martes, 10 de noviembre de 2009

Volvió a la vida y a Jesús


En aquel entonces yo tenía 21 años y residía en un pueblito de Florida (EE.UU.), donde me reuní con un viejo amigo del colegio. Yo había aceptado a Jesús y su regalo de salvación y tenía una vocación para servir Dios. Mi amigo había aceptado al Señor varios años antes, pero ciertas contrariedades de la vida lo habían hecho resentirse contra Dios. Yo trataba de convencerlo de que, pasara lo que pasara, Jesús lo seguía amando; pero era difícil penetrar la dura coraza de la que se había armado. Una noche fuimos a una fiesta y como a las 3 de la mañana emprendimos regreso al pueblo en su pequeño auto descapotable. Como sucede con frecuencia en esa parte de Florida, la carretera estaba flanqueada por canales a ambos lados. De pronto, un coche más grande nos dio un topetazo por detrás, y el pequeño auto deportivo de mi amigo salió despedido de la carretera. Cuando recuperé el conocimiento estaba del otro lado del canal, ileso y totalmente seco. Reinaba el más completo silencio. El auto que nos había echado de la carretera había seguido sin detenerse. Me puse a llamar a mi amigo, pero no hubo respuesta. Miré dentro del canal y distinguí las ruedas del auto, que sobresalían un poco de la superficie. Me metí en el agua, que me llegaba hasta la cintura, y palpé dentro del vehículo con la esperanza de dar con mi amigo. Me di cuenta de que estaba allí, pero totalmente inmóvil. Por mucho que lo intenté no logré sacarlo por mi cuenta. Subí a gatas hasta la carretera e hice señales al siguiente auto que pasó. Era una señora mayor y estaba sola. Partió a toda velocidad a llamar a una ambulancia. Minutos después se detuvo otro auto. De él se bajaron tres muchachos a los que nunca había visto. Una vez que hubimos bajado al canal, entre los cuatro pudimos levantar el auto, abrir la puerta y sacar a mi amigo. Dos de aquellos desconocidos lo llevaron hasta la carretera. No respiraba. Uno de los muchachos dijo que estaba muerto. Me conmoví profundamente y grité con todas mis fuerzas: —¡Dios, no permitas que se muera! Más o menos entonces llegaron la ambulancia y la policía y nos llevaron enseguida a una clínica. En medio de la confusión no vi marcharse a los tres muchachos. Más tarde, cuando la policía me interrogó para averiguar lo que había ocurrido, me informaron que nadie más había visto a los tres jóvenes. —Debes de estar rezando —me dijo uno de los médicos de urgencias unas horas más tarde—. No hay explicación para que ese muchacho esté con vida. Tenía tres cuartos de los pulmones llenos de agua contaminada. Se los hemos drenado, le hemos practicado una traqueotomía y lo hemos conectado a un pulmón artificial. Pero el caso es que está vivo. Al día siguiente mi amigo estaba consciente, pero no podía hablar. Le pregunté: —¿Entiendes ahora lo que hablábamos la otra noche acerca de Jesús? Me miró a los ojos profundamente, y se le dibujó una hermosa sonrisa. Supe que se había reconciliado con el Señor. Al otro día pasó a mejor vida, se fue a los brazos de Jesús. Ya no estaba resentido ni escéptico, sino feliz y reconciliado.

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