miércoles, 18 de noviembre de 2009

¡Siguen ocurriendo milagros!


Debbie, que hace un mes rezó con nosotros para aceptar a Jesús como Salvador, está superando una enfermedad que según la ciencia no tiene cura: la hepatitis C. Su estado se complicó por el hecho de que fue adicta a la heroína por más de diez años. Sus médicos no podían asegurarle que fuera a vivir un día más. Desde que oramos por su sanación, la sangre se le ha normalizado totalmente, hasta el punto de que los especialistas le han suspendido los medicamentos. Cuando la conocimos no era capaz de entablar una breve conversación sin perder varias veces el hilo. Actualmente está llena de energías. Se levanta a las 5:45 de la mañana, lleva a su hija al colegio, está activa todo el día sin necesidad de dormir la siesta y puede hacer muchas otras cosas que antes le resultaban imposibles. T.R. (EE.UU.) Luego de sufrir agudos dolores abdominales y faltarme la regla dos meses consecutivos, fui al médico. Me encontró un tumor del tamaño de una naranja en el lado derecho del útero y me dijo que la alternativa era: o hacerme cirugía o someterme a un tratamiento a base de fármacos muy potentes. Aun después de pedir que rezaran por mi curación, el dolor se agudizó. Era una prueba de fe. En la siguiente consulta, el médico me hizo otra ecografía. —¿La han operado? —me preguntó—. No veo más que una pequeña cicatriz en la zona del útero donde estaba el tumor. Pero ¿cómo puede ser? ¡No hay señal de una incisión! Entonces me di cuenta de que el Señor había obrado un milagro y me había sanado sin necesidad de cirugía ni remedios. Le conté al médico que habíamos orado y le hablé de mi vida de fe. Luego de salir de su asombro, oró conmigo para aceptar al Señor. A.M. (Brasil) Un matrimonio al que mi esposo y yo conocemos desde hace años nos pidió que orásemos por un amigo de ellos, un policía a quien le habían diagnosticado un cáncer incurable y pronosticado escasos seis meses de vida. En aquel momento ya se había visto obligado a dejar de trabajar y tomaba sedantes para aliviar los agudos dolores que padecía. Oramos con aquella pareja por la sanación de su amigo, y el Señor respondió. Los dolores le desaparecieron, y cuando fue a hacerse un examen, el médico le dijo que había ocurrido algo «de lo más inusual». Desde entonces han pasado seis meses. Se ha reintegrado a las fuerzas del orden, y todos los que sabían de su enfermedad dicen que ha sido un milagro. P.L. (Chile) ¡Los milagros no son cosa del ayer! Dios todavía se dedica a transformar los cuerpos que lo necesitan. Sigue siendo el Gran Médico. Aún afirma: «Yo soy el Señor tu sanador» (Éxodo 15:26), «quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias» (Salmo 103:3). Dios puede curar cualquier cosa. David Brandt Berg

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