). De la misma manera, verás que tu amor se multiplicará.
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«Por muchas tareas pendientes que tengas, imagínate cada día que, por delante de todo lo que has apuntado en tu lista, están los dos encargos que Dios te hace, que son amar a Dios y amar al prójimo. Si llevas a cabo lo más importante de tu lista pero pasas por alto esos dos encargos de Dios, significa que sólo hiciste lo tercero más importante.»
* * * * * * * Si nos esforzamos por amar a Dios, se notará en nuestras relaciones con los demás. Claro que todos somos humanos y cometemos errores. Tenemos días buenos y otros no tanto, y Dios lo entiende. Pero si queremos tener un efecto positivo en el mundo, tenemos que buscar formas de traducir el amor en hechos. «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35).¿Cómo podemos manifestar amor? Una de las maravillas del amor es que se ajusta a la necesidad. No hay ninguna fórmula que lo regule. En parte, la acción de amar consiste en descubrir la necesidad y el medio de satisfacerla. Aquí tienes algunas ideas que te pueden ayudar:Mira a los demás con ojos de amor. Descubre y fomenta sus buenas cualidades.Elogia a las personas. Aplaude los trabajos bien hechos. Todo el mundo agradece que se lo valore.Cuando alguien te moleste o sientas el impulso de criticarlo, procura ponerte en su lugar. ¿Qué puede haber llevado a esa persona a actuar así? ¿Cómo querrías tú que ella reaccionara si estuviera en tu lugar y tú en el suyo?Haz contacto con las personas. Algo tan sencillo y casi desdeñable como unas palabras comprensivas o una sonrisa puede hacer cambiar de ánimo a una persona, incluso a un desconocido. Tal vez hasta marque el inicio de una amistad duradera y profunda.Haz pequeños favores para aliviar la carga de otro y expresarle cariño y consideración.Esfuérzate por conocer mejor a tus amigos y compañeros de trabajo, averiguar sus intereses, lo que más les importa, los sueños que abrigan, de qué se sienten más orgullosos.A lo mejor ya te esmeras por actuar con amor, pero a veces sientes que tus recursos afectivos están agotados. Hasta puede que pienses que es poco el amor que recibes, y que por eso es también poco el que puedes dar. Es natural tener esos sentimientos, y es cierto que nuestra propia reserva de amor es insuficiente. Si bastara con el amor humano, no tendríamos tanta necesidad de Jesús, y el mundo tampoco lo necesitaría tanto.El caso es que aun cuando a nosotros se nos agote el amor, a Jesús siempre le sobra. Su amor tiene la maravillosa virtud de ser siempre suficiente, incondicional, ilimitado, inacabable. El secreto para que nunca nos falte amor por los demás está en recurrir al amor de Jesús. Dile: «Jesús, necesito que te hagas más presente en mi vida. Me hace falta una porción mayor de Tu amor». Seguidamente comienza a hacer gestos de amor, grandes o pequeños, y Él te dará más. Cuanto más des, más te dará Él. Continúa haciéndolo, y verás que por una parte te volverás más consciente de Su amor infalible y omnipresente, y por otra siempre tendrás amor que dar. Te pasará lo mismo que a la viuda de la Biblia que mezcló con un poco de fe la pizca de aceite y de harina que le quedaba, y con eso alcanzó para ella, para su hijo y para el profeta Elías durante tres años de hambruna (1 Reyes 17:1-16). De la misma manera, verás que tu amor se multiplicará.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Aprender a rebotar

Esta mañana me sentía abatido y decepcionado. Mi esposa, consciente de lo que me pasaba, se puso a cantar alegremente:Ánimo, pues no hay motivo de preocupación.Todo temor absurdo es, toda vacilación.¿Por qué no habrías de cantar si nunca nos falla Dios? Y mañana te alegrarás de haber confiado(Canción tradicional escocesa).Lo malo es que si nos ponemos a hablar de la situación cuando estamos deprimidos, por lo general terminamos soltando quejas y dudas derrotistas. Eso fue lo que hice cuando contesté: «¡Ríndanse, pues no hay motivo de alegría!» Así me sentía, y por un momento hasta me pareció simpático: «¡Pooobre de mí!»Generalmente lo que pretendemos con eso es llamar la atención e inspirar lástima. Tenemos el orgullo herido, el amor propio por los suelos, y nos sentimos algo inseguros. Aparecen entonces el señor y la señora Duda, arrimamos unas sillas y los invitamos a conversar. Al poco tiempo les damos la razón: «Sí, así es. No soy perfecto, y pocos motivos tengo para estar contento. Mejor será que me dé por vencido».Eso nos pasa por fijar los ojos en nosotros mismos en vez de poner la mira en la bondad del Señor. Nos ponemos a pensar tanto en nosotros mismos y en nuestras faltas, debilidades y errores que nuestra realidad nos hunde. El Diablo es el archienemigo de la felicidad, y es capaz de decirnos muchas verdades atroces sobre nosotros mismos, eso sin mencionar las mentiras con que nos bombardea. Si nos ponemos a escucharlo, es el cuento de nunca acabar.Me recuerda algo que dijo el rey David: «Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl» (1 Samuel 27:1). ¿Cómo habría podido el rey David componer una canción con esa letra? Menudo canto lúgubre habría sido, interpretado en una triste tonalidad menor. «Algún día me matarán. Dios me ha defraudado. Más me vale darme por vencido». Habría sonado espantoso. Supongo que por eso no aparece ese lamento en ninguno de sus salmos. Aunque lo dijo, al menos tuvo la sensatez de no ponerle música. Por el contrario, en el libro de los Salmos David adopta una actitud positiva. Alaba al Señor a pesar de sus dificultades, convencido de que al final Él lo solucionará todo. Lo ha prometido, y Él siempre cumple Sus promesas.Cuando estamos abatidos, el Diablo hace que nos enojemos con las personas que quieren levantarnos el ánimo. Es que no podemos regodearnos tanto en nuestra desdicha cuando hay personas empeñadas en alegrarnos la vida. Nos da vergüenza que nuestro derrotismo se vea tan mal al lado de la actitud victoriosa que ellas tienen. Por tanto, buscamos faltas en quienes pretenden ayudarnos y en otras personas, en todo, hasta en Dios, para justificar nuestro descorazonamiento.Así las cosas, esta mañana, cuando mi mujer quiso levantarme la moral entonando esa cancioncita, me irrité y en son de broma me puse a cantarla al revés. Hasta ahí era un poco cómico, pues evidenciaba mi actitud desafiante. Pero cuando llegué al tercer verso y vi cómo quedaría la canción si la seguía cantando a la inversa, me asusté y preferí no seguir en esa veta. ¿Cómo iba a cantar: «¿Por qué no habrías de dudar si siempre nos falla Dios? Y mañana te pesará haber confiado»? Si de algo estoy seguro es que Dios nunca me ha fallado. Siempre me he alegrado de haber confiado en Él. Por muy deprimido que me sintiera, no podía cantar la canción al revés.Una de las cosas que me hicieron reaccionar fue el tomar conciencia del pésimo ejemplo que le estaba dando a mi mujer, que intentaba alentarme. Tenía que cambiar de actitud aunque no fuese más que por ella.Mi abuelo decía: «Si te vas a ir al infierno, por lo menos vete solo. No hagas que otros tropiecen y terminen en el infierno contigo». Claro que eso es imposible, pues si te vas al infierno seguro que arrastrarás a otros contigo. «Ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (Romanos 14:7). Nadie es una isla. Nuestra vida afecta inevitablemente a los demás. Cuando les levantamos el ánimo, los estamos poniendo a nuestra altura; cuando se lo bajamos, también.No hay medias tintas: nuestra actitud es positiva o negativa. No puede ser un poco de cada. En cuanto nos ponemos a escuchar al Diablo, estamos perdidos. El muy ladino no se detiene hasta habernos sumido en la más honda desesperación y dejarnos totalmente derrotados.Fijemos la mirada en el Cielo. Pongamos los ojos en la meta con una actitud victoriosa. Apliquémonos en hacer algo positivo. Digamos algo alegre y alentador, como hizo mi esposa conmigo esta mañana cuando se lanzó a cantar para recordarme que confiara en el Señor.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Extinguir la ira

Ejercicio espiritual
Imagínate tres grandes volcanes. El primero está extinto. Donde una vez corrieron ríos de lava, hoy hay prados y bosques. Múltiples formas de fauna y flora viven en sus serenas laderas. El segundo es un volcán inactivo. Al igual que el primero está cubierto de exuberante vegetación y es el hogar de muchísimos animales. Sin embargo, dentro de él el magma no se ha enfriado ni solidificado. Aunque por fuera todo parece apacible, algún día volverá a entrar en erupción. Con gran furia arrojará rocas y cenizas y destruirá todo lo que crece y vive en sus inmediaciones.En el tercer volcán no hay vegetación ni fauna, pues está activo. Constantemente despide gases sulfurosos y lava hirviente que destruye todo a su paso.La ira es semejante a un volcán. La frustración bulle por dentro, y cuando se desata hace daño y provoca dolor. A veces la exteriorizamos cuando estamos contrariados o nos sentimos incomprendidos, como si fuéramos un volcán activo. De nuestra boca brotan palabras encendidas que hacen daño a las personas contra quienes las arrojamos.En otros casos reprimimos el enojo y vacilamos a la hora de comunicar sinceramente lo que nos molesta o irrita. Poco a poco la exasperación va in crescendo, como el magma sometido a una presión cada vez mayor en el seno de un volcán inactivo, hasta que un buen día damos rienda suelta a la ira y explotamos con palabras hirientes y actos desconsiderados.Un versículo de los Proverbios reza: «El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar» (Proverbios 18:19). Al final la cólera levanta barreras entre nosotros y los seres que nos aman, y terminamos por hacernos daño más que nada a nosotros mismos.Lo bueno es que es posible disipar la ira dejando que el Espíritu de Dios obre en nosotros, nos haga ver las cosas desde Su perspectiva y enfríe ese ardiente magma que es el espíritu de enojo.La próxima vez que estés a punto de perder la paciencia, opta por no reprimirte ni explotar. Respira hondo. Espera antes de expresar lo que te molesta. Ora. Pide a Dios que ponga paz en tu espíritu. A la larga es posible que tengas que hablar con la persona que te contrarió, pero aguarda hasta que te hayas serenado y puedas expresar tus sentimientos con cuidado. Si tratas a los demás como te gustaría que te trataran a ti (Mateo 7:12) serás mucho más feliz.
viernes, 19 de noviembre de 2010
Cómo tratar las heridas del alma

La gran mayoría de los hechos desagradables que nos suceden son como simples magulladuras y rasguños que sufre nuestro espíritu.
Al igual que un golpe puede causarnos un moretón y un dolor temporal, puede que un incidente molesto nos las haga pasar moradas, nos ponga negros o nos deprima; pero por lo general conseguimos olvidarlo en un tiempo relativamente breve. Claro que en un momento u otro casi todos sufrimos alguna herida profunda de carácter espiritual. ¿Qué podemos hacer para que se cure bien?
