viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Quién quiere al hijo?


Un hombre rico COMPARTÍA CON su hijo UNA gran pasión por el arte. En su colección privada tenían de todo, desde TRABAJOS de Picasso hasta CUADROS de Rafael. Muy a menudo se sentaban juntos a admirar aquellas obras MAESTRAS. Estalló una guerra y llamaron a filas al hijo. Fue muy valiente y murió en combate mientras rescataba a otro soldado. Al recibir la noticia, el padre quedó muy dolido, pues era su único hijo. Un mes después, poco antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en las manos le dijo al padre: —Señor, usted no me conoce. Yo soy el soldado por quien dio la vida su hijo. Ese día salvó a muchos más. Me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, provocándole la muerte al instante. Hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte —dijo el joven entregándole el paquete—. Sé que esto no es gran cosa. No soy un gran pintor, pero creo que a su hijo le habría gustado que llegara a sus manos. El padre abrió el paquete. Contenía un retrato de su hijo pintado por aquel soldado. Contempló con profunda admiración la forma en que el joven había plasmado la personalidad de su hijo. La atracción del padre por la expresión que vio en los ojos de su hijo hizo que los suyos se llenaran de lágrimas. Le dio las gracias al joven y se ofreció a pagarle el cuadro. —De ninguna manera, señor. Yo nunca podré pagar lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo. El padre colgó el retrato sobre la repisa de la chimenea. Cuando llegaban invitados a su casa, antes de enseñarles su famosa galería, les mostraba el retrato de su hijo. Aquel hombre murió unos meses más tarde, y se anunció que todas las pinturas que poseía se subastarían. Mucha gente importante y de prestigio acudió con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección. Sobre un caballete, a un costado de la tarima, estaba el retrato del hijo. El subastador golpeó su martillo para dar inicio a la subasta. —Empezaremos los remates con este retrato del hijo. ¿Quién hace una oferta por él? Hubo gran silencio. Luego se oyó una voz que gritó desde el fondo del recinto: —¡Hemos venido a ver las pinturas famosas! ¡Olvídese de ésa! Sin embargo, el subastador insistió: —¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿Cien dólares? Se escuchó otra voz impaciente: —¡Esa no nos interesa! Vinimos por los Van Gogh y los Rembrant. ¡Que empiece la subasta en serio! Impertérrito, el subastador continuó su labor: —¡El hijo! ¿Quién quiere al hijo? Finalmente se oyó una voz desde el fondo de la sala: —¡Doy diez dólares por ese cuadro! Era el viejo jardinero de la familia. Le dio vergüenza ofrecer tan poco, pero no se podía permitir más. —¡Diez dólares! ¿Quién da veinte? —exclamó el subastador. —¡Que se lo lleve por diez! ¡Pasen de una vez a las obras maestras! —gritó otro exasperado. —¡Se ofrecen diez dólares! ¿Alguien da veinte? Crecían la irritación y la impaciencia del público, que no estaba interesado en aquella pintura. —A la una, a las dos y a las tres. ¡Adjudicado en diez dólares! —dijo el subastador con un golpe de martillo. —¡Empecemos de una vez con la colección! —gritó un hombre sentado en la segunda fila. Pero soltando el martillo, el subastador dijo: —Damas y caballeros, les pido mil disculpas, pero se da por terminada la subasta. —¿Qué hay de las pinturas? —Cuando me llamaron para conducir esta subasta, me informaron de una cláusula secreta que figura en el testamento del propietario y que no tenía permitido revelar hasta este momento. En ella se especifica que solamente se debe subastar el retrato del hijo, y que quien lo compre heredará todos los demás bienes, incluidas las pinturas famosas. ¡El señor que compró el retrato del hijo se queda con todo! El Hijo de Dios murió por nosotros hace 2.000 años. La pregunta que nos hace hoy el Creador es la misma que la del subastador: «¿Quién quiere al Hijo?» El que quiera al Hijo se lo lleva todo. Anónimo

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