lunes, 16 de noviembre de 2009

Padres millonarios


¿Con qué puedo obsequiar, buen Señor, a mis hijos? No es mucho lo que nos podemos permitir. Se merecen los más brillantes adjetivos, pero tienen pocos juguetes para sí. Tantas cosas hay que quisiera regalarles, mas disponemos de recursos bien pequeños. Con todo, poseemos riquezas abundantes, de esas que los reyes acarician en sueños. Gozamos de un capital que da para todos: las Palabras de Dios, las Palabras del Cielo; de un amor que nos sostiene en esos periodos en que todo parece ir a contrapelo; de una fe firme a la que nada perturba; de una esperanza que no cede ni se pierde. Llevamos en el alma un Cielo que perdura. Contamos con Jesús de enero hasta diciembre. Tenemos una roca en la que afirmarnos cuando los temores sacuden nuestra tierra; valor para hacer frente al más recio adversario; paz que nos ampara en medio de la guerra; la voz de Dios que nos susurra al oído, que desvanece todas nuestras inquietudes, que calma el viento y silencia su aullido y hace salir el sol oculto tras las nubes. Jesús, gozamos de riquezas infinitas. Aunque Tus Palabras valen más que rubíes y que perlas, Tú nos las entregas gratuitas. ¡Qué generoso eres! ¡Cómo nos bendices! De nuevos regalos dispongo cada día, y cuando se me agotan, siempre me recuerdas: «Ven a Mi bodega. Hay mucha mercancía. Alhajas y esmeraldas, finísimas prendas. »Tesoritos celestiales, viejos y nuevos, para tus hijos tengo en tremendo volumen. Elige los que quieras, Yo te los proveo, brillantes gemas que el camino les alumbren. Entrega a cada uno una bella corona, espléndida, de un valor incalculable. Toma las joyas que tus hijos ambicionan, y luego vuelve para que más te regale». Bienes tan valiosos y de bella factura muchos mortales no los tienen en estima; mas cuando el mundo horriblemente se sacuda, todo se venga abajo y caigan de su cima, cuando mil sueños vayan a parar al suelo, los hijos de Dios que hoy parecen tan pobres harán frente al destino con rostro sereno, tranquilos por dentro, con una paz enorme. Somos ciertamente los más afortunados por haber buscado y hallado lo mejor. Todas las Palabras que Dios me ha hablado se las transmitiré a mis hijos con amor. En efecto, de un gran tesoro somos dueños, de un caudal que nuestras almas ennoblece. No puedo dar mayor regalo a mis pequeños que esas Palabras con que Dios nos abastece. (Kay Spain es misionera de La Familia en México. Tiene 11 hijos y 16 nietos.)

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