martes, 10 de noviembre de 2009

¿Para qué afanarnos tanto?


Robert LeTourneau (1888-1969), inventor y primer fabricante de la máquina excavadora, fue un cristiano muy activo. Cierta noche tenía que diseñar una pieza que había que manufacturar al día siguiente. Esa misma noche, sin embargo, unos jóvenes de su iglesia lo habían invitado a participar de una de sus iniciativas de evangelización. LeTourneau escribió tiempo después: «Mientras decidía qué hacer, forcejeé y discutí bastante con el Señor. Aunque no sabía cómo iba a dibujar la pieza antes de la mañana siguiente, decidí acompañar a los jóvenes, y pasamos una velada de lo más provechosa. Llegué a casa alrededor de las diez de la noche. Hasta ese momento no había tenido ocasión de empezar el diseño. Sin embargo, me senté frente al tablero de dibujo, y en cuestión de cinco minutos el boceto del mecanismo que necesitaba quedó totalmente definido. No sólo eso: el pequeño mecanismo que diseñé aquella noche fue una pieza esencial de muchas otras máquinas que inventé después. Vale la pena reservarle a Dios el primer lugar».

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