martes, 17 de noviembre de 2009

Sé una persona positiva


«Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Su poder para transformar es el mismo y está al alcance de todos nosotros. No hay que hacer otra cosa que echar mano de él. Jesús puede ayudar a cualquiera a superar cualquier angustia o adversidad, siempre que lo desee con toda el alma. Cuanto más nos sumergimos en Él y en Su Palabra, buscando sinceramente Su voluntad y pidiéndole con toda el alma que obre en nosotros día a día, más profunda se vuelve nuestra relación con Él, y nos convertimos verdaderamente en las nuevas criaturas que quiere hacer de nosotros (2 Corintios 5:17). Así, a medida que nos vamos «transformando por medio de la renovación de nuestro entendimiento» (Romanos 12:2), se borran nuestros antiguos esquemas mentales. No es que el Señor opere en nosotros un cambio único y monumental, sino que va obrando en nosotros en la medida en que ponemos de nuestra parte y hacemos lo que está dentro de nuestras posibilidades. «[Que] pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos» (Santiago 1:6-8). Si no tenemos los pensamientos fijos en el Señor y en Su Palabra, si vacilamos entre escuchar las cosas alentadoras que nos dice el Señor y las mentiras, temores y el desaliento que nos murmura el Diablo, decididamente seremos de doble ánimo y por lo tanto no recibiremos cosa alguna del Señor; por lo menos no en relación al asunto en torno al que vacilamos. Si flaqueamos en la fe, obviamente no estamos confiando en el Señor. Dios dice que nos guardará en completa paz si nuestro pensamiento en Él persevera y si ponemos la mira en las cosas de arriba (Isaías 26:3; Colosenses 3:1,2). David el salmista dijo en una ocasión: «Firme está, oh Dios, mi corazón» (Salmo 57:7, NVI). Si nuestro pensamiento persevera en Él, si nuestro corazón está firme en Él, si tenemos la mira puesta en las cosas de arriba, entonces estaremos firmemente unidos a Él y no vacilaremos entre la Palabra del Señor y las falsedades y temores del Diablo. Es decir, no es imposible vivir libres de preocupaciones, temores y bajones. Claro que siempre tendremos que lidiar con los «dardos de fuego» iniciales con que el Diablo nos tentará (Efesios 6:16), esas palabras que seguirá susurrándonos al oído. Pero no tenemos por qué darles lugar. La cosa no tiene por qué pasar de ahí. «Resistid al Diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). En cuanto te des cuenta de que pretende enredarte, no cedas a la tentación, y lograrás sobreponerte. Puede que tengas que batallar unos minutos o unas horas; pero eso no quiere decir que le estés «dando lugar» (Efesios 4:27). Mientras lo combatas en espíritu y pensamiento, estás haciendo lo que el Señor manda, y eso te garantiza la victoria. Para incrementar tu fe y derrotar al Diablo, apréndete de memoria unos cuantos versículos clave y repítelos en momentos así, o suéltaselos al Diablo. Recordemos que Satanás no soporta la Palabra de Dios. Ahora bien, si no pones freno a los pensamientos desalentadores resistiéndolos cuando afloran en tu mente, si cedes al desaliento, la batalla será mucho más intensa y te resultará mucho más difícil sobreponerte a ese bajón. Tal vez te cueste trabajo librarte de esos sentimientos iniciales, pero verás que si no combates el desaliento, la preocupación o el temor desde un principio, si les das el más mínimo lugar, la situación puede empeorar mucho. La batalla que tienes que librar al comienzo no es nada comparada con la que tendrás que librar más adelante si te permites caer en una de las trampas del Diablo. Combate el desaliento desde el principio. ¡No le des cabida! Claro que no podemos evitar que a veces nos vengan pensamientos negativos o asomos de depresión. El Diablo a veces nos ataca de esa manera sin que hayamos incurrido en ninguna falta; pero no tenemos por qué quedarnos cruzados de brazos. No debemos regirnos por nuestros sentimientos, sino por la realidad objetiva, por nuestra fe en la verdad conforme a la Palabra de Dios. Andamos por fe, no por vista ni por cómo nos sentimos (2 Corintios 5:7). Lo que tenemos que hacer cuando el Diablo nos ataca con esos sentimientos negativos es simplemente combatirlos con la Palabra. Líbrate de esa opresión por medio del poder del Espíritu y la Palabra de Dios, y no dejes que te domine. No te dejes hundir en la depresión. Claro que hemos hecho cosas que no debíamos, claro que hemos cometido equivocaciones. Claro que somos pecaminosos y tenemos muchos defectos. Pero ¿qué más da? Esa sensación de fracaso proviene del Diablo, así que resístela. Si ya cometiste un error, lo único que consigues desanimándote es empeorar las cosas. Un error no se corrige con otro. Desde luego de nada sirve añadir una nueva equivocación a las ya existentes dejando que el Enemigo te haga caer en su trampa del abatimiento. Por eso, cada vez que sientas el impulso de justificar tu desánimo, resiste ese pensamiento. No se justifica que te recrimines y te abatas. No debes dar lugar a esos sentimientos. El otro día de pronto me vi asediada por pensamientos desalentadores. Me detuve a orar en contra de ellos; pero al cabo de un rato todavía me sentía muy deprimida. Lo que hice fue invocar la Palabra. Dije: «Señor, Tú prometiste que si echábamos nuestras cargas sobre Ti, nos sacarías adelante» (Salmo 55:22). No tuve más remedio que defenderme con la Palabra. No conseguí superarlo racionalizándolo, ni siquiera orando. Tuve que invocar la Palabra del Señor. Tuve que ponerlo todo en Sus manos y dejar que Él se encargara del asunto. Entonces recordé ese versículo que dice: «Los que siguen vanidades ilusorias —falsedades huecas sin ningún valor—, su [propia] misericordia abandonan» (Jonás 2:8). Si damos lugar al desánimo, nos estamos dejando llevar por vanidades ilusorias. O sea, renunciamos a la misericordia y ayuda que nos ofrece el Señor, Su fe, Su gracia y Su milagroso poder, el cual nos puede liberar del desaliento del Diablo. Cuando en vez de poner la mirada en el Señor, la desviamos hacia las circunstancias y los problemas, ya ni siquiera vemos al Señor de tan ensimismados que acabamos mirando montañas. En realidad Él nos dice que si tenemos los ojos puestos en Él y albergamos una pizca de fe no mayor que un grano de mostaza, podemos ordenarle a un monte: «Quítate de aquí», y será arrojado al mar (Marcos 11:23). A veces los miedos, las preocupaciones y el desaliento pueden parecernos montañas; pero no deberíamos darles cabida en nuestra vida. Cuando vivimos estrechamente unidos a Jesús y obramos conforme a Su Palabra, vivimos en un plano espiritual. Es un mundo milagroso en el que las dificultades y obstáculos que enfrentamos no nos pueden detener. Se disipan por medio de la fe. Lo que nos inspira esa fe es tener los ojos puestos en el Señor y en Su Palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario