martes, 1 de diciembre de 2009

La vida es un milagro




En la Pascua festejamos un acontecimiento que escapa a nuestra comprensión. Un cuerpo humano fue sometido a una golpiza brutal y después clavado a una cruz, de forma que sufriera una muerte atroz y vergonzosa. Antes de bajarlo de la cruz fue traspasado por una lanza. Luego fue envuelto estrechamente en una mortaja y puesto en un sepulcro. Tres días después, ese mismo cuerpo vivía, respiraba, caminaba y hablaba. Hay otro milagro que me resulta incomprensible y que se produce a diario. Un espermatozoide se une a un óvulo para formar una célula más pequeña que un gránulo de sal. Esa única célula contiene el complejo mapa genético y cada detalle del desarrollo de un ser humano: su género, el color de sus ojos y su cabello, su estatura, el tono de su piel y mucho más. En apenas cuatro días, el óvulo fertilizado llega al útero. A las tres semanas se forman los rudimentos del cerebro, la médula y el sistema nervioso, y el corazón comienza a latir. Al cabo de un mes, ya empiezan a verse los brazos, las piernas, los ojos y las orejas. El corazón ya bombea sangre a través del sistema circulatorio. Pasadas seis semanas, el cerebro —que se desarrolla a paso acelerado— comienza a controlar el movimiento de músculos y órganos. A partir de la novena semana, ese embrión en desarrollo se denomina feto, vocablo que en latín significaba cría. A los tres meses el bebé está perfectamente formado. Ya tiene uñas en los dedos de las manos y de los pies. Puede alzar las cejas, fruncir el ceño y girar la cabeza. Cumplidas 16 semanas, el bebé ya ha alcanzado poco más de un tercio del tamaño que tendrá al momento de nacer. A los cinco meses de su concepción, le crecen el pelo y las pestañas. El resto del tiempo que pasa en el vientre se va preparando para el día del alumbramiento, que generalmente se produce a las 40 semanas, aunque hoy en día los bebés que nacen con apenas 22 semanas tienen posibilidades de sobrevivir. Finalmente llega el momento de abandonar la seguridad del vientre materno y salir al mundo. Se le abre entonces a ese nuevo ser humano todo un universo de oportunidades, de dichas y sinsabores. ¿Cómo es posible que en apenas nueve meses una sola célula se convierta en un bebé completamente desarrollado? Si bien es posible observar ese proceso, no alcanzo a comprender lo que lo desencadena, así como tampoco alcanzo a comprender la milagrosa resurrección de Cristo. De todos modos, aunque no lo entendamos, podemos regocijarnos por el sublime don de la vida que el Creador nos ha concedido: vida aquí en este mundo y vida eterna en el más allá.

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