martes, 10 de noviembre de 2009

La lámpara De aceite


Aprendamos a reservarle a Jesús el primer lugar en nuestra vida y corazón y en la distribución de nuestro tiempo. Pertenecemos a Él antes que a nadie. El primer lugar debe estar reservado para Él: así obtenemos descanso y comunión con el Señor y nos apacentamos de Su Palabra. No podemos realizar la obra del Maestro sin las fuerzas que Él nos proporciona. Debemos dejar que Él haga la obra por medio de nosotros. Hagamos una analogía con una lámpara de aceite: lo que debe arder es el aceite, no la mecha. Si la cinta o cuerda no está empapada en aceite, se consume enseguida. Es preciso que nos empapemos de Jesús y dejemos que Él arda y nos alumbre el camino; de lo contrario, no tardaremos en consumirnos. Gracias al combustible, la llama arde con gran belleza, brillo y claridad. En cambio, si éste se acaba, la mecha se quema, y entonces humea y apesta. La mecha debe estar bien empapada en aceite. La mayor parte debe estar sumergida en el aceite. Apenas una puntita debe estar expuesta al aire y a la llama. Así, lo que arde es más que nada el aceite, y muy poco de la mecha, casi nada. El aceite fluye libremente cuando la mecha está bien empapada en él. Entonces, lo que arde es el aceite o combustible y no la mecha, y la lámpara emite una luz clara, pura y brillante. «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). No soy yo el que arde, sino Cristo que arde en mí. Puede que seas una mecha muy linda; pero si careces de combustible, despedirás humo negro. Debes empaparte en aceite para no consumirte tú y para que el que arda sea el Señor en ti. Entonces irradiarás una luz pura, clara y hermosa, que iluminará toda la casa y no humeará (Mateo 5:15-16). Cuando yo era chico, en todas las mesas de las casas había bonitos quinqués. Tenían un espléndido globo de cristal lleno de keroseno que dejaba ver la mecha y el nivel del combustible, para saber cuándo reabastecerlos. Esas lámparas ardían mejor cuando estaban llenas de petróleo. Si bajaba mucho el nivel del combustible, un trozo muy grande de mecha terminaba expuesto y por tanto no quedaba bien empapado; entonces la mecha se consumía más rápidamente y humeaba. A veces trabajamos mucho y pretendemos hacerlo todo a base de esfuerzos, cuando en realidad deberíamos dejar que sea el Señor quien arda, quien fluya a través de nosotros y dé luz. Podríamos parafrasear el estribillo de una vieja canción:
Ya déjalo todo en manos de Dios. Ya déjalo en manos de Dios. Su Espíritu Santo en ti arderá. Pon todo en las manos de Dios. Hoy en día poca gente conoce de primera mano el funcionamiento de un quinqué; sin embargo, todos usamos grifos o llaves de agua. ¿Hace algún trabajo el grifo cuando la mano lo abre? ¡En absoluto! El grifo no trabaja. Lo que hace que el agua salga por el grifo es la presión, que viene del exterior. Basta con dar paso al líquido para que salga fácilmente y sin esfuerzo. El grifo no es más que un canal, un agujero por el que brota el agua. ¿Es la llave la que transporta y extrae el agua? De ninguna manera. La presión es la que hace salir el agua. La presión no la da la llave, sino la gravedad o la bomba. La bomba —o el peso del agua en un tanque— genera presión en el tubo. Lo único que hay que hacer es abrir la llave de paso para permitir la salida del agua. Basta con abrir el grifo y dejar correr el líquido. Desiste, pues, de realizar el trabajo por tus propios esfuerzos. Deja que Dios lo haga a través de ti. Despreocúpate y deja obrar a Dios. Da paso al Señor. Haz arder el aceite. Deja fluir el agua. Deja obrar al Señor.

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