La primera vez que una lectura de los Evangelios me conmovió interiormente yo tenía 17 años. Los había leído antes, pero en aburridas clases de religión. A esa edad, sin embargo, alguien me aconsejó que empezara por el Evangelio de San Juan. No sabiendo que los Evangelios eran cuatro relatos y enfoques distintos de la vida y ministerio de Cristo, comencé por donde me pareció más lógico: por el principio del Nuevo Testamento, o sea, por el libro de Mateo. Cuando llegué al libro de Juan, Jesús ya me tenía fascinado. Me entregaba respuestas redondas para cantidad de preguntas que me había planteado. Su certidumbre y Sus convicciones eran tales que Él siempre sabía qué hacer. Más aún, me entendía a mí y conocía al detalle mis necesidades. Sus palabras eran contundentes y estaban llenas de vida. Atravesando dos mil años, calaron en mi interior, tan hondo que nunca había experimentado nada igual. Cuando llegué a Juan 15:15: «Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre os las he dado a conocer», tuve la impresión de que me hablaba directamente al alma. ¡Jesús me había tratado de amigo! Me emocioné tanto que no pude quedarme quieto. Me entraron ganas de pregonárselo a todo el mundo. ¡Con un entusiasmo que todavía albergo! Unos meses antes había orado para pedir a Jesús que entrara en mi corazón. Si bien se trató de una experiencia conmovedora, fue cuando comencé a leer Sus palabras con una actitud abierta y receptiva que se consumó realmente la transformación en mí. Aparte la fuerza que comunicaban esas palabras divinas, lo mejor de todo era que iban dirigidas a mí personalmente. Poco a poco fui descubriendo su valor hasta que tomé conciencia de que Jesús todavía habla a Sus seguidores tan abierta y directamente como platicó con Sus primeros discípulos. Es nuestra esperanza, pues, que este número de Conéctate te ayude a establecer un vínculo directo y personal con Jesús, o que sirva para reforzar la relación íntima que ya tienes con Él.
lunes, 16 de noviembre de 2009
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