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Imagínate que existiera una panacea para curar la soledad, la angustia, el temor, la depresión, la inseguridad, la ira, el odio, el rencor y cualquier otro mal. Imagínate incluso que en virtud de ese remedio pudiéramos llevar una vida más sana y pujante; es más, que esa increíble pócima nos diera la posibilidad de vivir eternamente. Ahora imagínate que ese mismo elixir milagroso fuera igualmente eficaz para combatir todos los males sociales y conflictos interpersonales, desde la simple rivalidad entre hermanos hasta las conflagraciones entre países. Vayamos más lejos: Imagínate que dicha panacea no solo existiera, sino que estuviera al alcance de quien pudiera necesitarla. ¿No desearías conseguirla para ti y tus seres más queridos? O mejor dicho, ¿para todo el mundo? La verdad es que ese remedio existe, porque Dios existe y tiene poder para hacer todo eso y más. Al mismo tiempo, ha dado a todos los habitantes del planeta, sin distinciones de raza, color, credo o clase social, la facultad de acceder a ese poder. Todo empieza entablando una relación personal con Él, lo cual resulta muy fácil por intermedio de Su Hijo Jesús. En otras palabras, si has hallado a Jesús, lo tienes todo: ¡la clave de la felicidad y la buena salud, ayuda celestial para los sobresaltos de la vida, y un Cielo inacabable en la vida venidera! Y si aún no has hallado a Jesús, no hace falta que esperes más. Invítalo ahora mismo a participar de tu vida haciendo una sencilla oración con tus propias palabras. Deja que te demuestre lo efectivo y práctico que es, lo mucho que te ama y cuánto se preocupa por tu felicidad y por hacer aflorar tus mejores cualidades. Una vez que hayas probado la panacea que Dios te ofrece, no podrás guardarla para ti. Querrás dar a conocer tu descubrimiento. Espero que entonces los relatos personales y demás artículos de este número de Conéctate te den el ímpetu para cambiar con el amor de Dios tu parte del mundo.GabrielEn nombre de Conéctate





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