miércoles, 18 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 42 AÑO 2004


De preguntar a cien personas si creen en milagros, probablemente obtendríamos un surtido de respuestas afirmativas y negativas, tan tajantes las unas como las otras. Sin embargo, es también previsible que muchos responderían: «¡Ojalá ocurrieran!» A la mayor parte de la gente le atrae la idea de que le suceda algo inconcebiblemente fantástico en el momento en que menos se lo espera o cuando más falta le hace. No obstante, muchos se resignan a la probabilidad de que eso nunca ocurra. Quizás adoptan la postura de que «si se da, se da»; o quizá se sienten indignos de una ayuda sobrenatural, o razonan que su vida y sus problemas son muy insignificantes para justificar una intervención de la Divinidad. Lo triste del caso es que, mientras no tengamos una actitud expectante, es poco probable que nos sucedan milagros, al revés que si entendemos cómo se producen y hacemos nuestra parte. Admito que hay casos en que algo inconcebiblemente fantástico le acontece a alguien sin que haga en apariencia ningún esfuerzo: un desconocido aparece de la nada para advertir a una persona de un peligro inminente; o una niñita de dos años se pierde durante una ventisca y deambula abandonada a su suerte en medio de un frío gélido, cuando de golpe llega a una casa donde queda a salvo. Pero lo cierto es que la mayoría de los milagros ocurren a quienes los propician. Son consecuencia de la fe en un Dios de amor, en un Dios interactivo que vela por los Suyos y para el cual nada es imposible. Tal vez me digas que si los milagros son consecuencia de la fe, eso no te va a servir de mucho, pues tú no tienes una fe de tantos quilates. La cuestión es que puedes tenerla —de hecho, está al alcance de cualquiera—, y no es tan difícil como te imaginas. Es más, la fe es un don. No es algo que uno tenga que ganarse a base de buenas obras ni que dependa de nuestra rectitud. Es un regalo de nuestro Padre celestial, que simplemente espera a que extendamos la mano y lo aceptemos para empezar a obrar milagros por nosotros. Entonces ¿ocurren milagros? Es mi oración que el presente número de Conéctate haga de ti un creyente y además te lleve a presenciar milagros. Gabriel Sarmiento En nombre de Conéctate

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