martes, 17 de noviembre de 2009

El hocico del camello


Cuenta una fábula beduina que un árabe cruzaba el desierto en su camello. Cayó la noche y con ella también la temperatura. El árabe levantó su tienda, ató su camello y se fue a dormir. La noche se tornó aún más gélida, por lo que el camello pidió al árabe que lo refugiara del frío. El árabe fue categórico: —¡Solo hay espacio para uno en esta tienda! El camello guardó silencio, pero al cabo de un rato volvió a rogarle: —¡Se lo pido por favor, amo! Permítame meter el hocico. Si me deja meter el hocico en la tienda no me moriré de frío. A regañadientes, el árabe accedió. El camello logró calentarse el hocico; pero transcurrido un rato, la temperatura bajó todavía más. La bestia volvió a despertar a su amo y le rogó: —Por lo que más quiera, amo, déjeme meter las patas delanteras en la tienda. ¡Las tengo congeladas! Una vez más el árabe accedió, aunque con desgana. —¡Las patas delanteras nada más! Así, el camello introdujo las patas delanteras en la carpa para que se le calentaran. Al cabo de una hora, despertó al árabe una vez más. —Amo, tengo que meter las patas traseras. Temo que si se me congelan no podré continuar el viaje mañana. ¿De qué le servirá un camello sin patas traseras? El árabe volvió a ceder, y el camello metió las patas traseras en la tienda. Mas como en la carpa no había espacio sino para uno de los dos, el árabe se vio obligado a salir y pasar la noche a la intemperie, donde apenas sobrevivió. La depresión es igual que ese camello. Solo necesita una pequeña abertura para colarse, generalmente mediante un pensamiento que parece razonable o tiene algo de verdad; pero si se da lugar a ese pensamiento, se introduce junto con muchos otros y en poco tiempo se apoderan de nuestra mente. No permitas que el camello introduzca el hocico en tu tienda.

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