viernes, 30 de octubre de 2009

¡Las plagas de Egipto! (Éxodo 5-12)

Leobín era un hombre imponente, que pesaba cerca de 100 kilos y tenía un cargo de funcionario en la corte del Faraón. Regresaba en carro a su hogar, y observó una larga columna de esclavos hebreos que marchaban penosamente hacia la tierra de Gosén. Leobín pensó con sorna: —De modo que según Moisés, su Dios los va a librar, ¿no? ¡Pues que les ayude entonces a hacer ladrillos sin paja! ¡Ja ja ja! Las extensas tierras de Leobín lindaban con la zona sur de la tierra de Gosén, en el fértil delta del Nilo. Tomó una curva del camino principal, rumbo a su mansión, en tanto los extenuados hebreos cruzaban un puente en dirección a Gosén. Al entrar su padre y sus hermanos, Jemima quitó la mirada de la olla en que cocinaba, y exclamó, al ver sus espaldas sangrantes: —¡Oh, Dios mío; esas bestias los han golpeado de nuevo! —Así es —respondió su padre, suspirando profundamente—, Moisés le ha dicho al Faraón que el Señor ordena que deje marchar a Su pueblo, ¡pero el Faraón no quiere hacerlo y ha hecho nuestro trabajo todavía más pesado al negarnos la paja! ¡Y después sus capataces nos azotan por no hacer suficientes ladrillos! Mientras les limpiaba las heridas, Jemima elevó una oración a Dios: —Señor, ¡juzga a nuestros crueles opresores! Al día siguiente, cuando el Faraón bajaba a la ribera del Nilo, Moisés y Aarón le salieron al encuentro. ¡Los juicios de Dios estaban a punto de empezar a desatarse! Leobín y un grupo de otros altos funcionarios estaban en las proximidades cuando Moisés se acercó, levantó su vara delante de ellos y la descargó sobre las aguas del Nilo. ¡De repente, y ante el gran asombro de Faraón, toda el agua se convirtió en sangre! ¡Todos los riachuelos y arroyos, lagunas y estanques de Egipto, incluyendo el agua que estaba en los jarrones de piedra, se convirtieron en sangre! El Nilo hedía a podredumbre, sus aguas no eran potables, y todos los peces que había en ellas murieron. ¡Faraón, empero, se negó a someterse a Dios! Transcurrieron siete días, y Moisés y Aarón volvieron a ir donde el Faraón con el mensaje del Señor: —Deja ir a Mi pueblo. Pero el Faraón endureció su corazón. Por lo tanto, Aarón extendió su vara sobre arroyos, canales y estanques, y vinieron ranas que cubrieron toda el territorio. ¡Ni siquiera el palacio del Faraón quedó exceptuado! Mientras iba rumbo a su casa, Leobín observó sus tierras y vio que estaban cubiertas por un movedizo mar de ruidosas ranas. Su sensación de horror se acrecentó cuando tuvo que recorrer el trecho entre su jarín y su casa esforzándose por no pisarlas. Encontró ranas en la cocina, dentro de los hornos, ¡y hasta en su dormitorio y sobre su cama! Su esposa y su hijo estaban histéricos y aterrorizados, mientras aquellas repulsivas criaturas saltaban a su alrededor y por encima de ellos. Jemima y sus hermanos, mezclados con la multitud de hebreos que se había aglomerado en la ribera del canal, observaban con ojos atónitos la tierra de Egipto, que se extendía frente a ellos. En tierras de Leobín se veía un mar de ranas; ¡pero en la tierra de Gosén, donde se encontraban ellos, no había ni una sola! Finalmente, el Faraón rogó a Moisés que alejara la plaga de ranas, y luego de que éste orara, súbita y misteriosamente, murieron todas. El croar ensordecedor de incontables millones de ranas se apagó por completo en ese preciso instante. Laobín ordenó a todos sus siervos que quitaran de su casa los millares de cuerpecillos muertos, y que acumularan en grandes montones los que estaban en sus campos. ¡Durante los días siguientes, de toda la tierra de Egipto se elevó al cielo el hedor nauseabundo de las ranas muertas! El Faraón volvió a endurecer su corazón, por lo tanto el Señor encomendó a Moisés que dijera a Aarón que golpeara el polvo de la tierra con su vara. Una vez que Aarón lo hubo hecho, el polvo se convirtió en piojos, que treparon sobre cada