miércoles, 2 de diciembre de 2009

A menos peso, más progreso


Un día, estando en la ciudad, vi una nueva báscula electrónica que mide el peso, lo correlaciona con la estatura e indica en un gráfico si la persona está excesivamente flaca, en su peso justo, gorda u obesa. El vendedor insistía en que la probara, así que accedí. Y entonces aquel aparato desalmado me declaró obeso. ¡OBESO! ¿De qué se reían disimuladamente aquellos vendedores delgados y esbeltos? Yo tenía una imagen muy clara de cuál era el aspecto de una persona obesa, y no encajaba con el mío. ¿O sí? Al llegar a casa, ponderé lo que me había dicho la báscula. En efecto, todos mis pantalones me quedaban tan apretados que tenía que desabrocharlos en la cintura para poder sentarme. Sin embargo, me justifiqué con eso de que es normal que a mi edad uno aumente unos kilitos. Salí a comprarme unos pantalones más holgados; pero en la primera tienda me dijeron que no trabajaban mi talla. Aquello fue un golpe de realidad. Mientras reflexionaba sobre el asunto, recordé que la Biblia dice que nuestro cuerpo es el «templo de Dios» (1 Corintios 3:16; 6:19). Si aquello era cierto, el mío necesitaba una refacción. Después de leer sobre el particular, acepté que la solución era bastante sencilla. Si quería bajar de peso, tenía que comer menos y hacer más ejercicio. Claro que del dicho al hecho hay mucho trecho, como dicen. Disfruto de la comida, y todo el mundo sabe que es difícil renunciar a algo que a uno le gusta. Me di cuenta de que el problema radicaba en que, si bien pasé hace tiempo de los cuarenta, todavía me servía unos platos propios de un adolescente en plena etapa de crecimiento. No era preciso que dejara de disfrutar de la comida; solo tenía que reducir mis porciones. Mi meta era bajar unos 25 kg para recuperar mi peso normal. Compré una báscula y fui apuntando los progresos que hacía cada semana. La pérdida de peso, aunque fuera poca, me servía de motivación. Mi objetivo a largo plazo es mantenerme en el peso justo. Para no perder de vista ese objetivo adopté algunos lemas. «Hay que comer para vivir, no vivir para comer» me ayudó a servirme raciones más pequeñas. «Por pasar un poco de hambre no se muere nadie» me vino bien para romper el hábito de embutirme algo apenas me empezaban a sonar las tripas. «Un día sin jadear es un día sin progresar» me impulsó a domar otro gigante: el ejercicio. Inicialmente me resultó difícil habituarme a hacer ejercicio, pero a la larga llegó a gustarme. «La salud se labra con un estilo de vida sano» me recordaba que para perder esos kilos de más y no recuperarlos tenía que comprometerme a largo plazo a comer mejor y hacer más ejercicio. Al cabo de unos meses, todavía estoy en eso —bajé 15 kg y me quedan otros 10 por bajar—, pero me siento mucho mejor con menos bagaje.Curtis Peter van Gorder es misionero de la Familia Internacional en el Oriente Medio.

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