miércoles, 11 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


Pregunta: Llevo muchos años lidiando con mis celos. Mi esposo me quiere muchísimo, y no tengo motivos reales para sentirme celosa; pero no puedo evitarlo. Me pongo celosa de las mujeres con las que trabaja, y peor aún si noto que admira a otra mujer. ¿Cómo puedo librarme de los celos? Respuesta: Los celos son un problema universal. Todo el mundo ha sentido celos o envidia alguna que otra vez en la vida. Normalmente no damos lugar a los celos hasta que nos vemos ante el riesgo o temor de perder la atención o el amor de la persona a la que queremos. En nuestra sociedad es normal que los celos se consideren una virtud, o al menos una expresión aceptable y natural del amor que abrigamos por otro ser humano. Está generalizado el concepto de que si queremos a una persona y ella nos quiere, tenemos derecho a celarla si alguna vez muestra interés por otra persona. Para mucha gente, los celos y las actitudes posesivas no son más que una curiosa manifestación del sublime amor que une a dos personas. Ese concepto, sin embargo, no es acorde con la Palabra de Dios. A la luz de la Escritura, los celos y la envidia no son virtudes, sino pecados (Santiago 3:14-16). Los celos tienen su raíz en el egoísmo. Nos ponemos celosos cuando nos parece que no nos dispensan el amor, la consideración y la atención que creemos que nos merecernos. Concentrarnos egoístamente en nuestra felicidad personal y en nuestros deseos incumplidos nos lleva a quejarnos. Pensamos que nos merecemos un mejor trato, que nos atienden mal, que se portan mal con nosotros. De todo ello deducimos que, en realidad, los celos provienen de un espíritu quejumbroso, que es consecuencia del egoísmo. En muchos casos los celos pueden estar totalmente infundados. Uno puede malinterpretar totalmente las acciones o móviles de su cónyuge. Entonces comienza a inquietarse porque piensa que ya no lo quiere tanto y que está procurando el cariño de otra persona. Pero es posible que sea enteramente producto de nuestra imaginación. Si uno cede a ese tipo de celos y temores, el Diablo los exagera, le dice toda clase de mentiras y lo lleva a obsesionarse totalmente y a hacer una montaña de cada granito de arena. La solución es rogar al Señor que nos libre de ese espíritu medroso y negativo. Si no tienes la fortaleza para resistirlo por ti sola, cuéntale tu conflicto a alguien y pídele que ore contigo para que te liberes del dominio de los celos. «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros» (Santiago 5:16). Es también esencial que te sinceres con la persona que amas. Ten la humildad de contarle con toda franqueza que te están agobiando los celos. Al conversarlo sin tapujos, le das ocasión de disipar tus temores. Dios puede librarte del dominio de los celos. Con eso no queremos decir que después de haber orado nunca más tendrás que lidiar con el asunto. Pero cada vez que te dé un arranque de celos, podrás superarlo negándote a darle lugar e invocando la ayuda del Señor. Los celos ya no te dominarán. Tú puedes vencerlos mediante la oración y la Palabra. «Si el Hijo (Jesús) os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36). Que Dios te bendiga y te fortalezca con Su maravilloso amor y te libere de los celos.

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