miércoles, 4 de noviembre de 2009

¡Vuela hacia Mí!


¿A veces te sientes agobiado y sobrecargado? Yo sé que sí. Esos son los momentos en que debes volar hacia Mí. Remóntate en las alas de la oración, y Yo te sostendré. Tus hombros no están hechos para soportar esas cargas; soy Yo quien debe llevarlas. Movido por amor y compasión lo concebí así para que acudieras a Mí, para que reposaras la cabeza en Mi pecho, para que tuvieras necesidad de Mí, para que percibieras Mi amor. Te amo; por tanto, si echas todas tus cargas sobre Mí, Yo te sostendré. Sé hombre prudente que aprende del ejemplo de otros. Toma ejemplo de Mi siervo Martín Lutero, el cual, cuando se hallaba ante una labor demasiado grande y difícil, se retiraba y pasaba el doble de tiempo orando y en grata comunión conmigo. ¿Te preguntas cómo vas a poder atender a tus muchos asuntos pendientes? Haz como Lutero. Cuando se retiraba a su aposento a orar, descargaba todas sus cargas sobre Mí. Ese es el secreto del sosiego: echar toda tu ansiedad sobre Mí, sabiendo que tengo cuidado de ti, que siempre he resuelto cada problema, cada detalle, y que siempre lo haré. Considera el ejemplo que di Yo. Cuando me encontraba ante las muchedumbres, sabía que no podía resolver sus problemas. ¿Cómo podía multiplicar cinco panecillos y dos pescados para dar de comer a 5.000 personas? (Mat.14:15-21.) ¡Era una tarea imposible! Sin embargo, no me preocupé. Lo único que podía hacer era aceptarlo y decir: «Es cierto, Padre, Yo no puedo hacerlo. Yo no, pero Tú sí.» (Juan 5:19.) ¡Y Mi Padre lo hizo! Hizo lo que Yo, por Mí mismo, no podía hacer. Para dar de comer a esas 5.000 personas no organicé flotillas de pesca ni envié antes a Mis discípulos a echar las redes. Me limité a alzar la vista al Cielo y echar la carga sobre Mi Padre. Él obró el milagro que dio de comer a 5.000 ese día; mas primero tuve que confiar plenamente. Tuve que adoptar una postura de fe para que Mi Padre obrara el milagro. Después vino la organización y distribución del alimento; pero antes tuve que confiar serenamente. Los asuntos, los problemas y las cargas eran muchos, y acuciantes las necesidades de la gente que se agolpaba a Mi alrededor. No pocos exclamaban: «¡Imposible!» Muchos de los que me seguían eran asaltados por las dudas y el desaliento. A veces los obstáculos parecían insalvables... ¡y es cierto que lo eran! Sin embargo, así aprendí a confiar en Mi Padre, a apoyarme de verdad en Él y a echar Mi ansiedad sobre Él. No permitiré que tus hombros tengan que soportar un peso que no seas capaz de llevar con Mi ayuda. Al descargar tus inquietudes sobre Mí obtendrás Mi fortaleza. Ésta se perfeccionará entonces en ti (2 Corintios 12:9).

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