martes, 10 de noviembre de 2009

Si quieres ser fiel hasta la muerte sé fiel día a día


Creo que uno de los mejores versículos que puedo darles para este próximo año —y de hecho, para el resto de su vida— es éste: «Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10). Algunos sostienen que alude a la salvación. Alegan que si uno obra siempre bien y nunca comete errores, si alcanza la perfección, si guarda la fe, tal vez llegue al Cielo. Sin embargo, ese versículo no se refiere a eso en absoluto. El Señor no dice eso con respecto a la salvación, sino a nuestra fidelidad a Su servicio. La inquietud que nos plantea ese versículo es si vamos a hacer todo lo posible por complacer a Dios y obedecer Su Palabra desde ahora hasta el día en que muramos. La clave para ser «fiel hasta la muerte» es ser fiel día a día; no se puede ser fiel sino un día a la vez. No te mortifiques, pues, si no fuiste fiel el día de ayer, ni te preocupes de si lo serás mañana. Simplemente haz lo posible por ser fiel hoy. La Biblia nos manda olvidar el pasado (Filipenses 3:13), y nos dice que el mañana se resolverá solo (Mateo 6:34), y si no el Señor se encargará de él. Limítate a ser fiel hoy día. No te preocupes por el resto de tu vida. Deja de preguntarte si lograrás permanecer fiel hasta el día de tu muerte para heredar la corona de vida eterna. Simplemente sé fiel todos los días, un día a la vez. Así serás fiel hasta la muerte y recibirás una corona de vida eterna. A propósito, yo creo que ésta será una verdadera aureola o corona brillante, que nos hará resplandecer como las estrellas por haber sido fieles (Daniel 12:3). Ésa es, pues, mi oración para ti: que seas fiel todos los días, un día a la vez, hasta el día que mueras o el Señor retorne, y que no te preocupes por el futuro. Me atrevería a afirmar que hoy has sido bastante fiel. Atribúyele un poco de mérito al Señor. Quiero que te estimes un poco más y le des las gracias al Señor por todo el tiempo que te ha ayudado a ser fiel. Probablemente te has preocupado por muchos días y sucesos que ahora han quedado atrás, y has temido cantidad de desgracias que en su mayoría no han llegado a producirse. A pesar de todo, sigues aquí, sigues siendo fiel. Fíjate en todo el tiempo que perdiste preguntándote si ibas a ser fiel o no, si ibas a ver tus esfuerzos coronados por el éxito o no, y si aún ibas a hacer todo lo posible por el Señor. Todo el tiempo que pasaste preocupándote por eso fue tiempo perdido, ya que todavía sigues aquí. Sigues amando al Señor y observando Sus enseñanzas, sigues siendo fiel. Da gracias por ello. Has sido fiel, quizá no «hasta la muerte», pero sí hasta el presente. Despreocúpate, pues, del futuro. Deja de preocuparte si mañana cumplirás o no. Jesús dijo: «No os afanéis por el día de mañana, pues el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.» (Mateo 6:34.) No trates de vivir todo el año por adelantado, y después el año siguiente. «¿Lograré soportar tribulaciones? ¿Estaré listo cuando venga el Señor? ¿Me dará alguna corona o recompensa?» Deja de preocuparte por eso. Ocúpate de lo que tienes que hacer hoy. Cumple con tu deber hoy. Sé fiel hoy. El Señor te ha ayudado a ser fiel hoy. Deberías agradecérselo. Son demasiadas las personas que se imaginan que ser fiel es una especie de buena obra que uno mismo realiza a base de sus propios esfuerzos. Pero la fe no se consigue así. Nos la infunde el Señor. Él es el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2). Nos da fe en la medida en que absorbemos Su Palabra (Romanos 10:17). Si eres fiel, estás lleno de fe. ¿Todavía conservas tu fe? En ese caso estás lleno de fe. ¿Todavía crees en Jesús? Entonces estás lleno de fe. Si todavía crees que eres salvo, estás lleno de fe. Dios mío, estás tan lleno de fe que no sé cómo puedes tener tanta. Has sido fiel hoy; hoy estás lleno de fe. ¿Para qué preocuparte, entonces, de si vas a estar lleno de fe mañana? Puede que tengas pruebas y tribulaciones, puede que te desanimes, o tal vez cometas algún error. ¿Y qué? Todavía tendrás tu fe. Todavía estarás más lleno de esa fe que de cualquier otra cosa. ¿Cierto? Deja, pues, de esforzarte tanto. Deja de preocuparte. No nos queda otra que depender del Señor, para que nos ayude a seguir siendo fieles. Debemos confiar en que no dejará que nuestra fe ceda, porque nuestra fe viene de Él. La fe es un don de Dios (Efesios 2:8). Solo el Señor puede mantenerte fiel. Naturalmente debes cooperar un poco con Él. Debes orar y escuchar Su voz, leer Su Palabra y tratar de hacer lo que sabes que espera de ti; pero eso es lo más fácil. Es asunto Suyo ayudarte a seguir siendo fiel, mantenerte lleno de fe, de esa fe que proviene de Él. Ahora bien, si te encuentras falto de fe, el remedio es leer y escuchar la Palabra. Ésa es la raíz de la fe. Si lo haces, Él te dará toda la fe que necesitas. Simplemente sigue leyendo la Palabra y confiando en el Señor, y deja de preocuparte. No tienes que tener fe para mañana. No tienes que tener fe para la semana entrante ni para el mes que viene. Menos aún para el año que viene ni para lo que pueda ocurrir de aquí a unos años. En este momento no necesitas fe para eso. Ya te nacerá cuando llegue la hora. Basta con que tengas fe para el día de hoy. Has vivido un año más. ¿De qué te preocupas? En un abrir y cerrar de ojos, el día habrá llegado a su fin —otro día en que habrás sido fiel— y podrás irte a dormir sin preocuparte del mañana. Reposa en el Señor. «Confía en el Señor, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad» (Salmo 37:3). Ni siquiera hay que tener fe para todo el día. Basta con que tengas fe para este momento, para este mismo instante. Basta con que tengas fe para un momento a la vez. No hay por qué despertarse a primera hora de la mañana sumido en la preocupación y pensando: «¿Tendré fe para hoy?» Lo único que debes hacer es levantarte y tener fe para cada cosita que hagas a lo largo del día. Con eso basta. Si una fe no mayor que un grano de mostaza basta para mover una montaña (Mateo 17:20), no se debería requerir más que una partícula microscópica de fe para hacer todo lo que uno tiene que hacer a lo largo de un día. Deja, pues, de preocuparte por el futuro. No te inquietes por el día de mañana, ni siquiera por la próxima hora. Dios te concederá la gracia cuando llegue el momento. No solo te capacita para hacer frente a esa hora, sino para el segundo o el medio segundo, el instante. Eso es todo lo que necesitas. La única fe que te hace falta es la que tienes en estos momentos, en este preciso instante. «Sé fiel hasta la muerte —dice Jesús—, y Yo te daré la corona de la vida.» Recibirás una corona singular, reluciente, una corona de la que te sentirás orgulloso. Claro que te postrarás delante del Señor y echarás esa corona delante de Él, como hacen los veinticuatro ancianos de Apocalipsis 4:10. Cada vez que te pongas a alabar al Señor, se te olvidará que la llevas puesta y caerá rodando a Sus pies. Cuando te postres y le des gloria, echarás tu corona a Sus pies. Pero al fin y al cabo, como Él te la dio, mejor será que la recojas y te la vuelvas a poner. Reflejará lo que hayas hecho para Él, y Él querrá que el mundo la vea. Querrá que toda la creación vea la recompensa de tu fidelidad, tu corona de vida. Que Dios te bendiga y te ayude a seguir siendo fiel a lo largo del año venidero y de todos los que vendrán después, hasta que te reúnas con Él en el Cielo y recibas tu corona.

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