sábado, 5 de diciembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 100 AÑO 2009


Si pidiéramos a destacados personajes del arte, del deporte, de la ciencia o de cualquier campo que nos develaran las claves de su éxito me aventuraría a decir que entre las más mentadas estaría la capacidad de visualizar el objetivo que perseguían. En sus largos años de riguroso entrenamiento el campeón olímpico se imaginó subiendo al podio para recibir su presea dorada. La diva del ballet soñó con poder hacer su grand jeté en los escenarios más exclusivos del mundo. El científico galardonado con el Premio Nobel visualizó su apoteosis. La vendedora estrella hizo mentalmente sus maletas 365 veces para aquellas vacaciones de ensueño que quería ganarse en el Caribe. Nadie duda que todos tuvieron que empeñarse y hacer méritos para lograrlo; pero parte de su éxito es atribuible a que visualizaron y acariciaron lo que aspiraban a conseguir. Una vez conquistado su objetivo, muchos nos dirán que ya habían vivido ese momento en su imaginación. Entre mis capítulos favoritos de la Biblia figura Hebreos 11, una especie de galería de los pesos pesados de la fe. Ahí vemos que esa técnica de visualización no tiene nada de nuevo. Dice en alusión a Noé, Abraham, Moisés y otros tantos personajes: «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo»1. Ellos me recuerdan al atleta olímpico, a la bailarina, al ganador del Premio Nobel y a la vendedora, con una salvedad: las gestas por las que se recuerda a esos campeones de la fe no fueron más que peldaños en el camino hacia la meta suprema, el eterno galardón que les aguardaba por haber llevado una vida que agradó a Dios. Si quieres, pues, apuntarte algunos triunfos este año y en lo sucesivo, pon la mira en el premio, esa gran aspiración que tienes en la vida. Y si tus pretensiones van más lejos todavía y buscas el más noble de los éxitos, descubre cuál es el aporte que Dios quiere que hagas a este mundo. Eso es algo que sólo Él sabe, pero te lo revelará si se lo preguntas. Pon los ojos en ese premio: Dios no sólo te dará el empujoncito providencial que necesitas para ponerte en marcha, sino que te colmará de beneficios en el trayecto2. Verás que así, el día en que tu vida llegue a su fin, Él te dirá: «¡Bien hecho!»3 ¿Qué puede haber mejor que eso?GabrielEn nombre de Conéctate

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