viernes, 30 de octubre de 2009

La iniciativa de paz (1 Samuel 26)

Habiéndose refugiado David con sus hombres en el desierto de Zif, descubrió con gran asombro que su enemigo, el rey Saúl, venía tras él. Poco antes, David le había perdonado misericordiosamente la vida a Saúl (véase 1Samuel 24), ¡por lo que casi no podía creer que Saúl otra vez quisiera matarlo! Al perdonarle la vida al rey Saúl, David le había demostrado que no tenía intenciones de hacerle daño alguno. Pensó que a partir de aquel momento ya no volvería a haber enemistad entre ellos; sin embargo, una vez más, Saúl lo perseguía como lo había hecho ya en muchas ocasiones. En esta oportunidad, con el objeto de verificar la veracidad de la información, "David... envió espías y se cercioró de que Saúl había venido". Apesadumbrado por las noticias, David escribió la hermosa oración del Salmo 54: "Oh Dios, sálvame por Tu nombre, y con Tu poder defiéndeme. Oh Dios, oye mi oración; escucha las razones de mi boca... He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor está con los que sostienen mi vida." Esta vez, David y sus hombres no huyeron. En cambio, en medio de la noche, se acercaron sigilosamente al lugar donde estaban acampados Saúl y sus soldados. Por fin llegaron tan cerca que podían ver claramente el lugar mismo donde Saúl dormía junto a Abner, su capitán. Vieron que Saúl estaba en el centro mismo del campamento, rodeado por el equipaje. Abner dormía muy cerca de él y el resto de los soldados los rodeaban. Todos dormían, "porque un profundo sueño enviado por el Señor había caído sobre ellos". No se oía el menor ruido, salvo los ronquidos de los soldados y el ocasional rebuzno de algún burro. David entonces susurró a dos de sus hombres más valientes: —¿Quién irá conmigo a Saúl en el campamento? —Yo iré —dijo Abisai. Sin detenerse a pensar en el grave riesgo que corrían, los dos valerosos hombres empezaron a avanzar a gatas. ¿Qué pasaría si ladraba un perro? ¿O si los avistaba un centinela y despertaba a los demás? ¡No sobrevivirían! Entraron silenciosamente en el campamento enemigo hasta llegar, por fin, adonde estaba Saúl, profundamente dormido. A su cabecera estaba su lanza clavada en tierra y junto a ella una vasija de agua. Al ver al hombre que había causado a David y a sus hombres tantos problemas, Abisai quiso matarlo en aquel mismo instante. —Déjame que le hiera con la lanza y lo enclavaré en la tierra de un solo golpe —le susurró a David—, y no le daré segundo golpe. Pero David no se lo permitió. —No lo mates —le dijo—, porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido del Señor, y será inocente?... Vive el Señor, que el Señor lo herirá, o llegará el día en que muera, o perecerá en batalla. Una vez más, David manifestaba su confianza en que el Señor sabría mejor qué hacer con Saúl. David no había ido a matar a Saúl; sólo quería hacer algo para demostrarle a Saúl que habría podido matarlo. Le susurró a Abisai: —Toma ahora la lanza que está a su cabecera y la vasija de agua y vámonos. Los dos salieron del campamento tan subrepticiamente como habían entrado. "Luego David pasó al otro lado y subió a una colina lejana, poniéndose a gran distancia." Sería muy temprano en la mañana, porque cuando lanzó un grito, nadie le escuchó. En el campamento todos dormían aún. Luego volvió a gritar con toda la voz: —¿No respondes, Abner? Abner se levantó de muy mal humor. —Quién eres tú que gritas al rey? —rugió. —¿No eres tú un hombre valiente? —se burló David—. ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey tu señor?... Mira, pues, ahora, dónde está la lanza del rey, y la vasija de agua que estaba a su cabecera. Vive el Señor, que sois dignos de muerte porque no habéis guardado a vuestro señor, el ungido de Dios. —¿Quién es? —balbuceaba Abner todavía medio dormido—. ¿De qué habla? Pero Saúl reconoció la voz de David, y respondió: —¿No es esa tu voz, hijo mío David? —Mi voz es, rey señor mío. David, entonces, hizo la pregunta que había hecho tantas veces antes: —¿Qué he hecho? ¿Qué mal hay en mi mano? Al ver Saúl su lanza y la vasija de agua en manos de David, se dio cuenta de que David había llegado hasta su lecho aquella noche. Entonces dijo: —He pecado. Vuelve, hijo mío David, que ningún mal te haré, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He aquí, me he portado neciamente, y he errado en gran manera. Aquella fue la afirmación más sincera que Saúl hiciera jamás. Lamentablemente, era ya demasiado tarde. David, siempre dispuesto a perdonar, le respondió: —¡He aquí la lanza del rey! Que venga uno de los criados a buscarla. El rey se sintió muy conmovido y dijo: —Bendito eres tú, hijo mío David, sin duda emprenderás grandes cosas y prevalecerás. Únicamente el amor de Dios puede dar a alguien la grandeza para actuar de ese modo. Aquella actitud de David puso de manifiesto su sincero deseo de estar en paz con su rey, y gracias a aquella gran muestra de amor, llegó a su fin una larga disputa. David y sus hombres se fueron a Gat, y "Saúl no lo buscó más". El rey David no fue, bajo ningún concepto, un hombre perfecto. Es más, en ciertas ocasiones actuó como uno de los peores pecadores del mundo. Pero fue también uno de los más grandes santos. El hecho de que se le había perdonado mucho hacía que le resultara más fácil perdonar a los demás y apiadarse de ellos. Por eso fue que David, refiriéndose al Señor, dijo: "Tu benignidad me ha engrandecido" (Salmo 18:35).

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