hombre y bestia de Egipto. ¡Pero en Gosén no se vio ni rastro de ellos! Volvió Moisés y ordenó a Faraón: —¡Deja ir a mi pueblo! Pero el Faraón se negó a escucharle, ¡por lo que el Señor envió densos enjambres de moscas que invadieron su palacio y las casas de sus funcionarios! ¡Toda la tierra de Egipto quedó totalmente infestada de moscas! Leobín estaba medio loco de desesperación, tratando de sacarse de encima las asquerosas moscas que se le pegaban al cuerpo, ¡y miraba asombrado la tierra de Gosén, donde no se percibía el vuelo de una sola mosca! Entonces el Señor envió una peste terrible sobre los caballos, los asnos, los camellos, las reses, las ovejas y las cabras de los egipcios, y Leobín vio que las grandes riquezas que poseía en ganado se esfumaban al morir los animales delante de sus ojos. A unos pocos centenares de metros de allí, en Gosén, los animales pastaban apaciblemente y a gusto, sin que uno solo de ellos hubiese muerto. Leobín estaba en el palacio del Faraón cuando se desató la plaga siguiente. Moisés, delante de Faraón, tomó puñados de ceniza de un horno y los arrojó al cielo. Este se cubrió de un fino polvillo, y en hombres y bestias aparecieron llagas purulentas a lo largo y ancho de todo el territorio egipcio. ¡Leobín lanzó un grito desgarrador cuando se vio cubierto de dolorosas llagas de la cabeza a los pies! El Faraón mismo y sus magos estaban completamente cubiertos de llagas, pero ni aun así se doblegaba, de modo que al final Moisés ingresó abruptamente ante su presencia y le dijo, lleno de ira: —Así ha dicho el Señor: ¡De haberlo querido, ya hubiese podido extender Mi mano y desatar sobre ti y sobre tu pueblo una peste que los hubiese quitado para siempre de la tierra! Por lo tanto, mañana he de enviar la peor granizada que haya caído jamás sobre Egipto, desde que se formó como nación, hasta el día de hoy! ¡Recojan todo su ganado y llévenlo a un sitio donde esté seguro, pues el granizo que habrá de caer matará a todo hombre o animal que se encuentre al descubierto! El Faraón y su gente disponían de un día entero para acatar la advertencia, y varios de sus funcionarios y oficiales, que temieron la Palabra del Señor, llevaron a sus esclavos y ganados a lugar seguro. Pero Leobín, al igual que Faraón y la mayoría de sus hombres, desoyó desafiantemente a Moisés. Al día siguiente, Moisés levantó su vara al cielo, y de repente se puso amenazadoramente oscuro, y entre los nubarrones empezaron a resonar los truenos. ¡Súbitamente, los largos brazos de los relámpagos se descargaron sobre la tierra y se desató una rugiente tormenta de granizo, que caía con ruido atronador! ¡El granizo cayó sobre toda la tierra de Egipto, acompañado de furiosos relámpagos y del fuego que se extendía por la pradera! La tormenta se prolongó y parecía no tener fin. Por fin, Faraón prometió que dejaría partir a los hebreos, por lo que Moisés oró y de inmediato cesó la plaga. Luego de que hubo amainado el temporal, Leobín regresó a su casa, chapoteando entre los montículos de granizo que empezaban a derretirse. Al extender su vista por toda la llanura circundante, pudo comprobar que toda planta viviente había sido aplastada por la tormenta. Los árboles se veían desnudos y con sus ramas desgajadas. ¡Cuando llegó a sus tierras se encontró con los cadáveres de sus esclavos y animales tendidos por doquier, masacrados por las duras piedras! Jemima observaba desde el puente que marcaba la división entre Gosén y la tierra de los egipcios. Después de cesar el ruido aterrador provocado por la tormenta, todos los hebreos habían salido de sus casas para ver si sus campos habían sido destruidos, pero para su sorpresa y alegría, comprobaron que sus tierras y árboles estaban intactos. ¡Por el contrario, apenas a unos centenares de metros, al otro lado del arroyo, toda la tierra de Egipto presentaba un espectáculo de desolación y muerte! Después de que se detuvo la tormenta, el Faraón