lunes, 16 de noviembre de 2009

Un padre toma una decisión desgarradora


Al inicio de un culto, el pastor presentó brevemente e invitó a subir al púlpito a un hombre ya mayor que contó el siguiente relato: «Un padre, su hijo y un amigo del hijo navegaban por el Pacífico —comenzó diciendo— cuando una repentina tempestad les impidió volver a tierra. Las olas eran de tal magnitud que, aun siendo el padre un experimentado marino, no logró evitar que la embarcación naufragara. Los tres fueron arrastrados al mar». El anciano vaciló por un momento e hizo contacto visual con dos jóvenes que habían empezado a mostrarse interesados en su historia. «El padre logró llegar hasta la nave volcada y asió una cuerda de rescate —continuó el anciano—. En ese momento se vio obligado a tomar la decisión más terrible de su vida: ¿A cuál de los dos muchachos le tiraría la cuerda primero? Apenas si tenía unos segundos para decidirse. »El padre sabía que su hijo había aceptado a Jesús como Salvador, y que el amigo no. Ni el sobrecogedor embate de las olas era comparable a la desgarradora decisión que debía tomar. Finalmente gritó: "¡Te quiero, hijo!", y le lanzó la cuerda al otro muchacho. Para cuando lo hubo arrastrado hasta la nave volcada, su hijo había desaparecido bajo las aguas turbulentas. Nunca se recobró su cuerpo». Para entonces los dos jóvenes estaban totalmente absortos. Se habían incorporado en sus asientos y esperaban ansiosamente las siguientes palabras del anciano. «El padre —prosiguió el relator— sabía que su hijo accedería a la vida eterna con Jesús, pero no pudo soportar la idea de que el amigo muriera sin haber conocido al Salvador. En vista de eso, sacrificó a su propio hijo». Luego de hacer una breve pausa, el anciano concluyó su relato con la siguiente reflexión: «¡Cuán grande es el amor de Dios, que hizo lo mismo por nosotros!» El recinto enmudeció al descender el anciano del púlpito y volver a su asiento. Apenas hubo terminado el culto, los dos jóvenes se acercaron al anciano. —Fue muy bonito su relato —dijo uno de ellos—; pero no me parece muy realista que el padre sacrificara a su propio hijo con la esperanza de que el otro muchacho se hiciera cristiano. —Lo que dices es muy cierto —replicó el anciano mirando su ajada Biblia. Seguidamente se le dibujó una gran sonrisa en los labios y añadió: —Parece imposible, ¿verdad? Sin embargo, ese relato me da una idea de lo que debe de haber sido para Dios sacrificar a Su Hijo por mí. Es que yo era el amigo del hijo de aquel hombre.

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