domingo, 15 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


P.: HE ORADO e incluso HE PEDIDO a otros que oren por mí para superar una debilidad que tengo Y que no logro superar. ¿Por qué no responde Jesús a mis oraciones y me transforma? R.: En el momento en que reconocemos que tenemos un defecto y oramos para cambiar, ya hemos cambiado. «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14,15). Si oraste para cambiar, ya has alcanzado la victoria. Por medio del poder milagroso del Espíritu Santo y de las promesas de la Palabra de Dios, te conviertes en la nueva persona que le has pedido al Señor que haga de ti (2 Corintios 5:17; 2 Pedro 1:4). El capullo se abre y de él brota la nueva persona, la cual está lista para crecer en espíritu. Ese es el primer paso: tener fe en que la transformación se ha operado. La Palabra dice que la victoria se obtiene por medio de la fe: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo [y todos nuestros problemas], nuestra fe» (1 Juan 5:4). El Señor te ha dado la victoria. Simplemente tienes que aceptarla por fe y esforzarte por consolidar tu nueva personalidad. La victoria la obtienes en el momento en que admites que necesitas ayuda del Señor, echas mano de las promesas que nos hace en Su Palabra y oras para cambiar. Pero si después dices: «Será que fue una falsa victoria. El Señor no debe de haber respondido, porque sigo siendo el desastre de siempre», entonces estás cediendo la victoria. En tanto que te aferres a ella por fe y no dejes de agradecérsela al Señor, es tuya. Esa es la clave del triunfo: creer que es nuestro porque el Señor nos lo prometió y luego actuar de conformidad con esa convicción. Los sentimientos nada tienen que ver con el asunto. La victoria es nuestra por fe, aun cuando no sintamos que la hemos conseguido. Sigue, pues, alabando al Señor y agradeciéndole Su ayuda para superar tu debilidad, y pronto verás resultados concretos. Para que el Señor te ayude a cambiar la forma en que reaccionas en ciertas situaciones, tiene que modificar tu manera de pensar. Cuando le pediste al Señor que te transformara, de hecho le pediste que te volviera a cablear. Eso casi siempre requiere tiempo y un esfuerzo tuyo. El Señor hace la mayor parte, claro está; pero a nosotros nos corresponde poner en práctica lo que sabemos que debemos hacer para cultivar buenos hábitos, empezando por resistirnos a caer en nuestra vieja manera de pensar. Para ello no hay nada como la Palabra. La Palabra llena el vacío y establece la conexión con el nuevo juego de parámetros que el Señor tiene para nosotros. Por eso es tan importante leer, estudiar e incluso memorizar la Palabra. Luego, una vez que estamos llenos de la Palabra, tenemos que afirmarnos en la fe invocando las promesas del Señor y negándonos a creer las dudas del Diablo. Hay que hacerlo una y otra vez, siempre que veamos que caemos en nuestra antigua manera de pensar o en nuestros viejos hábitos. Cuanto más lo hacemos, más reforzamos nuestros nuevos patrones de conducta y forma de pensar, es decir, más nos «transformamos por medio de la renovación de nuestro entendimiento» (Romanos 12:2), y se hace más evidente que el Señor en efecto nos cambió.

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