Cuando nos hacemos un corte grave, acudimos de inmediato a un médico que sepa qué procedimiento seguir. Él nos lava y venda la herida, y a veces tenemos que volver varias veces para que compruebe que está sanando como es debido. Aun así, puede tardar en cerrarse. Eso ilustra bastante bien lo fácil que pueden sanar nuestras heridas espirituales con fe, oración y el tratamiento adecuado. En cambio, si no dejamos que nos las limpien para que sanen bien, o intentamos disimularlas, pueden llegar a infectarse con rencores y resentimientos que luego envenenan todo el organismo.
Normalmente, el resentimiento no se agrava de la noche a la mañana; más bien va desarrollándose y creciendo con el tiempo, igual que cuando se infecta una herida. Si no se elimina la infección, ésta se extiende y silenciosamente va dañando las partes sanas que toca.
La Biblia enseña que debemos limpiar nuestro corazón de todo lo que sea causa de molestia: «Mirad bien, no sea que […] brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados»1.
El pasado no tiene por qué dictar la forma en que enfoquemos las cosas hoy, pues Dios nos ha dado una vía para superar los sucesos negativos que nos ocurren. De hecho, eso precisamente desea que hagamos. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas»2. Dicho de otro modo, cuando vivimos inmersos en Jesús y en Sus Palabras y aprendemos a conducirnos como a Él le gusta, las cosas viejas pasan y son hechas nuevas.
Achacar a los demás los reveses que sufrimos o atribuirlos a sucesos del pasado es inherente a la naturaleza humana. Mucha gente se adhiere a esa forma de pensar porque, claro, es más fácil que perdonar y relegar esos incidentes al pasado, más fácil que reconocer que no hay justificación para resentirse. Sin embargo, esa actitud nos traba y nos impide avanzar en la vida.
Bien puede ser que algunas dificultades que hoy tenemos se deban en parte a hechos que nos sucedieron. Todos hasta cierto punto somos un producto de nuestro entorno. Hemos recibido influencias positivas en algunos aspectos y negativas en otros. Aunque no hay nadie que haya vivido exclusivamente experiencias gratas, eso no significa que tengamos que dejarnos controlar por las que fueron desagradables, o permitir que ejerzan una influencia permanente en nosotros, ni en el plano emocional, ni en el mental, ni en el espiritual.
La vida cristiana es un continuo superar obstáculos, sobreponerse a las circunstancias y no dejarse hundir por la adversidad, sino dar lugar a que Jesús, por medio de la renovación y transformación que obra en nuestro entendimiento, resuelva nuestras dificultades y neutralice su efecto3. Dios considera que cada uno de nosotros es responsable de sus reacciones ante las situaciones en que se ve. Ha dado a cada persona libre albedrío, libre determinación. Nos pide constantemente que tomemos decisiones acertadas y que procedamos rectamente. Y cuando lo hacemos, nos ayuda a salir adelante.
Es innegable que uno hasta cierto punto puede controlar su forma de ser. Si nos fijamos en ciertas personas que han sufrido graves reveses, quizá mucho peores que los que nos han sucedido a nosotros, es evidente que unas reaccionaron de una manera y otras de otra. En consecuencia, hoy en día son muy distintas unas de otras, y la vida que llevan también es muy diferente. Pese a las circunstancias adversas a las que se enfrentaron en determinado momento, unas son felices y se sienten realizadas, están sanas y bien adaptadas; y otras, todo lo contrario: viven deprimidas, desdichadas, insatisfechas o perturbadas.
Lamentablemente, muchas personas le echan a Dios la culpa de todo lo desfavorable que les sucede. De algún modo se convencen de que Él no juega ningún papel en las cosas buenas que les toca vivir, sino solamente en las malas. Su relación con el Señor es diametralmente opuesta a lo que debería ser. No lo alaban cuando les van las cosas bien; y cuando les van mal, le echan la culpa y se quejan.
Según la Palabra de Dios, las dificultades tienen por objeto fortalecernos4. Si nunca afrontáramos situaciones adversas, no adquiriríamos fortaleza de carácter en la lucha por superarlas. Además, probablemente no podríamos identificarnos con las personas que han tenido problemas similares ni nos compadeceríamos de ellas5. Nos perderíamos la sublime transformación que se produce en nosotros cuando descubrimos lo mucho que necesitamos a Jesús. Y es posible que nunca tendríamos la maravillosa experiencia de recibir en el momento crucial Su ayuda y las fuerzas para seguir adelante.
Jesús desea que «[nuestro] gozo sea cumplido»6. Ahora bien, el secreto de esa dicha reside en perdonar a los que nos han ofendido, descargarnos de resentimientos y rencores y olvidar el pasado. ¡Ten la seguridad de que es posible superarlo!
1. Hebreos 12:15
2. 2 Corintios 5:17
3. Romanos 12:2
4. 1 Pedro 4:12,13; 5:10
5. 2 Corintios 1:4
6. Juan 15:11
Al igual que un golpe puede causarnos un moretón y un dolor temporal, puede que un incidente molesto nos las haga pasar moradas, nos ponga negros o nos deprima; pero por lo general conseguimos olvidarlo en un tiempo relativamente breve. Claro que en un momento u otro casi todos sufrimos alguna herida profunda de carácter espiritual. ¿Qué podemos hacer para que se cure bien?
