miércoles, 27 de octubre de 2010

La ruta de la ira


Recientes investigaciones arrojan que nueve de cada diez conductores admiten haber sufrido ataques de ira de diversa intensidad mientras manejaban. Las reacciones iban desde tocar la bocina desenfrenadamente y hacer gestos obscenos, hasta atacar físicamente a otras personas. Las conductas agresivas al volante causan un tercio de los accidentes de tránsito. Es muy posible que el profeta Nahum viera este fenómeno de la era moderna en una visión que tuvo hace unos 2.600 años. En efecto él escribió: «Los carros se precipitarán a las plazas, con estruendo rodarán por las calles»1.
Naturalmente, la ira no es nada nuevo, ni se circunscribe al ámbito de la conducción de automóviles. Una molestia por una cuestión insustancial puede fácilmente causarnos irritación -a todos nos ha pasado-, luego enojo, y a la postre llevarnos a montar en cólera. Cuando eso sucede, normalmente no deriva en nada bueno, ni para nosotros ni para quienes nos rodean.
La Biblia narra un caso muy interesante de un patriarca que perdió mucho por motivo de la ira. Después que Moisés sacó a los israelitas de Egipto, estos se vieron obligados a sobrevivir durante años en el desierto. En cierta ocasión en que necesitaban agua con apremio, Dios le dio instrucciones a Moisés para que hablara a una roca y le prometió que de ella brotaría el agua. Moisés, sin embargo -corto de paciencia por las quejas incesantes de los israelitas a pesar de todos los milagros que Dios ya había obrado por ellos para protegerlos y proveer para sus necesidades-, no se limitó a pronunciar las palabras que Dios le había mandado que dijera, sino que golpeó la roca exasperadamente. El agua brotó tal como Dios había dicho, y todos pudieron saciar su sed. No obstante, aquel arranque intempestivo le costó caro a Moisés. Dios le dijo: «Por cuanto no creísteis en Mí -la impaciencia de Moisés puso de manifiesto su falta de fe en que todo resultaría bien si simplemente hacía lo que Dios le había ordenado-, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado». Como consecuencia, al final no se le permitió entrar a la Tierra Prometida; tuvo que contentarse con divisarla desde un monte cercano antes de morir2.
El emperador y filósofo romano Marco Aurelio escribió: «¡Cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera […] que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos!» Además de los conflictos que nos causan con nuestros semejantes, las investigaciones médicas demuestran que, entre otros perjuicios, las emociones negativas pueden dañar nuestro sistema vascular, aumentar las probabilidades de sufrir un infarto y reducir nuestra resistencia a las infecciones.
Lo bueno es que no tenemos por qué seguir transitando por la ruta de la ira. Es posible alcanzar la paz interior: sólo tenemos que hacer una pausa, rezar y conservar una actitud positiva

No hay comentarios:

Publicar un comentario