sábado, 5 de diciembre de 2009

Las tres esferas de la vida espiritual


Nuestra vida espiritual está dividida primordialmente en tres esferas: alabanza, oración y obras.Alabanza La alabanza es una manifestación de amor. Consiste en expresarle a Dios cuánto lo amamos y lo agradecidos que estamos por todo lo que hace por nosotros. Por eso, cuando apartamos nuestra atención de los quehaceres cotidianos para concentrarnos en el plano espiritual y en las necesidades del espíritu, ¿qué es lo primero que debemos hacer? Alabar a Dios por Su bondad. «Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid Su nombre» (Salmo 100:4). La alabanza nos transporta al plano celestial. La alabanza beneficia a ambas partes. No sólo agrada profundamente al Señor, sino que también nos hace ver las cosas en su verdadera dimensión. Cuando nos detenemos a pensar en el amor de Dios y en todo lo que ha hecho por nosotros, nuestra perspectiva cambia, se nos despeja la mente, se nos va la ansiedad y nuestro espíritu se renueva. Pero eso no es todo: la alabanza nos reporta muchos otros beneficios. Además de proporcionarnos paz interior y reposo físico y espiritual, nos hace acreedores a bendiciones más tangibles que Dios nos concede en respuesta a nuestras oraciones. A medida que elevamos alabanzas, descienden las bendiciones.Oración Algunas personas sólo acuden a Dios cuando necesitan que Él haga algo por ellas. Le cuentan sus cuitas y le elevan sus pedidos. Le presentan el guión que ya tienen preparado sin darle oportunidad de decirles una sola palabra. Si lo escuchan es solamente con la esperanza de que Él les dé Su asentimiento y acceda a lo que le han pedido. No obstante, la oración es mucho más amplia y profunda. La oración es comunicación con Dios en ambos sentidos; es el medio del que nos valemos para sintonizar, conversar y comulgar íntimamente con Él. Dios, como todo padre amoroso, se interesa personalmente en nosotros y quiere hacerse presente en nuestro quehacer cotidiano. Él sabe que en la vida se nos plantean interrogantes y dificultades y quiere darnos respuestas y soluciones. También nos habla por medio de Su Palabra escrita cuando la leemos con oración, y en otros momentos nos susurra palabras de amor y ánimo. Por sobre todas las cosas, quiere que sepamos cuánto nos ama. Lo más importante a la hora de rezar no es la postura del cuerpo, sino la actitud del corazón. No hace falta que nos arrodillemos ni que cerremos los ojos y juntemos las manos, si bien todas esas son expresiones de respeto a Dios. Además, nos ayudan a apartar de nuestro pensamiento otras ideas y distracciones. Lo principal es centrar nuestra atención en el Señor. Se puede orar de muchísimas formas, más de las que te imaginas. Las oraciones pueden ser largas o cortas, silenciosas, habladas o cantadas. Algunas ni siquiera precisan palabras. Pueden ser intercambios entretenidos y familiares u homenajes reverentes con matices de solemnidad. Pueden ser espontáneas o cuidadosamente planificadas. Pueden ser escritas: redáctalas tú mismo o extráelas de la Biblia —en el libro de los Salmos hay muchas— o de un devocionario. Podemos hacer oraciones por nosotros mismos o para beneficio de otras personas. Se pueden hacer en privado o en grupo. Pueden ser un simple reconocimiento de que necesitamos la bendición del Señor mientras nos ocupamos de nuestros asuntos cotidianos, o ruegos en que invocamos la guía divina al vernos frente a algún imposible. Pueden incluir alabanzas alegres y vivaces, o apasionadas súplicas de arrepentimiento nacidas de un corazón contrito y quebrantado. Pueden hacerse de rodillas o sobre la marcha. La oración puede asumir formas tan variadas como las necesidades que se nos presentan de continuo. Sea cual sea la modalidad de oración por la que optes, lo esencial es abrir tu corazón a Dios y expresarle tus íntimos pensamientos. Consiste en establecer un vínculo con Él. Cuanto más introduzcamos la oración en nuestros procesos mentales, mejor sintonizados estaremos con Dios, mejor podrá Él guiarnos y más felices seremos.Obras La alabanza y la oración nos acercan a Dios y nos hacen acreedores a Su guía y asistencia, tanto en las nimiedades como en los asuntos de gran trascendencia. Sin embargo, hay otro factor clave para disfrutar de una vida espiritual saludable: cumplir lo que nos dice que hagamos. «Si alguno es oidor de la Palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace» (1 Santiago 1:23-25). La espiritualidad llevada a la práctica significa entre otras cosas compartir el amor de Dios con los demás. Jesús dijo a Sus discípulos: «Como me envió el Padre, así también Yo os envío» (Juan 20:21). Lo mismo dice a Sus seguidores actuales: los llama a entregarse cada día para atender amorosamente al prójimo, para dar a conocer Su sentir y Su amor a quienes buscan «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).

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