viernes, 20 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 49 AÑO 2004


En 1825 el papa León XII visitó la cárcel de los Estados Pontificios y se empeñó en preguntar a cada uno de los reclusos cómo había terminado allí. Casi todos alegaron su inocencia. Solo uno de los reos admitió humildemente que era estafador y ladrón. Volviéndose al alcaide, el Papa le indicó severamente: «Suelte enseguida a este bribón. ¡No quiero que corrompa a todos esos nobles caballeros!» Aunque nos cause gracia, esa anécdota contiene una valiosa enseñanza para todos: Dios perdona a quienes son conscientes de su necesidad de perdón, a quienes saben que no lo merecen, que no pueden ganárselo, a quienes dependen exclusivamente de la misericordia y gracia del Señor. Jesús increpó a los mojigatos de Su época recordándoles: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: "Vemos", vuestro pecado permanece» (Juan 9:39-41). Este principio no solo se aplica a la salvación, sino también a la vida cotidiana. ¿Cuántas veces nos parecemos a los nobles caballeros de la anécdota, encerrados en pequeñas celdas de piedad que nosotros mismos nos forjamos porque no estamos dispuestos a admitir nuestros errores y fallos? En realidad resulta casi caricaturesco que nos esforcemos por proyectar una imagen de perfección o rectitud cuando el Señor, nosotros mismos y los demás sabemos que somos cualquier cosa menos eso. Entretanto, Jesús no se cansa de repetirnos que nos soltemos el pelo, que no nos tomemos la vida tan en serio, que no pretendamos ser tan perfectos, ya que nunca lo lograremos, que simplemente nos esmeremos en actuar bien y confiemos en que Él hará lo demás. Dejemos de preciarnos de ser mejores que los demás y concentrémonos más bien en lo realmente importante: actuar con naturalidad, amar al Señor y compartir la buena nueva con los demás: «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36).Gabriel SarmientoEn nombre de Conéctate

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