Cuando nos hacemos un corte grave, acudimos de inmediato a un médico que sepa qué procedimiento seguir. Él nos lava y venda la herida, y a veces tenemos que volver varias veces para que compruebe que está sanando como es debido. Aun así, puede tardar en cerrarse. Eso ilustra bastante bien lo fácil que pueden sanar nuestras heridas espirituales con fe, oración y el tratamiento adecuado. En cambio, si no dejamos que nos las limpien para que sanen bien, o intentamos disimularlas, pueden llegar a infectarse con rencores y resentimientos que luego envenenan todo el organismo.
Normalmente, el resentimiento no se agrava de la noche a la mañana; más bien va desarrollándose y creciendo con el tiempo, igual que cuando se infecta una herida. Si no se elimina la infección, ésta se extiende y silenciosamente va dañando las partes sanas que toca.
La Biblia enseña que debemos limpiar nuestro corazón de todo lo que sea causa de molestia: «Mirad bien, no sea que […] brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados»1.
El pasado no tiene por qué dictar la forma en que enfoquemos las cosas hoy, pues Dios nos ha dado una vía para superar los sucesos negativos que nos ocurren. De hecho, eso precisamente desea que hagamos. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas»2. Dicho de otro modo, cuando vivimos inmersos en Jesús y en Sus Palabras y aprendemos a conducirnos como a Él le gusta, las cosas viejas pasan y son hechas nuevas.
Achacar a los demás los reveses que sufrimos o atribuirlos a sucesos del pasado es inherente a la naturaleza humana. Mucha gente se adhiere a esa forma de pensar porque, claro, es más fácil que perdonar y relegar esos incidentes al pasado, más fácil que reconocer que no hay justificación para resentirse. Sin embargo, esa actitud nos traba y nos impide avanzar en la vida.
Bien puede ser que algunas dificultades que hoy tenemos se deban en parte a hechos que nos sucedieron. Todos hasta cierto punto somos un producto de nuestro entorno. Hemos recibido influencias positivas en algunos aspectos y negativas en otros. Aunque no hay nadie que haya vivido exclusivamente experiencias gratas, eso no significa que tengamos que dejarnos controlar por las que fueron desagradables, o permitir que ejerzan una influencia permanente en nosotros, ni en el plano emocional, ni en el mental, ni en el espiritual.
La vida cristiana es un continuo superar obstáculos, sobreponerse a las circunstancias y no dejarse hundir por la adversidad, sino dar lugar a que Jesús, por medio de la renovación y transformación que obra en nuestro entendimiento, resuelva nuestras dificultades y neutralice su efecto3. Dios considera que cada uno de nosotros es responsable de sus reacciones ante las situaciones en que se ve. Ha dado a cada persona libre albedrío, libre determinación. Nos pide constantemente que tomemos decisiones acertadas y que procedamos rectamente. Y cuando lo hacemos, nos ayuda a salir adelante.
Es innegable que uno hasta cierto punto puede controlar su forma de ser. Si nos fijamos en ciertas personas que han sufrido graves reveses, quizá mucho peores que los que nos han sucedido a nosotros, es evidente que unas reaccionaron de una manera y otras de otra. En consecuencia, hoy en día son muy distintas unas de otras, y la vida que llevan también es muy diferente. Pese a las circunstancias adversas a las que se enfrentaron en determinado momento, unas son felices y se sienten realizadas, están sanas y bien adaptadas; y otras, todo lo contrario: viven deprimidas, desdichadas, insatisfechas o perturbadas.
Lamentablemente, muchas personas le echan a Dios la culpa de todo lo desfavorable que les sucede. De algún modo se convencen de que Él no juega ningún papel en las cosas buenas que les toca vivir, sino solamente en las malas. Su relación con el Señor es diametralmente opuesta a lo que debería ser. No lo alaban cuando les van las cosas bien; y cuando les van mal, le echan la culpa y se quejan.
Según la Palabra de Dios, las dificultades tienen por objeto fortalecernos4. Si nunca afrontáramos situaciones adversas, no adquiriríamos fortaleza de carácter en la lucha por superarlas. Además, probablemente no podríamos identificarnos con las personas que han tenido problemas similares ni nos compadeceríamos de ellas5. Nos perderíamos la sublime transformación que se produce en nosotros cuando descubrimos lo mucho que necesitamos a Jesús. Y es posible que nunca tendríamos la maravillosa experiencia de recibir en el momento crucial Su ayuda y las fuerzas para seguir adelante.
Jesús desea que «[nuestro] gozo sea cumplido»6. Ahora bien, el secreto de esa dicha reside en perdonar a los que nos han ofendido, descargarnos de resentimientos y rencores y olvidar el pasado. ¡Ten la seguridad de que es posible superarlo!
1. Hebreos 12:15
2. 2 Corintios 5:17
3. Romanos 12:2
4. 1 Pedro 4:12,13; 5:10
5. 2 Corintios 1:4
6. Juan 15:11
miércoles, 27 de octubre de 2010
La ruta de la ira

Recientes investigaciones arrojan que nueve de cada diez conductores admiten haber sufrido ataques de ira de diversa intensidad mientras manejaban. Las reacciones iban desde tocar la bocina desenfrenadamente y hacer gestos obscenos, hasta atacar físicamente a otras personas. Las conductas agresivas al volante causan un tercio de los accidentes de tránsito. Es muy posible que el profeta Nahum viera este fenómeno de la era moderna en una visión que tuvo hace unos 2.600 años. En efecto él escribió: «Los carros se precipitarán a las plazas, con estruendo rodarán por las calles»1.
