lunes, 16 de noviembre de 2009

Detalles íntimos de Mi vida


Extracto de un mensaje de Jesús
Fieles escribas anotaron algunas de Mis Palabras y porciones importantes de la historia de Mi vida. Sin embargo, como entre nosotros hay una relación de amistad, quiero revelarte más detalles1. Durante Mi paso por la Tierra ocurrieron muchas cosas. Me enfrenté a pruebas y tribulaciones, viví momentos felices y momentos tristes. Al igual que tú, libré batallas y tuve que asimilar enseñanzas. Aprendí a obedecer a Mi Padre por medio de las experiencias que viví. Habiendo adoptado forma humana, tuve que aprender igual que tú a subyugarme, obedecer y cumplir la voluntad de Mi Padre. A semejanza de Mi vida, la tuya está llena de decisiones y disyuntivas. Para Mí —igual que para ti— el obrar bien era consecuencia de un acto de la voluntad. Sé que estas palabras te pueden resultar un poco difíciles de entender. Pensarás: «Tú eres el Hijo de Dios, formas parte de Dios. Por lo tanto para Ti era muy sencillo superar esas cosas». Pero la carne es la carne, y todo ser de carne y hueso está sujeto a pasiones semejantes. Como dije en otras oportunidades, fui tentado en los mismos aspectos que tú. Tuve que superar Mis pruebas, igual que tú. De otro modo, hoy en día no podría ser tu intercesor, no entendería plenamente las cosas que te pasan2.
Me enfrenté a un sinnúmero de situaciones difíciles, y hubo muchos obstáculos que tuve que sortear. Algo fundamental que fui aprendiendo fue que no debía apoyarme en Mis aptitudes humanas, sino recurrir a Dios, Mi Padre. Me había hecho hombre para participar de lo que sientes tú, soportar los mismos dolores, reír como tú te ríes y experimentar la vida en los mismos términos que tú3. Cuando me hice de carne y hueso descubrí que una de las cosas más importantes que tenía que aprender como ser humano era a ampararme en lo espiritual4. Cada vez que me enfrentaba a una situación de apuro, tenía que tomar una decisión: o tratar de resolver el problema por Mi cuenta, o bien reconocer que necesitaba ayuda del Cielo, pedírsela a Mi Padre y obtener de lo alto el poder que necesitaba5. Al igual que tu vida se compone de un cúmulo de decisiones, lo mismo me pasaba a Mí. Tenía que tomar decisiones todos los días. Y todas ellas se centraban en la disyuntiva de obtener instrucciones explícitas de Mi Padre que estaba en los Cielos, o tratar de resolver los problemas con Mis propias fuerzas y Mi entendimiento humano. Aprendí que contaba con algo muy superior a la sabiduría humana. Tenía una conexión con el Cielo. Y gracias a que mantenía bien fuerte ese vínculo y escuchaba instrucciones del Cielo en vez de apoyarme en Mi propio entendimiento, logré Mi objetivo. El plan que me comunicaba Mi Padre era muy sencillo. Para triunfar y contar con las fuerzas, la energía, la fe y la sabiduría que requería Mi misión, debía dedicarle tiempo a Él todos los días. Para pasar tiempo a solas con Mi Padre no solo tenía que alejarme de las multitudes, sino también de Mis amigos más allegados. Por eso madrugaba y salía a orar antes que principiaran los trajines del día. En muchas ocasiones me retiraba a los montes, donde podía recogerme, elevar la vista al Cielo y obtener la orientación que me hacía falta para ese día. Así obtuve las fuerzas para llevar a cabo Mi labor; así pude obrar milagros; así pude responder sabiamente a quienes me planteaban interrogantes. Se debió a que obtuve instrucciones de Mi Padre. Mi carne era como la de cualquier otra persona, pero Mi sabiduría excedía toda ciencia, poder o fuerza terrenal, porque tenía el oído atento al Cielo. Llevaba el Cielo dentro de Mí, y los resultados lo demostraban.
Otra prueba seria que tuve que superar fue la del orgullo. La tentación de ceder ante la vanagloria de la vida es la mayor prueba a la que se ven sometidos los hombres. Ni Yo estuve exento de ella. Aunque fui hijo de un humilde carpintero y no tuve mucho de qué enorgullecerme en cuanto a riquezas materiales o formación terrenal, a medida que crecía me hacía más fuerte en espíritu6. Satanás me tentaba en otros sentidos por medio del orgullo. Poco antes de emprender Mi labor pública, el Diablo me tentó con riquezas, poder y gloria, ofreciéndome los reinos del mundo7. Lo que tú desconoces es que, al ver el Diablo que no sucumbía a esa primera tentación, siempre anduvo al acecho, tentándome con el orgullo una vez que inicié Mi obra entre las multitudes. De haber cedido a esa tentación, fácilmente habría podido atribuirme el mérito de todos los portentos que el Padre hacía por Mí. La única manera de resistir aquella tentación era fijar la mirada constantemente en Mi Padre y pedirle auxilio. Y como lo hice, Él me reveló un plan: el de la humildad. Me dijo que cuando me viera seducido por el orgullo, lo más eficaz para combatir esa tentación era reconocerle públicamente a Él todo el mérito y atribuirle toda la gloria8. Por eso les recordaba con frecuencia a Mis discípulos y a los que me rodeaban que no podía hacer nada por Mí mismo y que no sabía otra cosa que lo que el Padre me indicaba. Yo era la Palabra viviente para el pueblo9. No podía limitarme a predicar la humildad y el amor. Yo mismo tenía que ser humilde y brindar amor. Como Mi Padre obraba grandes milagros por intermedio de Mí y la noticia se divulgaba por todos lados, las multitudes me seguían por dondequiera que fuera10. Eso fácilmente se me podría haber subido a la cabeza. Descubrí que siempre tenía que mencionar a Mi Padre y atribuirle todo el honor y la gloria. Tal como dije en aquel entonces, si Yo me hubiera glorificado a Mí mismo, eso no habría valido para nada. Era Mi Padre quien me glorificaba11. Cuando me llevaron preso en el huerto de Getsemaní y comparecí después ante Poncio Pilatos, parte de Mí quería llamar a las legiones del Cielo para demostrar Mi poder. Mas Mi Padre conocía un camino mejor, el de la humildad. Por eso respondí: «Mi reino no es de este mundo; si Mi reino fuera de este mundo, Mis servidores pelearían»12. A través de la humildad, guardando la calma y dejando que Mi Padre obrara como a Él mejor le pareciera, se obtuvo la victoria, y toda la gloria fue para Él.
Realicé muchos milagros patentes y visibles; pero esos no fueron tan grandes como los menos llamativos que obré en el corazón de los hombres. Caminar sobre las aguas, resucitar a los muertos, convertir el agua en vino, multiplicar unos pocos panes y peces para dar de comer a las multitudes, sanar a los enfermos y calmar la tempestad fueron manifestaciones sobrenaturales de Mi poder. No obstante, mucho más prodigioso aún fue transformar corazones encallecidos. Esa fue una prueba mucho mayor de Mi divinidad13. La ciencia moderna también obra aparentes maravillas, pero solo Yo puedo transformar corazones. Como inquirió el rey Salomón: «¿Quién soportará al ánimo angustiado?»14 Solo Mi poder milagroso puede tocar y sanar un espíritu angustiado. Yo obré numerosos milagros en el corazón y el espíritu de hombres, mujeres y niños cuando anduve en la Tierra, y sigo haciéndolo hoy en día. Esos son sin duda Mis milagros predilectos.

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