miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un nuevo comenzar


Ojalá hubiera un sitio espléndido llamado «La Tierra del Nuevo Comenzar» en el que pudiéramos colgar en la puerta todos nuestros yerros y angustias, nuestro egoísmo y codicia para no recogerlos jamás. Ojalá diéramos con él fortuitamente como el cazador que halla un sendero perdido. Y ojalá aquel a quien en nuestra ceguera hemos hecho la más grande injusticia estuviera a la puerta aguardándonos como al amigo al que se recibe dichoso. Louise Fletcher Tarkington AFORTUNADAMENTE ese sitio existe —la Tierra del Nuevo Comenzar—, y cualquiera puede hallarlo, sin importar cómo haya sido su pasado. Lo encontrarás en los siguientes versículos de la Biblia: «Este es el mensaje que hemos oído de Él [Jesús], y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. [...] Si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado. Si confesamos nuestros pecados —ahí tienes la puerta en que podemos colgar nuestros yerros y angustias—, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:5,7,9). Ese pasaje, al igual que muchos otros de la Biblia, contiene una promesa fantástica que te hace tu Padre celestial porque te ama entrañablemente. Dios te ha dado «preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegues a ser participante de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4). Dios garantiza esas promesas con todo Su poder y capacidad. Sin embargo, están sujetas a ciertas condiciones que tú debes cumplir. Aunque Dios impone sus propios términos, benditos somos cuando cumplimos con ellos. Al someternos a Sus condiciones, nos llueve un cúmulo de bendiciones y tesoros. He aquí las llaves que abren las bóvedas de caudales del Cielo: conocer y cumplir con las condiciones a las que está sujeta cada promesa. Dios no solo quiere que tengamos satisfechas todas nuestras necesidades y que veamos los deseos más grandes de nuestro corazón hechos realidad, sino que anhela que así sea. El rey David escribió en los Salmos: «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4). No debemos, sin embargo, desoír la condición: «Deléitate en el Señor». Dios te concederá los deseos de tu corazón —lo dijo y por ende lo efectuará—, pero primero hay que cumplir la condición. Primero te deleitas en Él amándolo más que a nadie y por encima de todo y haciendo todo lo posible por complacerlo. Luego Él te concede tus deseos. Las condiciones que Dios impone no son difíciles. Jesús dijo: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga» (Mateo 11:28-30). La Biblia nos hace espléndidas promesas. Nos garantiza perdón de nuestros pecados, alegría, paz interior, vida eterna, tantas cosas que no podría empezar siquiera a enumerarlas todos. Esas promesas están escritas para ti y pueden transformar por completo tu vida. Pero antes debes cumplir las condiciones, la primera de las cuales es acudir a Dios y admitir humildemente que necesitas Su ayuda y perdón (1 Juan 1:9). Él es capaz de perdonar cualquier yerro, y lo hará, con la condición de que se lo pidas. La Palabra de Dios dice: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13). No seas como la criada a la que cuando su patrona le preguntó si había levantado la alfombra y barrido debajo, le contestó: «Sí, señora. Barrí todo debajo de la alfombra». Lo que barremos debajo de la alfombra suele volver a salir a la luz y perseguirnos. Nada sacamos con hacer de cuenta que todo está bien cuando no lo está. En cambio, si aceptamos humildemente las condiciones que Dios nos pone para otorgarnos el perdón, nos lo concede. En cuanto confesamos que somos pecadores y acudimos a Jesucristo, nuestro Salvador, en busca de ayuda, Él entra en nuestra vida, nos transforma y nos concede una libertad cual no hemos conocido nunca. «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará juntamente con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32), entre ellas, un nuevo comenzar. * * * Si aún no has conocido el amor y el perdón de Dios, haz sinceramente una sencilla plegaria como la que sigue: Te agradezco, Jesús, que sufrieras por mis errores y malas acciones, de modo que pueda obtener perdón y dejar atrás mi pasado. Gracias por limpiarme de todo pecado —pasado, presente y futuro— por medio de la fe. Te ruego ahora que entres en mi corazón, que me perdones y me concedas el don de la vida eterna. Amén.

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