Naturalmente, la ira no es nada nuevo, ni se circunscribe al ámbito de la conducción de automóviles. Una molestia por una cuestión insustancial puede fácilmente causarnos irritación -a todos nos ha pasado-, luego enojo, y a la postre llevarnos a montar en cólera. Cuando eso sucede, normalmente no deriva en nada bueno, ni para nosotros ni para quienes nos rodean.
La Biblia narra un caso muy interesante de un patriarca que perdió mucho por motivo de la ira. Después que Moisés sacó a los israelitas de Egipto, estos se vieron obligados a sobrevivir durante años en el desierto. En cierta ocasión en que necesitaban agua con apremio, Dios le dio instrucciones a Moisés para que hablara a una roca y le prometió que de ella brotaría el agua. Moisés, sin embargo -corto de paciencia por las quejas incesantes de los israelitas a pesar de todos los milagros que Dios ya había obrado por ellos para protegerlos y proveer para sus necesidades-, no se limitó a pronunciar las palabras que Dios le había mandado que dijera, sino que golpeó la roca exasperadamente. El agua brotó tal como Dios había dicho, y todos pudieron saciar su sed. No obstante, aquel arranque intempestivo le costó caro a Moisés. Dios le dijo: «Por cuanto no creísteis en Mí -la impaciencia de Moisés puso de manifiesto su falta de fe en que todo resultaría bien si simplemente hacía lo que Dios le había ordenado-, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado». Como consecuencia, al final no se le permitió entrar a la Tierra Prometida; tuvo que contentarse con divisarla desde un monte cercano antes de morir2.
El emperador y filósofo romano Marco Aurelio escribió: «¡Cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera […] que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos!» Además de los conflictos que nos causan con nuestros semejantes, las investigaciones médicas demuestran que, entre otros perjuicios, las emociones negativas pueden dañar nuestro sistema vascular, aumentar las probabilidades de sufrir un infarto y reducir nuestra resistencia a las infecciones.
Lo bueno es que no tenemos por qué seguir transitando por la ruta de la ira. Es posible alcanzar la paz interior: sólo tenemos que hacer una pausa, rezar y conservar una actitud positiva
Naturalmente, la ira no es nada nuevo, ni se circunscribe al ámbito de la conducción de automóviles. Una molestia por una cuestión insustancial puede fácilmente causarnos irritación -a todos nos ha pasado-, luego enojo, y a la postre llevarnos a montar en cólera. Cuando eso sucede, normalmente no deriva en nada bueno, ni para nosotros ni para quienes nos rodean.
La Biblia narra un caso muy interesante de un patriarca que perdió mucho por motivo de la ira. Después que Moisés sacó a los israelitas de Egipto, estos se vieron obligados a sobrevivir durante años en el desierto. En cierta ocasión en que necesitaban agua con apremio, Dios le dio instrucciones a Moisés para que hablara a una roca y le prometió que de ella brotaría el agua. Moisés, sin embargo -corto de paciencia por las quejas incesantes de los israelitas a pesar de todos los milagros que Dios ya había obrado por ellos para protegerlos y proveer para sus necesidades-, no se limitó a pronunciar las palabras que Dios le había mandado que dijera, sino que golpeó la roca exasperadamente. El agua brotó tal como Dios había dicho, y todos pudieron saciar su sed. No obstante, aquel arranque intempestivo le costó caro a Moisés. Dios le dijo: «Por cuanto no creísteis en Mí -la impaciencia de Moisés puso de manifiesto su falta de fe en que todo resultaría bien si simplemente hacía lo que Dios le había ordenado-, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado». Como consecuencia, al final no se le permitió entrar a la Tierra Prometida; tuvo que contentarse con divisarla desde un monte cercano antes de morir2.
El emperador y filósofo romano Marco Aurelio escribió: «¡Cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera […] que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos!» Además de los conflictos que nos causan con nuestros semejantes, las investigaciones médicas demuestran que, entre otros perjuicios, las emociones negativas pueden dañar nuestro sistema vascular, aumentar las probabilidades de sufrir un infarto y reducir nuestra resistencia a las infecciones.
