lunes, 2 de noviembre de 2009

Reflexiones


Dios sigue vivo y en perfecto estado, y actúa hoy en día con el mismo poder de siempre entre quienes confían en Él. «Yo el Señor no cambio»; «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Malaquías 3:6; Hebreos 13:8). Jesús prometió: «El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre. Y estas señales seguirán a los que creen: [...] sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán» (Juan 14:12; Marcos 16:17,18). Dios todavía se dedica a reparar los cuerpos que precisan arreglo, así como a transformar el corazón, la mente y el espíritu. Mucha gente asume una actitud equivocada. Dice: «Si Dios me sana, creeré. Que me lo demuestre. Ver para creer.» Esas personas subordinan su fe a la respuesta en lugar de fijarla en la Palabra de Dios. Así no funciona la fe. Tener fe es creer para ver. La curación se obtiene de la misma manera que la salvación: por gracia a través de la fe. Se consigue confiando en que Dios te la concederá, afirmando tu fe exclusivamente en Él y en nada más. Por gracia y por fe, sin ningún otro agregado. «Es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8,9). El dolor es un pellizco del Infierno; la curación, una caricia del Cielo. La sanación es una pequeña muestra de la vida eterna, de la renovación del cuerpo y la curación de todo mal. Es un adelanto de la resurrección.

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