viernes, 30 de octubre de 2009

¡Esta es tierra de gigantes!


(Este relato se encuentra en Números 13 y 14; Deuteronomio 1:19-46; 9:1-3; Josué 11:21-23; 14:6-15; 15:13-17.) Hacía ya meses que los israelitas habían salido de Egipto, y habían levantado campamento en pleno desierto, en Cades- barnea. A escasos kilómetros al norte se divisaban las colinas de la Tierra Prometida. Moisés congregó a su gente y le dijo: —¡Hemos llegado a la tierra que el Señor nuestro Dios nos había prometido, por lo tanto, tomen posesión de ella como lo ordenó el Señor! ¡No tengan miedo! Los jefes de Israel no se sentían muy capaces de semejante empresa, y con cierta desconfianza, dijeron: —Enviemos primero a algunos hombres a inspeccionar el país, y luego, tras oír sus informes, decidiremos qué rutas tomar y los pueblos que habremos de conquistar. A pesar de esa muestra de poca fe, el Señor aceptó la propuesta y le dijo a Moisés: —Escoge un príncipe de cada una de las 12 tribus y envíalos a que exploren la tierra de Canaán. Moisés eligió a los espías y los envió. Convenientemente disfrazados, los 12 espías exploraron todo el territorio de un extremo al otro. Finalmente, en el viaje de regreso, se detuvieron en la ciudad montañesa de Hebrón. Observando con atención la ciudad, uno de los espías, llamado Palti, exclamó:—¡Miren el tamaño de esas enormes murallas! ¡Se levantan casi hasta al Cielo! —¡Y miren la clase de gente que vive aquí!—comentó asustado Nahbi, otro de los espías. —¡Dios mío!—musitó Palti, mirando hacia el camino—. ¡Son gigantes! Dos gigantes velludos, de aspecto colosal, se acercaban pesadamente por el camino. Uno de ellos volvió la cabeza mirando con ferocidad a los hombrecillos.—¿De dónde salieron estas cucarachas?— rugió con voz atronadora a la vez que los señalaba con su enorme lanza. El otro gigante soltó una carcajada: —¿Te refieres a esos ratoncillos? Nahbi palideció. Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Con voz temblorosa exclamó: —¡Va... vámonos de aquí! ¡Rápido! Pero Caleb se plantó con firmeza. —No. Primero tenemos que averiguar todo lo posible sobre este lugar. Y dejando al resto de los espías, se encaminó con Josué a la ciudad, desapareciendo tras las formidables fortificaciones. Regresaron tras explorar la ciudad por varias horas. Averiguaron que los montes que circundaban la ciudad de Hebrón estaban habitadas por una raza de gigantes conocidos como los anaceos, ¡todos ellos de una estatura mayor a los tres metros! —A la ciudad de Hebrón le ha sido dado un nuevo nombre, el de Quiriat-arba, en honor a Arba, el más renombrado de los gigantes—comentó Josué. Luego agregó—: La ciudad está gobernada por tres gigantes. —¡Confío en que podremos tomar la ciudad!—añadió Caleb—. Tendremos que luchar, pero... —¡¿Tomar la ciudad?! ¿Te has vuelto loco?—interrumpió Gadiel, otro de los espías—. ¡Yo no quiero volver a poner pie en esta tierra de gigantes! Los espías se alejaron de la ciudad y se dirigieron al valle del arroyo de Escol, donde las vides de los gigantes maduraban al sol. Cortaron un racimo de tal tamaño que se necesitaron dos hombres para cargarlo, y llevaron también otras frutas como muestra para Moisés. Finalmente regresaron a Cades-barnea, en el desierto, cuarenta días después de su partida. Al divisar a los espías en la distancia, Moisés, Aarón y el resto del campamento corrieron a recibirlos. Los exploradores tendieron la fruta delante de la gente, y Josué le dijo a Moisés: —¡Nos adentramos en el territorio que nos señalaste, y es cierto, la tierra es muy rica, donde abundan la leche y la miel, como el Señor nos prometió! El pueblo se entusiasmó con el relato. Comenzaron a escucharse rumores de que conquistarían la tierra, cuando Palti y los otros levantaron la voz y dijeron: —¡Pero los que la habitan son poderosos, y las fortificaciones de las ciudades son enormes! ¡Y como si fuera poco... allí viven los anaceos! ¡Una feroz raza de gigantes que sobrepasan los tres metros! El pueblo empezó entonces a murmurar, desalentado. Caleb alzó la voz y dijo: —¡Debemos ir de inmediato y apoderarnos de ese territorio sin dudar un instante, porque somos capaces de hacerlo! Pero Nahbi se negaba: —¡No podemos atacarlos! ¡Son mucho más poderosos que nosotros! Luego Nahbi, Palti y los otros espías empezaron a difundir otros rumores desalentadores. Palti dijo: —¡Esa tierra se traga a sus moradores! ¡Sus ciudades son poderosas y sus fortalezas se levantan hasta los Cielos! —¡Es cierto!