miércoles, 18 de noviembre de 2009

Guía para dar


—Mamá, me parece que a ti te gustan esos juguetes más que a nosotros —solía decirle a mi madre cuando íbamos de compras a las tiendas de saldos. Por la forma en que inspeccionaba cada libro, contaba las piezas de los rompecabezas y se fijaba en que todos los juegos estuvieran completos —a veces a los artículos de saldo les faltan piezas—, yo hubiera jurado que a ella le fascinaban esos juguetes tanto como a nosotros. Siempre estaba pendiente de las liquidaciones, pues esa era la única forma en que ella y mi padre —que trabajaba arduamente— podían ponernos regalitos debajo del árbol de Navidad. Sin embargo, mis padres no se limitaban a darnos cosas materiales. A veces nos obsequiaban su compañía, como cuando nos llevaban a un parque para jugar juntos a uno de nuestros juegos preferidos. O cuando salíamos a pasear por el bosque o nos llevaban a visitar un sitio histórico. Ahora que lo pienso, no es que a mis padres les gustaran tanto los juguetes y demás, como a mí me parecía. Lo que les gustaba en realidad era dar. Se caracterizaban por su generosidad. Nos entregaban su tiempo y atención, nos prestaban ayuda con nuestras tareas escolares o actividades manuales, se tomaban el tiempo para escucharnos... lo que dieran, siempre lo daban de corazón. Ahora que se acerca la Navidad, no puedo menos que recordar y maravillarme de aquellos obsequios sencillos y llenos de amor. Todavía los tengo muy presentes años después. Su ejemplo de generosidad contribuyó a inculcarme el sentido de la Navidad. Los regalos en sí casi no los recuerdo, pero nunca olvidaré el entusiasmo con que daban mis padres. Claro está que la tradición de hacer obsequios data de tiempos inmemoriales y constituye una estupenda expresión de cariño. Y para los niños los regalos han sido siempre algo fascinante. Tal vez esa fue la intención de nuestro Padre celestial aquella primera Navidad cuando nos manifestó Su amor de la forma en que mejor lo entenderíamos. Con sencillez y humildad nos dio el regalo más valioso y perdurable que jamás se haya entregado: Su amor y Su Espíritu encarnados en un tierno bebito. Jesús fue y sigue siendo el regalo navideño más preciado que Dios nos haya dado a todos. Hoy son tantos los días festivos que, por instigación de los directores de marketing, celebramos con regalos, que todos terminamos un poco aturdidos sin saber qué día es cuál y a santo de qué damos tal y cual obsequio. Pero detente a pensar en los regalos que te han hecho que se te han quedado grabados en la memoria y en el motivo por el que todavía los recuerdas con cariño. ¿Fueron las cosas visibles y tangibles? ¿O más bien el amor en que venían envueltas? Que en esta y en todas las Navidades sigamos, en lo que a dar se refiere, el ejemplo de nuestro Padre celestial. Linda Salazar es VOLUNTARIA de La Familia en los Estados Unidos.

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