domingo, 8 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes

Pregunta: Soy consciente de que bebo demasiado. Al principio tomaba un par de cervezas o un trago por la noche para relajarme al cabo de una ardua jornada, pero después se me hizo hábito. Ahora aguardo con ansias que concluya el día para ponerme a beber. Lo preocupante es que cada vez tomo más. He tratado de dejarlo, pero no he sido capaz. ¿Pueden ayudarme?
Cuando un hábito comienza a hacernos daño o a perjudicar a los demás, es que se ha convertido en un vicio. Parece que eso es lo que te ha ocurrido. Con frecuencia, aunque no nos demos cuenta, una vez que un hábito se vuelve vicio la causa suele ser de orden espiritual; es algo más que una reacción inveterada o incluso una dependencia física. La Biblia alude al Diablo como nuestro adversario, que pretende acabar con nosotros (1 Pedro 5:8). Si su objetivo es derrotarnos, ¿qué mejor forma de lograrlo que inducirnos a apretar nosotros mismos el gatillo cultivando hábitos destructivos? O más precisamente, autodestructivos. La Biblia advierte: «No deis lugar al Diablo» (Efesios 4:27). Dar cabida a Satanás es como tener alojado en casa un ser perverso. Puede que no se haya apoderado de la casa, pero nos molesta, nos crea complicaciones y puede llegar a causarnos muchos perjuicios. Le decimos que se vaya, pero no nos hace caso. En esas circunstancias tenemos que echar mano de la autoridad y la ley —en este caso, la Palabra y el nombre de Jesús— para desalojarlo. Por desgracia, muchos cristianos pasan largas temporadas sin librarse de vicios y malos hábitos profundamente arraigados. No se dan cuenta de que sus debilidades tienen un origen tanto espiritual como físico; de ahí que no ejerzan la debida autoridad para librarse de los espíritus que los perturban. En primer lugar, es necesario admitir que uno padece un mal. Luego se debe tomar conciencia de que una fuerza espiritual lo tiene a uno atado a ese vicio, una fuerza que uno mismo no es capaz de vencer. Lo siguiente que hace falta es desear librarse de ella, y para ello estar dispuesto a acudir al Señor en oración y pedirle ayuda. En muchos casos conviene que uno le confiese que tiene ese problema a una persona de confianza y le pida que ore con él en contra de las fuerzas malignas que lo tienen esclavizado, y para que sea capaz de resistir cuando le sobrevenga la tentación, lo que sin duda ocurrirá. Al orar para librarse del vicio —y más tarde al pedir ayuda divina para continuar resistiendo la tentación— conviene invocar algunas de las promesas que nos ha hecho el Señor en Su Palabra. Así manifestamos fe en Él y en lo que ha prometido. No dudemos ni por un instante que nos responderá, y Él lo hará. Sea cual sea el mal hábito que padezcamos o por muy arraigado que lo tengamos, Jesús es capaz de librarnos. «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36).

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