martes, 24 de noviembre de 2009

Todo es posible


Ana tenía casi dos años y ocho meses cuando notamos que le resultaba difícil apoyarse de lleno en el pie izquierdo. Aunque inicialmente era algo casi imperceptible, empeoraba día a día. Al no lograr diagnosticar la dolencia, el ortopeda y el pediatra solicitaron un TAC. Los resultados y la prognosis fueron devastadores. Ana tenía tres tumores malignos en el cerebro, meduloblastomas. Se trata de un tipo de cáncer muy agresivo. Ya estaba en su cuarta y última etapa y había afectado la médula de varios huesos del cuerpo. Los médicos nos animaron a afrontar el asunto con valentía, pero a prepararnos también para lo peor, pues ese tipo de cáncer normalmente avanza muy rápido en los niños. Nuestro mundo se cubrió de sombras. Internaron a Ana para una cirugía de urgencia. Dado el tamaño de uno de los tumores, nos dijeron que podría entrar en coma en cualquier momento. La cirugía duró siete horas y no fue muy exitosa. Solo fue posible extirparle uno de los tumores, el más grande. ¿Cuánto tiempo más la tendríamos con nosotros? Los médicos recomendaron aplicarle quimioterapia para ralentizar el inevitable crecimiento de los otros dos tumores y darle a Ana más tiempo de vida. Llevamos sus exámenes a otros médicos para confirmar que la quimioterapia era, en efecto, nuestro único recurso. Los doce meses siguientes fueron una lucha cotidiana de supervivencia para Ana. La quimioterapia le ocasionaba muchos efectos secundarios y tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas más. A la larga, el cáncer aminoró su avance y se suspendieron los tratamientos. Seis meses después, los tumores empezaron a crecer rápidamente otra vez, y le practicaron una nueva operación de emergencia. Cada vez se hacía más difícil controlar el cáncer. Ante el empeoramiento de su estado y las escasas esperanzas que nos daban los médicos, necesitábamos un milagro divino, una de esas sanaciones providenciales experimentadas por algunas personas cuando la medicina no puede hacer nada más por ellas. "¡Qué increíble sería —nos decíamos— que Dios obrara ese milagro por Ana!" Pese a que llevábamos un año y medio rogando a Dios que la sanara, no nos había respondido. ¿Por qué? ¿En qué estábamos errando? ¡Era vital averiguarlo! Comenzamos a estudiar la Biblia y algunos libros y grabaciones que nos había dado alguien de La Familia Internacional. Cuanto más estudiábamos, más crecía nuestra fe. Habíamos orado, pero no lo habíamos hecho con plenitud de fe, esperando de verdad una respuesta. Ese era el motivo por el que nuestras oraciones habían sido infructuosas. Ambos creíamos en Jesús desde nuestra infancia, pero siempre nos había parecido distante de nuestro mundo actual y sus avatares. Al escudriñar la Palabra de Dios empezamos a entender que Jesús es real y que obra tanto hoy en día como cuando estuvo en la Tierra. Profundizamos más y encontramos otras promesas: "Para ustedes que temen Mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud" (Malaquías 4:2, NVI). "Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible" (Mateo 19:26). Si Dios era capaz de lograr lo que le estaba vedado a la ciencia médica, ¿cómo podíamos conseguir Su ayuda? Una vez más, hallamos la respuesta en la Palabra: "Si puedes creer, al que cree todo le es posible" (Marcos 9:23). "Cualquiera que dijere a este monte: "Quítate y échate en el mar", y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá" (Marcos 11:23,24). Memorizamos Sus promesas, nos aferramos a ellas con todas nuestras fuerzas y las invocamos al orar: "Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho" (Juan 15:7). Encomendamos nuestra hija al Señor, para que cuidara de ella como solo Él sabe hacerlo. Lo conversamos todo con Él. Le pedimos que los tratamientos dieran resultado y le suplicamos orientación para las difíciles decisiones que teníamos que tomar a diario. Pero dejamos el desenlace enteramente en Sus manos. En cuanto pusimos a Ana en manos de Jesús y nos sometimos completamente a la voluntad divina, su estado de salud empezó a mejorar. Las secuelas de la última cirugía —infecciones y fiebres— comenzaron a desaparecer. Dios se encargó de todos los detalles de su vida hasta el día en que, cuatro años después, un nuevo escáner indicó que ya no había tumor alguno. ¡El cáncer había desaparecido! La única explicación que nos dieron los médicos era que "la enfermedad había tenído un comportamiento atípico". Nosotros sabemos que Dios intervino en respuesta a nuestras fervientes oraciones. "Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón" (Jeremías 29:13). Hoy, seis años después del comienzo de aquella terrible prueba, Ana es una niña bendecida por Dios, feliz, que goza de buena salud y tiene una fe tan grande como el planeta. Aquella fue, sin duda, la época más difícil de nuestra vida; pero nos enseñó que hay un Dios vivo y omnipotente, un Dios para quien no hay imposibilidades, un Dios a la expectativa de obrar en favor de quienes confían en Él e invocan Sus promesas. "Si puedes creer, al que cree todo le es posible" (Marcos 9:23).
Paulo y Rosa Rodrigues son suscriptores de Conéctate en Portugal.

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