jueves, 3 de diciembre de 2009

Cómo aumentar tu fe


Un amigo mío le preguntó al gerente de un supermercado si alguna vez un desconocido le había pagado con un cheque sin fondos.—No —respondió él—. Yo nunca miro el cheque. Miro a la persona. Si la persona me inspira confianza, le acepto el cheque.De eso podemos extraer una enseñanza muy valiosa acerca de la fe.En Hebreos 10:23 encontramos las siguientes palabras: «Fiel es el que prometió». ¿Quién hace las promesas de la Palabra de Dios? Dios mismo. Si miramos al Redactor de las promesas, no puede haber dudas acerca de la validez absoluta de las mismas. La Palabra de Dios dice: «Vuelve ahora en amistad con Dios y tendrás paz; y la prosperidad vendrá a ti» (Job 22:21).Conocer a Dios es tener la certeza de que Él cumplirá todas las promesas que nos ha hecho. Abraham conocía a Dios y no «dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció por la fe [...], plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido» (Romanos 4:20,21).
Así como existe una fuerza invisible de atracción que aglutina el mundo material y un principio invisible de confianza sobre el que se asienta el mundo financiero, la invisible ley de la fe es la fuerza subyacente que da cohesión al mundo espiritual. V.B.B.Para algunos la fe es una virtud más bien misteriosa que está fuera de su alcance. Otros la consideran un don innato que unos pocos favorecidos poseen y otros no. Ambos conceptos son erróneos.Dios ha repartido a cada uno una medida de fe (Romanos 12:3). Es decir, que todo el que ha aceptado a Jesús posee algo de fe. Muchos simplemente no la ejercitan. Al igual que sucede con los músculos, la fe, si no se ejercita, se torna flácida. Para que la fe crezca, es preciso ejercitarla constantemente.La fe no se obtiene haciendo análisis académicos de la Palabra de Dios. Los secretos divinos más profundos no se les revelan a los sabios y a los entendidos (Mateo 11:25), sino a quienes se atreven a tomarle la palabra a Dios.Quienes manifiestan una fe infantil hacen caso omiso de todas las dudas y argumentaciones. Desconciertan a los intelectuales cuando obtienen de Dios el cumplimiento de una promesa que éstos no logran entender bien.Aunque la fe obra en un ámbito totalmente distinto del de nuestros cinco sentidos, se le aplican algunos de los mismos principios. Cuando degustamos algo dulce, tenemos prueba de ello porque las papilas así nos lo indican. Por más que nos digan lo contrario, sabemos que es dulce porque nuestro sentido del gusto nos lo confirma.En la vida espiritual, la fe nos demuestra verdades espirituales, de la misma forma que nuestros cinco sentidos nos proporcionan pruebas del mundo físico. Así como aceptamos lo que nos indican los sentidos, debemos también dar por cierto lo que nos indica la fe. Cuando lo hacemos, nuestra fe hace que se concreten nuestras expectativas y las torna realidad. «Como creíste te sea hecho» (Mateo 8:13).Da crédito a las promesas de la Palabra de Dios. Cuando te sobrevengan pruebas y tribulaciones, en vez de dejar que se agraven y se acumulen, echa mano de tu Biblia, busca una promesa y reclámala invocando el nombre de Jesús. La siguiente es una que empleo con frecuencia, aunque sobrepasa totalmente mi entendimiento: «Todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Juan 14:13). Y otra más: «Clama a Mí y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jeremías 33:3).Con razón la Biblia califica esas promesas de «preciosas y grandísimas» y nos enseña que por medio de ellas podemos ser «participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4). Con una fe sencilla nos basta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario