lunes, 16 de noviembre de 2009

Madres de Verdad


Ser madre es muchísimo más que tener un bebé. Cualquiera puede tener hijos. Sin embargo, para criarlos y realizar todo el trabajo que ello implica hay que ser una madre de verdad. Es una labor que exige plena dedicación. La maternidad es lisa y llanamente trabajo arduo. Sin embargo, nunca se aprecia a las mamás como se debe. Quienes nunca se han puesto en su pellejo simplemente no se dan cuenta del trabajo que cuesta. Exige gran fe y, como se dice, arrimar el hombro. Hasta hace un par de generaciones, la mayoría de las mujeres creía que su misión en la vida consistía en ser esposa, madre y ama de casa. Se entregaban por entero a esas labores y comenzaban a aprenderlas a muy temprana edad ayudando a sus madres a hacer todo lo que tendrían que saber hacer más adelante. Sin embargo, en muchos países modernos las niñas se crían sin haber aprendido a asumir esas obligaciones. Las jovencitas reciben escasa o ninguna preparación para la maternidad y para llevar un hogar. De golpe se ven comprometidas con un hombre y un niño y no saben qué hacer con ninguno de los dos, mucho menos con la casa y la cocina. Para ellas hasta ese momento un muchacho era un compañero de aventuras románticas; un esposo era una especie de quimera. A su entender, todo ello no representaba ningún esfuerzo. Sin embargo, las realidades de la vida cotidiana contrastan enormemente con ese cuadro. Aun con las comodidades de la vida moderna, que alivian mucho el trabajo de llevar un hogar, criar niños es una tarea de jornada completa. La labor de una madre exige la fuerza de Sansón, la sabiduría de Salomón, la paciencia de Job, la fe de Abraham, la perspicacia de Daniel, y el valor y la habilidad administrativa del rey David. David era un luchador, y para ser madre hay que tener espíritu de lucha. Por si fuera poco, también se necesita el amor de Dios, de eso no cabe duda. Yo creo que el trabajo de una madre es prácticamente el más importante del mundo. Las madres de la próxima generación labran el futuro. El mundo del mañana lo modelan las madres de hoy, según la educación que brinden a sus hijos. Sin lugar a dudas, mi madre influyó más en mi vida que ninguna otra persona. Aunque no siempre podía estar conmigo a causa de la labor que realizaba para el Señor en calidad de evangelizadora y pastora, en todo momento yo era consciente de su presencia espiritual, de su amor y de lo que opinaba sobre las cosas. Naturalmente, otros también influyeron muchísimo en mí, entre ellos mi abuelo y mi padre. En la vida de los chicos se conjugan muchas influencias; múltiples personas y factores contribuyen a moldearlos: padres, niñeras, profesores, guías scouts, maestros de escuela dominical, tíos, amigos a quienes admiran, libros y demás. Hoy en día es probable que reciban más influencia de la televisión y las películas. A lo largo de mi infancia, conocí personas estupendas y muy consagradas, que contribuyeron a moldear mi personalidad y a hacer de mí el hombre en que me convertiría después. Recuerdo bien a las institutrices y catequistas que mis hermanos y yo teníamos de chicos. Nos leían la Biblia y nos contaban pasajes de la Historia Sagrada. La Biblia misma y los relatos bíblicos bien presentados influyeron enormemente en mí. Sabía muy bien que se trataba de la voz de Dios, el cual me hablaba por medio de Su libro. Dios pues, influyó muchísimo en mi vida a través de mis profesores y de mis padres, que me formaron en la fe. Desde muy pequeño conocía al Señor, el cual tuvo un poderoso efecto en mi vida. También aprendí mucho leyendo libros, sobre todo los clásicos, que estaban llenos de idealismo y heroísmo. La enseñanza de mi padre también ejerció una tremenda influencia en mi vida cuando yo era un joven adolescente. Esa es una edad crítica en que se comienza a aprender mucho del mundo, sobre todo de amigos y compañeros. Los adolescentes son muy idealistas. A esa edad principian a formarse ideas muy firmes sobre lo que consideran correcto. Empiezan a cristalizarse sus ideales, valores morales, metas, anhelos y patrones de conducta. Yo fui lleno del Espíritu Santo a los 19 años. Desde entonces se puede decir que me metí de lleno en la Biblia. Devoraba las Escrituras continuamente. A partir de entonces Jesús fue en realidad quien tuvo mayor ascendiente sobre mí. Cuando salí del colegio, me dediqué por entero a acompañar a mi madre en su labor evangelizadora, y no dejé de sentir su influencia. A los 25 años me casé, y al poco tiempo aparecieron otras personas que influyeron muchísimo en mí: mis propios hijos. Los niños nos llevan a tomarnos las cosas en serio y nos estimulan a conducirnos bien y a hacer el bien, a darles buen ejemplo y a instruirlos en el camino en que deben andar. Nos damos cuenta de la gran responsabilidad de tener la vida de un niñito en nuestras manos y del hecho de que se va a convertir en lo que nosotros hagamos de él. Por eso es posible que la última y mayor influencia que recibamos en la vida provenga de nuestros hijos. Los psicólogos dicen que los niños aprenden más en los cinco primeros años de vida que en todo el resto. Esos primeros años son, pues, importantísimos. No podemos esperar hasta que hayan cumplido esa edad para iniciar nuestra labor educadora. Todos y cada uno de los días que van pasando son importantes. Los padres no solo tenemos la obligación de velar por que nuestros hijos coman y duerman bien, gocen de buena salud, tengan ropa y estén protegidos, sino también por que reciban formación y enseñanza, estímulo mental e inspiración espiritual. Criar a un niño es una tarea de gran magnitud, la cual debemos tomarnos muy en serio. Dios va a pedir cuentas a los padres que no la asuman debidamente o no cuiden de ellos como corresponde. Si ambos cónyuges se ven obligados a salir a trabajar o por algún otro motivo no están en condiciones de brindar a sus hijos los cuidados que merecen, es su responsabilidad ante ellos y ante Dios conseguir a alguien que esté calificado y tenga la suficiente dedicación para hacerlo bien. Lo mismo se aplica a los padres y madres solteros. Vuelvo a insistir en lo importantes que son los niños para el futuro, y en lo primordial que es la labor de una madre. Dios bendice a toda madre que se entregue por entero a esos preciosos obsequios que Él le ha dado por la eternidad: sus hijos. Es más, sin duda la bendice a diario por medios que los demás ni siquiera pueden imaginarse. Instruye al niño en el camino correcto y aun en su vejez no lo abandonará (Proverbios 22:6). Cuando hayan crecido, tus hijos se sentirán agradecidos de haber tenido una madre de verdad.

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