viernes, 30 de octubre de 2009

«¡Hazme una torta!» ¡La generosidad de una viuda hizo que salvara su propia vida! (1Reyes 17)

Este relato se refiere a un hecho acontecido en Israel, alrededor del año 900 a.C. ¡Era una época triste y difícil para la nación, pues se hallaba bajo el reinado del peor rey que había tenido hasta entonces: Acab! Acab se hallaba bajo la gran influencia de Jezabel, su esposa extranjera, a punto tal que adoptó su vil religión, el baalismo, que era el culto a Baal, el dios pagano. Bajo el malvado reinado de Acab y Jezabel, los profetas del Dios verdadero fueron metódicamente masacrados, y el baalismo se convirtió en la religión oficial del Estado. Con el objeto de hacer conocer Su desagrado, Dios envió a Su profeta Elías directamente a Acab con un mensaje de advertencia: > -¡Vive el Señor, Dios de Israel, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra! > Luego de dar aquella advertencia, Elías huyó al desierto, donde se ocultó de los soldados de Acab. El Señor lo condujo a un cañón solitario donde, además de correr un pequeño arroyo del que podía beber, fue alimentado milagrosamente por unos cuervos a quienes Dios ordenó que le llevaran todos los días pequeños trozos de pan y de carne. Tal como había profetizado el profeta Elías, no cayó una gota de lluvia y se produjo una severa sequía en el país. A medida que transcurrían los meses de calor sofocante, el sol abrasador quemaba la tierra en Israel. Los cultivos y las fuentes de agua se secaron y se produjo una gran escasez. Al cabo de poco tiempo, el arroyo Querib, de donde sacaba agua Elías, también se secó por completo. Pero Dios es fiel, y el mismo día que se secó el arroyo, "vino a Elías Palabra del Señor diciendo: > -Levántate y vete a la ciudad de Sarepta y mora allí. ¡He aquí, Yo he dado orden allí a una mujer viuda para que te sustente!" Sarepta se encontraba a 150 km al norte del arroyo Querib y Elías hubo de emprender aquel peligroso viaje a pie, por aquella región calcinada y desolada por la sequía. Luego de un viaje de varios días de penurias, en los que tuvo que cruzar desiertos desolados, peñascos rocosos y escarpados desfiladeros de montaña, finalmente llegó a Sarepta, una ciudad costera en lo que es hoy Líbano. Agotado, agobiado por el calor y cubierto de polvo, llegó al pórtico de la ciudad donde avistó a una mujer que recogía ramas. > -¡Agua! -le gritó desesperado-. ¡Por favor, tráeme un jarro de agua para beber! La mujer se compadeció de aquel desconocido exhausto; cuando se levantó para ir a buscar agua, él le dijo: > -¿Podrías traerme algo de comer también, por favor? > Volviéndose, la mujer dijo: > -Vive el Señor tu Dios, no tengo siquiera un trozo de pan, sino solamente un puñado de harina y un poco de aceite en una vasija. Mira, he venido a recoger algunas ramitas con qué cocinar, para llevar a casa y preparar una última comida para mi hijo y para mí, para que comamos y luego nos dejemos morir. ¡Seguramente, en aquel momento Elías comprendió que aquella era la pobre viuda que el Señor había prometido que le daría alimento y cuidado! Entonces le dijo con convicción: > -No temas, ve y haz como has dicho. ¡Pero hazme a mí primero una pequeña torta, y luego haz algo para ti y para tu hijo! -Luego profetizó-: Porque el Señor Dios de Israel ha dicho así: "¡La harina de la tinaja no escaseará y el aceite no disminuirá, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la faz de la tierra!" ¡Aquella pobre viuda debe de haber quedado completamente absorta ante aquella extraordinaria afirmación! Tal vez pensó: "Le he dicho que soy muy pobre, y que estoy juntando ramitas para preparar una última comida para mi hijo y para mí, y que luego nos moriremos de hambre. ¡Sin embargo me pide que prepare primero un pan para él!" Pero como Elías le había hablado con tanta autoridad en el nombre del Señor, ella sabía que debía de tratarse de un hombre de fe, de un profeta, y creyó que lo que él le decía era Palabra del Señor. Aquella pobre viuda decidió confiar en el Señor y hacer lo que Elías le pediá. Volvió rápidamente a su casa y sacó el último puñado de harina de la tinaja en que la guardaba. Tomó la vasija de aceite y vertió las últimas gotas hasta dejarla completamente vacía. Después que hubo mezclado la harina y el aceite, y hubo amasado y horneado el trozo de pan para Elías, quedó absolutamente perpleja ante lo que sucedió. Es de imaginarse la escena. La pobre viuda ordenaba las cosas mientras se horneaba el pan para Elías. Al colocar en su lugar la vasija de aceite vacía, de pronto se dio cuenta de que estaba mucho más pesada que un rato antes. Al inclinarla, advirtió estupefacta que salía de ella aceite fresco. ¡Estaba llena! Rápidamente la apoyó en la mesa, y se dirigió a la tinaja donde guardaba la harina, y al destaparla, ¡lanzó una exclamación de asombro! En vez de la tinaja polvorienta y vacía de unos momentos antes, ¡encontró que estaba llena de harina fresca hasta el borde! ¡Había ocurrido un milagro! ¡Su corazón rebosaba de gratitud al Señor por aquella manifestación tan maravillosa de Sus bendiciones! Y tal como había profetizado Elías, "¡la harina de la tinaja no escaseó ni el aceite de la vasija disminuyó durante toda la sequía!" Aquella pobre viuda había estado tratando de salvarse a sí misma, juntando unas pocas ramitas para cocer la última comida de ella y de su hijo antes de morir. Pero cuando apareció el profeta de Dios y le dijo: "Hazme primero una torta a mí, y luego una para ti y para tu hijo", Dios la ponía a prueba para ver si estaría dispuesta a dar prioridad a Dios y a Su mensajero. ¡Y lo hizo! En consecuencia, Dios la bendijo grandemente, ya que en el transcurso de tres largos años de escasez, ¡nunca se le acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la vasija! ¡Ella dio lo poco que podía, y Dios le devolvió mucho más de lo que jamás se hubiera imaginado! Así es como obra Dios: ¡A El le encanta darnos mucho más de lo que nosotros mismos podemos dar! ¡Jamás podremos dar más que El! ¡Siempre nos devolverá mucho más de lo que nosotros podríamos darle a El! ¡Cuanto más demos nosotros, más nos devolverá Dios! David Livingston, el acaudalado misionero inglés que se aventuró a internarse en la selva del Africa y murió allí en servicio al Señor, dijo: "Jamás he hecho un sacrificio por Dios, ya que siempre me devolvió mucho más de lo que yo le daba a El!" ¡No hubo manera en que pudiera dar más que Dios! Y aunque acabó por entregar su vida, sin duda ha recibido recompensas eternas por todas las almas que llevó al Señor, ¡que fueron miles de personas salvadas para toda la eternidad! Lo que mucha gente no parece entender, es que la economía del Señor funciona al revés de la del mundo. La mayoría de la gente mundana piensa: "¡Cuando tenga millones, cuando sea rico, tal vez entonces comience a dar algo a los demás y a ayudar a los pobres y a la Obra de Dios!" Sin embargo, el Señor dice: "¡Comienza a dar lo que tienes ahora, y entonces Yo te lo devolveré y te daré más!" ¡Dios nos dice que la forma de obtener en abundancia es darlo todo! "¡El que retiene más de lo que es justo viene a pobreza, pero al que reparte generosamente le es añadido más!" (Proverbios 11:24) De modo que aunque no tengas mucho, Dios te bendecirá si se lo das a El. Y una de las maneras de dar al Señor es ayudando a los pobres y a Sus misioneros, hacer lo que puedas por ayudar a los que están desempeñando la tarea que Jesús encomendó a Sus discípulos: "Apacienta Mis ovejas" (Juan 21:15-17). El apóstol Pablo escribió lo siguiente a un grupo de creyentes a quienes había convertido al Señor: "Si nosotros sembramos entre ustedes lo espiritual, ¿es gran cosa si segáramos de ustedes lo material? Si otros reciben ayuda de ustedes, ¿no deberíamos nosotros participar aún más de ese derecho? El Señor determinó que los que anuncian el evangelio vivan del evangelio" (1Corintios 9:11-14). Así es como espera Dios que se mantengan Sus misioneros, aquellos que han renunciado a todo lo que poseen para "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15). Si los que reciben la Palabra de Dios a través de esos misioneros -tal como recibió la viuda de Sarepta la Palabra del Señor a través de Elías- ayudan a los mensajeros de Dios en la medida en que pueden, el Señor mismo proveerá para ellos, e incluso "¡derramará bendición sobre ellos hasta que sobreabunde!" (Malaquías 3:10) Como sabrás, nuestra meta no es construir templos religiosos ni adquirir propiedades costosas. ¡No poseemos absolutamente nada! Todo lo que tenemos se emplea en la tarea misionera de llegar a quienesquiera que podamos, donde sea que los encontremos, ¡y compartir con ellos el amor de Dios, llevándoles las Buenas Nuevas de la Salvación eterna manifestada en Jesús! Jesús prometió: "Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto les digo que no perderá su recompensa!" Y: "¡En cuanto lo hicieron por uno de estos mis hermanos más pequeños, por Mí lo hicieron!" (Mateo 10:42; 25:40) De modo que aunque no puedas unirte a nosotros en nuestra tarea de llevar el amor de Dios a los demás, ¡la Obra del Señor aún te necesita y puedes ayudarnos a alcanzar y convertir a todos lo que podamos, dando lo que puedas! ¡Que Dios te bendiga! ¡Te amamos y apreciaremos cualquier ayuda que puedas ofrecernos para continuar difundiendo Su mensaje de amor! "¡Da y se te dará! ¡Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; entonces serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto!" (Lucas 6:38; Proverbios 3:9,10)

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