miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un milagro andante


Hace dos años, Nivo, una de nuestras vecinas aquí en Madagascar, empezó a sufrir unos dolores insoportables en la espalda. Después de un diagnóstico impreciso sobre alguna complicación que tenía en la espalda, los médicos le recetaron dosis cada vez más fuertes de analgésicos. Cuando la llevamos a uno de los mejores hospitales de la ciudad para una consulta más exhaustiva, finalmente le diagnosticaron lo que tenía de verdad: cáncer avanzado de la médula ósea. El jefe clínico recomendó que Nivo empezara a someterse enseguida a sesiones de radioterapia. Aun así, apenas le daba unos meses de vida. Nivo le dijo que creía que su vida estaba en manos de Dios, que era Él quien había permitido que le sobreviniera aquello y que Él podía sanarla si era esa Su voluntad. Y que si le quedaba poco tiempo de vida, prefería pasarlo en su casa junto a sus diez hijos. Al cabo de poco tiempo, los dolores que sufría Nivo eran tan fuertes que no podía caminar. Había que ayudarla cada vez que tenía que desplazarse. Para colmo, la biopsia le había dejado una herida nada desdeñable en la columna, que pronto se le infectó. El estado de Nivo se agravaba. Volvimos a orar acerca de su situación y le propusimos que reconsiderase su decisión sobre la radioterapia. Le aseguramos también que haríamos todo lo que estuviera a nuestro alcance por ayudarla, cualquiera que fuera su decisión. Volvió a optar por dejar su vida en manos de Dios; pero le dijo al Señor que, como sus hijos todavía eran pequeños y la necesitaban, tenía que curarse. No dejamos de orar fervientemente por su salud. Un día, poco después de aquella oración, Nivo tenía que levantarse de la cama para ir al baño y no había nadie para ayudarla. Así que rezó para que Dios le diera fuerzas y se levantó sola. Estaba tan contenta de poder levantarse sola y caminar que se dirigió a la entrada de su casa. Uno de sus vecinos la vio y corrió la voz. Al rato todos los aldeanos se reunieron en torno a su humilde morada gritando «¡Gracias, Jesús! ¡Es un milagro!» Era una escena digna de verse. Poco a poco, Nivo fue recobrando fuerzas y empezó a hacer vida normal. Al principio se trasladaba con la ayuda de dos bastones; luego, con uno solo; y al cabo de un tiempo dejó de usarlos. La herida en la espalda también sanó por completo. Varias semanas después nos topamos con su médico. Estaba sorprendido de que todavía estuviera con vida. —¿Se quedó paralítica? —nos preguntó. Cuando le contamos que estaba haciendo vida normal y cuidando de sus hijos, se quedó boquiabierto. Hoy, a dos años del comienzo de aquellos dolores, Nivo cuida de sus hijos, trabaja en el jardín, lava la ropa de su numerosa familia y hace vida normal, como cualquiera de los otros aldeanos. A veces la amonestamos por cargar cosas tan pesadas sobre la cabeza. Pero ella se ríe y nos dice: —Ça va bien! Merci Jésus! (¡Estoy bien! ¡Gracias, Jesús!) ¡Pero eso no es todo! Hace poco Nivo dio a luz a una hermosa bebita, la número 11. El parto fue difícil porque la nena tenía presentación de nalgas. Pese a ello y a que a Nivo le faltan unas vértebras lumbares, todo resultó bien. Cuando el Señor obra un milagro, lo hace por entero. Françoise Corticelli es misionerA de La Familia en Madagascar.

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