viernes, 13 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes



P: Además de leerlo en la Biblia, HE escuchADO decir muchas veces: «Dios es amor», o: «Dios te ama». Si eso es cierto, ¿por qué permite que haya tanto sufrimiento en el mundo? Si es omnipotente, ¿por qué no pone coto a flagelos como las enfermedades, la pobreza, la guerra y las catástrofes naturales? R.: Casi todos nos hemos planteado esos interrogantes en algún momento. La respuesta se encuentra en dos verdades elementales. En primer lugar, la mayoría de nuestros sufrimientos no son producto de causas naturales. Dicho de otro modo, no es así como Dios quería que fueran las cosas; muchos padecimientos no son obra Suya, sino nuestra. En segundo término, Él nos ha dado libre albedrío, el cual desempeña un importante rol dentro de Sus designios para nosotros. No somos autómatas, sino que Dios nos creó con la capacidad de tomar decisiones propias y la necesidad de hacerlo. Nos ha puesto aquí para que optemos entre el bien y el mal, entre obrar con acierto o equivocadamente. De modo que en última instancia, la mayoría de los sufrimientos de la humanidad son consecuencia de nuestras decisiones. A veces las personas hacen padecer a su prójimo adrede. En otros casos los disgustos y amarguras son más bien el resultado de actitudes egoístas o de indiferencia, es decir, de no llevar a cabo acciones que bien podrían evitar o aliviar esas cargas. En cualquiera caso, los culpables son los hombres. Dios no aprueba las decisiones que hacen daño o perjudican a los demás o a nosotros mismos; pero si Él tuviera que intervenir cada vez que tomamos una decisión errónea, se vería obligado a suprimir el libre albedrío por completo. ¿Por qué algunas personas toman decisiones que son perniciosas para los demás? Porque se dan preferencia a sí mismas y optan por seguir su propia ruta en vez de los caminos del amor que el Señor nos ha trazado. Dios nos ha dado a cada uno una conciencia, un sentido innato del bien y el mal. En la Biblia también nos ha comunicado la solución para el sufrimiento y todos los demás males que nos infligimos a nosotros mismos. Tan sencilla es esta solución que puede resumirse en una sola palabra: amor. «El amor no hace mal al prójimo» (Romanos 13:10). Dios procura llevarnos por el camino del amor y del bien; sin embargo, no nos obliga a transitar por él. Analicemos con mayor detenimiento esa pregunta. Empecemos por las guerras. La guerra es la manifestación más extrema del egoísmo, la codicia, la soberbia y el espíritu pugnaz del hombre. La Biblia lo expresa de la siguiente forma: «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?» (Santiago 4:1-2). Dios detesta las guerras. Pero una vez más, para poner fin a las mismas, tendría que terminar con el libre albedrío. ¿Y qué se puede decir del el hambre y la pobreza? La desigual distribución de la riqueza y las diferencias de niveles de vida que existen hoy en día en el mundo no son obra de Dios. Él ha provisto alimentos y otros recursos naturales en cantidades más que suficientes para que nadie tenga que pasar hambre ni verse privado de sus necesidades más elementales. El mundo es capaz de producir suficientes alimentos para abastecer a la creciente población del planeta. Si bien es verdad que ciertas hambrunas son causadas por sequías u otras catástrofes naturales, gran parte del hambre existente hoy en día en el mundo podría evitarse neutralizando la codicia e inhumanidad de los hombres. Las causas son las guerras, los embargos, la corrupción política y la opresión económica. Mientras niños inocentes mueren de inanición, algunos países que nadan en la opulencia destruyen millones de toneladas de alimentos para mantener artificialmente altos los precios. También está la cuestión de las enfermedades. Si Dios es tan justo, ¿por qué las permite? Gran parte del sufrimiento que causan es también culpa de los hombres. Hacemos caso omiso de las normas de higiene que Dios nos ha dado y nos enfermamos por comer tanta comida chatarra y alimentos procesados que contienen ingredientes genéticamente alterados, a los que luego se les añade cantidad de agentes químicos para su preservación. También nos enfermamos por fumar, beber en exceso e ingerir drogas —tanto prescritas como ilícitas—, hábitos que producen cáncer y dolencias cardíacas, o que perjudican nuestro organismo de una u otra forma. El estrés y el ajetreo, subproductos de la forma de vida antinatural que llevamos en estos tiempos modernos, también contribuyen a causar enfermedades psicosomáticas, tales como las migrañas, las úlceras estomacales y las afecciones cardiovasculares. Es posible que el más desconcertante de todos los enigmas sea por qué permite Dios que muera tanta gente inocente en catástrofes naturales, como las inundaciones, los terremotos, los huracanes, etc., dado que sobre esos sucesos adversos el hombre no tiene prácticamente potestad alguna. La interpretación que demos a esos hechos depende mucho de si creemos en un Dios justo y amoroso y en la vida después de la vida. De no existir vida en el más allá, las catástrofes naturales harían de la justicia una farsa. Pero para quienes tienen fe en Dios y una confianza implícita en Su amor y misericordia, en Su justicia y equidad, y a la vez creen en una vida mejor después de la terrena, existe una respuesta: Movido por Su misericordia, Dios a veces considera oportuno terminar con el sufrimiento de algunas personas. Prefiere llevárselas de este mundo a uno mucho mejor, que Él tiene preparado para quienes lo aman; un mundo en el cual se corrigen todos los males y la gente es recompensada según sus obras, sean éstas buenas o malas. Además, resulta muy alentador saber que las cosas no serán así para siempre. Llegará el día en que Jesucristo regresará para poner fin al sufrimiento sin sentido que el hombre ocasiona a su prójimo. Entonces y no antes, bajo el soberano reinado de Cristo y los hijos de Dios, habrá paz y abundancia para todos. Cesará todo el dolor, el hambre, las privaciones, la pobreza y las guerras.

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