lunes, 4 de enero de 2010

Recuperar la ilusión


En las Filipinas la Navidad reviste una importancia capital: se conmemora el nacimiento de Cristo, se multiplican las reuniones familiares y se hace un tributo al amor. Si a eso se agrega buena comida, interminables fiestas y adornos navideños desde septiembre hasta febrero, ¡cómo no va a ser una temporada de alegría! Sin embargo, hace unos años no tuve esa sensación. La diferencia quizás estribaba en que era una joven soltera de veinte años y anhelaba otra clase de amor en Navidad. Quería tener a alguien a quien amar y que compartiera mis sentimientos. El caso es que no se dio. Me enfrenté, en cambio, a numerosos conflictos personales y estaba muy confusa. Aunque vivía cerca del Ecuador, tenía el corazón frío como el hielo. Como mis padres eran misioneros, para mí la Navidad también era sinónimo de labores de asistencia y de apostolado. Aquel año mis hermanos, mis amigos y yo ya habíamos visitado dos cárceles, varios orfanatos, el hospital más importante de la ciudad y uno de los barrios más pobres. En Nochebuena, la primera institución que visitamos fue un asilo de ancianos. Yo no tenía ganas de ir; pero como me había comprometido, me puse una camiseta, unos pantalones, unas zapatillas de deporte y una gorra calada hasta los ojos para que nadie notara la depresión que se me reflejaba en el rostro. Durante el culto que se celebró en la capilla estuve sentada en uno de los bancos de atrás, sin prestar mucha atención a lo que decía el clérigo. Este explicó que más tarde, después de la ceremonia, unos voluntarios de nuestra organización interpretarían unos bailes. Varios ancianos sentados cerca de mí me sonrieron. Oí que alguien decía: —Jovencito, ¿usted también bailará? Me di la vuelta para ver quién había hablado. Resultó ser una viejecita. ¿Iba dirigida a mí esa pregunta? Al anciano que estaba junto a ella le pareció divertido. Dejó caer sus brazos sobre sus rodillas y exclamó riendo: —¡Es una chica! Una hora después comenzamos a bailar. Me mentalicé y simplemente lo hice. Durante treinta minutos deleitamos a los presentes con villancicos tradicionales y modernos y con danzas. Luego organizamos juegos en los que participaron los ancianos y también un concurso de baile para ellos. ¡Cómo nos divertimos mirándolos! Con los años no habían perdido su espíritu juvenil. Bailaron el swing, el bugui-bugui, el chachachá y otros bailes de su época. La misma anciana que me había tomado por un chico se me acercó y acariciándome la mano me dijo: —Gracias por la visita. ¡Feliz Navidad! Al mirarla a los ojos, vi reflejada en ellos mi soledad. Llegó el día de Navidad. Kelly, una de mis mejores amigas —y una de las más alocadas— me llamó por teléfono. Estaba llorando. Había querido reconciliarse con su novio, pero él la había rechazado. ¡En Nochebuena! Era lo más triste que me habían contado en mucho tiempo. Intenté consolarla, pero yo misma estaba ofuscada por mis anhelos frustrados. ¿Qué le iba a decir? Las dos oramos por teléfono y le encomendamos a Dios nuestros deseos y esperanzas. Al oír a Kelly dar gracias a Dios entre sollozos, me avergoncé de lo egoísta que había sido yo. A lo mejor ese amor puro de la Navidad había estado presente todo el tiempo sin que yo lo notara. ¿Podría ser? Había perseguido la felicidad convencida de que la encontraría en una persona, en alguien que llenara mi vaciedad y satisfaciera mi deseo de amor. En cambio, me había topado con mucha gente que buscaba algo auténtico. Personas solas, pobres de espíritu, marginadas, olvidadas, rechazadas. Entonces caí en la cuenta: ese es el sentido del amor de Dios, ¿no? Amar a los que no inspiran amor, entrar en el mundo de los que están desilusionados y devolverles la esperanza. La enseñanza que me dejó aquel mes de diciembre fue que el espíritu de la Navidad se mantiene vivo y está al alcance de todos; que quienes no lo sienten son personas que, como yo, lo buscan donde no se encuentra. Pero los que buscan bien, con el corazón abierto, encuentran ese tesoro. José y María buscaban una posada decente; encontraron un establo. Los sabios de Oriente buscaban un palacio digno de un rey; encontraron la humilde vivienda de un carpintero. Los ángeles buscaban gente que divulgara la buena nueva de que había nacido el Salvador; encontraron a unos simples pastores. Dios buscaba a alguien a quien comunicar el amor del Cielo, y buscó donde había que buscar: te encontró a ti. Espero que nosotros también busquemos con acierto y encontremos personas a las que dar a conocer el amor del Señor. Tengo la esperanza de que año tras año todos descubramos la Navidad. 1
ORACIÓN
Amoroso Padre celestial, ayúdanos a recordar el nacimiento de Jesús para que participemos del canto de los ángeles, de la alegría de los pastores y de la adoración de los reyes magos. Cierra las puertas del odio y abre las del amor por todo el mundo. Que cada regalo siembre bondad y cada felicitación sea portadora de buenos deseos. Líbranos del mal por la bendición que nos depara Cristo. Llena nuestra mente de gratitud y nuestro corazón de perdón por amor a Jesús. Amén.Robert Louis Stevenson

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