viernes, 20 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 50 AÑO 2004


La vida abunda en dificultades y empresas que ponen a prueba nuestra fe y determinación. En algún momento u otro, todos nos encontramos en una situación particularmente angustiosa. Aunque en esos momentos solemos acudir a Dios, en muchos casos nos parece que nuestras plegarias resultan inútiles, inoperantes. A veces ello obedece a que hemos perdido la práctica; otras a que nos consideramos faltos de fe o indignos del favor divino; y otras al infundado temor de que aun nuestras más sentidas súplicas se quedarán cortas. En circunstancias así es cuando más apreciamos el amor, el interés y las oraciones de los demás. Esto, naturalmente, es recíproco. El hecho de respaldar a alguien en su momento de necesidad y traducir el amor y la preocupación que sentimos por una persona rezando por ella son dos medios muy eficaces de llevar a la práctica la regla de oro: Haz con los demás como te gustaría que hicieran contigo. Además de ser lo más indicado, orar por alguien es también lo más inteligente que podemos hacer. Preocuparnos por la situación no nos sirve de nada. Intervenir personalmente en el asunto en muchos casos tampoco. En cambio, endosarle el problema a Dios en oración puede producir resultados que parecían imposibles, pues para Él nada es imposible (Lucas 1:37), y «al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23). No hay medio más asequible y eficaz de ayudar al prójimo que la oración. Sin duda es el menos costoso y el que mejores resultados acarrea. Si bien es posible que al orar Dios nos indique algo concreto que hacer por paliar la situación, nuestra reacción inmediata ante un apuro o conflicto debiera ser ponernos a orar. Tengámoslo presente la próxima vez que un ser querido o alguien próximo necesite de nuestras plegarias. Y como nos enseñó Jesús, el prójimo es cualquiera que precise nuestra ayuda. Gabriel Sarmiento En nombre de Conéctate

No hay comentarios:

Publicar un comentario