—agregó Nahbi—. ¡Y toda la gente que la habita tiene una talla enorme! ¡Al compararnos con ellos, nos sentimos como cucarachas! En la tierra de Canaán suelen decir: ¿Quién puede oponerse a los anaceos? Tan pronto escuchó esto, el pueblo entero comenzó a lamentarse y a dar voces, quejándose de Moisés y Aarón. —¿Por qué nos trajo el Señor a esta tierra para morir por la espada? Apresarán a nuestras esposas e hijos. Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto. ¡Mejor hubiera sido morir en Egipto! Por otro lado se escuchaba: —¡Incluso perecer aquí en el desierto sería mejor! Enfrentándose a todos los congregados, Josué y Caleb se rasgaron las vestiduras y exclamaron: —¡La tierra que hemos explorado es en gran manera buena! Si agradamos al Señor, El nos guiará a ella y nos la entregará. Pero no se rebelen contra el Señor. No tengan miedo de los habitantes de esa tierra, porque los destruiremos completamente. ¡El Señor nos ampara, y a ellos les ha quitado Su protección! Pero el pueblo replicaba con obstinación: —¡El Señor nos aborrece! ¡Por esa razón nos ha sacado de Egipto... para entregarnos en manos de los gigantes que acabarán con nosotros! ¿Cómo habremos de luchar contra ellos? ¡Los relatos de nuestros hermanos nos han desalentado! Moisés les suplicó: —¡No teman a los gigantes! ¡El Señor nuestro Dios irá delante nuestro, El luchará por nosotros! Ya era demasiado tarde. El pueblo entero había dejado de confiar en el Señor, y se escuchaban voces que incitaban a la multitud a apedrear a Caleb y a Josué. En ese momento, la gloria del Señor apareció en la tienda del Tabernáculo, y el Señor dijo a Moisés: —¿Hasta cuándo este pueblo se negará a confiar en Mí, a pesar de todos los milagros que He hecho en medio de ellos? ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo, que duda y se queja contra Mí? ¡He oído sus lamentos y las voces que levantan contra Mí! Por lo tanto, diles: El Señor ha dicho, que tan ciertamente como Yo vivo, haré las cosas que les he escuchado decir. ¡En este desierto caerán sus cuerpos! ¡Morirán todos los mayores de 20 años que han murmurado contra Mí! ¡Ninguno entrará en la Tierra Prometida! Y añadió: —Pero Mi siervo Caleb ha dado muestra de un espíritu diferente y me ha seguido de todo corazón. A él llevaré a la tierra, y sus descendientes la heredarán. ¡Y Josué guiará al pueblo de Israel a recibir esa herencia! En cuanto a vuestros hijos, rebeldes, los cuales ustedes afirmaron que serían apresados, a ellos les daré la tierra para que la posean. ¡Gozarán de la tierra que ustedes despreciaron! Pero vuestros cuerpos caerán en el desierto. Sufrirán 40 años por no haber confiado en Mí, y vagarán por el desierto hasta que el último haya muerto! ¡Ahora, den la vuelta y regresen al desierto! ¡Luego el Señor eliminó a los diez espías que habían propagado informes desalentadores, haciendo que cayeran víctimas de una fiebre mortal! En el campamento, todos lloraron e imploraron misericordia a Dios, pero El no prestó oídos a sus súplicas. Regresaron al desierto, y reiniciaron su largo y lento peregrinaje. Finalmente, transcurrieron los 40 años hasta que hubo muerto el último de los rebeldes. Moisés, ya anciano y a punto de morir, se dirigió a la nueva generación de israelitas: —¡Pueblo de Israel, escuchen! ¡Muy pronto habrán de entrar y conquistar pueblos más poderosos que ustedes, grandes ciudades y enormes fortificaciones que se levantan hasta los cielos! ¡Conquistarán a los anaceos, grandes y poderosos! ¡El Señor su Dios irá delante de ustedes! ¡El los humillará a ellos ante sus ojos, y los destruirá tal como lo ha prometido! Moisés murió, y Josué, al mando de las huestes de Israel, conquistó extensos territorios de la Tierra Prometida. A medida que conquistaba terreno, se dividían las tierras entre las doce tribus. Caleb se acercó a Josué y le dijo: —¿Recuerdas lo que el Señor dijo a Moisés acerca de mí en Cades-Barnea? Yo tenía 40 años cuando Moisés me envió a explorar el territorio. Regresé con un informe positivo. Debido a eso, Moisés me juró: Las tierras donde pongas pie, serán herencia tuya para siempre, porque has obedecido al Señor de todo corazón.