Jamás imaginé que sufriría una dolencia potencialmente mortal, así que hace seis años, cuando me descubrieron que tenía la enfermedad de Crohn —un mal autoinmune que afecta al tracto digestivo y que no es curable ni con fármacos ni con intervenciones quirúrgicas—, me costó mucho aceptarlo. En aquel entonces yo tenía 24 años y un hijo de cuatro.Todos los remedios naturales que probé poco hicieron para mitigar el deterioro. Sufría dolores tan intensos que tuve que guardar cama casi cuatro años. Llegué a perder el 40% de mi peso. Quedé con 35 kilos y pude haber muerto de desnutrición.La enfermedad me fue consumiendo también emocionalmente. Me sentía inútil, fracasada, y me veía como una carga enorme para mi familia. Me preguntaba: «¿Por qué habrá permitido Dios que me sobrevenga esto? ¿De qué le puede servir una persona postrada en cama, tan delicada de salud e inestable como soy ahora?» En los momentos en que me sentía más débil física y emocionalmente, mi familia y amigos me ayudaron a no rendirme. También me hicieron ver que todavía podía ayudar a los demás por medio de mis oraciones. Así que dejé de pedirle al Señor que me curara y más bien le rogué que se valiera de mí con todo lo enferma que estaba. Eso marcó el principio de mi recuperación. No me curé físicamente de la noche a la mañana, pero tenía paz interior y estaba dispuesta a aceptar lo que Dios tuviera para mí.Varios meses después se dio a conocer un nuevo tratamiento clínico para esta enfermedad. Cuando le pregunté a Jesús si debía someterme a él, me dijo que me serviría para restablecerme por completo. Poco a poco mis intestinos empezaron a funcionar mejor. A lo largo del siguiente año recuperé paulatinamente mi peso normal. El tratamiento, junto con una buena dieta y mucha oración, hizo entrar en remisión la enfermedad de Crohn y me rescató de la muerte, lo cual me llena de gratitud.El continuo amor del Señor, los cuidados que me prodigó y la ayuda que me prestaron unas personas maravillosas me permitieron sobrevivir a esos difíciles cinco años. Además, creo que por lo que sufrí, hoy soy mejor persona. Lo mejor del caso es que la experiencia me acercó mucho a Jesús, más de lo que jamás había creído posible.Hoy puedo decir, al igual que el apóstol Pablo: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18).
Marie-Anne Lavigne es integrante de La Familia Internacional en Canadá.
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