Lo bueno es que no tenemos por qué seguir transitando por la ruta de la ira. Es posible alcanzar la paz interior: sólo tenemos que hacer una pausa, rezar y conservar una actitud positiva
miércoles, 29 de septiembre de 2010
La curación está a tu alcance

Los milagros no son cosa del ayer. Dios sigue vivo y en perfecto estado, y actúa hoy en día con el mismo poder de siempre entre quienes confían en Él. Dice: «Yo el Señor no cambio» (Malaquías 3:61).Al Dios de toda la creación, obrar una curación no le supone gran cosa. Si es capaz de crear el cuerpo humano, desde luego es capaz de repararlo. Dice: «Yo soy el Señor, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para Mí?» (Jeremías 32:27).Esa es apenas una de las múltiples promesas que hay en la Biblia, promesas que podemos reivindicar y esperar que Él cumpla, promesas que te infundirán fe en la capacidad de Dios de curar sobrenaturalmente. La fe viene poco a poco, a consecuencia de leer y creer la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Se edifica sobre el cimiento de la Palabra. Por eso, léela con oración y pide a Dios que fortalezca tu fe.Dios no sólo es capaz de curarnos, sino que está deseoso hacerlo. Cuando un pobre leproso se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme», Jesús extendió la mano y tocándolo le dijo: «Quiero; sé limpio». Y al instante su lepra desapareció (Mateo 8:2,3). Él está más deseoso de dar que nosotros de recibir. Lo único que nos pide es que lo honremos con nuestra fe, creyendo Su Palabra y Sus promesas.La fuerza de nuestras oracionesLa oración es muy eficaz. Cuando oramos, se producen cambios. Dios responde a nuestras plegarias. Él promete: «Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:14), y la Biblia también dice: «No negará ningún bien a los que andan en integridad» (Salmo 84:11). Tienes a tu favor todas las promesas de la Biblia, «preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1:4). Por eso, cuando le pidas a Dios que te sane o cualquier otra cosa, preséntaselas para recordárselas. Al hacerlo estarás declarando categóricamente tu fe, lo cual a Dios le agrada.Generalmente no ves la bendición —en este caso, la curación— en el instante en que comienzas a rezar por ella. Cuentas con las promesas de Su Palabra; pero ¿cómo sabes que las va a cumplir? Tienes que ponerlas a prueba. Tienes que instar a Dios a manifestar Su poder. Él hasta llega a decirnos: «Mandadme acerca de la obra de Mis manos» (Isaías 45:11). Hazle cumplir Su Palabra. Exígele que te responda y cuenta con que lo hará. Lo ha prometido. Deposita tu fe en el Señor e invoca pasajes de las Escrituras. Dios está obligado a cumplir Su Palabra. Así que recuérdasela, aférrate a Sus promesas, apréndetelas de memoria y recítalas en todo momento. No dudes ni por un instante que Dios va a responder, y lo hará. Tiene que hacerlo. Quiere hacerlo. Confía en Él.Jesús dice: «Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Marcos 11:24). «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14,15). Lo único que tenemos que hacer es creer Sus promesas y orar, contando con que nos responderá.La «prueba de la fe»Uno de los factores más importantes para la sanación es la fe, la certidumbre de que Dios nos ama, se preocupa por nuestra salud y felicidad y nos cuidará pase lo que pase. Antes de curarnos, Dios suele poner a prueba nuestra fe: quiere ver si vamos a creer Sus promesas y seguir amándolo y confiando en Él aunque nos parezca que no nos vamos a curar nunca. ¿Por qué habría de premiarnos con la sanación si nosotros no lo honramos con nuestra fe?Las enfermedades crónicas pueden constituir una fuerte prueba. Lamentablemente, a veces nos llevan a resentirnos y quejarnos, y hasta nos inducen a guardarle rencor a Dios si Él no nos cura como quisiéramos o como consideramos que debería hacerlo. «No me quiere, no se preocupa por mí, porque no me sana». Esa reacción denota una falta total de fe, y «sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6).Dios puede y quiere curarnos, pero primero debemos desear lo que Él quiere y lo que Él sabe que es mejor para nosotros, sin reservas. También debemos rectificar los problemas espirituales o físicos que puedan estar afectando la situación. Luego podemos orar y encomendarnos por completo a Dios. Así seguro que obtendremos resultados.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Mejora tu calidad de vida

¿De qué forma mejorará tu vida si lees la Palabra de Dios?Es alimento para crecer y fortalecerse espiritualmente. Así como debes nutrir tu organismo para sobrevivir y desarrollarte bien, necesitas alimentar tu espíritu con la Palabra de Dios. Esta analogía aparece repetidas veces tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.Cuando Jesús dijo: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», estaba citando a Moisés (Mateo 4:4; Deuteronomio 8:3)En su angustia, Job declaró: «He atesorado las palabras de Su boca más que mi comida» (Job 23:12 (NBLH))En el Salmo 119, el rey David dice al Señor: «¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Salmo 119:103)El apóstol Pedro, en una carta a los nuevos conversos, les advierte: «Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra» (1 Pedro 2:2 (LPD)).Una relación más profunda con Jesús. Al aceptar a Jesús en tu corazón diste inicio a una hermosa relación personal con Él. Él quiere ser tu mejor amigo, consejero, maestro, guía y mucho más. La vía para conocerlo mejor es Su Palabra. Los cuatro Evangelios en particular revelan Su esencia, Su personalidad, Su autoridad y Su amor.Dios quiere tener contigo una relación recíproca, un toma y daca. Leyendo Su Palabra no solo descubres lo que Él te quiere dar, sino también lo que espera de ti.Considera que Sus palabras son como cartas de amor remitidas por Aquel que te conoce y se preocupa por ti más que nadie.Verdad y libertad. Hoy en día, por donde sea que uno mire, se encuentra con alguien que anda promoviendo y comercializando la verdad por medio de algún libro, programa o producto nuevo. ¿A quién debes hacerle caso? Y ¿cuánto