— Lanza en mano, el anciano de cabellos blancos agregó—: Desde entonces el Señor me ha mantenido vivo 45 años. ¡Ya tengo 85, y me siento tan fuerte como antes para la batalla! ¡Concédeme los montes de Hebrón que el Señor me prometió! ¡Allí habitan los gigantes, y sus ciudades son poderosas y fortificadas, pero con ayuda de Dios, las conquistaré! Josué le otorgó Hebrón como parte de su herencia. Caleb, a la cabeza de sus hombres, marchó rumbo a las montañas, lleno de un arrojo inspirado por el Señor. ¡En feroz batalla derrotó a los ejércitos de los gigantes y se apoderó de sus ciudades! De allí, se puso en campaña contra los gigantes de la cercana Debir, y su sobrino, el joven Otoniel, los atacó y derrotó. ¡Los ejércitos de Josué destruyeron al resto de los anaceos que habitaban ese país montañoso, y no quedó un solo gigante en la tierra de Israel!
REFLEXION (1) Los 10 espías temerosos se guiaron por las apariencias, no por la fe. Aún peor, ellos y el pueblo dudaron de lo que el Señor les había prometido: que los bendeciría y ayudaría a conquistar la Tierra Prometida. ¡Por eso Pablo dice que Dios estuvo "disgustado 40 años" con ellos porque no tenían fe! "Pero no les aprovechó el oír la Palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron." (Hebr.4:2) (2) Los informes desalentadores de los espías hicieron que toda la gente dudase. ¡Son muy pocas las veces que los traidores desertan solos! Casi siempre se llevan a otros consigo. ¡Es sumamente fácil elaborar excusas que suenen lógicas y razonables, explicando por qué no podemos lograr algo, y la mayoría de la gente aceptará esas excusas porque tampoco tiene fe, y al aceptarlas, se excusa a sí misma! Pero, ¿aceptará Dios tus excusas? (3) ¡Al principio la gente murmuró contra sus jefes, pero después directamente contra Dios, afirmando que Dios los detestaba! Durante todos los meses previos de peregrinaje, ¿no había hecho Dios por ellos innumerables milagros? A pesar de ello, no confiaban en que Dios los protegería en situaciones sumamente adversas. (4) ¿Qué significa desertar? Desertar es echarnos atrás luego de que Dios nos haya mostrado algo y nos haya bendecido por obedecerlo. Uno ni siquiera tiene que abandonar la Obra de Dios para desertar, basta con negarse a cumplir con Su voluntad, o incluso con mirar hacia atrás (Lucas 9:62). Eso también es desertar. ¡Aunque uno se vuelva atrás solo con el pensamiento, no tardará en hacerlo por completo! Dios detesta ver a la gente dar marcha atrás ante las cosas que El les ha pedido que hagan, o incluso las cosas que han empezado a hacer por El. "Y si retrocediere, no agradará a Mi alma. Mi alma aborrece al que retrocede." (Hebreos 10:38, Levítico 26:27,30b) (5) ¿Qué habría sucedido si hubiesen intentado invadir la Tierra Prometida con toda esa gente incrédula y sin fe? ¡Habría sido un desastre! Podría haber significado el aniquilamiento de todos. ¡Por lo tanto, el Señor sabiamente purgó al pueblo de sus rebeldes, y solo permitió que entrara la juventud llena de fe al mando de Josué y Caleb, y obtuvieron la victoria! (6) ¡Las personas que se quejan de la batalla y se rinden justo antes de la victoria, nunca llegan a gozar de los frutos de la victoria! Muchos desertores se han rendido justo cuando Dios estaba a punto de darles la corona de vencedores. ¡Por el amor de Dios, no pierdas tu recompensa rindiéndote antes de la victoria!

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