se negó a cumplir la palabra empeñada. Una vez más, Moisés le advirtió que debía dejar marchar a su pueblo. El Faraón se negó a hacerlo. Entonces Leobín y los demás oficiales le rogaron, diciendo: —¡Deja que el pueblo se vaya! ¿No te has dado cuenta aún de que Egipto está arruinado? Cuando el Faraón insistió en su negativa, el Señor envió un viento del Oriente que sopló toda la noche. Al llegar la mañana había traído consigo una enorme cantidad de langostas, que se lanzaron vorazmente sobre todo el país. ¡Jamás habían visto una plaga de langostas semejante! Desde la ribera del arroyo, Jemima contempló horrorizada las negras e interminables nubes de langostas que se abatían sobre los campos de Leobín. Se asentaron sobre la tierra hasta formar una gruesa capa negra, y devoraron todo lo que el granizo no había destruido. ¡Cuando acabaran su labor devastadora, no habría quedado ningún vestigio de vida vegetal en todo Egipto! El aire seguía lleno de furiosos enjambres de langostas, y casi como si un muro invisible las hubiese detenido, ni una de ellas cruzó a la tierra de Gosén. ¡Jemima y sus hermanos, junto a la gran muchedumbre de hebreos que los rodeaba, se echaron de rodillas llenos de admiración y reverencia ante el grandioso poder con que el Señor había protegido a Sus hijos! Y aunque resulte difícil creerlo, Faraón volvió a endurecer su corazón luego de que se marcharon las langostas, ¡y se abatió la siguiente plaga! Cuando Jemima y su familia salieron a ver qué sucedía, exclamaron consternados: —¡Qué es eso? —No lo sé —balbuceó su padre. Delante de sus ojos se alzaba un muro de la neblina más oscura que habían visto en sus vidas, arremolinándose sobre el puente que dividía a Gosén de Egipto. Era tan oscura que parecía prácticamente impenetrable. ¡La oscuridad que cubría Egipto era tan densa, tan completa, que nadie alcanzaba a ver nada! Leobín, dentro de su palacete, tropezaba contra los muebles, hasta que logró encontrar una lámpara, ¡pero incluso estando encendida, su luz era insuficiente para traspasar las tinieblas! —¿Qué terrible oscuridad es ésta? —susurró para sí, con un escalofrío—. ¡Es tan espesa que puedo palparla! ¡Debido a aquella tremenda oscuridad, nadie salió de su casa en todo Egipto por espacio de tres días, paralizándose así toda la nación! Sin embargo, en tierra de Gosén, el sol brillaba como siempre. Entonces el Señor desató una última plaga sobre el Faraón y sobre Egipto: ¡a medianoche, envió a Su Angel Exterminador sobre toda la tierra! Siguiendo las instrucciones de Moisés, todos los hebreos habían comido la Pascua y habían pintado los umbrales de sus puertas de calle con sangre de cordero, para testimoniar su fe en la protección del Señor. ¡Pero los incrédulos egipcios se negaron a hacer otro tanto! Cuando el Angel Exterminador llegaba a una casa que tenía sangre en el umbral de la puerta, seguía de largo, ¡pero cuando no había sangre entraba y mataba al primogénito de dicha casa! A medianoche el Señor aniquiló a todos los primogénitos de Egipto, desde el hijo mayor del Faraón, en el palacio, hasta el primogénito del último prisionero de sus calabozos. El Faraón y todos los egipcios se levantaron de noche, y fue muy grande el lamento por toda la tierra de Egipto. No había quedado una sola casa a la que no hubiese entrado la muerte. Desde la tierra de Gosén los hebreos podían oír claramente las lamentaciones de los millones de egipcios de todo el territorio. Sin embargo, entre los israelitas la calma era absoluta. No se oía siquiera el ladrido de un perro. ¡Los egipcios, acongojados por las muertes y atemorizados ante el poder de Dios, vinieron a implorarles que se marcharan, pues su nación había quedado diezmada y en ruinas! ¡Aquella misma noche los israelitas dejaron Egipto y se marcharon rumbo a la Tierra Prometida, alabando a Dios por haberles protegido milagrosamente en el curso de todas aquellas terribles plagas y desastres!
REFLEXIÓN: (1) ¡Si el Señor protegió en esa época a Su pueblo de modo tan milagroso, no cabe duda de que podrá y querrá proteger a Sus hijos en las dificultades actuales y en las que se presenten en época de la Gran Tribulación! Cuando Dios descarga Sus juicios sobre los impíos, por lo general no afectan a sus hijos. (Ver el salmo 91) (2) La persecución a que los israelitas se vieron sometidos por parte de los egipcios no fue nada, comparada con los juicios que la ira de Dios hizo caer sobre Egipto. Mientras Dios bendecía y prosperaba a Sus hijos en Gosén, horribles plagas atormentaban a los malvados egipcios. (3) Cuando servimos a Dios, nuestra vida es preciosa a Sus ojos. Somos entonces Sus empleados, Sus obreros, y nuestro servicio es para El sumamente valioso, de modo que nos protege para que podamos seguir difundiendo Su mensaje. A lo largo de toda la Biblia vemos como el Señor siempre protegió a Sus hijos. De vez en cuando les tocó sufrir alguna penalidad, pero al final siempre los libró. ¡El Señor nunca prometió que no sufriríamos aflicciones; El prometió librarnos siempre de todas ellas! (Salmo 34:19) Si bien es normal que los auténticos cristianos se vean expuestos a cierta persecución, ¡por lo general el Señor no deja que sean aniquilados a manos de los impíos! ¡Si consideramos la gran cantidad de cristianos que ha existido a lo largo de la Historia, vemos que sólo una reducida minoría fue martirizada! (4) ¡No hay situación más segura en este mundo que la voluntad de Dios! ¡La protección que el Señor ejerce sobre nosotros es como un campo de fuerza que nos rodea y que el Enemigo no puede penetrarlo! ¡Dice en la Palabra de Dios que un ejército celestial "acampa alrededor de nosotros" (salmo 34:17) y que el Diablo no puede hacernos daño! ¡Por lo menos, no puede hacerlo en tanto permanezcamos dentro del "círculo encantado" de la voluntad de Dios, o nos alejemos de Su protección! ¡Entonces, merecemos el castigo, por desobedecer al Señor y descarriarnos! En esos casos, las propias leyes establecidas por Dios le impiden protegernos. (5) ¡Los hijos de Dios estamos en guerra contra un poderoso enemigo! Lo mejor es, pues, vivir de acuerdo con Dios y con Su Palabra, permaneciendo en Su voluntad, buscando permanentemente al Señor y Su protección y dándole gracias por Sus bendiciones. ¡El Diablo siempre anda "como león rugiente, buscando a quien devorar"! (1 Pedro 5:8) ¡No te conviertas tú en su próximo plato! (6) ¡Los ángeles de Dios acampan a nuestro alrededor, guardándonos noche y día! ¡Puede que a nuestro alrededor no haya más que guerra, disturbios y confusión, pero aún así podremos tener paz en nuestro corazón y en nuestro hogar, si confiamos en Jesús! ¡El Señor puede sacarnos de cualquier situación, por grave que sea! (Salmo 121:8) ¡En tanto el Señor quiera que continuemos llevando a cabo Su tarea de difundir el Evangelio, tendrá que seguir cuidándonos! El Señor lo ha prometido muchas veces en Su Palabra, de modo que no hay por qué preocuparse. ¡Tendrás un brillante futuro si confías en las promesas de Dios!
——————————————————————— ORACIÓN: ¡Señor, Tú nunca has dejado de cumplir ninguna de Tus buenas promesas! (1Reyes 8:56) Has protegido a Tus hijos en todas las épocas. ¡Nunca le has fallado a ninguna generación, y por eso no vas a fallar ahora a nuestra generación! ¡Te pedimos que estemos siempre conscientes de Tu presencia, Señor, que siempre acudamos a Ti, nuestro "pronto auxilio en nuestros momentos difíciles"! (Salmos 46:1) ¡Porque Tú no dejarás de protegernos, por muchos peligros que nos aguarden! Aunque pasemos por pruebas y tribulaciones, Señor, éstas no nos derrotarán. ¡Tú harás portentosos milagros para que sigamos adelante, a fin de que podamos propagar Tu Mensaje y mostarle Tu Amor al mundo, que tanto lo necesita, hasta el mismísimo final! (Mateo 28:20) Te lo pedimos en el nombre de Jesús

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