domingo, 16 de enero de 2011

Cómo actúan las oraciones


El Señor deja que mucho dependa de nosotros, de nuestro interés y nuestras oraciones. Si oramos a medias, obtenemos media respuesta.
En cambio, si clamamos de todo corazón, Él nos da respuestas claras y contundentes. La oración se refleja o es respondida con la misma intensidad con que se originó, como cuando se proyecta un haz de luz sobre un espejo.
El billar americano también es una buena analogía. El juego tiene sus variantes, pero en todos los casos se emplea una mesa con seis troneras o agujeros y se utiliza una bola blanca para meter las otras en las troneras.
El jugador controla la fuerza y la dirección con que golpea la bola blanca; de ello depende todo lo demás. La oración funciona de manera muy parecida. Lo que pase después de orar depende de la posición de las diversas personas y situaciones; pero nuestro modo de orar por ellas también afecta el resultado. La manera de formular o expresar nuestra oración y de pedirle a Dios que la responda se puede comparar con el impulso que se le da a la bola blanca con el taco. La fuerza, el ángulo y el efecto de la tacada se conjugan para determinar el resultado de la jugada.
El primer tiro lo hizo Dios. Fue Él quien realizó el saque y esparció las bolas. Conforme avanza la partida, Él y los demás jugadores van alterando la posición de las bolas con sus jugadas. La única diferencia es que Dios no pretende vencerte. Si estás de Su parte, Él te ayuda a ganar.
Es como una partida por parejas: tu compañero es Dios; y tus rivales, el Diablo y sus secuaces. Dios hace Sus jugadas con vistas a facilitar las tuyas. Claro que por muy bien que te lo prepare todo, si no apuntas bien, no sirve de nada.
Por muy buena puntería que tengas, la bola numerada -o sea, la persona o situación por la que ores- tiene que estar en una posición que te permita golpearla bien.
Otra posible ilustración son las ondas de radio. Digamos que se quiere enviar un mensaje vía satélite al otro lado del mundo. Para empezar, el mensaje no se transmitirá si el aparato no está conectado a la corriente. En segundo lugar, el transmisor tiene que estar en buenas condiciones. Si es defectuoso, se ha desajustado o está mal sintonizado, no transmitirá bien, y el mensaje no llegará con claridad. Además, la antena debe estar bien orientada para que el mensaje llegue al satélite de comunicaciones.
En esta ilustración, tú eres el transmisor con su antena; el Espíritu Santo es la fuente de energía; y la voluntad de Dios, el satélite. Si tu transmisor es automático y está controlado por el Espíritu Santo, se sintonizará por sí solo. La computadora del Señor regulará la potencia, la emisión, la dirección, todo. Es infalible. En cambio, uno puede echarlo todo a perder si se pone a manipular los diales y a cambiar la configuración por su cuenta. Además, el satélite de la voluntad del Señor debe estar en el punto preciso para que la comunicación rebote hacia el receptor, el cual a su vez debe encontrarse en la posición justa para captar la señal.
En resumen, la oración depende de cuatro factores principales: tu posición, la de Dios, la de la persona o circunstancia por la que oras y la forma en que oras.
Volviendo a la ilustración del billar americano, diríamos que depende de la posición de la bola blanca, de la bola que vas a golpear, de la tronera y de la habilidad con que juegues. Tú no determinas totalmente el resultado; tampoco la persona por la que oras; y Dios se ha fijado límites para no determinarlo totalmente, dejando que influyan esos otros factores.
En la analogía de la transmisión por radio, la posición del satélite de Dios es fija; pero el aprovechamiento que se haga de él depende de ti y del beneficiario. Por decirlo de alguna manera, Dios ha fijado la posición general de Sus designios; pero el lugar que ocupes dentro del plan divino depende de tu posición, de la de la persona o circunstancia por la que ores, y de que apuntes bien para que la señal llegue al satélite.
El Señor deja mucho en nuestras manos y en manos del destinatario. Él siempre hace Su parte. Si lo que pides se ajusta a la voluntad de Dios -lo que Él considera mejor para todos los afectados-, si tanto tú como el destinatario de tu oración se encuentran en la posición debida y apuntas con precisión, darás en el blanco y lograrás el efecto deseado.

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