domingo, 8 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


Pregunta: Hace poco cometí unos errores que me costaron caro y me sumí en un pozo de abatimiento del que no logro salir. Me siento fracasado. Tengo ganas de darme por vencido. ¿Qué puedo hacer para superar este estado depresivo? Aunque no entendamos por qué a veces el Señor permite que tropecemos y caigamos, no debemos olvidar que Él nos ama, cualesquiera que hayan sido los errores que cometimos. Siempre está a nuestro lado. Si acudimos a Él en oración o procuramos que nos consuele a través de la Palabra o del cariño de nuestros seres queridos, Él hará que se disipe el sentimiento de desesperanza. El Espíritu Santo «nos consuela en todas nuestras tribulaciones» y es «nuestra ayuda en momentos de angustia» (2 Corintios 1:4; Salmo 46:1, versión Dios Habla Hoy). A diferencia del Señor, que siempre viene a nuestro rescate y nos tranquiliza con palabras esperanzadoras, el Diablo nos bombardea con pensamientos negativos y acusaciones. Con ello pretende condenarnos y desmoralizarnos. La Biblia nos insta a no ser ignorantes de las maquinaciones del Diablo (2 Corintios 2:11), sino a cuidarnos de nuestro «adversario el Diablo, [que] como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8). Una de las tácticas más empleadas por el Diablo para atacar a los cristianos es el desaliento. Si no logra evitar que aceptes a Jesús en tu corazón y en tu vida, hace todo lo que puede por disuadirte de servir al Señor y hablar de Él a los demás. Para ello sabe que no hay maniobra más eficaz que conseguir que fijes la mirada en tus errores, pecados, debilidades y fracasos. Se empeña en que pongas los ojos en ti mismo. En cambio, la Biblia no dice que debemos mirarnos a nosotros mismos, sino a Jesús, «el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2). El Señor no nos recomienda que nos concentremos en todos nuestros problemas, tribulaciones y males; de hacerlo, sin duda que nos hundiremos en ellos, tal como le pasó a Pedro cuando intentó caminar sobre el agua. El relato de Mateo, testigo presencial de aquel episodio, nos dice que en plena noche, cuando los discípulos de Jesús cruzaban un lago en una barca, éste se acercó a ellos caminando sobre el agua. Al verlo, se asustaron tanto que exclamaron: —¡Un fantasma! Jesús enseguida les aseguró que era Él y que no tenían nada que temer. Pedro respondió: —Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a Ti sobre las aguas. Entonces Jesús lo llamó. Pedro saltó de la barca y se dirigió hacia Él caminando sobre el lago. Pero al ver que arreciaban las olas, se atemorizó y empezó a hundirse. —¡Señor, sálvame! —clamó Pedro. Enseguida Jesús lo tomó de la mano y juntos retornaron a la nave (Mateo 14:25-31). En el momento en que Pedro dejó de poner los ojos en Jesús y comenzó a fijarse en las olas, se inquietó y empezó a hundirse. Es probable que se hubiera ahogado de no haber vuelto a mirar al Señor y haberle pedido ayuda. Análogamente, cuando nos estamos hundiendo en el mar del abatimiento, lo que tenemos que hacer es clamar a Jesús, poner nuestra mano en la Suya y dejar que Él nos alce y nos lleve a terreno firme. De modo que cuando nos sintamos abrumados por nuestras faltas, errores y falencias, y nos parezca que Satanás se nos ríe en la cara, más nos vale ser francos con él y admitir que somos una calamidad y cometemos muchos errores, y añadir: —Si no fuera por Dios, sería aún peor. Mi única esperanza es Cristo en mí, la esperanza de gloria (Colosenses 1:27). Todos somos un lío, y si no mantenemos la vista fija en Jesús y no meditamos de continuo en Su Palabra, estamos condenados a la derrota, la incredulidad, la desilusión y, en última instancia, al fracaso. Conviene que dejemos de esforzarnos por ser perfectos, pues nunca lo seremos. No nos queda más remedio que seguir al Señor y hacer lo que podamos, a sabiendas de que Él es el único capaz de ayudarnos a obrar bien. Pídele que te ayude a olvidarte de ti mismo y a pensar en los demás y sus necesidades. Ya verás que al poner tu empeño en ayudar a los demás y hacerlos felices, la felicidad te encontrará a ti. «Dad, y se os dará» (Lucas 6:38). Cuando estés tentado de descorazonarte, perder el ánimo y sumirte en el abatimiento, ¡mira hacia arriba! Alaba al Señor y agradécele todo lo que ha hecho por ti. Haz un recuento de todas las bendiciones que has recibido del Señor y ocupa tu mente, tu corazón y aun tu voz con pensamientos positivos y palabras de oración y alabanza. Repite las Escrituras y canta al Señor, y el Diablo y sus sombras huirán. Deja entrar la luz —la luz de la Palabra de Dios, la oración, la alabanza y el servicio a los demás— y verás que las tinieblas se desvanecen por sí solas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario