domingo, 8 de noviembre de 2009

Salvación en el mar


Durante la II Guerra Mundial, un joven que no sabía nada de Dios ni de la oración, ni tenía el menor interés en el tema, viajaba a bordo de un barco que a la postre resultó torpedeado. Todos los tripulantes se vieron obligados a saltar al agua para salvar la vida. Él enseguida se juntó con otros once. De pronto vieron horrorizados que el viento y las olas empujaban hacia ellos una enorme mancha de combustible en llamas que se había derramado de su buque. Era imposible escapar: el fuego cubría una gran extensión y se desplazaba a gran velocidad. ¿Qué podían hacer? En ese momento, el único de ellos que tenía la costumbre de orar empezó a hacerlo en voz alta. En aquel apuro, imploró la misericordia de su Dios: —¡Dios mío, sálvanos! Los otros once, que no solían pensar mucho en Dios ni en la oración, se sumaron a aquella súplica: —¡Sí, Dios, por favor! Al instante el combustible en llamas se partió en dos, dejando un claro para ellos. Lo increíble del caso es que en ese preciso lugar Dios había colocado nada menos que una pieza del barco hundido, lo bastante grande y boyante para mantener a los doce a flote hasta que fueron rescatados. El muchacho en cuestión relató posteriormente lo sucedido y afirmó: —¡Nadie podrá convencernos jamás de que Dios no existe o de que no escucha las oraciones!

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