te va a costar?Pues Jesús tiene lo mejor de todo. Él promete: «Si vosotros permaneciereis en Mi Palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»(Juan 8:31,32).Ten la certeza de que todo lo que leas en la Biblia es verdad. Si te familiarizas con sus preceptos, tendrás una vara con la cual medir todas las cosas.Fe. La fe no se adquiere a base de esfuerzo, sino asimilando la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Si tienes poca fe, probablemente es porque no lees mucho Su Palabra o no la crees. Pero cuanto más la leas y estudies con una actitud abierta y receptiva, más crecerá tu fe. Es así de sencillo y de cierto.Felicidad. La felicidad perdurable se alcanza emulando el amor de Jesús, y es la Palabra la que nos enseña a hacerlo. Jesús dijo: «Si guardareis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor. [...] Estas cosas os he hablado, para que Mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Juan 15:10,11).Contentamiento y paz interior. Estudiando la Palabra de Dios llegas a comprender Su amorosa forma de actuar. Eso te inspira fe en que Él es dueño de la situación y vela por tu bienestar, cualesquiera que sean las circunstancias. «Vuelve ahora en amistad con Él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien» (Job 22:21). Cuando te agobien los desencantos, los obstáculos y las contrariedades, lee un rato la Palabra de Dios; te ayudará a ver las cosas objetivamente.Soluciones y respuestas. Cuando tengas un interrogante, el Señor te facilitará la respuesta; cuando te topes con un problema, te dará la solución. Están todas en Su Palabra. Leyendo las Escrituras y escuchando lo que Dios te hable al alma después de haberle pedido orientación -la Palabra viva-, hallarás la respuesta a todos los interrogantes y las soluciones para todos los problemas que se te presenten. Una vez que te familiarices con los principios espirituales, la sabiduría divina y los consejos prácticos contenidos en las Escrituras, verás que el Señor te ayuda a aplicarlos para resolver asuntos y conflictos de la vida diaria. Su Palabra será una lámpara que alumbre tu camino (Salmo 119:105).Conocimiento de la voluntad de Dios. Dios tiene un designio para ti y sabe lo que más te conviene. Deja, pues, que guíe tus decisiones, y a la larga todo saldrá bien. Parece sencillo, pero ¿cómo hacemos para averiguar lo que Dios considera mejor para nosotros en determinada situación? Es decir, ¿cómo podemos descubrir Su voluntad?La Palabra nos da a conocer la voluntad de Dios con absoluta certeza, tal como fue revelada. Así pues, cuando te veas en una disyuntiva, toma en cuenta todo lo que Dios ya ha dicho. Busca una situación similar en la Biblia y basa tu decisión en ella, o en los preceptos de la Palabra de Dios. También puedes pedirle que te hable directamente al corazón y te indique qué es lo que desea que hagas. (Si deseas aprender a escuchar la voz de Dios, te recomendamos el librito Escucha palabras del Cielo, de la colección Actívate, el cual puedes pedir a cualquiera de las direcciones de la página 2.)La Palabra de Dios tiene además la facultad de modificar tu forma de enfocar los problemas. Te transforma «por medio de la renovación de [tu] entendimiento, para que [llegues a conocer] cuál [es] la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).Modelos de conducta acordes con los principios divinos. La Biblia está repleta de relatos sobre hombres y mujeres comunes y corrientes cuya fe y amor a Dios los hizo grandes a los ojos de Él y los ayudó a salir adelante en circunstancias sumamente adversas. Su ejemplo enseña mucho y resulta muy estimulante. Hay además innumerables testimonios del amor y el desvelo de Dios por Sus hijos, de cómo nos protege y provee para todas nuestras necesidades. Por contrapartida, hay también ejemplos de lo que no se debe hacer y de las consecuencias de infringir Sus principios espirituales. «Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza» (Romanos 15:4).El poder y las promesas de Dios a nuestra disposición. En la Biblia hay numerosas promesas que Dios nos ha hecho. Él quiere que las apliquemos a nuestra realidad. Algunas son universales, por ejemplo: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo» (Joel 2:32; Romanos 10:13). Otras se hicieron en un principio a ciertas personas o grupos de personas, pero son para cualquiera que las aplique a una situación similar y cumpla las condiciones ligadas a ellas.A medida que te vayas familiarizando con la Palabra de Dios, aprenderás a reconocer Sus promesas y reivindicarlas para ti. De esa manera estarás manifestando tu fe. Esas firmes declaraciones de tu fe y de tu conocimiento de la Palabra complacen a Dios, activan Su poder y lo llevan a responder tus oraciones.Más amor. Es difícil guardar el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:39) si las personas con quienes nos relacionamos habitualmente son desagradables y no se hacen querer. ¿De dónde saca uno la gracia para pasar por alto los exabruptos de un jefe autoritario o de un compañero de trabajo envidioso, las fiestas bulliciosas del vecino o cosas peores? ¿Qué hace uno en esas situaciones para amar como Jesús? «Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y nada los hace tropezar» (Salmo 119:165 (NBLH)). Dicho de otro modo, nada los ofende. A medida que leas y estudies la Palabra de Dios, te irás imbuyendo de Su Espíritu y Su amor, los cuales te ayudarán a ser más comprensivo, sensible y tolerante.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Más como el maestro

Halló un día un caminanteun trozo de greda fragante.Lo recogió, y en la hosteríale intrigó lo bien que olía.-Dime, ¿qué eres? -le demanda-.¿Una gema de Samarcanda?¿Un nardo con traje de arcilla o alguna otra maravilla?-No, soy un pedazo de barro.-¿Y ese aroma extraordinario?-Te explicaré cómo es la cosa:es que viví con una rosa. Fábula persaDe los cristianos se espera que procuren parecerse a Jesús, que vivan como viviría Él, que se conduzcan como Él, que hablen como Él y que incluso piensen como lo haría Él. Pero ¿cómo se logra eso? ¿Cómo podemos volvernos más como Él? Tal como enseña esta fábula, el secreto está en vivir bien cerca de Él (2 Corintios 3:18).Si bien muchos dedicamos algo de tiempo al Señor, ¿cuántos ratos de calidad pasamos con Él? Es preciso que haya momentos en que hagamos a un lado nuestros asuntos cotidianos y le prestemos toda nuestra atención, comulguemos con Él y disfrutemos de Él, de modo que lleguemos a conocerlo más íntimamente y nos volvamos más como Él. Por muchas cualidades que tengamos, por muy dinámicos que seamos, por mucho don de gentes que poseamos y muchas buenas iniciativas que emprendamos, si no le dedicamos tiempo a Jesús, no seremos un buen reflejo de Él ni trasluciremos Su amor.El diccionario define el término comunión como trato íntimo o familiar, unión, contacto. Comulgar con Jesús significa establecer un vínculo emocional y espiritual con Él. La alabanza, la oración y la lectura de la Palabra de Dios nos ayudan a establecer y mantener ese vínculo. Son los ingredientes vitales de nuestra relación con el Señor.Ratos de calidadCuando se incrementan nuestras obligaciones y crece nuestra carga de trabajo, muchos solemos acelerar el ritmo de vida. Eso nos conduce al estrés. Los ratos libres pueden contribuir a aliviar la tensión. Pero ni los momentos a solas ni los que pasamos en compañía de los amigos y la familia son capaces de darnos lo que nos ofrece Jesús.Los pasatiempos resultan entretenidos y relajantes, pero al mismo tiempo pueden ser también perjudiciales, pues nos quitan tiempo para las cosas más esenciales, entre ellas la más necesaria de todas: retirarnos un rato con el Señor. Un error que comete mucha gente es tratar de llenar los espacios libres con más tareas o actividades cuando el Señor quiere que se los dediquemos a Él.La forma más segura -de hecho, la única- de lograr una renovación total y duradera es pasar ratos con Jesús. Necesitamos Su amor, Sus fuerzas y Su sabiduría, y la única forma de obtenerlos es dedicarle tiempo.Sin embargo, el solo hecho de reservarle un espacio en nuestro ajetreado horario no es garantía de que vayamos a tener una relación más estrecha con Él. Lo que cuenta es lo que hagamos durante ese tiempo. Es preciso que nos tranquilicemos, que dejemos a un lado las preocupaciones que nos agobian y permitamos que el Señor nos imbuya pensamientos positivos, alentadores y fortalecedores, pensamientos que edifiquen nuestra fe, inspirados en Su Palabra, tanto la escrita como la viviente.Jesús enseñó que el requisito para llevar una vida fructífera es permanecer en Él. «Permaneced en Mí, y Yo en vosotros» (Juan.15:4). «Permanecer en Jesús» es leer Su Palabra, orar y escucharlo, a fin de seguir conectados con Él.Es fácil que la oración se convierta en puro formulismo. Una de las maneras de evitar caer en una rutina es tratar al Señor como el Amigo, Consejero y Amante que quiere ser para nosotros. Como dijo alguien con mucho acierto: «Cuanto más ama uno a Jesús, más se deleita en estar a solas con Él. A los amantes les encanta estar a solas». El Señor, de todos modos, no nos lo impone. Quiere ver hasta qué punto estamos dispuestos a abandonar todo lo que nos distrae para darle preferencia a Él. Si lo ponemos a Él en primer lugar, Su poder y Su asistencia se harán patentes en nuestra vida, más de lo que nunca hemos llegado a imaginarnos.La naturaleza de Jesús«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5:22,23 (JER)).Esas son virtudes que definen a Jesús. Si leemos Su Palabra y comulgamos frecuentemente con Él en oración, se nos pegarán algunos de Sus atributos. ¿De qué manera cabe esperar que cambiemos para mejor? Examinemos esas cualidades una por una. Amor: Dios es amor. Jesús es la personificación del amor de Dios. Como seguidores Suyos, tenemos que manifestar amor de todas las maneras posibles.Alegría: La felicidad auténtica es consecuencia de cultivar una estrecha relación con Dios y vivir de conformidad con Sus preceptos. Paz: En el Antiguo Testamento, paz tiene un sentido bastante amplio. Significa plenitud, salud y bienestar general. En el Nuevo, la palabra significa más bien serenidad, una combinación de esperanza, confianza y sosiego de la mente y el alma. La paz en realidad viene como resultado de la fe, y la fe se alcanza leyendo y creyendo la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Paciencia: Es la capacidad de perseverar tranquilamente frente a las dificultades. Nos hace falta paciencia en muchos casos, tanto con las personas como con las circunstancias; y es importante que seamos pacientes con un espíritu de amor, es decir, sin enojarnos.Afabilidad: Es ser amable y suave en el trato, gentil, considerado, equitativo, compasivo, y conducirse de forma honorable. Jesús posee todas las cualidades de un auténtico caballero, ¿no te parece?Bondad: Mi diccionario bíblico dice que la bondad es justicia, santidad, amabilidad, gracia, misericordia y amor. Otras definiciones añaden: «carácter recto y virtuoso, dulzura, amabilidad». Todo esto caracteriza a Jesús, y si Su Espíritu vive en nuestro interior, también debería distinguirnos a nosotros.Fidelidad: La palabra fidelidad tiene varias acepciones. Una es fe inquebrantable; otra, aplicación, sentido de la responsabilidad y devoción a las obligaciones.Mansedumbre: Me gusta la definición de mansedumbre que da el diccionario en el que me fijé. Dice que la mansedumbre es «actitud de humildad ante Dios y amabilidad para con los hombres, que nace de la conciencia de que todo está en manos de Dios». Dominio de sí: Es la capacidad de controlarse, y en particular de refrenar los impulsos y moderar las reacciones. Jesús desea comunicarnos esas cualidades, de forma que lleguen a ser parte de nuestra esencia. Así haremos gala de ellas en nuestra vida cotidiana, lo cual redundará en nuestro propio beneficio, pues se transformará nuestra forma de ser y tendremos una personalidad más pulida. Pero también se beneficiarán los demás, a quienes Él desea bendecir y conquistar por medio de nuestro ejemplo.
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