miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ser yo misma


Recuerdo que cuando era pequeña la gente me decía: «¡Vas a ser tan bonita cuando seas mayor!» ¡Cómo anhelaba que llegara ese día! Todos mis sueños se harían realidad. ¡Iba a ser bellísima! Pero al cumplir los 15 no me parecía en nada a lo que me había imaginado. Era regordeta y detestaba mi cuerpo. Me vestía siempre de negro para parecer más delgada. Además me ponía mucho maquillaje, que me servía de máscara para ocultarme. Recuerdo que lloraba y me sentía terriblemente deprimida. Me creía tan gorda que no merecía vivir. Es fácil tachar de ridículas esas ideas cuando es otra persona la que las manifiesta; otra cosa muy distinta es cuando una misma es quien las concibe. Comencé a hacer dieta a los 12 y continué hasta los 17. A pesar de todo lo que hicieron mis padres por ponderarme y disuadirme de que fuera muy extremista, me mataba de hambre y después me pegaba un tremendo atracón. Luego me sentía espantosamente culpable por no haberme apegado a la estrictísima dieta que me había impuesto ese mes. En lugar de dar resultado, aquellas dietas solo consiguieron que mi metabolismo se volviera muy lento. Aumentaba de peso con solo comer nimiedades. Tuve una etapa bulímica, aunque gracias a Dios no duró mucho. Tenía un concepto muy negativo de mi figura. Me imaginaba que si no adelgazaba, jamás llegaría a ser feliz. Pero eso para mí era imposible. Cuanto más me esforzaba, peor me iba; y cuanto más empeoraba, más me deprimía. En cierta ocasión me propuse hacer una dieta de inanición y mi hermana menor decidió hacerla conmigo. Sin que nadie lo supiera, nos privamos de comer durante 10 días. Finalmente nos debilitamos tanto que no teníamos fuerzas para hacer nada. Afortunadamente, esa dieta no duró más que eso, 10 días, y no volvimos a hacerla. Un día, al cabo de tres meses de una dieta particularmente dura y una intensísima disciplina de ejercicio tres veces al día, me subí a la báscula y el corazón se me fue a los pies. No había bajado ni un gramo. No se me ocurría qué otra cosa podía hacer y estaba al borde de la desesperación. Mi deseo de bajar de peso se había convertido en una obsesión, una pesadilla, un demencial círculo vicioso. Por más que luchaba por tener dominada la situación, ésta se me escapaba de las manos. Al final me harté. Intenté comer lo que me apetecía; pero había abusado tanto de mi organismo con todas aquellas dietas desquiciadas que pasó algún tiempo antes que mi metabolismo lograra estabilizarse. Entonces se me ocurrió algo. ¿Qué pasaría si hacía de cuenta que era una chica simpática y atractiva con la pinta que tenía en ese momento? A lo mejor los demás pensarían igual que yo. ¿Qué pasaría si dejaba de obsesionarme con mi peso? Era rellenita, sin duda, pero a mí me encantaba la gente rellenita. Quizá si yo me aceptaba a mí misma, les caería bien a los demás. Me propuse no volver a referirme a mi peso ni a las dietas delante de otras personas. ¿Para qué llamar la atención de esa manera? Tal vez ni siquiera lo notarían. Puede que esto parezca una tontería, pero la verdad es que dio resultado. Por aquella época nos mudamos. Vinieron entonces los años en que estuve más gordita, aunque fueron los que me dejaron los recuerdos más lindos. En mi nuevo entorno hice muchos amigos y les caía mejor a los muchachos. De golpe a los demás les parecía que yo era bien bacana. ¡No podía creerlo! Proponerme ser yo misma fue una de las decisiones más sensatas que he tomado. Desde entonces he tenido un concepto mucho más positivo de mí misma. Aunque soy consciente de mis defectos, no me obsesionan. Me esforcé por tener sólo buenos pensamientos sobre mí misma, y al cabo de un tiempo ya lo hacía subconscientemente. Aunque a la larga perdí gran parte de los kilos de más que tuve en mi adolescencia, nunca he llegado a ser delgada. Pero ahora, a los 27 años, me siento mucho más cómoda conmigo misma. Además, tengo conciencia de que hay cosas mucho más importantes en la vida que el peso. Puede que nunca tenga el tipo de una modelo; siempre seré yo misma. Pero puedo esforzarme por valorizar lo que tengo. Y he decidido seguir siendo feliz tal como Dios me hizo. Si no te satisface lo que te ha tocado en suerte en la vida, recuerda que no eres la única persona que se siente así. Sin embargo, considera lo siguiente: Hoy puedes determinar el rumbo que tomarás. ¿Vas a quejarte, o peor aún, castigarte por el físico y los rasgos con que te hizo el Creador del universo? ¿En algún momento te has puesto a pensar que Él personalmente delineó tu figura? Puede que a ti te disguste, pero a Él no. Para Él eres un ser perfecto. Si optas por tener un buen concepto de ti, tu vida puede cambiar para siempre.Theresa Leclerc es misionera de la Familia Internacional en Sudáfrica.

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