viernes, 20 de noviembre de 2009

Libre de deudas


HACE UNOS AÑOS Sergio atravesaba una grave crisis económica. Se había endeudado tanto que, aunque hubiera vendido todo lo que tenía dos veces, no habría podido liquidar su deuda. Había sacado un elevado préstamo en moneda extranjera y, a consecuencia de una subida repentina y brusca del tipo de cambio, su deuda se había multiplicado. Y ese crédito representaba apenas una fracción del total de sus deudas. Su principal acreedor era su suegro, un anciano muy acaudalado. Un día este señor llamó a Sergio y le dijo: «Sé que estás pasando por una época difícil y quiero ayudarte. No tienes que seguir pagándome las mensualidades del dinero que te presté. En realidad, me propongo perdonarte la totalidad de la deuda». Aquello le daba a Sergio suficiente margen para renegociar su deuda con el banco y mantener su empresa a flote. Sin embargo, rehusó la oferta. «No puedo aceptarlo. Es cuestión de principios. Debo devolverte todo lo que te debo». El anciano trató de razonar con él. «Lo que me estás pagando ni siquiera cubre los intereses de lo que te presté. Además, estás casado con mi única hija. Cuando yo muera —y no falta mucho para eso— todo lo que tengo será suyo y tuyo. No es una cuestión de principios. Tu postura es estúpida. El orgullo te ciega». Pero Sergio se atrincheró en su decisión y continuó con sus inútiles tentativas de devolverle a su suegro lo que le debía. El asunto, sin embargo, no duró mucho. Al poco tiempo se volvió insolvente y perdió su empresa y casi todo lo que tenía. Todo a causa de su orgullo. Naturalmente, debemos pagar nuestras deudas y hacer todo lo posible por ser solventes. Tal debe ser la conducta de un cristiano. No obstante, la negativa de Sergio a aceptar la condonación de la deuda que le ofrecía su suegro fue una insensatez, puesto que pronto se iba a convertir en coheredero de todos sus bienes, incluidas las magras cantidades que estaba pagando por concepto de la devolución de su deuda. Al igual que Sergio, muchas personas rehúsan el perdón que Dios ofrece tan generosamente a la humanidad e insisten en restituir ellas mismas lo que deben. Por medio de sus buenas obras, sacrificios y abnegación procuran liquidar una deuda que está muy por encima de sus posibilidades, cuando podrían fácilmente hacer borrón de lo viejo y empezar una nueva etapa de su vida aceptando a Jesús como Salvador y dejando que Él salde la deuda en que incurrieron con sus pecados y falencias. Jesús ofrece un indulto a todo hombre, mujer y niño del planeta. Lo único que tenemos que hacer es decir: «Sí, Jesús, necesito Tu perdón. No hay forma de que pueda enmendar todos mis actos desamorados y egoístas. Sólo puedo liberarme de esa deuda aceptando el sacrificio que hiciste en la cruz por mis pecados. Te agradezco que murieras por mí». Mário Sant'Ana es misionero de La Familia en Brasil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario