domingo, 22 de noviembre de 2009

Una experiencia sublime


Era enero de 2001. Papá tenía 81 años y se lo veía vencido por el peso del desconsuelo tras la partida de mamá, que había pasado a mejor vida dos meses antes. Estando ya tan débil, una infección viral le paralizó una cuerda vocal, reduciendo su voz a apenas un susurro. Como no podía llamarnos si necesitaba ayuda, le tocaba llevar siempre consigo una campanita. Papá es muy sociable por naturaleza, por lo que la imposibilidad de hablar le resultaba doblemente difícil. Consultamos a otorrinolaringólogos, foniatras, cirujanos de garganta, de todo. Uno de los médicos creyó haber detectado un bulto en su garganta al que convenía prestarle atención. Otro recomendó una cirugía para implantarle un dispositivo en sustitución de la cuerda vocal paralizada. La lista de diagnósticos era interminable. Uno de sus nietos que siempre lo ha admirado mucho resolvió contraer matrimonio y le pidió que hiciera el brindis en la boda. Aunque papá escribió un discurso brillante y cargado de humor, nos pesó que tuviera que sentarse mientras lo leía su nieta. La enfermedad de papá trajo aparejadas muchas situaciones y contrariedades de ese tipo. Las semanas se estiraron hasta convertirse en dos años y medio. Aun así, nunca dejó de alabar a Dios y nunca le reprochó que le hubiera quitado la voz. Sucedió entonces que le sobrevino otra dolencia, menos grave: una tos alérgica que no se le quitaba. En la noche lo dejaba exhausto, y no había nada que pudiéramos hacer por él. No podía disfrutar de una comida sin ahogarse. Aunque no perdimos la fe, se nos hacía cada vez más difícil verlo sufrir tanto. Una noche, como a las cuatro de la mañana, mientras los demás dormíamos, papá tuvo un acceso de tos. Se sentó y se puso a refunfuñar. Pero los gruñidos que le salieron eran diferentes. Tardó un par de minutos en caer completamente en la cuenta de lo que había sucedido: ¡había hablado en voz normal! Resultó que todo el mes anterior había tosido tanto que la misma tos acabó por devolverle el movimiento a la cuerda vocal paralizada. El momento en que se produce un milagro suele caracterizarse por su singularidad. Dios se cercioró de que, en el caso de papá, ese instante no quedara ahogado por los ruidos del día ni por la presencia de otras personas. Estaba a solas en la quietud de la noche con su Creador. Al recordar ese incidente, es fácil ver que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). Después de la partida de mamá, el corazón de papá estaba tan debilitado que no podía permitirse la locuacidad de siempre. Necesitaba la quietud y el silencio, por lo que el Señor le quitó la voz hasta que se hubo fortalecido. Y la tos —que tanto le molestó— terminó por ser el tónico que le sanó la cuerda vocal paralizada, la cual ningún médico ni tratamiento habían podido curar en dos años y medio. Ahora sé lo que significa eso de que, cuando piensas que has agotado todos tus recursos y no das para más, has llegado al punto en que el Señor puede intervenir y hacerte vivir una experiencia sublime. ?Sunita Andrews es lectora de Conéctate en la India.

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