martes, 10 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


P.: Leí en varios artículos de la revista Conéctate que debemos tratar de complacer al Señor en todo lo que hacemos y dejar que Él se valga de nosotros para ayudar a los demás. Lo he intentado, pero no me ha dado mucho resultado. O no logro hacer frente a algo que Él me pide que haga, o surge alguna otra cosa que me gustaría hacer, pero que no está entre las prioridades de Él. ¿Me podrían aconsejar al respecto? R: Jesús tiene una misión exclusiva para ti. Nadie más puede cumplirla. A ese llamado o vocación que Dios tiene para cada persona se le conoce comúnmente como la voluntad del Señor. Dentro de esa gran misión existe un sinnúmero de tareas que Dios quiere que hagas, ya sea momentáneamente, durante cierto tiempo o como vocación en la vida. Normalmente no es muy difícil determinar cuáles son esas pequeñas tareas que Él quiere que cumplas. Si se lo preguntas, Él te lo indicará (Mateo 7:7). El segundo paso es precisamente cumplir con lo que te pide. Esa viene a ser la parte más difícil, sobre todo cuando la exigencia no se ajusta a tu naturaleza o a tus planes. Además, puedes tener por seguro que si el Señor quiere que hagas algo, el Diablo procurará convencerte de lo contrario. Habrás escuchado expresiones tipo: Esto me mata o Esta es una cruz pesada de llevar. Es posible que así lo parezca cuando el Señor te pide que hagas algo que no intentarías en cualquier otra circunstancia —por mucho que Jesús ha prometido no darnos cargas que no podamos sobrellevar—. En tal caso, es importante recordar lo que Jesús estuvo dispuesto a hacer por nosotros. Aunque sabía que significaría el fin de Su vida terrenal, oró en el Huerto de Getsemaní: «Padre mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú» (Mateo 26:39). Puede que una vocación que Dios tiene para nosotros signifique la muerte del yo, pero si estamos dispuestos a rezar esa misma plegaria y sufrir la consiguiente crucifixión cuando el Señor nos pida algo difícil, se allanará el camino para que luego resucitemos gloriosamente y alcancemos una mayor felicidad y satisfacción, además de otras bendiciones del Señor. «Con Cristo estoy juntamente crucificado —escribió el apóstol Pablo—, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Afirmó además: «Muero cada día» (1 Corintios 15:31). ¿Por qué estaba dispuesto Pablo a hacer eso? Porque aprendió que cuando hacía lo que Jesús le pedía, el Señor revertía de tal manera situaciones aparentemente imposibles que no podía menos que salir airoso de ellas. El Señor hacía que Pablo fuera una bendición para los demás, y simultáneamente lo bendecía a él. Pues bien, lo mismo hará por nosotros. Eso está garantizado (Mateo 6:33; Salmos 37:4; 84:11).

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